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Droga : pasar de la prohibición al control

Publie le Sábado 11 de diciembre de 2004 par Open-Publishing

La prohibición no sólo no reduce sino que incrementa el negocio, con su horrible secuela de tráfico, drogadicción y terrorismo.

Por William Ospina

AL MISMO TIEMPO que se multiplican las extradiciones de colombianos a Estados Unidos, para que sean juzgados allí por el delito de narcotráfico, que se multiplican las fumigaciones de cultivos, que crecen las capturas de "mulas" en los aeropuertos, y que se abre en pleno Times Square, en el corazón de Manhattan, el Museo de la DEA, donde se exhiben las fotografías gigantescas de los capos del mundo entero, la Oficina en Washington para la América Latina ha presentado un balance de la lustral política antidrogas que demuestra, por enésima vez, que la prohibición no sólo no reduce sino que incrementa el negocio, con su horrible secuela de tráfico, drogadicción y terrorismo.

La razón por la cual es imposible frenar el negocio de la droga mediante la prohibición es sencilla: no hay poder humano capaz de impedir, lo mismo en una democracia que en una dictadura, algo que puede hacerse a solas y en secreto, como el consumo de sustancias adictivas, y que por ello corresponde en gran medida al ámbito de la libertad individual. Allí pueden intervenir las iglesias y las religiones, los consejeros espirituales y los psicólogos, los médicos del cuerpo y los del alma, pero difícilmente pueden intervenir los estados, a los que no les está permitido ingresar en el ámbito de la conducta individual sino cuando se trata de impedir daños a la vida en común, problemas de convivencia y desórdenes sociales.

Esto significa que el Estado puede estar en condiciones de impedir que un ciudadano cometa delitos bajo el efecto de la droga, y lesione a través de ellos a la comunidad, pero no está físicamente en condiciones de impedir que la gente consuma, y toda prohibición se tropezará con los mil recursos y las diez mil astucias de que es capaz el ser humano para satisfacer sus gustos mientras permanezca en la esfera de lo privado.

Casi medio siglo de prohibición no ha impedido que en Estados Unidos y en Europa cada vez más ciudadanos encuentren en la droga una salida a su estrés, a su vacío espiritual o a su necesidad de estímulos cada vez más fuertes. Y el informe de WOLA demuestra que en vano se fumigan miles de hectáreas de cultivos con glifosato, perjudicando además el equilibrio de la naturaleza en vastas regiones (pues los cultivos vuelan de un país a otro al ritmo de las fumigaciones), que en vano se persigue a los capos de los grandes carteles, que en vano se los acribilla en los tejados, se los encierra en prisiones y se los extradita, pues todas esas cosas no logran impedir que el negocio siga creciendo, ominoso y floreciente, y que derive hacia el soborno y el terror. Todo porque la estrategia es tan evidentemente equivocada que a veces uno tiende a creer que hay alguien interesado en que el problema no se resuelva.

PORQUE LA SOLUCIÓN ES TAN SENCILLA, que no se necesita tener talento de estadista sino mero sentido común para comprenderla. Yo no la he descubierto: se la oí decir un día a un ex funcionario del Departamento de Estado de Estados Unidos en un foro al que asistimos en Oxford (Misisipi). La frase era tan elemental que se me quedó grabada textualmente: "Es más difícil conseguir una droga controlada en una farmacia, que conseguir droga prohibida en las calles".

Porque lo que llamamos droga prohibida, es, irónicamente, lo que más circula en las calles de las grandes ciudades; todo consumidor sabe dónde conseguirla, hay mil canales de distribución, mil sistemas de suministro, miles de personas dedicadas a hacer que el negocio sea fluido e imperceptible. Se necesitaría poner un policía en la sala de cada posible consumidor para ejercer un mínimo control de ese negocio. Pero en cambio, ¿quién no ha vivido la experiencia de tratar de conseguir un medicamento controlado en una farmacia, un medicamento que sólo pueda adquirirse con fórmula médica, en las cantidades que ordene el doctor, y llenando el requisito de firmar la receta y dejar anotado el numero de la cédula? Cualquiera sabe que es imposible que los niños tengan acceso a esas drogas controladas, porque ni siquiera los adultos están en condiciones de adquirirlas sino a través de los canales regulares.

