Portada del sitio > Las trampas de imperio

Las trampas de imperio

Publie le Lunes 29 de noviembre de 2004 par Open-Publishing


por Claudio Albertani

No se puede comprender Imperio si no se conocen, al menos en sus rasgos fundamentales,
los aciertos y tropezones del obrerismo italiano. Muchos autores, entre ellos
Boron, tratan a Hardt y Negri de “posmodernos”, mientras que toda su argumentación
permanece anclada en el marco del llamado obrerismo italiano. Esta corriente
nació a principio de los años sesenta, alrededor de las revistas Quaderni Rossi
y Classe Operaia en Turìn. Raniero Panzieri, principal animador del grupo, intentó emancipar
el marxismo de la égida de los partidos políticos, para asumir un “punto de vista
obrero”. Y una de las conclusiones de Panzieri, es que la incorporación de la
ciencia en el proceso productivo era un momento clave del despotismo capitalista,
y de la organización del Estado (a partir de la identificación, correcta, de
que el fordismo, el taylorismo y el keynesianismo fueron las medidas que expresaron
la respuesta del capital al “asalto al cielo” obrero de los primeros años del
siglo XX). En este repaso de las peripecias teóricas de los “obreristas” Albertani
no escatima la crítica a las distintas concepciones sobre el partido, el poder,
la desaparición del Estado-nación o el imperialismo.

Se ha creído hasta ahora que la mitología cristiana bajo el imperio romano sólo
fue posible porque todavía no se había inventado la imprenta. Es todo lo contrario.
La prensa cotidiana y el telégrafo que difunden sus inventos en un abrir y cerrar
de ojos por todo el globo, fabrican más mitos en un día que lo que antaño se
podía fabricar en un siglo. (Marx a Kugelmann, 27 de julio de 1871)

Charles Baudelaire llamaba “empresarios de felicidad pública” a quienes exponen el arte de volverse ricos, sabios y felices en un santiamén. La definición, se me antoja, podría ajustarse a los autores de Imperio quienes aseguran tener respuestas convincentes a las grandes interrogantes de nuestro tiempo [1]. Presentado como la biblia del movimiento antiglobalizador, el libro fue lanzado al mercado con una operación publicitaria de gran cuidado primero en Estados Unidos (en 2000), después en Francia y finalmente en Italia (en 2002) y en el resto del mundo. Éxito editorial internacional (unas 500,000 copias vendidas hasta el momento), traducido a muchos idiomas incluyendo el chino y el árabe, Imperio fue recibido por la prensa norteamericana y europea como una meritoria contribución a la interpretación del nuevo orden mundial. El diario neoconservador The New York Times no dudó en calificarlo como “la obra más importante de la última década”, lo cual no deja de ser irónico, si pensamos que sus autores se consideran radicales y se proponen, nada menos, que poner al día el Manifiesto Comunista. En América Latina las reacciones fueron más tibias y, en ocasiones, de abierto rechazo aunque, como se verá, a menudo por razones equivocadas.

Un nuevo barniz para una vieja ideología

De entrada aclaremos que Imperio no pertenece al género manifiesto ni mucho menos es un manual para activistas. Es un libro largo (más de cuatrocientas páginas) y repleto de conceptos oscuros como biopoder, mando global, soberanía imperial, autovalorización, desterritorialización, producción inmaterial, hibridación, multitud, y muchos otros difíciles de entender para el lector no iniciado. Una comprensión cabal del libro requiere cierta familiarización con varias escuelas de pensamiento: el post-estructuralismo francés, las teorías sociológicas norteamericanas y, como se verá, el obrerismo italiano.

A lo anterior hay que añadir un regular conocimiento de la filosofía política desde Aristóteles hasta John Rawls, pasando por Polibio, Maquiavelo y Karl Schmitt, además de mucha buena voluntad. Confieso que en mi caso leerlo llevó algunos meses y largas interrupciones.
Imperio se presta a varias lecturas, nos dicen sus autores. La tradicional: del principio hasta el fin; la opuesta: del fin hasta el principio; o bien: por argumentos parciales, despedazándola en fragmentos según el gusto del lector. A éstas hay que añadir otra, más cómoda, por eslogan o palabras clave cuyo manejo desenvuelto indica ahora la pertenencia a una nueva izquierda o, más prosaicamente, un aggiornamento intelectual indispensable para no hacer un mal papel en las tertulias literarias a la moda.

El libro pretende explorar la nueva configuración del sistema capitalista introducida por la globalización neoliberal y replantear las categorías fundamentales de la política que nos lega la modernidad. Los autores se ubican en la tradición marxista, pero, aunque no lo declaran abiertamente, asumen que el marxismo-leninismo ortodoxo ya no es pertinente.

No puedo más que saludar esta renuncia a la ideología que sirvió los intereses del totalitarismo staliniano. De manera sorprendente, sin embargo, falta en el libro no sólo un análisis económico serio sino, sobre todo, el punto de vista de la crítica de la economía política que, a mi manera de ver, queda como la única herencia viva de esta misma tradición marxista.

Es de señalar, además, que mientras Imperio consagra decenas de páginas al estudio de la constitución norteamericana, no hay una reflexión seria sobre la revolución rusa ni sobre el leninismo. Hoy, sin embargo, es claro que el modelo soviético abre y al mismo tiempo cierra el espacio político de las revoluciones del siglo XX. Su fracaso tiene que ver con el surgimiento del nuevo orden mundial, que es precisamente el tema del libro.

Tampoco hay indicios del debate sobre la tragedia de las revoluciones que se devoran a sí mismas, ni un intento de reevaluar el aporte hasta ahora negado de las corrientes críticas del socialismo tanto marxista como libertario. Las escasas páginas dedicadas a la caída del bloque soviético se limitan a registrar que ahí la disciplina estaba “agonizando”, y a afirmar, sin más, que aquella no era una sociedad totalitaria, sino una dictadura burocrática. [2]

Pero vayamos en orden. Imperio fue escrito entre 1994 y 1997, es decir: después de la revuelta zapatista, y antes de la batalla de Seattle. Al terminar el manuscrito, Antonio Negri, dirigente político de la izquierda extraparlamentaria en la Italia de los años setenta, profesor universitario, autor de voluminosos tratados sobre Spinoza y Marx, se entregó a la justicia italiana después de permanecer catorce años exiliado en Francia por delitos relacionados con la lucha armada. Desde hace algunos meses vive en libertad vigilada en su departamento de Roma en donde prepara el tomo II de Imperio. Hardt, en cambio, es un profesor de literatura que trabaja en la Universidad de Duke, Carolina del Norte. No conozco su trayectoria, y no me propongo aquí analizar su contribución.

Puesto que estamos frente a un libro ambicioso, cabe preguntarse: ¿en qué contribuye a una mejor comprensión del mundo actual? Poco, en mi opinión.
La tesis central del libro, enunciada desde las primeras líneas y repetida continuamente de manera casi obsesiva, es la siguiente: con el surgir de la globalización y la crisis del estado-nación emergen nuevas formas de soberanía y un nuevo sistema social, el “imperio”, cuyos atributos es preciso estudiar.

Los autores explican que Estados Unidos ocupa aquí un lugar importante pero no central, sencillamente porque el imperio no tiene centro. ¿Un imperio sin imperialismo? ¿No será ésta una ilusión que los autores comparten con el pensamiento neoconservador?
El imperio, dicen, es un no-lugar sin límites, descentrado y desterritorializante que se apropia de la totalidad de la vida social. Ninguna frontera puede limitar su poder ya que es “un orden que, suspendiendo la historia, cristaliza el estado de cosas presente por la eternidad”.[3]

De tales afirmaciones resulta que el imperio no coincide con el sistema imperialista de Estados soberanos en competencia entre ellos. A diferencia de éste, aquel no tiene centro ni periferia, tampoco “dentro” ni “fuera”, lo cual implica que no se puede pensar más en las viejas divisiones entre el Primer y el Tercer Mundo, ni en una guerra de carácter imperialista. Negri y Hardt admiten, por cierto, la existencia de contradicciones inter–imperialistas, pero sostienen que éstas no se pueden reducir a los mecanismos clásicos.

¿Y las clases sociales? En el imperio no hay proletariado, ni mucho menos campesinos.[4] Lo que sí hay es un sujeto revolucionario nuevo y misterioso: la multitud (en singular, como el espíritu santo), cuya existencia es celebrada –mas no precisada- desde la introducción.
Frente a estos preámbulos, el lector crítico tiene diferentes opciones. La primera es, desde luego, abandonar la empresa de adentrarse en un texto tan abstruso. Otra es armarse de paciencia y escudriñar palabra por palabra, argumento por argumento, las 360 páginas (más 60 de notas) que siguen la introducción.

Es lo que pretende Atilio Boron quien, ensombrecido por las extravagancias de Negri y Hardt, les consagra un libro entero.[5] Si bien esta opción tiene la no despreciable ventaja de proporcionar al lector un cuantioso (mas no exhaustivo) inventario de las tonterías de Imperio, Boron no da en el clavo porque trata a nuestros autores de postmodernos, cuando la verdad es que, tras el lenguaje foucaultiano (biopoder, biopolítica), o deleuziano (desterritorialización, nomadismo), la argumentación permanece anclada en el marco del llamado obrerismo italiano, corriente a la que Negri se adhirió en los años sesenta, y de la cual nunca ha renegado.

No me parece una impugnación de las “grandes narraciones” ni tampoco una sensibilidad postmoderna “atenta a percibir la singularidad de los sucesos”[6] la que modela Imperio, sino una voraz y hegeliana voluntad totalizadora. Críticos a la vez de la modernidad y de las postmodernidad, los autores se ubican en algún éter teórico “postmarxista”.[7]

De tal forma que una lectura crítica, en lugar de rebatir punto por punto las tesis del libro -en ocasiones francamente delirantes- puede optar por explorar los orígenes del marco que las sostiene.
El intento no parece totalmente ocioso ya que, después de Estados Unidos y Europa, el arsenal ideológico de Negri y Hardt está ahora invadiendo América Latina. No se puede comprender Imperio si no se conocen, al menos en sus rasgos fundamentales, los aciertos y tropezones del obrerismo italiano.

En días lejanos esta corriente hizo contribuciones innegables a la reconstrucción de la práctica revolucionaria y del pensamiento crítico. Su interpretación del marxismo marcó una época del conflicto social en Italia, pero existe bastante confusión sobre sus verdaderos hitos. En la literatura de lengua española, por ejemplo, se habla de un “marxismo autonomista” y en la inglesa de “autonomist marxism” [8], términos que evocan la idea de reivindicar una “autonomía” de los movimientos sociales con respecto a las organizaciones y partidos políticos, lo cual, al menos en el caso de Antonio Negri y Mario Tronti ––los dos autores más conocidos fuera de Italia––, está lejos de corresponder a la verdad.

