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Por fin se conoce a "El Profe"

Publie le Lunes 23 de mayo de 2005 par Open-Publishing

En octubre de 1989, cuando las autoridades adelantaban una gigantesca ofensiva contra los narcotraficantes tras el asesinato del dirigente liberal Luis Carlos Galán Sarmiento, pasó desapercibida una noticia que por estos días, cuando se cumple un año de vigencia de la zona de ubicación de Santa Fe de Ralito, recobra actualidad: el gobierno alemán ofrecía una millonaria recompensa por la captura de un importante narcotraficante que pertenecía al cartel de Medellín.

Se trataba de José Vicente Castaño Gil, un sujeto a quien se atribuía la propiedad y organización de un cargamento de 650 kilos de cocaína incautado en Munich. La redada permitió la captura de 16 personas y las investigaciones de la Fiscalía alemana se concentraron en promover el arresto de Castaño. Por eso, el Ministerio del Interior del Estado Libre de Baviera ofreció una recompensa de 100.000 marcos o el equivalente a US$52.000 de la época.

En ese momento, la prioridad era encontrar a los asesinos de Galán y por eso no se le dio mayor importancia judicial y periodística a la suerte de Castaño Gil en Alemania. Ni siquiera se advirtió que se trataba del hermano mayor de Fidel Castaño Gil, un hombre que para ese momento figuraba como el promotor de las múltiples masacres que, entre marzo y abril de 1988, asolaron a Córdoba y el Urabá antioqueño.

Tampoco se sabía que José Vicente era también hermano de Carlos Castaño, quien desde 1987 y en la clandestinidad, como él mismo lo reconoció en el libro Mi confesión, estaba dedicado a la “lucha antisubversiva urbana” o, mejor, al asesinato de algunos políticos de la Unión Patriótica. Con el tiempo, Carlos Castaño se convirtió en el jefe de las Autodefensas, y el perseguido, su hermano José Vicente, pasó al anonimato.

Hoy, 16 años después de estos acontecimientos, y al tiempo que la justicia y la opinión pública reviven las andanzas del terrorista Popeye y circulan las piezas judiciales del expediente contra Alberto Santofimio Botero, brillan por su ausencia las informaciones sobre José Vicente Castaño Gil. Es más, sigue siendo el gran ausente de la mesa de negociación de Santa Fe de Ralito.

El Espectador indagó en la Fiscalía sobre los antecedentes judiciales de José Vicente Castaño y encontró que contra él no hay requerimiento. Y más insólito aún: se indagó en la Registraduría sobre el personaje y la única evidencia es que alguna vez hubo una cédula con el número 3’370.637, expedida el 17 de enero de 1976 en Amalfi (Antioquia), y que pertenecía a José Vicente Castaño.

Sin embargo, en los archivos de la Dijín apareció un dato que evidencia el accionar al margen de la ley de José Vicente Castaño: el 30 de noviembre de 2001, un juzgado de ejecución de penas de Medellín canceló -a través del oficio 481- una orden de captura, la número 460 del 4 de agosto de 1993, correspondiente al sumario 12.086, que fue abierto por el delito de concierto para delinquir.

Hoy, tanto la existencia, el papel que cumple en el proceso de desmovilización de los paramilitares, como el paradero de José Vicente Castaño constituyen un misterio que ni siquiera el Gobierno sabe cómo explicar. Sin embargo, todos los conocedores de las intimidades del proceso de paz saben que existe y reconocen su poder. “Él es el verdadero jefe”, reconoció una fuente que solicitó el anonimato.

Es más, cuando en julio de 2003 los voceros del Gobierno y la Iglesia Católica se reunieron por primera vez en Ralito con los jefes de las Autodefensas, se supo que había un hombre en un sitio cercano al lugar de las conversaciones y que tanto Don Berna, como Salvatore Mancuso o Ramiro Vanoy, se abstuvieron de firmar cualquier papel hasta tanto no lo hiciera primero el misterioso personaje. Ese hombre era José Vicente Castaño Gil.

“Antes de firmar el primer acuerdo, cada que se producía alguna variación, o adición al texto, los principales voceros de las Autodefensas acudían a un sitio cercano a conversar en privado con un hombre corpulento y de calvicie protuberante, quien ajustó el texto final. Todos sabíamos quién era, pero nadie distinto a los voceros de las Auc pudo ver su rostro”, recordó uno de los negociadores de esa época.

