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Me gustaría ser francés

Publie le Domingo 5 de junio de 2005 par Open-Publishing

Por Juan Francisco Martín Seco

Nadie puede negar la madurez política que caracteriza siempre a la sociedad francesa. Los aires de Fronda provienen una vez más de Francia. De nuevo, este país se ha constituido en barricada frente al conservadurismo y a la explotación. En el “no” francés está representada una buena parte de la sociedad europea dispuesta a decir basta a un proyecto neoliberal construido al margen de los ciudadanos y que contradice precisamente los valores de la vieja Europa.

La campaña realizada por los poderes institucionales en el referéndum francés ha estado repleta, al igual que lo estuvo en el español, de todo tipo de medidas abusivas y, lo que es aún más grave, de falacias y de mentiras. Se ha utilizado, desde luego, el catastrofismo más absoluto. Es argumento muy querido y utilizado profusamente desde siempre por los conservadores y, sobre todo, por aquellos que portando siglas de izquierdas practican la política de la derecha. Para justificar lo que desde el punto de vista político resulta injustificable, se acude al no hay alternativa; se repite una y otra vez que no hay marcha atrás posible: esto o el caos.

El discurso, sin embargo, ha mudado de forma radical tan pronto como se han conocido los resultados y se ha confirmado el triunfo del “no”. Milagrosamente, los poderes de todo tipo se han apresurado a cambiar su perorata catastrofista por el aquí no ha pasado nada, sin duda en un intento de seguir adelante como sea con su proyecto. Se afirma que nueve países europeos han ratificado ya la Constitución, pero lo cierto es que de esos países tan sólo España lo ha hecho por referéndum. ¿Cuál habría sido el resultado si en Italia, Alemania o Austria se hubiese consultado a los ciudadanos? ¿Qué habría ocurrido si el referéndum español se hubiese celebrado después del francés y del holandés? Se dice torticeramente que más del 70 por ciento de los españoles ha dicho que sí, pero lo cierto es que sólo uno de cada tres ciudadanos del censo electoral votó afirmativamente. Una enorme abstención, como la que se produjo en nuestro país, deslegitima la consulta, especialmente en un tema de tamaña trascendencia.

Giscard d’Estaing ha sido pionero, y sin cortarse ni un pelo, en cuanto se percató de que el “no” parecía imparable, se apresuró a proponer un nuevo referéndum. Es distintivo de la casa en el ámbito europeo. Pocas evidencias tan reales como el hecho de que la construcción europea se está realizando al margen de los ciudadanos. Se ha procurado contar con ellos lo menos posible, y cuando la consulta resulta inevitable, se intenta que ésta sea entre el sí y el sí. Al principio, se bombardea con todos los medios institucionales nacionales e internacionales; se amenaza con enormes catástrofes, con que las plagas de todo signo caerán sobre el país, e incluso sobre toda Europa, en el caso de que el “no” consiga la victoria. Pero si todas estas presiones y coacciones no dan resultado y los ciudadanos no se dejan convencer, inclinándose finalmente por el “no” como en esta ocasión han hecho los franceses, entonces no queda otro remedio que convocar referéndum tantas veces como sea necesario para torcer la voluntad popular.

Giscard d’Estaing se puso la venda antes de tener la herida, pero en realidad sólo evidenció lo que ha ocurrido en el resto de ocasiones en que los ciudadanos han votado en contra de los tratados. Se ha optado por repetir los referéndums hasta lograr el sí. Así ocurrió en Dinamarca con ocasión del Tratado de Maastricht y en Irlanda con el de Niza. También a los noruegos se les hizo votar dos veces a ver si de este modo se decidían a incorporarse a la Unión Europea. Aunque en este caso, el “no” ha seguido predominando. La postura es de tal impudor que cuesta creer que se pueda plantear con tal descaro. ¿Qué diríamos de alguien que siempre que pierde en un juego o en una competición afirma que no vale y que hay que repetir la prueba hasta que consiga ganar? Puestos a repetir un referéndum, sería más bien el español y no el francés el que tendría que celebrarse otra vez, ya que en este último la participación ha sido superior al 70 por ciento, mientras que en nuestro país tan sólo votó el 42 por ciento del censo electoral.

Los seudoprogresistas, uno de cuyos prototipos puede ser Cohn-Bendit, arremeten contra el “no” de izquierdas argumentando que el rechazo de la Constitución no conduciría a más Europa sino a menos Europa. Pero el problema no radica en el más o en el menos, sino en qué tipo de Europa se quiere. Los franceses han dicho “no” a esta Europa, a una Europa neoliberal que hace imposible el Estado social. Los mandatarios internacionales deberían haberse dado cuenta de la repulsa, o al menos de la indiferencia, que esta Europa provoca en la mayoría de los ciudadanos europeos. ¿Acaso la enorme abstención en las pasadas elecciones al Parlamento de la Unión no era ya una señal clara de ello? Debe de haber muchos intereses en juego cuando nada les hace modificar la trayectoria del proceso. También ahora seguro que pretenderán pasar por encima del referéndum francés. Y es que el análisis sobre la bondad o no de este proyecto se efectúa siempre en clave nacional, se pretende contestar a si la Unión Europea es buena para tal o cual nación, pero esa pregunta debería hacerse con respecto a las clases sociales. Ciertamente resulta muy lucrativa para las fuerzas económicas, pero desastrosa para las clases populares, ya sean éstas polacas o alemanas.

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