Érase una vez la clase obrera

La corriente marxista que en Italia se conoce como “obrerismo” nació a principio de los años sesenta alrededor de las revistas Quaderni Rossi y Classe Operaia. Entre sus integrantes destacaban: Raniero Panzieri, Romano Alquati, Mario Tronti, Sergio Bologna, Alberto Asor Rosa, Gianfranco Faina, y el propio Antonio Negri.[9]

En esta época, Italia vivía el final del capitalismo agrario y el milagro económico. Eran los años sombríos de la guerra fría y el país padecía tanto las ingerencias de Estados Unidos como las de Moscú. Tras un semblante amenazador el Partido Comunista Italiano (PCI) aceptaba, de buena gana, las reglas del juego que implicaban su permanente alejamiento del poder central, a cambio de (reducidas) cuotas de poder local.

La figura pujante en las luchas sociales era el “obrero profesional”, es decir aquel trabajador que todavía ejerce cierto control sobre el proceso productivo, es poseedor de un importante acervo de conocimientos técnicos, y está conciente de poder administrar la empresa mejor que el patrón. En Italia este era un sujeto dotado de una fuerte memoria histórica y una marcada conciencia antifascista, que declaraba con orgullo: “pertenezco a la nacionalidad obrera”.[10]

Las cosas no tardaron en cambiar. El éxodo del campo, el despegue industrial, el aumento del sector terciario y la difusión del consumo masivo, modificaron profundamente la estructura social del país. Aunque siempre habían existido estratos de obreros no calificados, las industrias del norte empezaron a requerir cantidades crecientes de mano de obra barata para impulsar el desarrollo de los sectores automotriz y petroquímico. La producción se fragmentó y, con la difusión de la cadena de montaje, surgió una nueva generación de jóvenes emigrantes procedentes del sur, que no tenían la cultura política ni los valores de la resistencia. Vivían una situación particularmente difícil, pues la sociedad local no los aceptaba y el sindicato desconfiaba de ellos. Pronto, sin embargo, serían protagonistas de importantes movimientos de protesta.

La reflexión de Quaderni Rossi, cuyo primer número salió en 1961, se centró en el análisis de esta realidad abigarrada. La revista se publicaba en Turín, ciudad de la FIAT y centro neurálgico de las nuevas formas de organización del trabajo.
Su director, Raniero Panzieri, era un ex dirigente del Partido Socialista de tendencia luxemburguiana que mantenía relaciones con la izquierda internacional no stalinista. Años antes, en unas polémicas Tesis sobre el control obrero, había defendido la idea de una democracia obrera desde abajo, y sostenido que “el partido de instrumento de clase se vuelve un fin en sí mismo, un instrumento para la elección de diputados (...) y un elemento de conservación”.[11]

Panzieri quería emancipar el marxismo del control de los partidos políticos, y asumir un “punto de vista obrero” intentando una lectura de Marx a partir de la lucha de clases.[12] Su atención se concentró en la planificación; entendía el capital en cuanto poder social y no solamente como propiedad privada de los medios de producción. El Estado ya no era simplemente el garante, sino el organizador de la explotación que actuaba directamente en la producción.
Encontró en la cuarta sección del tomo I del Capital, los conceptos de “mando capitalista”, “obrero social” (“trabajador colectivo”, en la traducción española que consulté [13]), y “antagonismo” que quedaron después en el acervo teórico del obrerismo.

Fue, además, de los primeros en estudiar obras hasta entonces casi desconocidas de Marx, como los Grundrisse (en particular el fragmento sobre la maquinaria) y el Capítulo Sexto Inédito recuperando el concepto fundamental de “crítica de la economía política” y las categorías de “subsunción formal” y “real” del trabajo al capital.[14]
Mientras la izquierda oficial se empantanaba en el desarrollismo, Panzieri estudiaba el entrelazamiento de técnica y poder, llegando a la conclusión de que la incorporación de la ciencia en el proceso productivo es un momento clave del despotismo capitalista (y de la organización del Estado).

De esta manera, Panzieri realizaba una inversión del marxismo ortodoxo ––una verdadera revolución copernicana–– y abría el camino a la crítica de las ideologías sociológicas y organizativas norteamericanas que comprendía como técnicas destinadas a neutralizar las luchas obreras.[15] Más que otros, este autor prematuramente desaparecido (murió en 1964), intentó construir un pensamiento político distinto del comunista, emancipándose del esquema del “intelectual orgánico”, donde el intelectual que se dice orgánico a la clase sólo es orgánico al partido.

Otro personaje importante de esta primera fase fue Romano Alquati, quien se dio a la tarea de emprender investigaciones empíricas en las fábricas empleando el método de la “encuesta participativa” (en italiano: con ricerca) lo cual implicaba un encuentro de igual a igual entre investigadores e investigados –es decir, entre intelectuales y obreros– en la búsqueda de una liberación común.
Alquati nombró “obrero-masa” (en inglés, unskilled worker o mass production worker) al nuevo sujeto político: el trabajador emigrante no calificado y totalmente separado de los medios de producción que estaba suplantando al obrero profesional.

El obrero-masa era la concreción de tres fenómenos paralelos: 1) el fordismo, o sea, la producción masiva y la revolución del mercado; 2) el taylorismo, o sea, la organización científica del trabajo y la cadena de montaje; y 3) el keynesianismo, o sea, las extensas políticas capitalistas que llevaron a la construcción del estado del bienestar. El conjunto de tales medidas expresaba la respuesta del capital al “asalto al cielo” obrero de los años diez-veinte del siglo XX.

Los obreristas pensaban que las grandes trasformaciones fordistas ya se habían llevado a cabo también en Italia, y que se estaba ahora gestando la etapa del “rechazo del trabajo”, o sea, aquel extrañamiento total del obrero con respecto a los medios de producción, que desemboca en el “ausentismo” y en un cuestionamiento más radical del mecanismo de explotación.

Desde este punto de vista, la historia de la clase obrera aparecía como una formidable novela épica en donde las grandes transformaciones productivas, desde la revolución industrial hasta la automatización, correspondían la progresiva realización del más viejo sueño de la humanidad: liberarse de la fatiga.
Un tal enfoque se apartaba radicalmente de la ética del trabajo, caballo de batalla del PCI. Según Sergio Bologna, “Quaderni Rossi trituró la hegemonía en las prensas de Mirafiori”, es decir, se alejó del pensamiento del fundador del partido, Antonio Gramsci.[16]

En mi opinión la relación era más compleja: los obreristas no amaban el historicismo del fundador del PCI (Tronti y Asor Rosa, por ejemplo, habían sido alumnos de Galvano Della Volpe, un antigramsciano furibundo), pero apreciaban las notas sobre “Americanismo y Fordismo”, donde Gramsci bosquejaba la transición hacia la nuevas formas de dominación capitalista. Igual que él, seguían con atención las transformaciones del capitalismo norteamericano: “en América –escribió Gramsci–– la racionalización determinó la necesidad de elaborar un nuevo tipo humano conforme al nuevo tipo de trabajo y proceso productivo”.[17]

Pronto los obreristas maduraron la certeza de que el fenómeno de la migración interna tendía a volver obsoletos los antiguos desequilibrios entre norte y sur (eje de las preocupaciones de Gramsci). Y esto no porque el capitalismo italiano los había resuelto sino, al contrario, porque la “cuestión meridional” se estaba ahora extendiendo a todo el país, y en particular a las fábricas del norte, donde se venía acumulando la rabia de este nuevo proletariado.

Un acierto de estos autores fue la elaboración del concepto de “composición de clase”. Así como en Marx la composición orgánica del capital expresa una síntesis de composición técnica y de valor, para los obreristas la composición de clase remite a un nexo entre rasgos técnicos “objetivos” y rasgos políticos “subjetivos”. La síntesis de los dos aspectos determina el potencial subversivo de la luchas, y esto permite enmarcar la historia en periodos, cada uno caracterizado por la presencia de una figura “pujante”.
En cada momento, el capital responde a una determinada composición de clase con una reestructuración a la que sigue una recomposición política de la clase o sea, el surgimiento de una nueva figura pujante.[18] Asimismo, las diferentes expresiones de esta recomposición favorecen una “circulación de las luchas”.

Una primera manifestación de la nueva composición se había observado en el verano de 1960 cuando, en ocasión de una convención del partido neofascista (que entonces participaba en un gobierno de centro-derecha) a celebrarse en Génova, una serie de violentas manifestaciones había sacudido ésta y otras ciudades del país. Hubo varios muertos, casi todos jóvenes, y la prensa habló despectivamente de “una revuelta de rockeros criminales” (“teddy-boys”, según la expresión entonces de moda) pero, en una crónica escrita por un autor cercano al obrerismo, leemos que “los hechos de julio son la manifestación de clase de la nueva generación crecida en el clima de la posguerra (...) Una generación que “está fuera de los partidos”.[19]

En 1962 explotó el caso FIAT. Al vencerse los contratos de trabajo del sector automotriz, la corporación se encontró al centro de un grave conflicto laboral que desembocó en los violentos enfrentamiento de Piazza Statuto (7,8,9, de julio). Acusados de firmar contratos–burla, los sindicatos oficiales se encontraron desplazados por decenas de miles de obreros en huelga que protagonizaron una verdadera revuelta urbana. La policía no pudo retomar Piazza Statuto sino hasta tres días después, y sólo gracias a refuerzos llegados de otras ciudades. Otra vez los protagonistas eran, en gran parte, jóvenes y meridionales.

El PCI se deslindó inmediatamente, denunciando a los insurrectos como “provocadores fascistas”. Era el amanecer de una nueva etapa de la historia italiana: mientras las prácticas y los tiempos del enfrentamiento de clase cambiaban rápidamente, aumentaba la distancia entre la izquierda histórica y los movimientos contestatarios.

La discusión en Quaderni Rossi fue muy viva y en 1963 sobrevino una primera ruptura. Si bien había acuerdo en valorar los potenciales revolucionarios de la nueva situación, también existían serias discrepancias sobre los pasos a dar. Mientras Panzieri era muy cauteloso, Tronti, Alquati, Negri, Bologna, Asor Rosa, y Faina querían actuar. En 1964, fundaron Classe Operaia, “periódico político de los obreros en lucha”. Además de la investigación teórica, el grupo se proponía consolidar la red de relaciones y contactos madurados en los años anteriores.[20]

Las paradojas de Mario Tronti

Firmado por su director, Mario Tronti, el editorial del primer número, de Classe Operaia, “Lenin en Inglaterra”, trazaba el camino a recorrer: “una nueva época de la lucha de clases está por comenzar. Los obreros la impusieron a los capitalistas con la fuerza objetiva de su fuerza de fábrica organizada (...) La clase obrera conduce e impone cierto tipo de desarrollo del capital (...) Es necesario un nuevo comienzo”.[21]

Pensador controvertido y paradójico, Tronti estaba convencido de que la reciente intensificación de las luchas obreras abría la posibilidad de una transformación revolucionaria. Pero, en lugar de confiar –como Panzieri– en la espontaneidad de las masas, él creía más bien en el partido.
Sus ideas encontraron una formulación acabada en 1966 con la publicación de Operai e capitale (Obreros y capital), un libro salpicado de intuiciones brillantes e imágenes sugestivas que condensa las miserias y esplendores de esta segunda etapa del obrerismo.

Mientras en otras partes, los neomarxistas se enfrascaban en interminables diatribas sobre las teorías de la crisis y el derrumbe del capitalismo por causa de sus propias contradicciones, Tronti afirmaba la centralidad política de la clase obrera, destacaba el factor sujetivo y proponía un análisis dinámico de las relaciones de clase. La fábrica ya no era el lugar de la dominación capitalista sino el corazón del antagonismo.

