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Francia, noches que dan luz

par Manolo Monereo

Publie le Martes 12 de abril de 2016 par Manolo Monereo - Open-Publishing

11/4/2016

Para Gabi Fernández, que me
enseñó a amar a Robespierre

Desde siempre Francia como Estado nacional ha sido un obstáculo para la Unión Europea, para el llamado proyecto federalista europeo. Hay una coincidencia de intereses muy marcada entre una gran parte de la burguesía francesa y las élites que dirigen hoy la Europa alemana, esto que se llama la troika. ¿Cuáles son esos intereses? Poner fin al Estado nacional francés tal como lo conocemos. Los intelectuales orgánicos llevan lustros hablando del “mal francés”, de la hipertrofia del Estado, de la burocratización de la sociedad. Para ellos, su modelo sigue siendo el alemán por su capacidad de gobernar el conflicto, por su competitividad, por la supuesta flexibilidad de su mercado laboral y, sobre todo, por el pacto social implícito y siempre renovado a favor de las exportaciones alemanas.

Es un viejo problema difícil de resolver. Francia es una síntesis contradictoria de lo mejor y lo peor de las tradiciones europeas. Una burguesía dura, con capacidad hegemónica que hizo su experiencia de contrarrevolución y racismo. A su vez, un movimiento popular pujante que supo organizar la resistencia y conquistar derechos históricos que, disminuidos, aún perduran. Pero Francia es más que esto, expresa una nueva relación entre las masas y la política, la democracia y el movimiento obrero y popular, el Estado y una ciudadanía consciente de sus derechos y de sus libertades. Esto se ha concretado en un tipo de Estado que sigue ejerciendo una fuerte presencia en la economía, unos servicios públicos eficientes y unas instituciones con un alto índice de legitimidad.

Lo nacional-popular en Francia sigue siendo un dato imposible de eludir. Sentido de pertenencia, patriotismo de derechos y libertades, capacidad de integración que, si bien ha perdido relevancia, sigue siendo un componente esencial de la cultura política francesa. Hoy hay que verlo como un movimiento de resistencia, de oposición molecular y difusa contra una UE identificada con el triunfo de los poderes salvajes del capitalismo, la desregulación, la privatización y el desmantelamiento del Estado social. Esta contradicción la vive Francia con mucha fuerza, hasta el punto que tanto en la derecha como en la izquierda se sigue apelando a ella para el combate político cotidiano.

Lo específico en esta fase —empieza a ser ya una tradición en la UE— es que lo que no pudo hacer la derecha, lo está intentando hacer la izquierda que sobrevive en torno a François Hollande. El “sacrificio”, el “suicidio” del socialismo francés demuestra hasta qué punto las élites y los aparatos partidarios están, no solo apartados, sino contra su pueblo, contra sus gentes, sus derechos, su futuro. La política que ha hecho Hollande no se atrevió a hacerla Sarkozy y, sobre todo, después de los atentados puede terminar poniendo en peligro la viabilidad de Francia como Estado, pueblo y nación.

Lo que está ocurriendo ahora en Francia se explica en este contexto: una ley laboral que viene a poner fin a derechos históricos de los trabajadores, a precarizar las relaciones laborales, a quitar eficacia a la negociación colectiva, a individualizar la contratación y a debilitar aún más al sindicalismo francés. Encuestas fiables hablan de que más del 70% de la ciudadanía está en contra de esta ley. Esto se ha expresado ya en la calle con grandes movilizaciones y empieza a repetirse, no sabemos aún con qué fuerza, un movimiento de indignación, de indignados e indignadas que van más allá de unas medidas concretas y que se enfrentan a una clase política dependiente, hasta el absurdo, de los poderes económicos y sumisa a los intereses generales del Estado alemán.

Se suele hablar mucho del avance de la extrema derecha en Francia, de los banlieue, del crecimiento imparable del racismo. Todo esto es verdad, pero oculta lo fundamental que es la consciente y planificada destrucción de la “especificidad francesa”. La UE alemana, como antes lo fue el régimen de Vichy, está siendo el instrumento de la patronal y las élites dirigentes para cambiar a Francia de base, para romper con la enorme influencia de lo nacional-popular, para someter, de una vez por todas, a las clases subalternas, a los trabajadores y trabajadoras, a los jóvenes.

Francia se abre en canal y no tiene quién la exprese. Marine Le Pen, el populismo de derechas, hay que verlo como señal contradictoria de la necesidad de tantos franceses y francesas de protección, de soberanía, de identidad, de futuro. La vieja y la nueva izquierda que todavía se puede calificar como tal, una vez más no ha sabido estar a la altura de esta dramática situación histórica. Lo nacional-popular, lo que en algún momento se llamó “populismo de izquierdas”, tiene que pasar de línea de resistencia a proyecto alternativo de país. La izquierda se construye desde esta voluntad de mayoría, de fusión con las capas populares, con las mayorías sociales, desde su comprensión de que el Estado-nación sigue siendo la única plataforma histórica disponible para combatir a los poderosos, defender los derechos sociales y garantizar las libertades republicanas. Volver al hilo rojo que unió a Robespierre con Marx uniendo democracia y emancipación en el horizonte de la superación del capitalismo. Es la Francia de la esperanza que nace de noches en vela.

http://www.cuartopoder.es/cartaalamauta/2016/04/11/francia-movilizaciones-reforma-laboral-indignados/350