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Diego Pombo y el más serio de todos los juegos

Publie le Sábado 11 de junio de 2005 par Open-Publishing

Sabe hallar las pinturas que están ocultas en otras pinturas, los rostros que están ocultos en otros rostros, los mundos que están ocultos en este mundo. Convirtió a un personaje pintoresco de las calles caleñas, Guerra, en una suerte de ícono, a medias religioso, a medias circense, de la inspirada locura de nuestra vida diaria.

Por William Ospina

No hay lugar en el que Diego Pombo no pueda hallar inspiración y temas para su pintura.

Pombo anda por el mundo recolectando el disperso arte de Dios, que no está en los sitios consagrados y en los pedestales ilustres sino, como lo quiere el arte moderno, en cualquier parte. Desde cuando Baudelaire hizo su poema A una carroña, ya sabemos que no hay temas indignos del arte, sino artistas indignos de ciertos temas. Joseph Conrad resumió así la estética de nuestra época: "No hay lugar de esplendor, ni oscuro rincón sobre la tierra, que no merezca una mirada de admiración o de piedad". Y Pombo, artista de la época, no les tiene miedo a los lenguajes callejeros, a lo humilde, a lo marginal, a lo efímero. No rehúsa lo grotesco ni lo primitivo, todos son instrumentos: colores espesos, sombras de tizne, frivolidad y locura. Basta que en su alambique las cosas ganen el matiz de ironía o de denuncia que busca, la capacidad de sorprender o de fastidiar que requiere. También fue Baudelaire quien dijo alguna vez: "Lo feo puede ser hermoso, lo bonito nunca".

Diego Pombo lo sabe, y sabe que todo puede caber en el reino de colores que pinta, reinas de belleza transformadas en madonas o arpías, energúmenos callejeros exaltados en símbolos de la cultura, contrastes entre la opulencia y la pobreza, entre la simulación de los poderosos y la sinceridad de los despojados. Es curioso que entre nosotros sólo los que tienen recursos necesitan fingir, sólo los que deberían tener carácter se entregan a las danzas sumisas de la simulación. Todo lo oficial y lo consagrado tiene un aire irrisorio de circo pobre, cuando no de comparsa o de farsa. Ese obispo desfalcador sentado en sus millones con una rubia en las rodillas nos asoma a un mundo de aparente ficción, donde la irreverencia de lo real termina siendo atribuida al observador que la señala; un mundo que sería capaz de acusar hasta a la cámara fotográfica por las verdades que registre.

Si Pombo combina de un modo aparentemente caprichoso la elegancia de las instituciones con la atmósfera de los bajos fondos, es porque en nuestras instituciones abunda el delito. Si alía en sus cuadros retablos religiosos con burdeles, no es por mera irreverencia, sino porque ha captado la proximidad de los mundos. William Blake dejó escrito que "Las cárceles se construyen con los ladrillos de la ley y los burdeles con las piedras de la religión". Si Pombo une de un modo desafiante lo sagrado y lo profano, es porque esas cosas están unidas en el fondo de nuestra conciencia. Dicen que en el comienzo de las lenguas cada palabra significaba a la vez las dos verdades opuestas y, siendo evidente que más oscuridad significa menos claridad, que seco y húmedo no son dos fenómenos distintos sino las dos caras de un mismo fenómeno, no debe extrañarnos que en latín se usara la misma palabra, "sacer", para designar lo reverenciable y lo repugnante.

Pero la pintura de Diego Pombo no sólo aproxima los contrarios y exalta su contraste, también se deleita en aproximar lo distinto, forma atmósferas heterogéneas, saca magos ocultos de los pliegues de las estampas religiosas, naves fantásticas de los accidentes de impresión, y busca, como los maestros antiguos, inspiración en las manchas de la humedad y en las erosiones de la materia. Ningún título serviría más para señalar en dónde se encuentra su fuente de inspiración que la frase de Cervantes, arrancada de su contexto, como muchas imágenes de Pombo, para significar otra cosa: "En un lugar de La Mancha".

DESDE CUANDO BAUDELAIRE HIZO SU POEMA A UNA CARROÑA, YA SABEMOS QUE NO HAY TEMAS INDIGNOS DEL ARTE, SINO ARTISTAS INDIGNOS DE CIERTOS TEMAS.

Como John Peale Bishop, viendo la historia humana en las mutaciones del mar; como Hamlet, viendo en las nubes pájaros y leones; como Dante, viendo en las ondas de un vaso de agua la imagen de los movimientos del espíritu en el cielo; como Cristo, viendo el cielo en un grano de mostaza y la imagen de lo imposible en un camello que pasa por el ojo de una aguja; como Shakespeare, para quien la piedad es un niño desnudo que cabalga sobre la tempestad, el artista tiene que ver el infinito en un grano de arena y la eternidad en una gota de agua.

Tengo a la vista la fallida estampa de una modelo rubia desnuda de la que Pombo ha sacado una esfinge alada cuyo reflejo es un tigre, y que conversa con un esbelto Edipo que tiene cuerpo de sombra y senos de doncella. El conjunto es de una arbitrariedad escandalosa, pero el efecto sobre el espíritu es tan poderoso como el de la leyenda griega.

Tengo a la vista una estampa de los Beatles, a los que el pintor ocurrente escindió en parejas fantásticas que dialogan en una galería.

Cada medio rostro se ha convertido en otro personaje, y lo más inquietante es que esas dos mitades individualizadas no se parecen entre sí, son seres distintos. Tengo a la vista una Última Cena, pintada por Pombo con personajes familiares de su ciudad: a lado y lado de Cristo, que se ha escindido también, como en el mito, en hombre y pez, están el grupo de los muertos y el de los vivientes. Los muertos son artistas y locos: Enrique Buenaventura, Andrés Caicedo, Hernando Tejada, Cobo, Guerra, Jovita Feijoo, pero son también seres sosegados, mágicos y felices; los vivos son aduladoras o malencaradas estampas del poder, un presidente marioneta movido por seres ocultos, la muerte que toca el acordeón, y el propio artista, que se ha deslizado entre ellos para espiar sus maquinaciones, o para burlarse de sí mismo, o para decirnos que vivir es inevitablemente ser cómplice de las perversidades del mundo. Es mucho más que un cuadro pintoresco o paródico, es un pensamiento, es un ejercicio de creación, y es un mundo.

Porque Pombo posee lo principal del arte: un mundo propio, en el que podría contar a su antojo todas las cosas. Por eso a veces se cansa de circos irónicos y reinados siniestros, de ese reino de vodevil donde el poder peca y el crimen conspira, donde la necesidad se exhibe y la autoridad se excita, bajo la estampa del dios pescador y en el omnipresente soplo de la música, y entonces se aplica a pintar cuadros estremecedores, como La Toma, donde ya no hay ironía sino desafiante verdad: el bosque de los duendes invadido por el crimen, los fusilamientos, los seres humildes e inermes mirando a la muerte que se muestra sin metáfora, la barbarie estúpida profanando la carne y la vida, un avión de combate casi enredado en las ramas de los árboles, y un incendio de juicio final al fondo de todas las cosas.

Y viendo las obras de Diego Pombo uno siente que es verdad lo que decía Chesterton: que el arte es un juego de niños, es decir, un juego terriblemente serio, lleno de descubrimientos y asombros, y en el que está en juego todo el futuro.

POMBO POSEE LO PRINCIPAL DEL ARTE: UN MUNDO PROPIO, EN EL QUE PODRÍA CONTAR A SU ANTOJO TODAS LAS COSAS.