Su planteamiento volteaba la tradición reformista: la lucha por el salario era considerada una lucha inmediatamente revolucionaria si lograba doblegar el poder del capital. La crisis no era entendida como el producto de abstractas contradicciones intrínsecas sino como consecuencia de la capacidad obrera de arrebatar ingresos al capital.
El discurso de Tronti se concentraba en las tendencias, lo cual en adelante sería una constante del pensamiento obrerista: construir un modelo teórico que permita anticipar el sentido de las cosas. Por eso había que colocar a “Marx en Detroit”, es decir estudiar los comportamientos del proletariado en el país más avanzado, donde el conflicto asumía la forma más pura.

Un enfoque tal podría resultar atractivo pero las propuestas prácticas eran francamente decepcionantes: “la tradición de organización de la clase obrera norteamericana es la más política del mundo, porque la carga de sus luchas es la más cercana a la derrota económica del adversario, la más próxima no a la conquista del poder para construir otra sociedad en el vacío, sino a la explosión del salario para reducir al estado subalterno al capital y a los capitalistas dentro de esta misma sociedad”.[22]

¿Derrota del adversario? ¿En Estados Unidos? No, añadía Tronti, de todos modos “la pura lucha sindical no puede salirse del sistema (...) se necesita una organización de tipo leninista”.[23]
Más interesante era el análisis de la relación entre fábrica y sociedad: “en el nivel más alto del desarrollo capitalista, la sociedad entera se vuelve una articulación de la producción, es decir, toda la sociedad vive en función de la fábrica y la fábrica extiende su dominio a toda la sociedad”.[24]

Contra la interpretación de que la extensión del sector terciario significaba un debilitamiento de la clase obrera, Tronti sostenía que, con la generalización del trabajo asalariado, un número cada vez mayor de personas se estaba proletarizando lo cual ampliaba en lugar de reducir el antagonismo.

Aunque Obreros y Capital se volvió una referencia obligada para los militantes del 68, es curioso saber que su autor nunca salió del PC y que en la actualidad sigue siendo miembro del pos–comunista Partido Demócrata de Izquierda. Es más: recientemente Tronti explicó que la interpretación izquierdista de su libro había sido el fruto de una lamentable equivocación: “jamás he sido espontaneista. Siempre pensé que la conciencia política tenía que venir del exterior...[25]

Independientemente de estas opiniones, es claro que en los años sesenta Tronti y los obreristas abrieron un frente contra la tradición nacional-popular de la izquierda italiana que abarcaba no sólo la política sino también la cultura: filosofía, literatura, cine y ciencias humanas; y proveyeron una primera respuesta a las teorías de la “dominación total” que privaban incluso en la izquierda crítica.
Del libro me parece actual la crítica del logos técnico-productivista tanto marxista como liberal y la idea —ya adelantada por Panzieri— de que el conocimiento está relacionado con la lucha, que no es neutral, sino partidista.[26]

Obreros y Capital queda como un intento serio y al mismo tiempo fracasado de renovación del marxismo.[27] Su “subjetivismo” expresó una rebeldía contra el “objetivismo” del marxismo vulgar e, incluso, de la Escuela de Frankfurt (con la salvedad de Marcuse). Tronti percibió el “plan” del capital de controlar la sociedad en su totalidad, pero, a diferencia de Adorno, lo interpretó como una estrategia para contener las protestas obreras.[28]

Este subjetivismo fue, al mismo tiempo, la fuente de muchos errores. El más grave es que Tronti pensaba que la lógica del desarrollo capitalista no es la extracción de ganancia, sino la combatividad obrera. Un tal enfoque lo alejaba de Panzieri y del primer obrerismo que concebía el capital y la clase obrera como dos realidades antagónicas igualmente “objetivas”. Panzieri, además, no cometía el error de pensar que los aumentos salariales podían provocar la ruptura del sistema.[29]

Sin que de mi parte haya un afán especial de reivindicar un marxismo “verdadero”, el planteamiento de Tronti implica, evidentemente, una lectura parcial de Marx y, peor aun, una grosera simplificación de la realidad.
Si bien es cierto que Marx escribió que la lucha de clases es el motor de la historia, su análisis se centraba en la relación social entre dos polos contradictorios: por un lado el capital como potencia social, trabajo “muerto”, objetividad pura, espíritu del mundo; y por el otro el trabajo “vivo”, la clase obrera que, siendo parte y fundamento de la relación, es, al mismo tiempo, su negación.

El origen de la contradicción se debe a la naturaleza doble del trabajo obrero que es al mismo tiempo trabajo abstracto, productor de plusvalía, y trabajo concreto productor de valores de uso. El problema –añadía- es que “el valor no lleva escrito en la frente lo que es.”[30]
Según Marx, las antinomías entre “subjetivismo” y “objetivismo” no tienen solución en la teoría, sino en la práctica.[31] Sólo la creación de un nuevo modo de producción -la famosa negación de la negación o expropiación de los expropiadores- las puede resolver.

En Tronti, en cambio, hay una hipóstasis del polo subjetivo: “el capital como función de la clase obrera”.[32] Esto lo llevó a convertir a la clase obrera en algo así como el fundamento ontológico de la realidad. La subjetividad ya no era la fuerza concreta de individuos concientes que se organizan para cambiar el mundo sino que la redujo a una mera categoría hermenéutica para comprender el desarrollo del capitalismo.
¿Y lo negativo? Esfumado. Desaparecido.

Es de señalar que casi cuarenta años después, el mismo esquema vuelve a repetirse, una y otra vez, en Imperio. Aquí el subjetivismo extremo, la lectura de la historia a partir de la “potencia” obrera, se vuelve puro delirio: “de la manufactura hasta la gran industria, del capital financiero hasta la reestructuración trasnacional del mercado y la globalización, es siempre la iniciativa organizada de la fuerza de trabajo que determina las figuras del desarrollo capitalista”. O también: “vivimos un momento extremadamente delicado en que la lucha de clases transforma el imperialismo en imperio” (...) por lo cual es necesario entender “la naturaleza global de la lucha de la clase obrera y su capacidad de anticipar y prefigurar la dirección del desarrollo capitalista hacia la realización del mercado mundial”.[33]

En estas y en muchas otras oraciones, la dialéctica obreros-capital -aquella “gramática de la revolución”, según la hermosa expresión de Alexander Herzen- se esfuma en la apología de un presente sin contradicciones.
Si los obreros son tan fuertes y poderosos: ¿por qué habrían de hacer la revolución?

Rupturas

La principal función de Classe Operaia fue impulsar la articulación de diversos grupos locales que trabajaban sobre el tema de las fábricas en varias partes del país. El grupo, sin embargo, no tuvo vida larga ya que se disolvió a finales de 1966.[34] ¿Por qué? En una reunión celebrada en Florencia hacia finales de 1966, Tronti, Asor Rosa y el propio Negri, se plantearon un gran viraje político. El tema central era la relación clase-partido: la clase encarnaba la estrategia y el partido la táctica. El problema era que si la primera conocía muy bien su tarea demoledora, el segundo estaba perdiendo el rumbo.

En esta situación, más que echar leña al fuego de las protestas obreras, había que hacer entrismo en los sindicatos y sobre todo en el PCI. La idea era formar una dirigencia obrera para ensartarla como cuña (esta era la palabra) en el partido y modificar sus equilibrio internos.[35]
Cabe señalar que hasta entonces el obrerismo había sido un laboratorio colectivo, una suerte de red informal conformada por intelectuales, sindicalistas, estudiantes y revolucionarios de varias tendencias que tenían en común una sensibilidad antiburocrática, y el descubrimiento de un nuevo universo obrero en conflicto.

Por cierto que, salvo en el caso de Tronti, la cuestión del leninismo no se había enfrentado abiertamente. Se aceptaba al Lenin que había captado la convergencia entre crisis económica, crisis política y disponibilidad obrera a la autonomía, mas no se tocaba la cuestión del partido.

Una minoría libertaria integrada por Gianfranco Faina, Riccardo d’Este y otros militantes de Génova y Turín no aceptó el entrismo. Como ellos lo entendían, el obrerismo implicaba la conciencia de que las fuerzas subversivas se estaban agrupando fuera de la lógica de los partidos y de los sindicatos oficiales. Encontraron una fuente de inspiración en el comunismo consejista,[36] en los anarquistas españoles, y en Amadeo Bordiga.[37] En los años sucesivos compartieron las posiciones libertarias de Socialisme ou Barbarie, de la Internacional Situacionista, y rompieron definitivamente con toda pretensión de “dirigir” el movimiento.[38]

Una tendencia más, encabezada por Sergio Bologna, intentó atenerse al obrerismo original, regresando al trabajo de hormiga en la FIAT y en algunas fábricas de Lombardía.[39]
De tal manera que el viraje no funcionó. En palabras de Tronti: “no pudimos llevar a cabo el círculo virtuoso entre lucha, organización (no auto-organización) y posesión del terreno político”.[40]

Al mismo tiempo, una larga secuela de hechos sobresalientes llegó a complicar el proyecto de convertir al PC al obrerismo.[41] En 1968, la temperatura social en Italia empezó a elevarse a niveles preocupantes. Se propagaban fermentos culturales nuevos y cada vez más intensos. Los problemas nacionales se fueron juntando con la situación internacional de finales de la década (las protestas contra la guerra en Viet Nam, el movimiento hippie, las Panteras Negras, etcétera.) y se inauguró una temporada de grandes cambios.

Los primeros en moverse fueron los estudiantes que ocuparon las principales universidades del país: Trento, Milán, Turín y Roma. Empezaron cuestionando el autoritarismo universitario y terminaron haciendo la crítica del capitalismo, el Estado, la patria, la religión, la familia... Guardaban un desprecio especial para los partidos de izquierda a los que acusaban de haberse convertido en engranajes fundamentales del régimen.
A finales del 68, y sobre todo en el 69, cuando se intensificaron las protestas obreras, el sistema entró en crisis. La gran ruptura social que en otras partes se consumó en unos cuantos meses, en Italia -y en esto radica su singularidad- se extendió durante unos diez años.

Huelga decir que tal explosión de radicalidad corroboraba las más atrevidas hipótesis obreristas. La “estrategia del rechazo” se estaba volviendo realidad material; y, sin embargo, Tronti pensó que no era una nueva época la que se anunciaba sino el último, desesperado empujón de un ciclo de luchas llegado a su fin.

Ahora es fácil ver en su pesimismo innegables elementos de verdad, pero entonces todo estaba en juego. De pronto, Tronti le otorgó al Estado atributos que eran una rotunda negación de todo lo que él mismo había escrito. Ya “no hay autonomía, autosuficiencia, auto reproducción de la crisis fuera del sistema de mediación política de las contradicciones sociales”, precisó. Traducido a un lenguaje más claro, esto quería decir que la lucha económica ya no podía ser política y que, de ser fuerza antagonista, la clase obrera se convertía en “la única racionalidad del Estado moderno” (!).[42]

La verdad es que para Tronti la utopía había llegado a su fin. A esto le nombró “autonomía de lo político”, una ideología de vida corta que sirvió para trasladar una parte de los obreristas -el crítico literario Alberto Asor Rosa y el joven germanista Massimo Cacciari- a la academia oficial, y al PCI en el que fueron aceptados como arrepentidos. La creencia en una esfera política “pura” al interior del Estado justificó para otros emprender una larga marcha dentro de las instituciones.

