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Nueva Orleáns : Músicos y poetas, al rescate; la ciudad siempre se ha sobrepuesto a la tragedia

Publie le Miércoles 5 de octubre de 2005 par Open-Publishing

Nueva Orleáns renacerá con ecos de jazz

por DAVID BROOKS

Nueva York, 4 de octubre. La trompeta de un afroestadunidense regala ecos de su ciudad a todas las esquinas del mundo, con una pureza que surge del sufrimiento y del triunfo sobre la desolación; que viene de lo más triste para expresar la felicidad de que uno sigue vivo a pesar de todo, de que al nacer en el olvido se proclama presente, de que ha sido tan ahogado por la vida que puede celebrar la muerte sin temor, de que logró desafiar lo imposible casi todos los días: de eso se trata Nueva Orleáns.

No es Estados Unidos, es otro país. Es un país fundado por todo el mundo y que pertenece a todo el mundo. Tal vez con la excepción de Nueva York, en ese sentido, como Nueva Orleáns no hay dos. De hecho, es casi un lugar para refugiarse de Estados Unidos, pero a la vez, es una parte esencial de este país.

"De los esclavos proviene la más libre de las músicas. El jazz, que vuela sin pedir permiso, tiene por abuelos a los negros, quienes trabajan cantando en las plantaciones de sus amos, en el sur de Estados Unidos, y por padres a los músicos de los burdeles negros de Nueva Orleáns", escribe Eduardo Galeano en Memoria del fuego. Cuenta que en esa ciudad, en 1916, "con lo que ahorró repartiendo diarios, leche y carbón, un muchacho petiso y tímido acaba de comprarse corneta propia por diez dólares. El sopla y la música se despereza largamente, largamente, saludando al día. Louis Armstrong es nieto de esclavos, como el jazz, y ha sido criado, como el jazz, en los puteros".

Hace unos años, mientras este reportero buscaba desayuno en el calor tropical de Nueva Orleáns, apareció un grupo de jazz tocando a toda velocidad sin que nadie se sorprendiera. "Es un poco temprano para empezar, ¿no?", le pregunté a un ciudadano. "¿Empezar? Si éstos no han acabado la noche", respondió.

Poco después, en una avenida distante del centro turístico de la ciudad, de repente apareció un desfile encabezado por un afroestadunidense vestido de indígena, con plumas por dondequiera, con unas 200 personas de diferentes razas y etnias bailando al ritmo de una banda de jazz. ¿Y eso?, le pregunté a un taxista. "Es un desfile por el día de los italianos", respondió, como si fuera lo más normal. Pero ¿qué tienen que ver un afroestadunidense vestido de indígena y una banda de jazz con los italianos? "Aquí cualquier pretexto sirve para celebrar", repuso.

La conversación pasó a otro tema de gran pasión en esa ciudad: la comida. En el acento peculiar de esa zona -un inglés casi imposible de imitar, ya que está sazonado con francés del siglo XIX, ritmo caribeño, un poco de indígena estadunidense y para colmo un poco del inglés sureño-, el conductor ofreció descripciones detalladas de las diversas maneras de preparar un buen gumbo (especie de estofado).

Entre gumbo, langostinos, jambalaya (una especie de paella) y pan de maíz, y mil variedades de salsas picantes - de por allá es la famosa salsa Tabasco-, entre otras cosas, los olores y sabores de Nueva Orleáns son únicos en el mundo. Y uno siempre acaba en el (antes) siempre abierto Café Du Monde, donde hay algo parecido a los churros (beignet) y un café mezclado con achicoria.

No había nada más sabroso que llegar ya muy noche a Tipitina, antro legendario, donde el calor del día se resistía a ser conquistado por el aire acondicionado - o sea, no había- y donde era obligatorio bailar para generar brisas y beber cerveza como si fueran las últimas gotas de líquido que quedaban en el mundo. Esta es la casa musical de los Neville Brothers y Profesor Longhair, y decenas de grupos más que brotaron de esa ciudad, ofreciendo pociones mágicas para sobrevivir en este país. También había monumentos vivientes como el antro/museo Preservation Hall y el festival anual de jazz, que continuamente resucitaban el pasado para mezclarlo con las notas musicales del futuro.

Sólo esa ciudad podría ser sede de carnaval en este país, donde en lugar de escuelas de samba hay bandas de afroestadunidenses (crewes) con vestuario de indígenas americanos bailando los ritmos de Africa y con la cultura del imperio francés traducida por sus viajes a través del Caribe. Allí se mezcla todo: indígena, español, francés y brotan cosas como cajun, creole y vudú. Fue capital del mundo caribeño, sigue siendo puerto clave del imperio estadunidense, pero también es cruce del mundo americano.El gran río Mississippi, que recorre el centro de Estados Unidos y se nutre de ríos que vienen del oeste y del este, desemboca allí para encontrarse con el resto del mundo.

En Nueva Orleáns fluye todo, venenos y antídotos, Dios y el Diablo. Precisamente por eso es tal vez el único rincón de este país que puede celebrar carnaval, donde sólo unas cuadras separan la Calle del Deseo de la Calle de la Devoción.

Allí nació el jazz, allí se nutrió de los blues, allí uno se pierde y se encuentra, se ahoga y se rescata. Tal vez por eso grandes plumas -escritores, poetas, músicos- se han nutrido de este encuentro/desencuentro que es Nueva Orleáns: figuras como Mark Twain, Tennessee Williams, Truman Capote, Sherwood Anderson, y Anne Rice. Allí han nacido familias aristócratas de la música: los Marsalis, los Neville. Allí nació, se estrenó o se nutrió la música de Fats Domino, Allan Toussaint, Preservation Jazz Band, Dirty Dozen Jazz Band, Little Richard e incontables más. Por esa música fue posible el rock. El jazz latino nació en los barcos que navegaban las aguas entre Cuba y Nueva Orleáns.