¿Narcotraficante?

En julio de 2002, cuando comenzaba a atomizarse el proyecto paramilitar de Carlos Castaño y éste abiertamente tomó distancia del narcotráfico, El Espectador le consultó al entonces hombre fuerte de las Auc sobre los cargos que se le hacían a su hermano José Vicente a raíz de su relación con los narcotraficantes Víctor Manuel y Miguel Ángel Mejía Múnera (Los Mellizos).

La respuesta de Carlos Castaño evidenció su incomodidad para referirse a José Vicente Castaño. “Mi hermano no es narcotraficante, sino que es difícil que de alguna manera el narcotráfico no nos penetre. Yo puedo renunciar a todo, menos a un hermano”. Sin embargo, en Colombia nunca se procesó a José Vicente Castaño por cargos de narcotráfico.

Por estos días, en que el Congreso se ocupa de adecuar un marco jurídico que formalice la desmovilización de los grupos paramilitares, vuelve a cobrar vigencia José Vicente Castaño, y respecto de él surge el mismo interrogante que en su momento se dio con Gabriel Galindo (alias Gordo Lindo) o Juan Carlos Sierra: ¿narcotraficante o paramilitar? La justicia alemana, sin duda, podría ayudar a aclarar el caso.

Al margen de estas revelaciones y conjeturas, el nombre de José Vicente Castaño, aunque efímeramente, sí ha aparecido en varias investigaciones penales. Por ejemplo, en el proceso que se adelantó en la Fiscalía por el atentado al hoy congresista Wilson Borja Díaz (diciembre de 2000), su nombre se mencionó como el determinador de la acción criminal.

De igual modo, José Vicente Castaño resultó mencionado en los procesos que se abrieron tras los asesinatos de los ex congresistas araucanos Alfredo Colmenares Chía y Octavio Sarmiento. Testigos dijeron que el más importante de los Castaño los mandó a matar.

También José Vicente Castaño, conocido en los círculos judiciales como El Profe, fue acusado por el abogado Eduardo Delgado como el asesino de su familia. En efecto, el 10 de octubre de 2001, paramilitares al mando de Emiro Pereira Rivera ingresaron a las fincas Matadepiña, La Balsa y La Sultana, y asesinaron a Édinson Delgado y a sus hijos Otto y Manuel.

Desde ese momento, Eduardo Delgado -por años abogado de paramilitares- se convirtió en testigo contra José Vicente Castaño. Habló con fiscales, con militares, con el propio Carlos Castaño, con Human Rights Watch, con todo el que le preguntaba por su familia. Hace dos años fue asesinado en Bogotá. Ni siquiera Carlos Castaño, que era amigo del abogado, pudo evitar su muerte. Hoy, al parecer, Carlos Castaño también está muerto, luego de una pelea con su hermano José Vicente.

Habla testigo clave desde el exilio

Jairo Castillo Peralta, uno de los principales testigos en el proceso que adelanta la Corte Suprema de Justicia contra el senador Álvaro García Romero por sus presuntos vínculos con el paramilitarismo, le dijo a ‘El Espectador’ desde el exilio que Joaquín García, primo del congresista y afamado prestamista de Sucre, lo estuvo presionando para que se retractara de sus declaraciones en la Fiscalía y en la Procuraduría. Además, dijo, “me pidió que hiciera quedar mal a Gustavo Petro en el debate y que lo desmintiera públicamente”. Castillo Peralta, quien fue hasta hace unos años escolta de Joaquín García, le respondió: “Petro no está diciendo mentiras, él está recogiendo todas las denuncias que hice”.

De la misma forma, Castillo Peralta aseveró que Joaquín García comenzó en febrero de este año a escribirle sugestivos correos electrónicos en los que le hacía saber que el congresista Gustavo Petro venía trabajando el tema de la infiltración de las autodefensas en Sucre y que las declaraciones de Castillo podían hacerle mucho daño a Álvaro García.

Finalmente, explicó Castillo, Joaquín García le confirmó que el oficial Sergio Tovar -quien esta semana defendió a Alvaro García en el Congreso- “ya estaba del lado de ellos. Seguro lo intimidaron, ese es el poder de la mafia”. Además, dice, Joaquín y Álvaro García hablaron con él y le dijeron textualmente en tono amenazante: “Contamos y confiamos en usted”.