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El "gustico" de monseñor Uribe

Publie le Miércoles 2 de marzo de 2005 par Open-Publishing

Por Daniel Samper Pizano

Como si le faltaran guerras, el Presidente quiere emprender la cruzada
de la castidad.

El presidente Álvaro Uribe -que ya tenía peleas casadas con la
guerrilla, los paramilitares, los narcotraficantes, las ONG, algunos
sectores de la prensa, la cúpula oficial del liberalismo, Andrés
Pastrana, las opiniones a título personal de sus ministros, las
pequeñas burocracias municipales y la exposición a los rayos
solares-acaba de apuntarse un nuevo enemigo: los malos pensamientos.

Su inadvertido discurso del pasado 22 de febrero en un desayuno con
pastores de la Fraternidad Ministerial Cristiana es bastante peculiar.
Dijo allí Uribe, sumido en religioso ambiente: “Hay que hacer un gran
esfuerzo en Colombia para crear una conciencia en padres de familia y
estudiantes sobre la necesidad de que los jóvenes aplacen las
relaciones sexuales... Hay que decir en todas partes, decirlo
tranquilamente, sin fanatismo pero con mucha convicción: ‘Muchachos,
cuidado, piensen en que el Arquitecto perfectamente organizado es el
Creador y por algo él definió las cosas; aplacen la sexualidad, que eso
tiene una relación con la familia’. Ese gustico es para la familia.”

Las relaciones sexuales prematrimoniales tienen amigos y detractores.
No creo que sea mucho mejor “dejar el gustico para la familia” e
iniciarse sexualmente, como las viejas generaciones, en sórdidas casas
de citas o sin las precauciones debidas. Pero lo evidente es que el
Presidente de la República no tiene por qué emular con los obispos en
la prescripción de recetas morales sobre el “gustico”, aunque lo haga
“sin fanatismo”.

De las diversas facetas de Uribe me gustan varias: la del tipo
laborioso y sencillo, la del gobernante que toma decisiones, la del
hombre estudioso; sin embargo, encuentro inquietante su tendencia a
convertirse en líder religioso, en un pseudo-monseñor que se comporta
como sacerdote y no como presidente de una nación que, según la
Constitución política, ha de ser pluralista, ajena a confesiones
religiosas y garante de la libertad de conciencia. A la luz de estas
normas, cualquier colombiano -Álvaro Uribe Vélez, por ejemplo-puede
ejercitar libremente sus ideas religiosas. Pero parece claro que el
representante de un Estado pluralista no debe injertarse de predicador,
conducta típica de los tiempos en que el catecismo gobernaba sobre la
Constitución. Hace algunos meses, esta frase de Uribe presidía la
página web del gobierno nacional: “Cuando el pueblo colombiano
despierte, cuando el pueblo colombiano anochezca, hoy tiene que pensar
en Dios, en la Virgen María y en su Ejército”. Todos mis respetos a los
creyentes y a los fieles de la Virgen María. Pero no son estas
instrucciones las que uno espera del jefe del Estado, sino de un
consejero espiritual. Si la Constitución del 91 abandonó las
invocaciones divinas de Cartas anteriores, debemos acatar la denominada
“aconfesionalidad” del Estado. Lo contrario recuerda en demasía a Bush
y sus cruzadas.

Resulta comprensible que el gobierno se entrometa en la vida privada de
los ciudadanos por razones imperiosas de salud pública, pero no de
moral. Bien está que recomienden los condones para prevenir el sida,
como vienen haciéndolo las campañas de algunas entidades oficiales (¿lo
sabrá el apóstol de la abstinencia?) Pero no corresponde al Presidente
de la República investirse de exegeta del “Arquitecto supremo” para
condenar el “gustico” prematrimonial. Quien quiera practicar la
castidad, practíquela; pero no la volvamos norma oficial. Mientras no
atente contra las leyes, déjenles el “gustico” a quienes quieran
dárselo. La vida es suficientemente difícil en estos predios como para
atarnos a moralinas decimonónicas.

Más allá del “gustico”, vale la pena plantear algunas situaciones y
preguntas sobre la trasfusión de las respetabilísimas ideas religiosas
del presidente a los asuntos de Estado. Se ha publicado que existen
nexos cercanos de algunos altos miembros del gobierno -incluso el
primer mandatario-con el Opus Dei. Ellos son libérrimos de vincularse a
esta organización pía, ni más faltaba. Pero -dados sus antecedentes
históricos, y en la medida en que ejerzan cargos públicos de alta
responsabilidad— creo que a los colombianos nos interesaría enterarnos
de ello.

Por otra parte, conviene aclarar qué consecuencias prácticas tendrán
otras declaraciones del presidente en el desayuno del “gustico”. Dijo
él, por ejemplo: “Es tan preciosa la vida de alguien que está en el
vientre de la mamá, como la vida de un adulto. El Gobierno está
comprometido a hablar con los congresistas para que la normatividad que
se apruebe no afecte a la familia.”

¿Significa esto que se opondrá a toda ley contra el aborto? Y agregó:
“En cuanto a [las uniones homosexuales]... también hay que tener
cuidado con esos proyectos de ley”.

La alocución contenía otra cita memorable: “Hay que respetar la
intimidad de cada quien; pero cada quien en su comportamiento tiene que
procurar respetar a la sociedad.” Los ciudadanos respetan a la sociedad
cuando respetan la ley, punto. Más allá es territorio del párroco.
¿Acaso el “gustico” no bendecido constituye un “íntimo irrespeto a la
sociedad”, digno de preocupar al Estado? Solo faltaba que la seguridad
democrática se nos metiera a la cama.