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Ya se oyen los clarines

Publie le Martes 3 de mayo de 2005 par Open-Publishing

Como ya se oyen los claros clarines de las elecciones presidenciales del año próximo, ha empezado a agitarse el cíclico enjambre de las soluciones a los problemas del país.

Por William Ospina


Cada cuatro años nacen ideas brillantes, alianzas inéditas, discursos inspirados y sonrisas seductoras que vienen a ofrecer al electorado, a cambio de sus votos, una rica gama de novedosas soluciones.

Recuerdo cuando Gaviria nos trajo el futuro, esa prometedora apertura económica que un ministro suyo sigue defendiendo con ejemplar persistencia, sobre las ruinas de la industria destruida y de la agricultura arruinada. Recuerdo cuando Samper vino a ponerle corazón a la apertura y, acorralado por las maquinaciones de Estados Unidos y de sus opositores, en vez de recurrir al pueblo soberano para que lo legitimara, temeroso de los políticos y desconfiado del electorado, prefirió gastar su oportunidad en un forcejeo solitario e inútil. Recuerdo cuando Pastrana vino a prometer la paz con las guerrillas y gastó sus cuatro años en un juego de dobles desconfianzas que terminó en el mismo bombardeo de toda la vida.

Hace casi tres años el presidente Uribe Vélez arrasó en la primera vuelta electoral con la promesa de derrotar militarmente a la guerrilla y de devolver la seguridad al país. Menos optimista que los otros acerca de la posibilidad de resolver esos problemas en un solo período, puso el énfasis en tres frentes: la derrota de la guerrilla, la negociación con los paramilitares, y su propia reelección. Hoy, a un año largo de terminar su mandato, los tres frentes vacilan en la incertidumbre.

La guerrilla, que el optimismo irreal de los consejeros presidenciales declaraba no sólo diezmada por las capturas y las detenciones, sino prácticamente derrotada, parece recuperar su iniciativa, y empieza a llenar de zozobra otra vez a un país que rechaza sus métodos y que desprecia sus secuestros y sus asaltos. Es horrible la dureza de corazón con que anunciaron esta semana que no le enviaran más mensajes al secuestrado Ramiro Carranza porque ese señor se había muerto, y uno comprende entonces por qué la desesperación llevó a María Mercedes Carranza a quitarse la vida ante la sordidez de nuestra realidad. Pero nadie ignora que si bien la guerrilla no tiene la menor posibilidad de vencer en un país como Colombia, ni tiene un programa digno de la época con el que pueda conquistar a la población, también es cierto que puede perturbar nuestro orden social por décadas y entorpecer todos los negocios que las viejas y las nuevas élites colombianas diseñan en sus mañanas de entusiasmo.

ESOS PADRES QUE SÓLO DAN PALO PERO NO DAN QUÉ COMER, NO LOGRARÁN SER JAMÁS LOS SOPORTES DE UNA LEY RESPETADA.

Los estrategas militares nos han explicado ya muchas veces que una guerrilla de cuarenta años, en el segundo país de mayor complejidad geográfica en el mundo, difícilmente puede ser vencida por vías militares, y que por ello se requiere una negociación pragmática, cuyos acuerdos políticos, razonables y serios, sólo pueden verse como una inversión para que la paz nos permita construir el país que necesitan por igual empresarios y agricultores, trabajadores urbanos y rurales, y una juventud a la que la guerra sacrifica sin cesar en los campos minados, en el desempleo y en la desesperanza.

La negociación con los paramilitares pende no sólo del hilo de la aprobación de la ley de Justicia y Paz, que el Gobierno ha presentado al Congreso, sino de la pregunta sobre qué tanto se puede creer en la desaparición del paramilitarismo mientras persista intacta la causa de su nacimiento, que es la amenaza de las guerrillas.

Y el debate sobre la reelección es hoy el asunto que consume casi toda la energía del Estado: Ejecutivo, Legislativo y Judicial gastan fuerza y talento en ese proyecto que hoy parece indispensable a un sector considerable de la opinión, pero que no sabemos si seguirá siéndolo en unos pocos meses.