En el Partido Comunista hubo un (corto) debate sobre la oportunidad de cabalgar el tigre del movimiento, pero al final prevalecieron las posiciones más conservadoras llegando incluso a la expulsión del grupo Il Manifesto (Rossanda, Pintor, Magri).
De manera poco gloriosa se concluía así la parábola de un trozo de los “marxistas autonomistas”. ¿Y los otros? La mayoría –entre ellos Antonio Negri- interpretó la nueva situación como la posibilidad de impulsar una política revolucionaria ya no en los partidos de izquierda sino fuera y en contra de ellos.

En 1969 hubo una multiplicación de grupos y grupitos extremistas que se proponían reproducir en Italia la estrategia bolchevique (en sus diferentes versiones: leninista, trotskista, stalinista y maoísta), es decir, crear un partido duro y puro con el objetivo de tomar el poder. Los obreristas fundaron Potere Operaio (PO) y Lotta Continua (LC), formaciones que también gravitaban en la órbita del marxismo-leninismo, aun sin ser admiradores especiales del modelo soviético (y, en honor a la verdad, tampoco del chino).

El proyecto era irreal, pero los conflictos sociales eran auténticos y a medida que los grupos subversivos iban ganando terreno, el Estado se volvía más agresivo. El desenlace fue la “estrategia de la tensión”; es decir, la serie de atentados, bombazos, y asesinatos cometidos por los servicios secretos italianos entre 1969 y 1980 con la complicidad de los gobiernos en turno. No cabe la menor duda –y hay decenas de documentos que lo comprueban- de que el primero en hacer terrorismo en Italia fue el Estado y no los movimientos izquierdistas.[43]

La historia de aquellos sucesos trágicos está fuera de los objetivos del presente texto.[44] Aquí me limitaré a señalar tres cuestiones: 1) adoptando en 1974 la estrategia del compromiso histórico -que aspiraba a la entrada al gobierno por medio de una alianza estratégica con los demócratas cristianos- el PC se desplazó aun más a la derecha, contribuyendo de manera sustancial a la operación de criminalizar cualquier protesta; 2) esto, y las matanzas de Estado convencieron a muchos de que el único terreno practicable era el militar y que hacía falta un partido estructurado de manera vertical, jerárquica y clandestina; 3) la lucha armada fue un error de consecuencias incalculables que arrastró el movimiento a un enfrentamiento sangriento -que no podía ganar- con el Estado.

Las desventuras del obrero social

Es en este contexto que debemos analizar el pensamiento de quien tomó el relevo del obrerismo: Antonio Negri. Él mismo ha contado su trayectoria en varias oportunidades: familia de clase baja, estudios en la universidad de Padua con una tesis sobre el historicismo alemán, postgrados en Alemania y Francia, y una brillante carrera académica que lo ha llevado a publicar unos veinte libros, además de un sinnúmero de artículos en todo el mundo. Desde finales de los años cincuenta, a lado de la docencia, emprendió la militancia política, primero en el ambiente católico, después en el Partido Socialista, y finalmente en el entorno obrerista.[45]

En la primera etapa, y hasta Classe Operaia, el aporte de Negri no fue decisivo, pero con la fundación de PO se volvió determinante. El grupo nació en el verano de 1969 en el contexto de una crisis del movimiento estudiantil, generada porque, desde el punto de vista marxista-leninista, las revueltas estudiantiles sólo tenían sentido si se subordinaban a una “hegemonía obrera”; es decir, a la línea de la organización. Era urgente, por lo tanto, construir una dirección política para encauzarlas en este sentido.

Negri impulsó la idea de construir un partido centralizado, “compartimentado” y vertical. “Nuestro análisis se fundamenta en la obra de los clásicos, de Marx, de Lenin, de Mao; no hay espacio en nuestra organización para inquietudes ni veleidades”; escribió en un texto que ciertamente no deja lugar a interpretaciones “autonomistas”.[46]
A diferencia de LC, un grupo de carácter más bien activista, PO valoraba la elaboración teórica y ésta giraba entorno a una interpretación extremista del obrerismo originario. La subjetividad ya no radicaba en la clase, sino en la vanguardia comunista; es decir, en PO. La tarea era centralizar y radicalizar los antagonismos espontáneos para convertirlos en acción insurreccional contra el Estado.

Otra vez el intento no dio resultados. El ciclo de luchas obreras arrancado a principio de los sesenta comenzó una fase descendiente. Uno de sus últimos destellos fue la ocupación de la FIAT Mirafiori (en Turín) que, en marzo de 1973, cerró en Italia la época de los grandes enfrentamientos entre obreros y capital. Como legado permanecería, durante largo tiempo, el Estatuto de los Trabajadores, un paquete normativo pro-laboral, hoy reducido a un cascarón vació.

En lo que quedaba de la década, los conflictos sociales no bajaron, pero su centro de gravedad ya no estaba en las fábricas. Mientras las principales formaciones extraparlamentarias entraban en crisis (PO se disolvió en 1973, LC en 1976), nacía una constelación de pequeñas formaciones en torno al lema “tomemos la ciudad”. Algunos de estos grupos se nombraban “indios metropolitanos”, otros “proletariado juvenil”. Ocupaban viviendas, formaban centros sociales, fundaban revistas, ponían en marcha proyectos de comunicación alternativa, creaban asociaciones feministas y ecologistas.

Con base tanto en las fábricas como en los barrios, estos grupos empezaban a dejar atrás las viejas concepciones del partido separado y del dirigismo leninista para buscar alternativas en la organización de espacios de convivencia e intercambio social autónomos de la legalidad dominante. Para enfatizar su independencia política, usaban siglas en donde aparecía la palabra “autonomía” —por ejemplo: “Proletarios autónomos” o “Asamblea autónoma” de tal manera que se les empezó a conocer como el “área de la autonomía obrera”.[47]

Negri interpretó la nueva etapa con un triunfalismo militante que era el opuesto ideológico del pesimismo de Tronti (y de su “autonomía de lo político”). No había repliegue: el rechazo del trabajo taylorista había derrumbado los muros que separaban la fábrica del territorio. Todo el proceso social se encontraba ahora movilizado en pos de la producción capitalista, aumentando así la importancia del trabajo productivo.
En esta situación, el obrero-masa se salía de la fábrica para desplazarse al territorio, la fábrica difusa, y hacerse obrero social, el nuevo sujeto cuya “centralidad” nuestro autor empezó a proclamar. Técnicos, estudiantes, maestros, obreros, emigrantes, y okupas terminaban así en el mismo costal, sin que mediara ningún análisis de sus diferencias, especificidades y contradicciones.

Puesto que se proponía voltear (en italiano: rovesciare) las categorías de Marx, Negri introducía la categoría de autovalorización (misma que, sin mayores explicaciones, reaparece un cuarto de siglo después en Imperio).[48] ¿De qué se trata? Mientras la valorización capitalista se centra en el valor de cambio, la auto-valorización –pivote del edificio teórico de Negri- se fundamentaría en el valor de uso, así como en las nuevas necesidades proletarias. Generalizando en el territorio –la fábrica difusa- las prácticas de auto-valorización, el obrero social tenía ahora que luchar por el “salario garantizado”.

Ahora, el núcleo del conflicto (y del análisis) se desplazaba hacia el Estado. Negri pensaba que el Estado keynesiano –que llamaba Estado-plan- había inscrito los logros de la revolución de octubre en el corazón del desarrollo capitalista, transformando el “poder obrero” en una “variable independiente”.
La lucha principal, se jugaba ahora en el terreno de la autovalorización y puesto que ya no había reproducción del capital fuera del Estado, la “sociedad civil” dejaba de existir y sólo quedaban frente a frente los dos grandes contendientes: proletarios y Estado.[49]

A pesar de su aparente coherencia, este razonamiento se fundamentaba en una interpretación equivocada del concepto marxiano de valor. Para Negri, el valor de uso expresaba la radicalidad obrera, su potencialidad sujetiva, en cuanto antagonista del valor de cambio. Era, pues, el lado “bueno” de la relación. Desde el punto de vista de la crítica de la economía política, sin embargo, tal planteamiento carece de sentido.

Como lo explica Marx en el primer capítulo del tomo I del Capital, el valor de uso no es, ni mucho menos, una categoría moral, sino la base material de la riqueza capitalista, la condición de su acumulación. Si en algún momento del proceso de circulación, los valores de uso no se convierten en valores de cambio, cesan de ser valores y en este sentido limitan y condicionan el proceso de valorización.

Una de las fuentes de Negri era Agnes Heller, la conocida integrante de la escuela de Budapest, quien había puesto al centro de su reflexión sobre Marx el concepto de necesidades radicales. Heller se cuidaba, sin embargo, de caer en la apología de las necesidades inmediatas. “La necesidad económica –escribió- es una expresión de la extrañación capitalista en una sociedad en donde el fin de la producción no es la satisfacción de las necesidades, sino la valorización del capital, en donde el sistema de las necesidades se sostiene en la división del trabajo y en la demanda del mercado”.[50]

Negri cayó en tal apología, apartándose así del marxismo crítico y olvidando que un mundo enajenado no se puede combatir de manera enajenada. La autonomía, además, no puede expresarse en la situación inmediata de la clase. En tiempos del capital, la autonomía es proyecto, tendencia o, mejor dicho, tensión. Sólo en los momentos de ruptura, en los espacios descolonizados, la autonomía se constituye en realidad práctica. Y cuando esta realidad práctica se socializa llegan los grandes momentos de crisis de la administración, como el 68 en Francia o el 77 en Italia.

Regresemos a Negri. Contrariamente a lo que piensa nuestro autor, el comunismo no es el “elemento dinámico constitutivo del capitalismo”[51], sino otra sociedad sin antagonismos de clase, sin poder del Estado y sin fetichismo mercantil.
¿Y el partido? “En mi conciencia y en mi práctica revolucionaria no puedo cancelar este problema” escribía quien se consideraba a sí mismo el Lenin italiano y añadía: “es urgente empezar la discusión sobre la dictadura comunista”.[52]

El partido, en efecto, seguía como tarea pendiente, aunque su embrión ya existía, y era la Autonomía Organizada (con mayúsculas, para distinguirse de la autonomía con minúsculas) el conjunto de organizaciones semiclandestinas y servicios de orden militarizados que, empujados por la represión estatal, practicaba la lucha armada con el intento de “filtrar” y “recomponer” el antagonismo de masas en la espera de la lucha final.[53]

El desastre fue mayor. El sueño de tomar el poder se estrelló pronto contra los arrecifes de la realidad. A partir de 1977, última grande estación creativa del “laboratorio Italia”, el PC hizo un frente unido con el gobernante Democracia Cristiana. La represión entró en nueva fase, arrasando con todo lo que se movía más allá de la izquierda parlamentaria, y cancelando la diferencia entre terrorismo y protestas sociales.