... NO HAY PODER HUMANO CAPAZ DE IMPEDIR ALGO QUE PUEDE HACERSE A SOLAS Y EN SECRETO...

No hablo de legalización. La palabra legalización produce la sensación de que se quiere convertir a las drogas en un objeto trivial de consumo e incluso de que se quiere generalizar su uso. Hablo de entrar en la época del control y de superar la época de la prohibición. Esa prohibición es en realidad un eufemismo, pues cuanto más prohibida es la droga más permitida está. El Estado, que no ejerce un verdadero control de su uso, deja la producción y la distribución en manos de traficantes interesados en el incremento del negocio, interesados en la multiplicación de los consumidores, y que convierten las inmensas ganancias de su negocio en corrupción, criminalidad y terrorismo.

PARA ASUMIR LA SOLUCIÓN de ese problema que ha ensangrentado nuestro país y que ha degradado tantas cosas entre nosotros, lo primero que hay que hacer es entender que el problema existe. Que existe la droga, que existen los consumidores y que existe el consumo. Asumir esos hechos exige preguntarse, no cómo acabar con todo eso, sino qué hacer con los consumidores, qué hacer con el consumo y qué hacer con la droga. Los Estados Unidos ya vivieron hace casi un siglo otra experiencia fallida de prohibición: la del alcohol, y nadie ignora que los años en que el alcohol estuvo prohibido sólo lograron propiciar la formación de grandes mafias salvajes que sembraron el terror en las calles de las ciudades norteamericanas. En cuanto cesó la prohibición, las mafias se acabaron. Ahora bien, el alcohol no fue controlado sino legalizado, a pesar de que en muchos sentidos es más peligroso para la vida en sociedad que muchas drogas, y se lo expende con una liberalidad extrema, abandonado a la mera libertad del comercio.

HAY QUE ASUMIR que la adicción a la droga no es un delito sino un asunto de salud pública. Su control debe estar en manos de médicos y de psicólogos, es un asunto de educación y de prevención, y los consumidores compulsivos necesitan sobre todo ayuda y rehabilitación. A esa estrategia de salud, de prevención y recuperación, deberían destinarse los ingresos producidos por la venta de la droga controlada, en lugar de permitir que esos inmensos ingresos formen mafias sin alma dedicadas a estimular el consumo, y a conspirar contra las comunidades por el camino de la corrupción y del terror.

La urgente estrategia de pasar de la prohibición al control no acabará enseguida con el fenómeno de la drogadicción, pero permitirá avanzar en su reducción, permitirá la formulación de una estrategia seria que combine salubridad y justicia, una estrategia de expertos destinada a reducir el consumo y a rehabilitar a los consumidores; pero su efecto inmediato será la desaparición de las mafias que producen y trafican, de esos negociantes que, por operar en la ilegalidad, deben resolver todos sus conflictos de negocios (y donde hay negocios hay conflictos) haciendo justicia por mano propia. Una inmensa fuente de criminalidad, que afecta a las sociedades y a los estados, desaparecería en el acto, convirtiendo el problema de la droga en lo que verdaderamente es: un asunto de salud pública, algo que debe atenderse con farmacias y con clínicas, con escuelas y con campañas de salubridad. Medio siglo de lucha fracasada debería habernos demostrado ya que el problema de la droga está en la estrategia que se siguió para proscribirla.

"ES MÁS DIFÍCIL CONSEGUIR UNA DROGA CONTROLADA EN UNA FARMACIA, QUE CONSEGUIR DROGA PROHIBIDA EN LAS CALLES".