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Nicaragua : del Pacto Providencial al Protocolo de Transicion

Publie le Lunes 20 de junio de 2005 par Open-Publishing

Por Orlando Núñez Soto
(sociólogo y economista nicaraguense)

Desde los primeros años de su independencia, hasta nuestros días, el destino político de Nicaragua ha estado signado por la ocupación y el injerencismo de gobiernos extranjeros, particularmente del gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica. Además del territorio de la Mosquitia, en la Costa del Caribe, ocupado por el gobierno de Inglaterra durante los primeros siglos, filibusteros apoyados por el gobierno norteamericano ocuparon el resto del territorio nicaragüense desde mediados del siglo XIX. En lo sucesivo y hasta finales del siglo XX, el gobierno norteamericano no ha dejado de inmiscuirse en los asuntos internos de Nicaragua.

Las causas y los protagonistas son bien conocidos: el interés geopolítico de los Estados Unidos sobre nuestro territorio, el interés económico de las empresas norteamericanas, dictaduras internas sin suficiente hegemonía sobre el resto de la nación, y el llamado de los opositores para ser asistidos por los invasores extranjeros en el desencadenamiento de una guerra contra su adversario político. Por las malas o por las buenas, la población fue alistada en cada una de las fuerzas en conflicto, debiendo, además de poner los muertos, hacerse cargo de los costos del conflicto militar.

En todos estos eventos, la desocupación de las fuerzas extranjeras sólo fue posible a través de un pacto entre las fuerzas internas que se disputaban el poder. Un pacto que algunas veces tuvo que contar con el apoyo de los gobiernos cercanos de la región, desde México hasta Colombia, pasando por Centroamérica.
A fin de ilustrar esta vieja historia quisiera reseñar dos grandes eventos, uno que sucedió a comienzos de nuestra historia y otro sucedido recientemente.
El primero es la injerencia de las tropas filibusteras a mediados del siglo XIX y el otro es la injerencia de las tropas norteamericanas en la guerra civil entre sandinistas y contrarrevolucionarios a finales del siglo XX.

En el siglo XIX, todo comenzó con el establecimiento de lo que puede considerarse la primera empresa transnacional en Nicaragua, la compañía del Tránsito, dirigida por Conerlius Vanderbilt, a quien el gobierno nicaragüense le concedió entre 1850 y 1851 el monopolio total sobre nuestro recurso geográfico más deseado, la ruta de tránsito entre el Océano Atlántico y el Océano Pacífico. En 1855 un grupo de filibusteros norteamericanos al mando del William Walker ocupa Nicaragua bajo el llamado de una de las fuerzas en conflicto, meses después ambas fuerzas acuerdan integrar un gobierno que incluía en su gabinete al filibustero Walker. En 1856 Walker se proclama presidente de Nicaragua, establece la esclavitud negra en nuestro país y propone integrarlo, como un estado más, a la Unión Americana.

En septiembre de 1856, legitimistas y demócratas, dejando al lado sus diferencias, firmaron el llamado Pacto Providencial, precisamente para combatir al invasor. A finales de este mismo año, las fuerzas filibusteras fueron derrotadas con el apoyo de tropas de Guatemala, El Salvador, Honduras y Costa Rica. El legitimista Tomás Martínez y el demócrata Máximo Jerez formaron un gobierno bipartidista.

A finales del siglo XX, durante la revolución sandinista, las fuerzas contrarrevolucionarias, liberales y conservadoras, decidieron auxiliarse del gobierno norteamericano para combatir al gobierno sandinista. Nicaragua estuvo enfrascada en una guerra civil y en una guerra de agresión que desbarató la economía nacional y produjo miles de muertos de ambos lados. La guerra de agresión norteamericana estuvo apoyada por los gobiernos centroamericanos, algunos de los cuales también estuvieron involucrados en la derrota del dictador Anastasio Somoza Debayle, durante la insurrección popular sandinista.

El armisticio de esta cruenta guerra, sólo fue posible por el acuerdo de las fuerzas en conflicto y el apoyo de los gobiernos de la región mesoamericana. Bajo la presión del agotamiento, los mandos de la Contrarrevolución y el Ejército Popular Sandinista se decidieron a entablar negociaciones que terminaron en los acuerdos de Sapoá para ponerle fin al conflicto militar. Los gobiernos de la región, a través del grupo de Contadora y de los Acuerdos de Esquipulas, presionaron al gobierno norteamericano para ponerle fin a la guerra civil en Nicaragua. Finalmente, el gobierno triunfante de todas las fuerzas de oposición agrupadas en la Unión Nacional Opositora (UNO), así como el gobierno saliente del Frente Sandinista, firmaron el llamado Protocolo de Transición, por medio del cual se pone fin a la agresión norteamericana y a la guerra civil.

En aquel momento, todo parecía llegar a un final feliz. La derecha se desembarazaba de un gobierno de izquierda. Los sandinistas tenían espacio en la democracia nacional, como nunca lo habían tenido. Sin embargo, la añoranza se alimentaba de las nuevas contradicciones. A la derecha le ha costado convivir políticamente con el Frente Sandinista. A las bases del Frente Sandinista les ha costado aceptar las consecuencias del capitalismo salvaje.

Hoy en día, la historia parece incubar de nuevo su inercia fatal. El gobierno de la vieja oligarquía conservadora entrega el país al capital extranjero. El país tiende a polarizarse en dos coaliciones, una coalición oligárquico-imperial encabezada por el Presidente y el Poder Ejecutivo y otra coalición de oposición encabezada por el Frente Sandinista y la Convergencia (algunos partidos de la UNO) y el Partido Liberal, que ocupa el resto de poderes.

En el último año, la lucha política parece arreciar su potencial conflictivo, y el gobierno de la oligarquía conservadora insiste en apelar al injerencismo de la embajada americana para dirimir el conflicto político, imposibilitado como está en recurrir impunemente a la fuerza del Ejército y de la Policía Nacional.

Ojalá que el conflicto termine en un nuevo Pacto Providencial. Ojalá que el pensamiento nacional aprenda las lecciones del pasado, tomando posición no solamente alrededor de los personajes, sino alrededor de las posiciones políticas en juego. Ojalá que en la agenda del Diálogo Nacional solo quepan los intereses nacionales. Solamente así un nuevo pacto social, emprendido por liberales, sandinistas y conservadores, podrá salvar a Nicaragua del injerencismo extranjero, esta vez encabezado por las empresas transnacionales, las políticas fondomonetaristas y los intereses geopolíticos del gobierno norteamericano.