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Gran Bretaña, madre de la criatura

Publie le Miércoles 22 de junio de 2005 par Open-Publishing

Por Roberto Bardini
(Bambú Press)

El primer ministro británico Tony Blair no cedió un milímetro e hizo fracasar la reunión de la Unión Europea en Bruselas para tratar el tema del presupuesto europeo para 2007-2013.

“No estamos en una crisis. Estamos en una profunda crisis”, reconoció Jean Claude Juncker, presidente de la UE y primer ministro de Luxemburgo, sin disimular su furia contra los ingleses, tras más de 15 horas de debates y reuniones bilaterales. “Esto no se podrá acordar hoy o mañana. Se necesitará cuanto menos un año de negociaciones”, dijo el italiano Silvio Berlusconi. El canciller alemán Gerhard Schröder advirtió que era “una de las peores crisis políticas que Europa ha visto nunca” y agregó sin dar muchas vueltas: “No logramos un acuerdo por la tozudez del Reino Unido y los Países Bajos”. El presidente francés Jacques Chirac lo definió en una frase: “Quedamos en una situación patética”.

Luego de los golpes asestados al proyecto europeo con el triunfo del “no” francés y holandés en los referendos sobre el tratado constitucional, esta nueva crisis profundiza una herida que tardará en cicatrizar.

A lo largo de su historia como potencia -y hay que remontarse al siglo XV- el Reino Unido siempre ha actuado de la misma forma. Es una vieja política de Estado, sin importar el partido que esté en el gobierno. En este caso, no cuenta que el actual primer ministro -escocés, graduado en Oxford, hijo de un conservador- sea laborista, ni que en los años 70 haya sido melenudo, bajista y cantante en un grupo de rock llamado Ugly Rumors (“Rumores feos”).

La primera lealtad de Anthony Charles Lynton Blair fue, como cualquiera de sus antecesores, con la Corona inglesa. Y luego del fracaso de la reunión cumbre de Bruselas resulta irónico que el primer ministro haya recibido en 1999 el premio Carlomagno, que desde 1950 otorga la ciudad alemana de Aquisgrán, por “su contribución a la unidad europea”.

Desde hace décadas, muchas corrientes políticas -sobre todo en América hispana- identifican a Estados Unidos como el único causante de los padecimientos en los países menos desarrollados. Esto es absolutamente cierto y así lo indicó tempranamente Simón Bolívar en 1829: “Los Estados Unidos [...] parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias en nombre de la libertad”. Pero esas corrientes siempre olvidan a Gran Bretaña, no tan cerril pero no por eso menos eficaz, y que a final de cuentas es la madre de la criatura.

El economista inglés William Stanley Jevons (1835-1882) escribió un largo párrafo que podría titularse “El manifiesto imperialista”, en una carta dirigida a su hermano en 1860. Esas líneas ilustran más que unos cuantos libros de historia, política y economía:

“Las llanuras de América del Norte y de Rusia son nuestros trigales; Chicago y Odessa, nuestros graneros; Canadá y el Báltico, nuestros bosques proveedores de madera; Australia contiene nuestras granjas de corderos, y en Argentina y en las praderas de América del Norte están nuestras manadas de reses; Perú nos envía su plata, y el oro de África del Sur fluye hacia Londres; los hindúes y los chinos cultivan té para nosotros, y nuestras plantaciones de café, azúcar y especies están en todas las Indias; España y Francia son nuestros viñedos, y el Mediterráneo nuestra huerta de frutales; y nuestros campos de algodón, que durante mucho tiempo estuvieron en el sur de Estados Unidos, se están extendiendo ahora por todas las regiones templadas de la tierra”.

En 1860, Gran Bretaña representaba el dos por ciento de la población mundial y el diez por ciento de la europea pero era la principal potencia naval del planeta. A escala internacional, producía el 53 por ciento de hierro y el 50 por ciento de carbón. Concentraba el 45 por ciento del potencial industrial del mundo y el 60 por ciento de la capacidad industrial de Europa.

Nada de esto se construye sin información de primera mano. Según Los protocolos de la Corona Británica (Horacio Ricciardelli y Luis Schmid, editorial Struhart, Buenos Aires, 2004), ell origen del MI-6, el servicio de inteligencia inglés, se remonta a una iniciativa de sir Francis Walsingham, quien creó una red de espionaje con 59 agentes distribuidos por toda Europa... ¡en 1580! El retrato de Walsingham se encuentra en el ala del siglo XVI del National Gallery, de Londres.