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¿Quieres más gusanos, querido?

Publie le Lunes 13 de junio de 2005 par Open-Publishing
1 comentario

Por Roberto Bardini
(Bambú Press)

Lo que van a leer posiblemente les produzca asco. En un futuro no muy lejano, quizá se escuche este diálogo alrededor de la mesa en cualquier hogar miserable de México:


 ¿Quieres más gusanos, querido?

 No, mejor pásame un poco de huevos de hormiga.

 Mami, ¿ya puedo comer dulce de lombrices?

 Sí, pero primero termina la sopa de mosquitas.

Esta inmundicia no es exageración, ni futurismo pesimista, ni ciencia ficción. Es una posibilidad real. Biólogos mexicanos están estudiando formas de revivir el consumo de insectos entre la población más pobre. Aseguran que es una “fuente proteínica” y una actividad productiva “benéfica para el medio ambiente”.

Con retorcidas explicaciones histórico-culturales, estos investigadores al servicio de un sistema injusto buscan incorporar los insectos a algunos alimentos, preparando tortillas de harina (sustituto del pan) enriquecidas con larvas, hotdogs de chapulines (saltamontes o langostas de campo) y dulces de lombriz. Los proyectos buscan, además, que los agricultores se dediquen a la producción, comercialización y distribución de varias “exquisiteces”, como los huevos de hormiga (conocidos como escamoles) y los gusanos de maguey o ágave (una planta espinosa muy común en el país).

En el fondo, también se busca convencer a las familias de los campesinos para que consuman las especies con menor valor comercial.

“En México, el consumo de insectos se remonta al periodo prehispánico; se fue perdiendo con la conquista y actualmente las poblaciones rurales conservan un poco esta costumbre”, afirma Gabriela Jiménez Casas, bióloga de la Universidad Nacional Autónoma de México, quien ofrece conferencias y demostraciones a los niños mexicanos para convencerlos de que los insectos son “ricos y nutritivos”.

La bióloga insiste que algunos insectos, añadidos a salsas o ensaladas, pueden proporcionar las proteínas necesarias para muchos niños pobres. Argumenta que una larva de mosca puede contener el doble de proteínas que la carne de vaca, con mucha menos grasa, aunque reconoce que no tienen un aspecto muy apetitoso.

Esta tortuosa explicación, revestida con un precario barniz histórico-antropológico, no resiste el menor análisis. La carne humana contiene proteínas; sin embargo, en la actualidad se condena a ciertas etnias antiguas de África o del Amazonas que, por razones culturales, practican el canibalismo. También en África, el Matto Grosso y las selvas de América Central, los campesinos e indígenas comen mono, provocando alaridos de indignación entre ecologistas y protectores de animales.

Los chinos comen todo lo que vuela por el aire, se arrasta por la tierra o nada en el mar: perros, gatos, cucarachas, golondrinas, serpientes, arañas, lo que sea. Nada es desdeñable para el estómago, porque seguramente esos animales contienen proteínas. Pero convengamos que China es un país dramáticamente sobrepoblado y sin demasiada tradición agrícola-ganadera.

El biólogo Juan García, del Instituto Politécnico Nacional de México, es partidario del engaño. Propone esconder los insectos mezclándolos en la harina para las tortillas o cubriéndolos con alimentos apetecibles como chocolate o caramelo.

García, una especie de estafador con título de científico, ya ha producido langostas cubiertas de chocolate, gelatinas de lombriz o gusanos cubiertos de caramelo transparente. Asegura que a los niños les encantan estos bichos en el caramelo. Cuenta que los pequeños empiezan a chuparlo para ver si los insectos son de plástico. Cuando llegan, dicen: “¡Son reales!”, y lo siguen comiendo, explica con absoluto descaro.

Según Idolina Velázquez, catedrática de administración de empresas, la clave está en hacer que los insectos se reincorporen a la cadena alimenticia, de modo que ocupen su lugar natural en el medio rural, ayudando a reducir el uso de pesticidas y los cultivos modificados genéticamente.

Los gusanos, disponibles sólo en ciertas temporadas del año, pueden ser cultivados mediante la producción de larvas in-vitro. Una mayor oferta mejoraría el mercado para estas orugas blancas y rojas, que tienen una gran aceptación en los mejores restaurantes del país, fritas y vendidas hasta por 40 dólares la docena.

Si estos “especialistas” tienen éxito, seguramente pronto tratarán de extender las “recetas” a otros gobiernos, para ser aplicadas en villas miserias argentinas, favelas brasileras, cantegriles uruguayos y bohíos caribeños, eso que los organismos económicos denominan con el cínico eufemismo de “asentamientos precarios”.

Aparentemente, estos “científicos” no hacen el menor esfuerzo por entender por qué, en un continente pleno de riquezas alimenticias, los pobres no tienen acceso a carne, huevos, legumbres y frutas. Si lo hicieran, quizá entenderían que en el origen del mal se encuentra este Nuevo Orden económico que supimos conseguir o no logramos evitar.

Por apologistas de la inmundicia, habría que condenarlos de por vida a la dieta alimenticia que proponen para los demás. Que coman larvas de mosca, que contienen el doble de proteínas que la carne y, además, mucha menos grasa. Como decían en el Lejano Oeste: que prueben su propia medicina.

Mensajes

  • claro los pobres a comer mosquitos, cucarachas pa que en un futuro los paises capitalistas nos iran mandando como madita ayuda todo lo que tienen de insectos y asi les ayudamos a que utilicen menos insecticida, qué descaro tan repugnante?