Cada quien por su lado, y a menudo en competencia recíproca, la Autonomía Organizada (o, mejor dicho, algunas de sus organizaciones[54]) y las neostalinistas Brigadas Rojas persiguieron el absurdo asalto al “corazón del Estado” (¡como si el Estado tuviese corazón!) arrastrando en su ruina al rico y complejo tejido de la autonomía con “a” minúscula.[55]
Todavía en 1978, en ocasión de la ejecución de Aldo Moro por parte de las Brigadas Rojas –uno de los errores más nefastos y grávidos de consecuencias negativas jamás cometido por un grupo revolucionario- Negri, aun manifestando su desacuerdo, escribía que lo positivo de la acción era haber impuesto al movimiento la “cuestión del partido”.[56]

El 7 de abril de 1979 la alucinación se concluyó, de manera trágica, cuando Negri y decenas de militantes de Autonomía fueron encarcelados bajo la falsa acusación de ser los ideólogos de las Brigadas Rojas. Pasarían entre dos y siete años tras las rejas, designados por la mezquindad del poder como víctimas sacrificables ante el altar de la paz social.[57]
En 1980, con el último intento de ocupación de la fábrica Mirafiori se cerraba simbólicamente una larga temporada de conflictos sociales en donde –caso único en la historia europea- luchas obreras, movimientos estudiantiles y reinvención de la vida habían marchado juntos en un formidable intento de liberación colectiva.[58]

La hazañas de la multitud

En las dos décadas sucesivas Negri no abandonó la costumbre de leer los movimientos sociales como comprobación de sus tesis, escribiendo numerosos y crípticos libros, sin jamás ventilar la menor autocrítica.
De Foucault, Deleuze y Guattari, nuestro autor heredó una marcada aversión por la dialéctica.[59] Ya en el estudio sobre los Grundrisse —fruto de un seminario en París— había escrito que “el horizonte metódico marxiano nunca se centra en el concepto de totalidad”; más bien “éste se encuentra caracterizado por la discontinuidad materialista de los procesos reales”, de tal manera que el materialismo subordina a sí mismo a la dialéctica.[60]

Negri entiende la sociedad capitalista como un campo de fuerzas en lucha constante. A diferencia de los post-estructuralistas franceses, sin embargo, él piensa que el motor de los procesos sociales es la separación o, mejor dicho, el antagonismo social.
A la investigación corresponde la tarea de identificar el antagonismo determinante, escudriñar sus tendencias, y llevarlo a la explosión. Acto seguido, el análisis se desplaza hacia un nuevo campo, lo redefine, y así sucesivamente.[61] El capital ya no es entendido como contradicción en proceso (Marx) sino como la progresiva afirmación de un sujeto conocido de antemano.

En Spinoza, la anomalía salvaje, escrito en la cárcel, Negri fue aclarando su proyecto: seguir la constitución material de la subjetividad radical en Occidente, excavando una ruptura entre las filosofías del poder y las de la subversión. En torno a Spinoza veía condensarse una tradición “anómala” que, afirmando la productividad del sujeto, se extiende de Maquiavelo a Marx contra el eje “dialéctico” encarnado en la triada Hobbes-Rousseau-Hegel.[62] Negri encontraba en Spinoza una crítica anticipada de la dialéctica hegeliana así como el nacimiento del materialismo revolucionario.

De tal manera que al engendro stalinista del diamat, Negri opone un nuevo horizonte ontológico que se sustenta en la categoría spinoziana de potencia. Este planteamiento ignora las críticas al marxismo soviético hechas cinco décadas antes por los comunistas de izquierda, a saber, que el materialismo marxiano no es una filosofía ni una economía, sino la teoría revolucionaria del proletariado en lucha.
El movimiento dialéctico, para los radicales de izquierda, nunca expresó una ley de la historia universal, ni mucho menos una ciencia, sino “la lógica específica de un objeto específico”, el capitalismo, un sistema social opaco que se sostiene en el “fetichismo”.[63]

Es en el libro sobre Spinoza donde aparece por primera vez el concepto de multitud, o sea, el nuevo sujeto global que, poco a poco, irá suplantando al obrero social hasta transformarse, casi dos décadas después, en el héroe indiscutible de Imperio.[64]
¿De dónde viene esta aclamada multitud?[65] En los albores de la modernidad, Hobbes y los filósofos de la soberanía así nombraron al conjunto humano antes de ser pueblo.[66] La multitud, sin embargo, era para ellos algo puramente negativo que remitía a un conjunto humano indiferenciado y salvaje, todavía no organizado en el Estado. Negri volteó el concepto, tomándolo como el fundamento imprescindible de una democracia radical.[67]

La multitud contemporánea sería la forma de la existencia social y política de los “muchos”, el “conjunto abierto”, que se erige como alternativa a la constelación pueblo-voluntad general-Estado. Mientras el pueblo tiende a la identidad y a la homogeneidad -explica Negri- la multitud remitiría a este más allá de la nación que, frente a la crisis del Estado, sería el sujeto plural de un nuevo poder constituyente abierto, incluyente y postmoderno.[68]
Aquí se impone una pregunta: ¿cómo plantea nuestro autor el salto del siglo XVII a nuestros días? Y, más concretamente: ¿cómo se da el paso del obrero social a la multitud? Negri ni siquiera considera el problema.

Lo que sí intenta es darle cuerpo y espesor sociológico a su nueva creación, valiéndose de Marx por un lado, y de la abundante literatura que acompaña a la revolución informática, por el otro.
Con la crisis del fordismo, argumenta Negri, la clase obrera industrial pierde su posición central en la sociedad. Una parte consistente de la fuerza de trabajo se desempeña ahora en el trabajo inmaterial, o sea en el conjunto de actividades consagradas a la manipulación de signos, saber técnico-científico, mensajes y flujos de comunicación.[69] Poco a poco –sigue Negri-, el elemento de saber humano acumulado tiende a volverse preponderante.

No tengo mucho que objetar a estas afirmaciones que se fundamentan en el famoso fragmento sobre las máquinas que se encuentra en los Grundrisse. Ahí Marx señala que, con el desarrollo de la gran industria, la creación de riqueza “ya no guarda relación alguna con el tiempo de trabajo inmediato que cuesta su producción, sino que depende más bien del estado general de la ciencia y del progreso de la tecnología o de la aplicación de la ciencia a la producción”.[70]

Y añade: “tan pronto como el trabajo en su forma inmediata ha cesado de ser la gran fuente de la riqueza, el tiempo de trabajo deja, y tiene que dejar, de ser su medida y por lo tanto el valor de cambio deja de ser la medida del valor de uso. El plustrabajo de la masa ha dejado de ser condición para el desarrollo de la riqueza social, así como el no-trabajo de unos pocos ha cesado de serlo para el desarrollo de los poderes generales del intelecto humano. Con ello se desploma la producción fundada en el valor de cambio, y al proceso de producción inmediato se le quita la forma de la necesidad apremiante y el antagonismo”.[71]

Es necesario precisar que estas palabras de Marx, evocadas muchas veces, son algo oscuras y, al mismo tiempo, visionarias. Oscuras porque no está muy claro el significado de la afirmación: “se desploma la producción fundada en el valor de cambio”. ¿Acaso quiere decir que el capitalismo se acaba, rebasado por su propio desarrollo? ¿O que se resuelve al fin el antagonismo obreros-capital? No lo creo, pero el problema queda abierto. Y, también, estas son palabras visionarias porque nos otorgan estimulantes claves para leer el tiempo presente y, en particular, el sentido de la revolución informática.

Sigue Marx: los productos de la industria se vuelven ahora “órganos del cerebro humano creados por la mano humana: fuerza objetivada del conocimiento. El desarrollo del capital fixe revela hasta qué punto el conocimiento o knowledge social general se ha convertido en fuerza productiva inmediata y, por lo tanto, hasta qué punto las contradicciones del proceso de la vida social misma han entrado bajo los controles del general intellect y (han sido) remodeladas conforme al mismo”.[72]
Lo que yo entiendo aquí es que las contradicciones de la producción fabril se extienden a la esfera del trabajo “inmaterial”. Negri tiene razón al afirmar que, en una tal situación, el problema del sujeto revolucionario se plantea de manera diferente. En mi opinión, agotándose la centralidad de la fábrica, se multiplican los posibles sujetos antagonistas, a la vez que cae cualquier noción de “necesidad”. ¿Por qué entonces proponer una categoría única, la multitud, que forzosamente cancela toda diferencia?

Hay más. Interpretando de manera unilateral las afirmaciones de Marx, Negri parece sostener que el capitalismo ya se extinguió en cuanto modo de producción y que sobrevive sólo como mero dominio o “dispositivo de control”.[73] No satisfecho, le guiña el ojo a todas las utopías tecnológicas, desde el “fin del trabajo” hasta los mitos de la sociedad postindustrial y las antropologías del ciberespacio. “En las expresiones de su potencia creativa, el trabajo inmaterial parece expresar virtualmente un comunismo espontáneo y elemental.”[74] En su interpretación, el comunismo no brota más del antagonismo ni del rechazo colectivo de la cooperación capitalista, sino, al contrario, de su máxima extensión gracias a la ciencia y a la técnica.

Negri acaba por sostener las más rancias causas neoliberales: el nuevo federalismo, la Unión Europea e, incluso, los “empresarios socializados” (en italiano: imprenditorialità comune) del Véneto, “todos aquellos que pusieron su fatiga e intelectualidad, fuerza de trabajo y fuerza de invención (¿será una nueva categoría “marxista”?, nda) al servicio de la comunidad”.[75]
El círculo se cierra: el obrerismo de Negri desemboca en una apología de las fuerzas productivas muy parecida a la que, tan atinadamente, había rechazado Panzieri casi cuarenta años antes. Y, exactamente como en Tronti, se esfuma toda noción de una autonomía concreta fundada en la acción independiente de los sujetos sociales en lucha. De tal manera que los dos contrincantes de hace treinta años se vuelven a estrechar la mano.[76]

Suscita hilaridad que, al final del libro, Negri y Hardt evoquen a San Francisco como la figura paradigmática del nuevo militante.[77] Militante: alguien que profesa la milicia, según el diccionario de la Real Academia. En los actuales movimientos sociales, se prefiere la palabra activista, que es menos truculenta y remite a la acción directa. Las festivas acciones de los jóvenes (y, también, no tan jóvenes) que desde los días de Seattle le quitan el sueño a los poderosos de la tierra, poco tienen que ver con la “militancia”.[78] Las sostiene, al contrario, una voluntad lúdica de “invertir la perspectiva”, de acabar con la política tradicional, y de crear nuevas formas comunitarias.

No es nada casual que los principales discípulos de Negri, los llamados Desobedientes (antes Tute Bianche -Monos Blancos- o Associazione Ya Basta) sean un factor de gran confusión en el movimiento antiglobalizador. Ellos me recuerdan lo peor de la politiquería de la vieja izquierda, aunado con lo peor del protagonismo en escala mediática. Radicales en el extranjero (en México se hicieron expulsar con gran ruido en 1998), están dispuestos a todos los compromisos en Italia; pacifistas convencidos, entregan delirantes declaraciones de guerra al gobierno italiano (salvo que no saben ser consecuentes [79]); una emancipación de las masas dependientes sólo puede ser realizada por las propias masas dependientes declarados, buscan cargos de elección popular...

