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Las diez espinas de ’La mojarra eléctrica’

Publie le Domingo 30 de enero de 2005 par Open-Publishing

Por Álvaro Andrés Cuellar

Contar la historia de cómo La Mojarra Eléctrica se bautizó a sí misma es el primer indicio de una fusión prometedora. Antes de ser eléctrica, ’La Mojarra’ era sólo frita. En ese entonces, el grupo no tocaba en bares ni auditorios, su escenario era la esquina de la calle 19 con 7 en Bogotá. El tronar de los tambores y el silbido de los pitos rebotaba contra los buses atascados por el semáforo, mientras los peatones les arrojaban gustosos monedas en el sombrero.

"Éramos un grupo de la calle", dice Pacho Dávila, saxofonista de la banda que nació en Tulúa, pero se crió entre Buga y Cali. En las esquinas asfaltadas, las puyas y los porros deleitaban a justos y pecadores, tanto así que un ladrón decidió robar el saxofón con el que Pacho traía la música rural a la ciudad, como muestra de admiración a ella. Un comienzo apretado para el pez que apenas nacía.

Con la inclusión de la guitarra y del bajo eléctrico, el grupo se cargó de energía y se enchufó para tener el nombre que ahora los designa. Comenzaba un proceso que aún no acaba y en el que se busca conciliar la música folclórica colombiana con ritmos ajenos a la tierra.

"Más que una fusión, lo que buscamos es adaptar instrumentos modernos a las raíces, queremos encontrar un sonido que se acerque a la raíz", dice Lucho Gaitán, bogotano encargado de poner a conversar la guitarra eléctrica con tamboras, clarinetes y platillos.

La labor no es fácil. Aunque cada uno de los integrantes de La Mojarra Eléctrica tiene el sello del folclor en su frente, el trasfondo musical que los acompañó hasta hoy influye a la hora de hacer música: Irenke más R&B, Van Van más John Coltrane, champeta más ska. Todos estos nutrientes alimentan las partituras del grupo, no obstante, este explosivo coctel debe ser preparado con minucioso cuidado para no decepcionar con su sabor. "No queremos que suene a una pega de retazos, hay que mantener el sonido folclórico y bailable", dice Tomás Correa, caleño de cuna y que golpea con fuerza la tambora en las presentaciones del grupo.

Los integrantes han incursionado en otras agrupaciones con diferentes propósitos. Por ejemplo, Alejandro Montaña, quien aporta a la banda el sonar del tambor alegre y de los platillos, ha hecho parte de bandas de ska y funk. En Parchefunk intentó unir el funk con ritmos colombianos y allí se le despertó la inquietud por nuestra música.

Un hecho que puede dar razón de los variopintos gustos musicales de ’los mojarros’ son las kilométricas distancias que separan sus cunas de nacimiento. Un ejemplo, Richard Arnedo, baterista del grupo, nació en Turbaco, Bolívar; mientras que Víctor Hugo Rodríguez, voz líder, nació en el departamento del Cauca, en la población de Guapi. Richard se crió entre la cadencia de la champeta, el vallenato y la música de gaitas; mientras Víctor Hugo se dejaba arrullar por la sabrosura del folclor del pacífico colombiano.

De todas formas, el folclor trazó en cada uno de ellos la ruta que más temprano que tarde los uniría. Cuando Jacobo Vélez, encargado de uno de los clarinetes del grupo, estaba en La Habana, se encontró con Alejandro y con Lucho para formar Puro Pescao, una banda que hacía covers de vallenatos viejos y que proponía versiones de mapalé y de la Pollera colorá. Cuando llegaron a Bogotá, tenían clara la idea de investigar y de profundizar en la música colombiana.

Julián Chávez, oriundo de Cali e intérprete del clarinete, entiende que la labor por conocer a fondo el folclor colombiano es ardua, sobre todo si se ha vivido alejado de él. "Para mí, la fusión se da desde que toco esta música; yo no soy de la zona y es un proceso en el que se agrega otro color a esta música tocada en la ciudad"dice Chávez. Traer los ritmos de regiones alejadas a la ciudad ya es un mérito que hay que reconocerle a La Mojarra Eléctrica.

Cautivar a un público joven que está acostumbrado a otras tendencias musicales no es una tarea que se pueda lograr de la noche a la mañana. Sin embargo, el grupo ha logrado cerrar esa brecha y ha acercado a diversas audiencias a la música folclórica. "Desde que comenzamos tocando en las calles, el público se la ha gozado bastante, ha habido una acogida caliente", dice Javier ’Pelos’ Pinto, bajista bogotano que ha sido parte del grupo desde sus inicios.

La intención de llevar el folclor rural colombiano a las ciudades es una de las metas que el grupo se ha propuesto, por eso están próximos a viajar a Cali y a Medellín para dar a conocer su propuesta musical. Carlos Valencia, más conocido como ’Tostao’, es la más reciente incorporación de la banda, y desde ya entiende la meta propuesta. "Yo pienso que se refleja no sólo el folclor chocoano, también se busca presentar el folclor de la Costa Atlántica", dice él. Las expresiones musicales de ambas costas son materia prima para la construcción musical de la agrupación.

Esta exigente meta obliga al grupo a buscar ritmos que abarquen un folclor rico en sabores, que dé cuenta de nuestra diversidad cultural. "Lo más complicado cuando se compone es lograr un sonido propio. Una composición realmente original", dice Jacobo Vélez. Sin dejar de lado las raíces del folclor, el grupo debe encontrar la mezcla exacta que los distinga y los haga reconocibles. Ésa es tal vez la labor de la música, innovar en caminos que parecen haberse transitado antes. Los integrantes del grupo no están afanados por llegar al estrellato, ellos saben que arrancaron desde bien abajo y que van subiendo poco a poco. "Es bueno vivir lo que está pasando, sin afanes por volverse una estrella. Todo viene con la vida", dice Pacho Dávila.

El primer trabajo discográfico de La Mojarra Eléctrica ya salió al mercado, se titula Calle 19 en honor, por supuesto, a la esquina que tantos conciertos aguantó. De la esquina al disco no han pasado más de tres años, el ascenso ha sido lento pero firme; poco a poco el grupo está dando a conocer su música, folclor colombiano salpicado por la electricidad de la guitarra y el bajo, sustentada en una agrupación de jóvenes trabajadores con un norte muy claro.

La música de las costas colombianas se está escuchando en la ciudad, la gente lo baila sin reparos y empieza a empaparse en ritmos paisanos alejados de las urbes. "Este mundo no tendrá tranquilidad hasta que todo pueblo y cultura se manifieste ante el mundo", dice Víctor Hugo Rodríguez, y el grupo se está encargando de difundir una cultura no muy conocida incluso en su país de origen. Además, pensar en romper las fronteras y llegar a otros países con una maleta cargada de cumbias, fandangos y puyas no es descabellado, en el exterior siempre hay un público deseoso de enfrentarse a ritmos y sabores nuevos. La Mojarra Eléctrica está en la búsqueda de ese sonido auténtico que logre perturbar el mundo.

Ahí están las diez espinas de La Mojarra Eléctrica. Diez jóvenes deseosos de hacer música folclórica colombiana para las nuevas generaciones, sin perder su esencia original. En cada presentación, el grupo descarga su frenética propuesta, con la intención de aprender y estudiar cada vez más de las raíces del folclor nacional para poder perpetuar su existencia.

Fuente: Directo Bogota


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