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La utilidad del mal

Publie le Miércoles 30 de marzo de 2005 par Open-Publishing

Con el pretexto de estar luchando contra el mal muchos guerreros, muchos organismos y muchos gobiernos no encuentran nunca el tiempo de hacer el bien.

Por William Ospina


Hay un capítulo de la historia universal que podría llamarse "La ternura de los Inquisidores". Recuerdo un cuento estremecedor de Villiers de l’Isle Adam, La esperanza, en el que un alto inquisidor en las mazmorras de Toledo le explica a un pobre rabino torturado todas las cosas que van a tener que hacer para salvar su alma: con lágrimas en los ojos y rostro de gran dulzura le explica que los garfios, los braseros, las tenazas, los mil aparatos siniestros que utilizan para el tormento de sus víctimas son generosos instrumentos de salvación, y que todo lo están haciendo por su bien, por físico e irreprimible amor. Finalmente le cuenta que cuando lo lleven a la hoguera al día siguiente, le pondrán emplastos húmedos en el pecho para que el corazón se demore en arder, y la muerte purificadora no le llegue demasiado pronto.

... PERO LOS CONQUISTADORES SIGUEN VIÉNDOSE A SÍ MISMOS COMO LOS SALVADORES DE LA HUMANIDAD Y LOS PALADINES DE LA CIVILIZACIÓN.

Hay que leer la prensa cada día para ver cuánta ternura ponen en salvarnos un montón de abnegados benefactores de la humanidad. Todos sabemos que si los Estados Unidos aplastaron a Iraq contra la tierra, bombardearon sus ciudades y siguen allí sembrando el caos, es para salvar a los iraquíes de las insanias de un dictador y de las maldades de unos terroristas.

También es por pura generosidad que los Estados Unidos están empeñados en que se abran para ellos los mercados del mundo y millones de personas se dediquen a trabajar a bajo precio para las grandes marcas de sus corporaciones.

Los guerrilleros secuestran y asaltan pueblos para nuestro bien, para salvarnos de unos capitalistas horrendos, y los paramilitares expulsan campesinos y masacran sospechosos para salvarnos de unos bandidos sin alma. Con el pretexto de estar luchando contra el mal muchos guerreros, muchos organismos y muchos gobiernos no encuentran nunca el tiempo de hacer el bien.

El mal es, a menudo, el gran pretexto universal para justificar todos los males. Combatiendo el mal los cristianos de Europa avanzaron en sus criminales cruzadas contra los árabes a fines del primer milenio; combatiendo el mal encarnado en la barbarie de los silvestres nativos de América avanzaron los conquistadores y sus piadosos capellanes con cruces y espadas, con cruces que tenían punta de espada y con espadas que tenían mango de cruz, y arrasaron un mundo.

El método consiste en definir muy bien a un enemigo, una ideología perversa, una práctica censurable, una costumbre innoble, y después aprovechar la lucha contra esa idea, esa práctica o esa costumbre para imponer la voluntad del salvador sobre la conciencia de su época. Cuántos inocentes no murieron bajo los tormentos de la Santa Inquisición, pero la Iglesia aprovechó ese clima de terror para convertirse en el poder más grande de su tiempo. Cuántos horrores no se cometieron durante la Conquista de América, pero los conquistadores siguen viéndose a sí mismos como los salvadores de la humanidad y los paladines de la civilización.

Ahora los comodines son el terrorismo y la droga. Todos sabemos que ambas cosas son muy malas, pero quienes las combaten casi no piensan en eliminarlas sino en aprovecharlas, porque los poderosos del mundo parecen haber aprendido hace mucho la utilidad del mal. Si se acabaran los terroristas no habría contra quién utilizar los gigantescos arsenales que tienen acumulados los virtuosos gobiernos. Lo más curioso es que, cuantos más arsenales hay, más crecen la maldad y la violencia, pero ellos siguen diciéndonos que son las armas las que destruirán la violencia, y el negocio de la guerra crece sobre las ingenuas cabezas de la humanidad.

... ELLOS SIGUEN DICIÉNDONOS QUE SON LAS ARMAS LAS QUE DESTRUIRÁN LA VIOLENCIA, Y EL NEGOCIO DE LA GUERRA CRECE...

También la Edad Media necesitaba sus herejes para tener en quien usar los garfios, las hogueras y las mazmorras, pero sobre todo para beneficiarse del poder que confiere perseguir esas cosas. Cuantos más herejes quemados, más poderosos e ilustres los laboriosos inquisidores. Y si no fuera por los atentados del 11 de septiembre, no habría tenido tan buenos argumentos el gobierno de los Estados Unidos para emprender su obsceno negocio de Iraq: destruir un país riquísimo en petróleo, prestarle después todo el dinero necesario para la reconstrucción, y dejarlo hipotecado por siglos. Así, aunque el autor de los atentados no haya sido Iraq, el argumento del terrorismo les permite convertir un país ajeno en una deuda a favor, y los procelosos salvadores proceden a contar sus ganancias.

Con la droga pasa lo mismo. Si quisieran acabar tan sucio negocio, convertirían la cocaína en una droga controlada, de esas que es dificilísimo conseguir en las farmacias. Prefieren mantenerla en su condición de droga prohibida, que es facilísimo conseguir en las calles. Terminada la prohibición, no se acabaría el consumo, pero se acabarían las mafias que son la peor parte de ese problema, que lo estimulan, y que por todas partes sobornan y perturban al mundo. Pero en cambio la prohibición permite manejar el problema no como un asunto de salud pública sino como un asunto penal y militar.

La verdadera utilidad del mal, la utilidad política de la droga, es la guerra contra la droga, que les permite a los Estados Unidos, el mayor consumidor de droga del mundo, meter sus narices en todas partes, construir bases militares en las selvas de otros, mantener legiones de agentes secretos y de espías, chantajear gobiernos, actuar de gran inquisidor planetario, y predicarle a todo el mundo que lo hacen para salvar a la humanidad, aunque el resultado sea que vemos crecer la droga y la violencia que la acompaña. Y todo esto lo hacen con rostro de gran dignidad y de gran inocencia, sacando provecho del mal que secretamente alimentan, y dejando caer de vez en cuando las mismas lágrimas enternecidas que el gran inquisidor derramaba en Toledo sobre las barbas del rabino.