De cualquier manera, este es otro asunto. Con respecto al tema que nos ocupa –la eficacia del concepto de multitud-, es necesario señalar que el conjunto de cambios sufridos por el capitalismo en las últimas décadas ha disuelto definitivamente cualquier centro de gravedad de las luchas antisistema. El propio marxismo es sólo una entre muchas teorías que pueden usar los nuevos movimientos para armarse conceptualmente. Otras pueden ser: el anarquismo, las cosmovisiones tradicionales, la teología de la liberación... La historia, además, ya no se hace únicamente en Occidente.

Hoy los movimientos sociales son plurales por definición. ¿Qué tienen en común los indígenas de Chiapas con los obreros de la FIAT; los agricultores ecologistas de Francia con los insurrectos de la Argentina; los campesinos de Karnakata con los cyberpunk de las metrópolis postmodernas?
Mucho, sin duda, como nos explica, por ejemplo, el comandante Mister, del EZLN: “piensan los gobiernos que nosotros los indios nos conocemos el mundo. Sepan que nosotros sí conocemos y sabemos de los planes de muerte que se hacen en contra de la humanidad y también conocemos las luchas de los pueblos por su liberación. Conocemos el mundo y hasta conocemos Japón. Porque conocemos todos estos hombres y mujeres de todos los países que han llegado en nuestros pueblos, y ellos nos han platicado de sus luchas, de sus mundos y de todo lo que hacen. En sus palabras hemos viajado y hemos visto y conocido más tierras que cualquier intelectual”.[80]

Es urgente volver a hacer este mundo que no nos pertenece. Cada sujeto, cada movimiento, cada comunidad en lucha busca el encuentro con el otro exigiendo asimismo conservar una perspectiva e identidad propia. Y esto me parece un gran paso adelante. No es casual, por ejemplo, que en los movimientos indígenas mesoamericanos se hable cada vez menos de interculturalidad y cada vez más de multiculturalidad: mientras el primer concepto postula una síntesis necesaria, el segundo conserva tensiones y particularidades.

Negri crítica, creo que con razón, el concepto de pueblo. Es cierto que necesitamos conceptos nuevos para valorar las diferencias. Sin embargo: ¿por qué aplastar estas mismas diferencias anulándolas en una abstracción filosófica vieja de tres siglos?
Como su antecesor, el obrero social, la multitud es un forzamiento. Al final del recorrido, Negri vuelve al pecado original del obrerismo italiano: la búsqueda siempre renovada de alguna “centralidad”, el fetiche del trabajo productivo, y la incapacidad de salir del horizonte de la fábrica.[81] El resultado es un sujeto sin historia, y una forma sin contenido, última adaptación de la vieja torsión por la cual la clase obrera nunca deja de acosar al capitalismo.

Epilogo. ¿Fin del Estado-nación?

A pesar de su proclamada animadversión por el pensamiento dialéctico, el andamiaje teórico de Negri nunca ha dejado de ser hegeliano.[82] Tanto en Imperio, como en sus libros precedentes, siempre se sobreentiende una teleología necesaria, un movimiento circular, y un final feliz implícito en el comienzo.

Se nos informa, por ejemplo, que las revoluciones del siglo XX de ninguna manera fueron derrotadas, “sino que innovaron y transformaron los términos de la lucha de clases, creando las condiciones de una nueva subjetividad política”.[83] Prepararon, en otras palabras, el adviento de la realidad última de nuestro tiempo, el imperio, y de su contrincante necesario, la multitud.
Así como el Espíritu del Mundo se manifiesta progresivamente en la historia brincando de un lado a otro del mundo, la epifanía imperial se encarna en etapas y figuras sobresalientes que en cada momento le otorgan caracteres distintivos.

La epopeya arranca en la bodega de Spinoza, siendo la Constitución norteamericana uno de sus momentos fundamentales ya que, según los autores, se sustenta “en el éxodo y en valores afirmativos no dialécticos (como) el pluralismo y la libertad”.[84] Regresa aquí el viejo amor obrerista por Estados Unidos, sazonado ahora con algunos (desafortunados) planteamientos de Hannah Arendt sobre la revolución norteamericana.[85]

Uno de los mejores analistas de Estados Unidos, Noam Chomsky, nos ha enseñado que “la Constitución de este país no es más que una criatura concebida para mantener a la chusma a raya y para evitar que ni siquiera por error el populacho pudiera tener la mala idea de tomar el destino en sus propias manos”.[86]
Tiene razón Boron al afirmar que, contrariamente a la opinión de Negri, este documento nos ofrece un claro ejemplo del alto grado de conciencia antipopular y antidemocrática que tenían sus creadores.

¿Ingenuidad? ¿Oportunismo? ¿Mercadotécnica? ¿O será que el anarquista Chomsky le da una clase de marxismo al bolchevique Antonio Negri?
Otra de las fantasías neoliberales avaladas por los autores de Imperio, es que el Estado-nación está en proceso de extinción. No deja de ser irónico que Negri -un admirador de Lenin y, además, un viejo estratega de la conquista del poder estatal- salga ahora con un tal disparate.[87]

Entre las pocas propuestas prácticas de Imperio, están las dos campañas por el salario social (refrito del viejo “salario garantizado” de Potere Operaio), y la ciudadanía global, es decir, ingresos y papeles garantizados para todo el mundo independientemente de la nacionalidad, clase y condición social de cada quien. Sin entrar ahora en la discusión sobre el sentido político y la oportunidad de tales reivindicaciones, señalo una paradoja: si el Estado-nación ya no existe, ¿a quién se dirigen Negri y Hardt?

En realidad, el proceso de evolución del Estado-nación es sumamente contradictorio. Por un lado, la ola privatizadora ha erosionado sus prerrogativas distribuidoras (y su credibilidad), destruyendo las esferas públicas a favor de los sectores privados; por el otro, al elevar la conflictividad, ha enormemente aumentado sus funciones represivas.
De tal manera que, lo que tenemos hoy no son los Estados adelgazados de que hablan los neoliberales avalados por Negri sino una suerte de keynesianismo de guerra que devora recursos públicos quitando ingresos a los pobres para entregarlos a los ricos, en una escala antes desconocida.[88]

Es por eso que se mantiene siempre bien vivo el espantajo de una guerra inminente ya sea contra Estados “malosos” (Irak, Corea, Libia, etcétera), o bien, contra enemigos internos, y hasta contra un solo individuo, como en el caso de Bin Laden. Y tenemos para rato: al menos treinta años según declaraciones recientes de la Casa Blanca.

La conclusión es que, tanto en la economía como en la política, la función del Estado-nación sigue siendo imprescindible para el capitalismo; éste no podría sobrevivir ni una semana si aquel dejara de proporcionar no solamente garantías políticas y militares, sino también cuantiosos recursos económicos.

El caso de Estados Unidos es significativo: baste con pensar en los astronómicos subsidios agrícolas o en las medidas de apoyo al sector del transporte aéreo después del 11 de septiembre. La práctica de los subsidios agrícolas, dicho sea de paso, ha sido condenada incluso por la OMC como ilegal, sin lograr que los dirigentes norteamericanos ¡siquiera se ruboricen! Huelga decir que el apetito por esta clase de subvenciones no da señales de disminuir.

¿Y qué decir del imperialismo? Como siempre, la reflexión de Negri arranca de inquietudes legítimas. Estoy de acuerdo con, la necesidad de revisar las viejas teorías.
El punto de partida debería de ser reconocer que todos los Estados son potencialmente imperialistas, aunque la dinámica entre ellos cambie en continuación.[89]

Acto seguido es necesario admitir que, hoy, ningún Estado se encuentra en la condición de competir con EEUU militar, económica, política o culturalmente. Esto hace que venga menos una de las principales características del imperialismo clásico, tal y como lo analizaba, por ejemplo, Rosa Luxemburg, es decir, la existencia de cierto nivel de competencia por la conquista de mercados, territorios o materias primas.[90] Después de la caída del bloque soviético, ningún Estado, o región geopolítica, ha podido contrarrestar el poder de los EEUU.

¿Cómo vamos a designar esta nueva realidad? ¿Imperio? ¿Imperialismo? El nombre no tiene mucha importancia, siempre y cuando esté claro que un solo país, EEUU, está imponiendo un sistema planetario de Estados vasallos organizados en soberanías limitadas que, irónicamente, se parece mucho al que durante décadas impuso la Unión Soviética a sus satélites.[91]

El sistema exige a los Estados que sean débiles hacia el exterior, es decir, maleables y sensibles a las necesidades de EEUU; pero fuertes hacia el interior, o sea, represores y capaces de imponer estas mismas necesidades a sus subordinados. Negri tiene algo de razón cuandocríticaa los defensores de la soberanía, pero únicamente en el sentido de que la soberanía no es, ni puede ser, un valor en sí mismo. Es, como lo señala Chomsky, un valor únicamente en la medida en que aumenta la libertad y los derechos de los seres humanos.[92]

Y esto es, exactamente, lo que hace el nuevo orden: acabar por doquier con los derechos adquiridos en décadas de luchas sociales. El intento, obviamente, no deja de generar fricciones y malestares, en particular -aunque no exclusivamente- entre las “clases peligrosas” de un mundo cada vez más acosado por la pobreza, la inseguridad y los problemas ambientales.

Los zapatistas de Chiapas, los piqueteros de Argentina, los cocaleros de Bolivia, Lula en Brasil, Chavez en Venezuela y el nuevo curso en Ecuador, muestran graves síntomas de crisis en el traspatio mismo del imperio. En Europa el viento de Génova 2001 no ha dejado de soplar y se multiplican las manifestaciones contra la guerra que viene.
Las rupturas, cuando las hay, surgen de los movimientos sociales, como un ya basta generalizado, y no por efecto de los partidos políticos que, salvo contadas excepciones, aceptan el orden establecido aunque sean de izquierda.

De cualquier manera, estamos lejos del imperio descentrado y desterritorializante que describen nuestros autores. Los eventos del 11 de septiembre y la subsiguiente actuación de la administración Bush prueban, una vez más, el fracaso de su modelo teórico: la reacción norteamericana es la de un estado imperialista que pretende ajustar el planeta a sus intereses.

Negri, en efecto, se sintió incómodo al respecto. Primero interpretó la caída de las torres gemelas como un asunto interno al imperio, algo “que le pertenece”, y después rectificó, sosteniendo que estamos frente a una reacción imperialista contra el imperio.[93]
Hardt refrendó la segunda versión en un artículo reciente donde exhorta a que “la elites globales actúen en su propio interés como red imperial descentrada, parando así el proceso de conversión de Estados Unidos en un “poder imperialista según el viejo modelo europeo”.[94] ¡Extraño llamado de este profeta de la “multitud”!