Frente a los logros del gobierno en materia de seguridad en las carreteras, de confianza en la inversión y de optimismo mediático, se alzan intactos los graves problemas del país, y algunos crecen de un modo dramático. Las cifras de la pobreza extrema no han sido mejoradas en lo absoluto en estos tres años, y los niveles de delincuencia y de indigencia crecen de un modo que podía preverse, porque la inversión social no estuvo entre las prioridades de la administración.

A partir de agosto comenzará el año final de este gobierno, y nada nos garantiza que la guerrilla no vuelva a ser, como en las elecciones pasadas, el principal factor que pese sobre las urnas. Yo creo sinceramente que Uribe tiene razón cuando sostiene que el país necesita recuperar el sentido de la autoridad y la capacidad de la ley para imponer sus principios sobre la sociedad. Pero ningún gobernante tiene derecho a olvidar, cuando se propone mostrarse como el padre severo de la nación, que un padre sólo tiene legitimidad para imponer su autoridad cuando ha respondido a sus deberes como proveedor de subsistencia y de dignidad para sus hijos. Esos padres que sólo dan palo pero no dan qué comer, no lograrán ser jamás los soportes de una ley respetada.

Yo quisiera no dudar de que el proyecto de Uribe Vélez parte del genuino propósito de relegitimar al Estado; pero ningún Estado, aunque corrija muchos de sus vicios, tiene derecho a olvidar las deudas que ha acumulado con la ciudadanía. No puede partir de una suerte de borrón y cuenta nueva, porque la desconfianza está sembrada, y ganar la confianza de nuevo exige algún tributo en los altares de la justicia y de la generosidad.

Es evidente que la vieja élite política colombiana no se ve representada muy nítidamente por el presidente Uribe. La tenaza en su contra de los ex presidentes liberales, la indecisión de muchos que fueron sus partidarios al comienzo, parecen demostrar que esas élites no saben muy bien quién es Uribe, ni a quién representa, ni qué es lo que quiere, y han cambiado su adoración inicial por un gesto de incertidumbre. La guerra sigue, y parece que fuera a intensificarse; los propios amigos del presidente sostienen que el proceso de paz con los paramilitares favorece la impunidad y entraña peligrosas concesiones al crimen. Y algún ex ministro declaró que podríamos estar ante la legitimación de la más escalofriante contrarreforma agraria que se haya visto en nuestra historia.

Fieles a su más antigua costumbre, los políticos tradicionales de Colombia están ya moviendo sus fichas para que los sectores alternativos y democráticos sean sus acólitos en su misa de excomunión contra Uribe. Pero yo creo que el pueblo colombiano y los sectores democráticos que quieren representarlo no deben seguir siendo los arietes que utilizan en Colombia unos sectores poderosos contra otros. Que los dueños del país resuelvan entre ellos sus discordias.

Colombia necesita una dirigencia nueva, pacífica, democrática, respetuosa de la ley, comunicada con el mundo, que les diga adiós a estas siniestras guerras medievales, que le proponga a la sociedad las reformas firmes y civilizadas que requiere. Hoy nadie está formulando ese proyecto histórico, ambicioso, moderno, alegre y joven, que responda con audacia a los viejos males del país. Una nueva política requiere una nueva ciudadanía, y ambas una dirigencia patriótica que no se dé ni prisa ni descanso. Resultaría grotesco que, para rechazar a quien es responsable de lo que ocurre en el país hace tres años, haya que apoyar a quien es responsable de lo que ocurre hace quince, por invitación de quien es responsable de lo que ocurre hace treinta.

UNA NUEVA POLÍTICA REQUIERE UNA NUEVA CIUDADANÍA, Y AMBAS UNA DIRIGENCIA PATRIÓTICA QUE NO SE DÉ NI PRISA NI DESCANSO.