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El imperio de los reyes

Publie le Sábado 6 de agosto de 2005 par Open-Publishing

Suena extraño que los Estados Unidos, que andan repartiendo democracia y libertad a cañonazos por los arenales del Oriente Medio, y que se declaran enemigos feroces lo mismo de regímenes que no practican el sufragio universal al estilo norteamericano, como Cuba, y de los que según ellos, aun siendo elegidos democráticamente, no gobiernan de acuerdo con sus instrucciones, como Venezuela, hayan sido un aliado incondicional por décadas de uno de los regímenes más extraños y menos democráticos del mundo: hablo de la Arabia Saudita, que acaba de perder a su rey.

Por William Ospina

Occidente está lleno de reyes, pero en la mayor parte de los reinos de Europa, por ejemplo, esas reliquias medievales juegan un papel decorativo o simbólico, y sólo teocracias lujosas como el Vaticano tienen argumentos teológicos para no practicar la democracia representativa, aunque no sean precisamente reinos espirituales sino administradores por todo el mundo de grandes propiedades territoriales y pastores de rebaños generosos.

Sin embargo, hasta el Vaticano es una monarquía austera al lado de la Arabia Saudita, así llamada porque es propiedad de una sola familia real, la Casa de Sa’ud, compuesta por unos 30.000 parientes, entre los cuales se destacan 4.000 príncipes. Esta casa real es seguramente la más poderosa de nuestro tiempo, porque alía su poder económico como primer productor de petróleo del mundo con el poder religioso que le confiere ser la cuna del Islam y el destino de millones de peregrinos que deben viajar al menos una vez en la vida a La Meca.

Descienden de Muhammad ibn Sa’ud, quien fuera emir en 1735, pero el fundador de la Arabia Saudita fue, en 1923, Abdulaziz, de quien se podría comenzar una historia en el tono de las Mil y Una Noches: "Este era un rey que tenía 38 hijos, y cinco de ellos llegaron a ser reyes...". Abdulaziz gobernó hasta 1953, lo sucedió su hijo Sa’ud hasta 1964; a éste su hermano el rey Faisal, asesinado por un pariente en 1975; y a éste su hermano Kahlid hasta 1982.

Fue en ese año de 1982 cuando subió al trono Fahd ibn Abd al-’Aziz Al Faysal Al Sa’ud, a quien en su opulenta vida y en su modesta tumba los mortales optamos por llamar simplemente el rey Fahd, quien acaba de ser guardado bajo una lápida sin inscripción alguna, como lo manda su religión, en el cementerio de Riad, entre centenares de tumbas sin nombre sobre las que cae sin cesar el fino polvillo del desierto. Este muerto increíble gobernó durante 23 años su país de casi dos millones de kilómetros cuadrados y de 23 millones de habitantes, como lo había hecho toda su familia a lo largo del siglo XX: en el mayor lujo imaginable, entre palacios y surtidores, limosinas y villas, con el Corán en la diestra y un poder omnímodo en la voz.

Porque en Arabia gobierna la Sharía, el derecho islámico inflexible derivado del Corán y opuesto a toda innovación jurídica, un código penal antiquísimo que castiga el robo con la amputación de la mano, el beber alcohol con la flagelación hasta el borde de la muerte, el adulterio con la lapidación, y otras ofensas más graves con la decapitación. Imperan también sobre la sociedad el Comité para el fomento de la Virtud y la prevención del Vicio, y una policía religiosa, la Mutawwa’in, que vigila y castiga en el acto toda desviación del Corán por parte de los ciudadanos.

EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS, FAHD GANÓ EN INDEPENDENCIA, ARABIA RECUPERÓ EL PODER SOBRE SU PETRÓLEO, LA CASA REAL SAUDÍ SE ACERCO A IRÁN Y SE HA BENEFICIADO DE LOS ENORMES AUMENTOS DEL PRECIO DEL PETRÓLEO.

Curiosamente esos príncipes enriquecidos desde los años 30 por el petróleo, que se protegen por todos los medios de modas extranjeras como el parlamentarismo, los partidos políticos, el laicisismo y el socialismo; y que viven también del turismo de los peregrinos a La Meca, han logrado crear un generoso sistema de protección social que previno durante mucho tiempo la formación de una oposición política y que mantuvo a la población en la inmovilidad y la pasividad. Todo ello lo cambiaron algunos hechos históricos: la guerra de los soviéticos en Afganistán, la caída de la Unión Soviética, la revolución islámica en Irán y la guerra del Golfo. El odio del rey Fahd por los soviéticos lo llevó a apoyar a los talibanes; la caída de la Unión soviética, a apoyar a los estados islámicos de la Unión desintegrada y el régimen de Bosnia Herzegovina, la llegada de los Ayatollas lo llevó a apoyar a Sadam Hussein en la guerra entre Iraq e Irán, y la guerra del golfo a aliarse con Estados Unidos y recibir a las tropas invasoras. Y eso rompió los equilibrios largamente construidos de un país encerrado en sí mismo y satisfecho por sus ingresos y por lo hermético de su poder.

N o es sorprendente que la necesidad de la Arabia Saudita de mantener a Iraq en su condición de Estado vigilado y bloqueado, para evitar la recuperación económica de su principal competencia en el mercado del petróleo, haya sido el sustrato sombrío de los terrorismos que recientemente han sacudido al mundo. La alianza de los EstadosUnidos con Sadam Hussein en la Guerra contra Irán terminó favoreciendo la formación de Al Qaeda, pues ya se sabe que Osama ben Laden es de origen árabe. Pero lo cierto es que muchas de las cosas que han ocurrido en los últimos tiempos en el mundo, incluidos los atentados del once de septiembre y las guerras de Afganistán y de Iraq, han tenido en Arabia Saudita y en el gobierno del rey Fahd a protagonistas muy importantes.

E n los últimos tiempos, Fahd ganó en independencia, Arabia recuperó el poder sobre su petróleo, la casa real saudí se acercó a Irán y se ha beneficiado de los enormes aumentos del precio del petróleo. Y ahora un cambio de gobierno no dejará de producir efectos inesperados sobre el complejo ajedrez del Oriente Medio, donde los Estados Unidos no saben cómo salir del pantano de Iraq y el conflicto palestino israelí se mueve sobre la cuerda floja.

Abdullah, el quinto hijo de Abdulaziz acaba de ascender al poder en el país que puede equilibrarlo o desequilibrarlo todo. Y los Estados Unidos tendrán que seguir exhibiendo por el mundo la inconsecuencia de su política, que combate supuestas tiranías si no son amigas suyas, y apoya evidentes tiranías si sirven a su poder hegemónico.

ABDULLAH, EL QUINTO HIJO DE ABDULAZIZ ACABA DE ASCENDER AL PODER EN EL PAÍS QUE PUEDE EQUILIBRARLO O DESEQUILIBRARLO TODO.