La realidad es muy distinta. “Hoy -señala Eric Hobsbawm- al igual que en todo el siglo XX, hay una total ausencia de una autoridad global efectiva que sea capaz de controlar o resolver disputas armadas. La globalización ha avanzado en casi todos los aspectos -en lo económico, tecnológico, cultural e incluso lingüístico-, excepto en uno: política y militarmente. Los Estados territoriales continúan siendo las únicas autoridades efectivas”.[95]

Proclamar el fin del Estado no nos ayuda en nada. Es una mala teoría porque no sirve para la acción. Parece una banalidad, pero es necesario reiterarla cuando nos enteramos que los compañeros de la revista Rebeldía se sienten parte de “una izquierda que no está dispuesta a seguir perdiendo el tiempo en la disputa de un poder nacional que no existe más” (subrayado mío).[96]
¡Qué va! Una cosa es decir, como John Holloway —y antes de él los zapatistas, y mucho antes los libertarios de todas las tendencias—, que el mundo no se puede cambiar “tomando” el poder estatal, y otra, muy distinta, es declarar que el poder nacional ya no existe.[97] ¿Quién manda los tanques a Chiapas? ¿Quién arma a los paramilitares? ¿Quién está detrás del Plan Puebla Panamá? ¿El dichoso aparato descentrado y desterritorializante? ¡Noo! Un poder nacional que tiene nombre y apellido: el Estado mexicano.

Los Estados-nación siguen ahí; son nuestros enemigos y también son nuestros interlocutores. No podemos bajar la guardia: tenemos que presionarlos, hostigarlos, acosarlos. En ocasiones habremos de negociar y lo haremos con autonomía. Los zapatistas han demostrado que esto se puede hacer. Y si bien los resultados no son satisfactorios, ellos, a diferencia de otros, han conservado la dignidad.

Nuestro camino, el camino de los movimientos por la humanidad y contra el neoliberalismo, no es fácil. Tal y como lo advierte Michael Aubert, animador del sito NET, además de radicalidad teórica y práctica, necesitamos ductilidad, paciencia y cierta dosis de pragmatismo.[98]

¿Hay que repetirlo una vez más? El capitalismo y el Estado-nación, los dos monstruos creados por Occidente, llegaron juntos y van a desaparecer juntos. Y, si no sabemos enterrarlos en un mar de risas, se quedarán con nosotros un rato más, como el dinosaurio de Tito Monterroso.

Se publica con autorización de Claudio Albertani.
México. Enero de 2003



NOTAS:

