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El sol con las manos

Publie le Lunes 21 de febrero de 2005 par Open-Publishing

El debate sobre la justicia, la reparación, la verdad, el perdón y el olvido, será en gran medida irreal mientras no involucre a todos los actores de la guerra.

Por William Ospina



¿POR QUÉ SE NIEGA el presidente a aceptar que en Colombia hay un conflicto político? Tal vez piensa que el acto de reconocer a las Farc como interlocutor político durante el proceso de paz de Andrés Pastrana llevó a la guerrilla a asumir que estaba en condiciones de igualdad con el Estado, y a postergar la negociación, al tiempo que algunos de sus voceros insistían que no estaban negociando nada, que iban por el poder y que no pensaban compartirlo. Más allá de esas frases, interpretables incluso como un saludable paso de la violencia física a los meros desplantes verbales, siempre creí que la negociación era posible, y así lo creyeron también los altos funcionarios de las Naciones Unidas, y los miembros del cuerpo diplomático que se empeñaron en facilitar la negociación.

... CUALQUIERA SABE QUE DEFENDER AL ESTADO CON EL CRIMEN ES DESTRUIR AL ESTADO...

El error grave del proceso de paz de Pastrana no fue reconocer un conflicto, que no sólo existe sino que es el más antiguo del continente, sino el haber aceptado negociar en medio de la guerra. El gobierno de Álvaro Uribe tiene razón cuando declara que una primera condición para dialogar es un alto el fuego; pero también es evidente que un alto el fuego indefinido, una suerte de congelamiento de la guerra, no se puede lograr sin gestos confiables de ambas partes.

El acuerdo humanitario sería, sin duda, el primero de esos gestos. Siempre me pareció absurda la tesis retórica de que no se pueden cambiar perlas por cardos. A cierto ex ministro, experto en decir absurdos con el tono de quien dice las más altas verdades, se le hacía agua la boca declarando que no se pueden cambiar ciudadanos virtuosos y servidores de la sociedad por bandidos. Según eso los bandidos valen más que los ciudadanos, y sería una pérdida intercambiarlos.

Pero la verdad es que el primer deber del Estado es proteger a los ciudadanos: si no ha podido hacerlo, su segundo deber es salvar su vida y recuperar su libertad con la mayor urgencia, y si un ciudadano vale más que un bandido, con mayor razón habría que hacer el cambio, porque en ese gesto, que prácticamente devuelve a la vida a unos ciudadanos y a unos leales servidores con los que el Estado tiene deberes impostergables, la sociedad sale ganando.

PERO NO ES EL CÁLCULO lo que importa sino la creación de condiciones para el diálogo. Tanto el presidente Uribe como el alto comisionado Luis Carlos Restrepo han declarado su disposición a dialogar con las guerrillas, y no podía ser de otra manera, después de llevar tantos meses negociando con esa otra amenaza pública, los paramilitares, y haciendo un esfuerzo por que los términos del acuerdo sean aceptables para ellos. Hay quien piensa que los paramilitares no son una amenaza contra el Estado, porque dicen defenderlo. Pero cualquiera sabe que defender al Estado con el crimen es destruir al Estado, porque el Estado no puede ser otra cosa que el imperio de la ley, el respeto con honor de la legalidad que todos acatamos.

El alto comisionado siente que ha sido un esfuerzo grande llevar a los paramilitares a las mesas de negociación, y es probable que haya sido así, aunque la decisión del Gobierno de asumir todo el desafío de la seguridad ciudadana con las armas de la República, de llenar con la ley el vacío que ocupaban esas organizaciones criminales, sencillamente no deja espacio para quienes pretendan defender a los ciudadanos con métodos al margen de la ley. Si el Estado asume la seguridad, esos ejércitos paralelos son para sus patrocinadores un costo injustificable.

Pero declarar cesante a un ejército irregular, habituado al delito, es un peligro para todos, y se sabe que más allá de sus actividades de autodefensa los paramilitares pasaron al ataque, desplazando millares de personas, arrebatando tierras, traficando con droga y acumulando inmensas fortunas. Los ejércitos paramilitares no pueden simplemente ser declarados cesantes por quien los patrocina, sino que tienen que pasar por un proceso de desmovilización y desarme, de sometimiento a la justicia, verdad y reparación.

PERO UN VERDADERO ARMISTICIO sólo se puede hacer entre los ejércitos en lucha. Como dijo el emperador Carlos V "la paz no se puede hacer sin la voluntad del contrario". El debate sobre la justicia, la reparación, la verdad, el perdón y el olvido, será en gran medida irreal mientras no involucre a todos los actores de la guerra.

... EL PAPEL DE UN ESTADISTA NO ES CAMBIAR LOS NOMBRES DE LAS COSAS SINO CAMBIAR LAS COSAS.

El alto comisionado y el Vicepresidente hablan de poner el énfasis en la reconciliación y en el perdón más que en el castigo, pero eso tendría que valer para todos los ejércitos.¿De qué sirve que perdonemos a la guerrilla si los paramilitares no la perdonan? ¿De qué sirve que perdonemos a los paramilitares si la guerrilla no los perdona? ¿De qué sirve el perdón si no sabemos qué estamos perdonando? ¿De qué sirve decretar el olvido si no se cicatrizan las heridas y no se repara a las víctimas? ¿Cómo poner el énfasis sobre el conveniente perdón para unos al tiempo que se predica la guerra implacable para otros?

El señor presidente a veces confunde incluso los términos de su propio discurso. Si la comunidad internacional ha declarado terroristas por igual a los guerrilleros y a los paramilitares, él no puede olvidarlo a la hora de hablar ante los micrófonos.

Esta semana, por ejemplo, dijo: "Hay quienes piensan que no podemos derrotar a los terroristas sin paramilitares; yo creo que sí podemos derrotar sin paramilitares a los terroristas". Y se pensaba que todos eran terroristas. Olvidarlo, como negar que hay un conflicto político, también es querer tapar el sol con las manos.

PERO YO CREO que la negociación va a llegar. De todas partes esta semana, una cantidad de políticos, analistas, expertos, periodistas, le han dicho al presidente, en todos los tonos, que el papel de un estadista no es tapar el sol con las manos sino asumir la realidad, no es cambiar los nombres de las cosas sino cambiar las cosas. Tal vez estamos a las puertas de los que llamaba Schopenhauer "una dosis de senscomunologie", una dosis de sentido común, que les deje a las cosas su nombre verdadero, y abra el camino para que se gobierne con lo que tenemos ante la vista y no sólo con lo que tenemos en la cabeza. Más allá de su singular obstinación, el presidente estaría en mejores condiciones que muchos otros en este país para avanzar como estadista hacia la construcción de una paz amplia y verdadera, que es la condición para un despegue histórico de la sociedad colombiana. Y dedicar al pago de la deuda social, de la que él mismo ha hablado más de una vez, los recursos materiales y humanos que se devora día tras día esta guerra insaciable.