Por eso los esfuerzos de rescate han sido encabezados por músicos y poetas. Están rescatando su origen y su inspiración, su voz, las trompetas. El bluesista Robert Cray, el legendario Lou Reed, los hip hoperos Kanye West y Wyclef Jean, Bonnie Raitt, Paul Simon, Elvis Costello, Diana Krall, Cassandra Wilson, James Taylor y otros se han sumado a los hijos de Nueva Orleáns Wynton Marsalis, los Neville y Dirty Dozen Brass Band, entre otros, en conciertos y eventos dedicados a rescatar esa ciudad de todos.

La ciudad del jazz

Fue la ciudad más cosmopolita de esta nación. Nueva Orleáns fue fundada por Francia en 1718, gobernada breve tiempo por España, retomada por Francia y finalmente adquirida por Estados Unidos como parte de la compra del territorio de Luisiana, en 1803.

Su origen francés fue nutrido por descendientes de los fundadores, junto con refugiados franceses de Canadá y de la revolución francesa, de las guerras de Napoleón y los que huyeron de las rebeliones antifrancesas en Haití y Dominicana. Siempre defendieron su catolicismo y repudiaron a los anglosajones protestantes. A la vez toleraban las religiones del Caribe, y de hecho no hay otra parte del país donde tantas iglesias católicas coexistan con tiendas de vudú, comentó un periodista hace poco.

A la vez, esta región también era hogar de las naciones indígenas choctaw y natchez. Pero también sería inundada por flujos migratorios de todo el planeta: llegaron desde los Balcanes, desde Serbia; griegos, filipinos hispanoparlantes, chinos. Después de 1850 también llegaron olas de alemanes, irlandeses y sicilianos, y para 1860 alrededor de 40 por ciento de su población estaba compuesta por inmigrantes.

Además de ser uno de los principales puertos del país, también fue centro del comercio de esclavos, y al mismo tiempo tenía la población negra más libre del sur, con todas las combinaciones de razas posibles, que hablaba francés o patois. Incluso algunos ricos enviaban a sus hijos a estudiar en París.

De ahí brotaba y se combinaba la música de todos: valses y polkas, contradanzas y habaneras de Cuba, música de Haití. De ahí aparecieron las bandas de marcha, de baile y las que escoltaban a los funerales, y todas las razas y géneros participaban. Pero la nueva música - el jazz - empezó a nacer con la combinación de la música de los esclavos y su evolución al integrarse el ragtime con tradiciones españolas y europeas, junto con la música del Caribe. Esto después se encontró con las tradiciones de la música sagrada de la iglesia bautista y la música "del diablo", el blues, ambas introducidas a Nueva Orleáns desde los campos por los inmigrantes rurales negros que buscaban una vida mejor en la ciudad.

Como explica Ken Burns, autor y director de la serie documental Jazz, estos géneros musicales empezaron a interrelacionarse dentro de la ciudad y así nació esta nueva música al amanecer el siglo XX.

Nueva Orleáns "nos dio el jazz. No puedo imaginar ser estadunidense sin esa música", expuso recientemente el veterano periodista y escritor Pete Hamill. Recordando a los neoyorquinos su deuda histórica con Nueva Orleáns, Hamill señaló que Louis Armstrong nació en Nueva Orleáns -el 4 de julio, día de la Independencia- en 1900 (al nacer el jazz), pero vivió sus últimos años en Nueva York y aquí está enterrado. Armstrong, recuerda Hamill, "contó una historia llena de angustia y alegría, pero nunca desesperanza".

Lo opuesto a Estados Unidos

"Nueva Orleáns es lo opuesto a Estados Unidos", escribió Mark Childress en el New York Times. "Nueva Orleáns no es rápida, enérgica o eficiente, no es un ordenado pueblo calvinista con la filosofía del hazlo ahora. Es lenta, perezosa, somnolienta, sudorosa, calurosa, húmeda y exótica."

Es una ciudad que ha padecido muchos avisos de su fin: plagas de fiebre amarilla, incendios y huracanes e inundaciones la han devastado en muchas ocasiones, aunque nada de la escala de Katrina. Pero es una ciudad querida por sus hijos, y algunos cálculos sugieren que más de 80 por ciento de la población actual nació ahí: es la urbe estadunidense con mayor número de residentes que nacieron dentro de sus límites.

A la vez, es una de las más pobres: más de la cuarta parte de sus 500 mil habitantes viven en la pobreza, la mayoría (66 por ciento) negros, y un grupo pequeño, casi todos blancos, concentra la riqueza. La existencia de dos ciudades fue revelada al mundo con los efectos de Katrina. También es una ciudad con una larga tradición de corrupción, de violencia (la tasa de homicidios es 10 veces mayor al promedio nacional), y su sistema escolar está entre los peores del país.

A pesar de todo, es una ciudad que desde sus inicios ha atraído visitantes: en fechas recientes más de un millón cada año. A bailar, a comer, a enamorarse, a desvestirse, a escaparse del resto del país y contagiarse con su aroma de vida y su historia viva.

Y eso es lo que mantiene el optimismo ante esa ciudad destruida. "Ninguna otra ciudad está tan equipada para enfrentar una situación como ésta", comentó hace poco al New York Times el novelista Louis Edwards, uno de los coordinadores del festival anual de jazz. "Piensen en el jazz en los funerales. En Nueva Orleáns respondemos al concepto de que a la tragedia siga la alegría. Es una filosofía poderosa como fundamento de una cultura", afirmó.

Se escuchan, si uno se pone atento, los ecos de una trompeta.

http://www.jornada.unam.mx/2005/10/05/056n1mun.php