[1] Michael Hardt/Antonio Negri, Empire, Harvard University Press, Cambridge, Mass. 2000. Traducción italiana, Impero. Il nuovo ordine della globalizzazione, Rizzoli, Milán, 2002. Las traducciones son mías (entre paréntesis anoto la página de la edición en inglés).
[2] Impero, op. cit. pp. 259-262 (276-279).
[3] Impero, op. cit., pág. 16 (pág. 14).
[4] M. Hardt, “Il tramonto del mondo contadino nell’Impero” revista Posse. Política. Filosofia. Moltitudini, Manifestolibri Edizioni, Roma, mayo de 2002.
[5] Atilio A. Boron, Imperio. Imperialismo. Una lectura crítica de Michael Hardt y Antonio Negri, Buenos Aires, CLACSO, mayo de 2002.
[6] Michel Foucault, Microfísica del poder, Ediciones de la Piqueta, Madrid, 1978, pág. 7.
[7] Negri y Hardt ya habían tomado distancia del postmodernismo en: Michael Hardt-Antonio Negri, Il lavoro di Dioniso. Per la crítica dello stato postmoderno, Manifestolibri, Roma, 1995, pp. 25-28. En Imperio precisan: “el postmodernismo es un síntoma de ruptura en la línea de la soberanía moderna” (...) que “indica el tránsito hacia la constitución del imperio”, Impero, op. cit., pág. 141 (143).
[8] Hace algunos años, Negri fue el autor de referencia de algunos marxistas norteamericanos. Uno de ellos, Harry Cleaver, escribió que “si Marx no quería decir lo que dice Negri, entonces peor para Marx”. Citado en George Katsiafikas, The subversión of politics. European autonomous social movements and the descolonization of everyday life, Humanities Press International, New Jersey, 1997, pág. 226.
[9] Esta breve reconstrucción se fundamenta en: Nanni Balestrini, Primo Moroni, L’Orda d’Oro. 1968-1977. La grande ondata rivoluzionaria e creativa, política ed esistenziale, Feltrinelli, Milán, 1997; Oreste Scalzone-Paolo Persichetti, La révolution et l’Etat, Insurrections et “contre-insurrection” dans l’Italie de l’après 68: la démocratie pénale, l’État d’urgence, Dagorno, París, 2000; AAVV Futuro Anteriore. Dai Quaderni Rossi ai movimenti globali: ricchezze e limiti dell’operaismo italiano, Derive/Approdi, Roma, 2002. Consulté, asimismo, el sito http://www.intermarx.com (y en particular los excelentes escritos de María Turchetto y Damiano Palano), las revistas Vis-à-Vis, y Primo Maggio, así como un viejo escrito mío, Al tramonto. Operaismo italiano e dintorni, publicado anónimo en: “Proletari se voi sapeste”, suplemento de la revista Insurrezione (Renato Varani editore, Milán, 1982).
[10] Franco Alasia, Danilo Montaldi, Milano, Corea, Feltrinelli, Milán, 1978, pág. 184.
[11] R. Panzieri, La crisi del movimento operaio. Scritti, interventi, lettere, 1956-1960, Lampugnani, 1973. Panzieri había sido director de la revista teórica del PSI,
Mondo Operaio.
[12] Véase: R. Panzieri, Spontaneità e Organizzazione. Gli anni dei Quaderni Rossi. Scritti Scelti, Biblioteca Franco Serantini, Pisa, 1994.
[13] Carlos Marx, El Capital, Editorial Librerías Allende, 1977, pp.328-330.
[14] Véase: Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-58, Siglo XXI, México, 1971, tomo II, pp 225-230; y Karl Marx, El Capital. Libro I, Capítulo VI (inédito), Siglo XXI, México, 1975.
[15] R. Panzieri, “Sull’uso capitalistico delle macchine nel neocapitalismo”, y “Plusvalore e pianificazione. Appunti di lettura del Capitale”, en: Spontaneitá..., op. cit.
[16] Sergio Bologna “Il rapporto fabbrica-società come categoria storica”. Véase: Primo Maggio, No. 2, Milán,, 1974.
[17] Antonio Gramsci, Quaderni del Carcere, edición Valentino Gerratana, Einaudi, Turín, 1977, Cuaderno 22, “Americanismo e fordismo”, pág. 2146.
[18] R. Alquati, Composizione organica del capitale e forza-lavoro alla Olivetti, Quaderni Rossi, op. cit., No. 2, 1962, pp. 63-98. En 1975, este autor publicó una recopilación de sus escritos en: Sulla FIAT e altri scritti, Milán, Feltrinelli.
[19] Danilo Montaldi, “Il significato dei fatti di luglio”, Quaderni di Unità Proletaria, No. 1, Cremona, 1960. Ahora en: Danilo Montaldi, Bisogna sognare. Scritti 1952-1975, Colibrí, Milán 1994, pp 578-595. Montaldi era un intelectual libertario cercano al grupo francés Socialisme ou Barbarie y ejerció considerable influencia sobre los primeros obreristas aun sin pertenecer al grupo.
[20] Además de los citados, entre los integrantes de Classe Operaia, mencionaré a: Giairo Daghini, Luciano Ferrari-Bravo, Guido Bianchini, Enzo Grillo (traductor al italiano de los Grundrisse), Oreste Scalzone, Franco Piperno, Franco Berardi, Gianfranco Della Casa, Gaspare de Caro, Gianni Armaroli, Riccardo d’Este.
[21] Classe Operaia No. 1, enero de 1964. Después en: Mario Tronti, Operai e Capitale, Einaudi, Turín, 1966 (nueva edición, 1971), pp. 89-95. La obra es una colección de ensayos publicados anteriormente en Quaderni Rossi y Classe Operaia.
[22] Tronti, op. cit., pp. 298-299.
[23] Tronti, op. cit., pp 81 y 84.
[24] Tronti, op. cit., pág. 53.
[25] Tronti, entrevista al diario L’Unità, Roma, 8 de diciembre de 2001. En otra entrevista, con fecha 8 de agosto de 2000, Tronti precisó: “fuimos víctimas de una ilusión óptica”. Véase el Cd-rom anexo a Futuro Anteriore, op. cit.
[26] Tronti, op. cit., pág. 14.
[27] En Considerations on Western Marxism (New Left Book, Londres, 1976), Perry Anderson no dedicó una línea al obrerismo italiano.
[28] En Dialéctica Negativa, Adorno afirmó la supremacía del “objeto” (traducción italiana, Einaudi, 1975, pp. 156-157).
[29] Véase, por ejemplo: R. Panzieri, “Plusvalore e capitale”, op. cit, en donde el autor señala la unidad del capitalismo en cuanto función social.
[30] Marx, El Capital, op. cit., tomo I, pág. 88.
[31] Pages de Karl Marx. Chosies, traduites et presentées par Maximi1ien Rubel. 1. Sociologie critique, Payot, 1970, pág. 103.
[32] Tronti, op. cit., pág. 221.
[33] Impero, op. cit. pág. 200 (pág. 208 edición en inglés) y 223 (235).
[34] El último número de la revista salió en marzo de 1967.
[35] Gianni Armaroli (integrante de Classe Operaia en Génova), carta al autor, 30 de noviembre de 02.
[36] Los principales teóricos de los consejos obreros fueron los tribunistas holandeses (así llamados por el periódico que editaban, de Tribune) Anton Pannekoek y Herman Gorter; además de los alemanes Karl Korsch, Otto Rhule y Paul Mattick.
[37] Contrariamente a lo que muchos suponen (véase, por ejemplo, Octavio Rodríguez Araujo, Izquierdas e izquierdismos. De la Primera Internacional a Porto Alegre, Siglo XXI editores, México, 2002, pág. 115), Bordiga no era un consejista, sino un partisano convencido de la idea bolchevique de partido. Véase al respecto la polémica que sostuvo con Gramsci en: Antonio Gramsci-Amadeo Bordiga, Debate sobre los consejos de fábfrica, editorial Anagrama, Barcelona, 1973. Sin embargo, fue Bordiga –fundador y primer secretario del PCI-, y no Gramsci, quien se opuso a la bolchevización de los partidos occidentales, impuesta por la Internacional Comunista a partir de 1923.
[38] Hacia 1967 nacieron, en Génova, el “Circolo Rosa Luxemburg”, la “Lega Operai-Studenti” y “Ludd-Consigli Proletari” (con presencia también en Roma y Milán). En Turín, la “Organizzazione Consiliare” es de 1970 y “Comontismo” de 1971. Minoritarios pero significativos, estos grupos han sido prácticamente borrados de las historias del 68.
[39] En 1969, Sergio Bologna y otros crearon La Classe, revista que sirvió de alta voz a las luchas obreras de la Fiat. Sucesivamente, Bologna participó en la fundación de Potere Operaio mientras que en los años setenta y ochenta animó de la revista Primo Maggio, un baluarte del obrerismo original.
[40] Tronti, entrevista citada, 8 de agosto de 2000.
[41] Entre 1968 y 1971, el intento se cristalizó en la revista Contropiano, dirigida por Asor Rosa y Cacciari, a la que colaboraban tanto Tronti como Negri.
[42] Mario Tronti, Sull’autonomia del político, Feltrinelli, Milán, 1977, pp. 7, 19 y 20.
[43] Eduardo di Giovanni, Marco Ligini, La strage di stato, Samonà e Savelli, 1970 (reedición Avvenimenti, Roma, 1993)
[44] Un curioso disparate de Negri es el elogio de la “ausencia de memoria”. Véase: Antonio Negri, Du Retour. Abécedaire biopoliique. Calmann-Levy, París, 2002, pág. 111, El libro consiste de una entrevista realizada por Anne Dufourmantelle y estructurada a manera de panegírico que no se ha publicado en italiano.
[45] A. Negri, Du retour, op. cit. También se puede consultar la entrevista con fecha 13 de julio de 2000 en el Cd-rom anexo a Futuro anteriore, op. cit.
[46] Antonio Negri, Crisi dello stato-piano, comunismo e organizzazione rivoluzionaria, Feltrinelli, 1972, pág. 181. Este “neoleninismo insurreccional” encontrará una sistematización en: A. Negri, La fabbrica della strategia. 33 lezioni su Lenin, Libri Rossi, Padova, 1977.
[47] Una de las agrupaciones más conocidas de esta tendencia era el “Collettivo di via dei Volsci”, en Roma, que pronto fundaría Radio Onda Rossa, una emisora del movimiento que todavía existe. Otra era A/traverso grupo animado en Bologna por Franco Berardi, ex-militante de Potere Operaio. El grupo fundó la emisora Radio Alice, que tendría un papel destacado en la revuelta de marzo de 1977.
[48] Negri desarrolló el tema de la autovalorización en: Il dominio e il sabotaggio. Sul metodo marxista della trasformazione sociale. Felrinelli, 1978. Véase también Imperio, op. cit., pág. 377 309).
[49] Antonio Negri, Proletari e Stato. Per una discusión su autonomia operaia e compromesso storico, Feltrinelli, Milán, 1976, pág. 30. La cuestión de la disolución de la sociedad civil en el Estado vuelve en Impero, op. cit., pp. 40, 306-7, 313 (25, 328-29, 336).
[50] Agnes Heller, La teoria dei bisogni in Marx, Feltrinelli, Milán, 1977, pág. 26.
[51] A. Negri, Marx oltre Marx. Quaderno di lavoro sui Grundrisse, Feltrinelli, 1979, pág. 194.
[52] A. Negri, Il dominio... op. cit., pp. 61 y 70.
[53] En los años setenta hubo en Italia decenas, y posiblemente centenares, de grupos que practicaban la lucha armada. Además de las Brigadas Rojas, recordaré aquí: Nuclei Armati Proletari (NAP), Prima linea, Mai più senza fucile, Azione Rivoluzionaria, y Proletari Armati per il Comunismo, entre muchos otros.
[54] Contrariarmente a lo que leo en Memoria No. 167 (enero de 2003, pág. 5), nunca existió en Italia un grupo llamado “Autonomía Obrera”. Negri dirigía una entre las muchas organizaciones que integraban el área de la autonomía obrera.
[55] El balance de la lucha armada es trágico: entre 1969 y 1989, un total de 4087 militantes fueron procesados por actos relacionados con el intento de subvertir el orden constitucional. De ellos, 224 todavía están presos y 130 se benefician de un régimen de semilibertad. Otros 190 son prófugos y un centenar se encuentran refugiados en Francia con un estatus no oficial. La violencia política interna causó 380 muertos (128 adjudicables a la izquierda, unos 100 a la derecha y los otros a las fuerzas represivas) y cerca de 2,000 heridos. Según dato oficiales, el área social subversiva contaba con unas 100.000 personas. Véase: AAVV, Progetto Memoria. La mappa perduta, Edizioni Sensibili alle foglie, Roma, 1994 y Cesare Bermani, Il nemico interno. Guerra civile e lotte di classe in Italia (1943-1976), Odradek, Roma, 1997.
[56] Rosso, mayo de 1978. La revista se editaba en Milán y era el órgano del Gruppo Gramsci, organización dirigida por Negri.
[57] Tras dos años de cárcel, Negri salió libre gracias a su elección como diputado en las listas del Partido Radical. En 1983, se marchó al exilio en Francia.
[58] En los años ochenta y noventa la hipótesis de un obrerismo libertario se mantuvo viva en la reflexión de algunos colectivos como Primo Maggio, Collegamenti-Wobbly y Vis-àVis.
[59] Imperio, op. cit., pp. 131 y 139.
[60] A. Negri, Marx oltre Marx, op. cit., pág. 55.
[61] A. Negri, Marx oltre Marx, op. cit., pp. 24-25.
[62] A. Negri, Spinoza, op. cit., pág. 394. Esta edición incluye: L’anomalia Selvaggia (1980), Spinoza sovversivo (1985) y Democracia e eternità in Spinoza (1994) los principales textos spinozianos de Negri.
[63] Véase por ejemplo: Karl Korsch, Karl Marx, Laterza, 1970, pág. 101.
[64] Spinoza, op. cit, pág. 35.
[65] Busqué, sin éxito, una explicación satisfactoria del concepto de “multitud” en la obra de Negri, La tarea, aparentemente, recayó sobre uno de sus discípulos. Véase: Paolo Virno, Grammatica della moltitudine. Per un analisi delle forme di vita contemporanee, Derive/Approdi, Roma, 2002.
[66] Norberto Bobbio-Michelangelo Bovero. Sociedad y Estado en la filosofía moderna. El modelo iusnaturalista y el modelo hegeliano-marxiano, FCE, México, 1994, pág. 94.
[67] A. Negri-M. Hardt, Il lavoro di Dioniso, op. cit., pág. 27.
[68] Impero, op. cit., pág. 107.
[69] Véase: M. Lazzarato, A. Negri, “Lavoro immateriale e soggettività”, en: DeriveApprodi, No. 0, Roma, 1992. Véase también, Impero, pp.271-275 (290-94).
[70] K. Marx, Grundrisse, op. cit., tomo II, pág. 228.
[71] Grundrisse, op. cit., pp. 228-29.
[72] Grundrisse, op. cit., pág. 230.
[73] Maria Turchetto “Dall’operaio massa all’imprenditorialità comune”. La sconcertante parabola dell’operaismo italiano” en el citado sito http://www.intermarx.com
[74] Impero, op. cit., pág. 275 (294).
[75] Carta de Antonio Negri desde la cárcel de Rebibbia, Roma, circulada en el internet con fecha 10 de septiembre de 1997.
[76] En Il lavoro di Dioniso, op. cit., pp. 29-30, Negri confiesa aceptar las teorías de Mario Tronti sobre la autonomía de lo político. En Imperio, en cambio, nos informa que “la autonomía de lo político llegó a su fin”. Véase: Impero, op. cit., pág. 288 (307).
[77] Impero, op. cit., pág. 381-82 (413).
[78] Las primeras críticas a la figura del militante se remontan a 1966 y se deben a la Internacional situacionista. Véase: De la misère en mileu étudiant, traducido a unos veinte idiomas.
[79] En ocasión del G8 de Génova (julio de 2001), los Monos Blancos acusaron a los que tomaron en serio una tal declaración de ser provocadores pagados por la policia. Véase: Claudio Albertani, “Paint it Black. Blocchi neri, tute bianche e zapatisti nel movimento contro la globalizzazione”, Collegamenti-Wobbly, nueva serie No. 1, Pisa, enero de 2002 (traducción al inglés en: New Political Science, Londres, dic. 02).. Un reciente artículo revela que, en realidad, quienes mantenían contactos con la policia eran los propios “Monos Blancos”. Marco Menduni, “La notte prima del caos le Tute Bianche danno l’Sos. C’è un patto tra i violenti”, Il Secolo XIX, 16 de enero de 2003. Para más información sobre la actuación de los Desobedientes se puede consultar el sito: www.ecn.org/movimento.
[80] Véase: discursos zapatistas, manifestación en San Cristobal Las Casas, Chiapas, primero de enero de 2003, http://chiapas.indymedia.org
[81] Sobre el fetiche del trabajo en Negri, véase: G. Katsiaficas, op. cit., pp. 225-232.
[82] El planteamiento es de Maria Turchetto: “L’impero colpisce ancora” en: http://www.intermarx.com
[83] Impero, op. cit., pág. 365 (394).
[84] Impero, op. cit., pág. 353 (380).
[85] Hannah Arendt, On revolution, Vicking Press, 1996, sobre todo el capítulo III. Negri ya había hecho la apología de la constitución americana en: Il potere costituente. Saggio sulle alternative del moderno, SugarCo, Milán, 1992 (reedición: Manifesto libri, Roma, 2002).
[86] Citado en: Boron, op. cit., pág. 110. El lector interesado en profundizar el tema puede consultar los primeros capítulos de: Howard Zinn, A people’ s history of the United States. 1492 – Present, Harper Collins Publishers, New York, 1999.
[87] En un intento de quedar bien con dios y con el diablo, Negri formula la pregunta: “¿cómo colocar el leninismo dentro la nueva condición de la fuerza de trabajo? (...)¿cuál producción de subjetividad será necesaria para la toma del poder, hoy, del proletariado inmaterial? Y contesta: “hay que llevar a Lenin más allá de Lenin (...) hacia la democracia absoluta de la multitud” (¡!). Véase: Toni Negri, “Che farne del Che fare? Ovvero il corpo del General Intellect”, Posse, op. cit., mayo de 2002, pp 123-133.
[88] Véase al respecto el reciente paquete de Bush en socorro a los especuladores financieros que prevé una reducción de 300 billones de dólares por concepto de impuestos sobre los dividendos accionarios.
[89] Uno de los errores de Lenin fue creer que el imperialismo era simplemente una “etapa” del capitalismo cuando en realidad estaba inscrito en su lógica desde el principio.
[90] Stefano Capello, “L’imperialismo da Disraeli a Bush”, Collegamenti No. 2, nueva serie, 2002, Pisa, Italia.
[91] Tito Pulsinelli, “Sobre el señor y los vasallos. Estados Unidos en el atardecer del neoliberalismo”, en: http://www.lafogata.org/02inter/8internacional/sobre.htm
[92] Véase: Noam Chomsky, “Socioeconomic Sovereignity”, conferencia dictada en Albuquerque el 26 de febrero del año 2000 (incluida en Rogue States, Pluto Press, Londres, 2000). De paso, señalo que este apretado texto de unas 20 cuartillas dice sobre el imperio más que Negri y Hardt en su voluminoso libro.
[93] Du reotur, op. cit., pp. 185 y 209; entrevista a Il Manifesto, 14 de septiembre de 2002.
[94] M. Hardt, “Folly of our masters of the universe. Global elites must realise that US imperialism isn’t in their interest”, The Guardian,, 18 de diciembre de 2002.
[95]Eric Hobsbawm, “La guerra y la paz en el siglo XX”, La Jornada, México, 24 de marzo de 2002.
[96] Rebeldía, editorial del No. 1, México, D.F., nov. de 2002.
[97] John Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder, Universidad Autónoma de Puebla, 2002. De manera tramposa, muchos comentaristas han querido colocar a Holloway y Negri en el mismo costal.
[98] Benedetto Vecchi, “Democrazia in Movimento”, Il Manifesto, 18 de enero de 2003.

www.revistametropolis.com