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"La caída"... y mi recaída

Publie le Miércoles 21 de septiembre de 2005 par Open-Publishing

Por Roberto Bardini
(Bambú Press)

Desde 1976 y durante cinco años hice crítica de cine en México. Un día me pregunté cuántas películas había dirigido, cuántos papeles había representado o cuántos guiones había escrito. Cómo la respuesta fue cero, decidí dejar esa especie de hobby y continuar dedicándome a lo mío: el periodismo, la historia y la docencia, en ese orden.

Recordé que una vez, en una entrevista, Ernest Hemingway dijo acerca de un crítico que había tratado mal una de sus novelas: “Dentro de algunos años se seguirá hablando de mí. En cambio, será necesaria una nota de pie de página para explicar quién fue ese señor”.

Desde entonces, los críticos de cine me enferman y los de literatura también, con las contadas excepciones de quienes están vinculados a la cinematografía o son escritores. Si Quentin Tarantino comenta una película, lo leo. Si Paul Auster se refiere a un libro, también.

El balance de mis cinco años como crítico es bueno. Todavía soy amigo de muchos directores, guionistas y actores. Aún hoy recibo entradas gratis para los estrenos. Me casé con una actriz casi 20 años menor que yo. Mi suegra también es actriz.

Todo esto viene a cuento porque hace dos días fui con mi esposa a ver La caída, del alemán Oliver Hirschbiegel. La película describe los últimos 12 días de Adolf Hitler en el bunker de la cancillería de Berlín. No estoy seguro, pero creo que es la primera vez en décadas que el cine alemán se anima a encarar al führer como personaje.

La película se basa en Hasta la última hora: la secretaria de Hitler cuenta su vida (2002), de Traudl Junge, nacida en Munich a fines de 1920. Ella estudió ballet clásico y deseaba ser bailarina, pero un giro inexplicable de su vida durante la Segunda Guerra Mundial la convirtió en secretaria del führer. Desde diciembre de 1942 hasta el 30 de abril de 1945, Traudl ordenó los archivos personales, pasó a máquina los acuerdos y la correspondencia privados y, antes de la rendición incondicional del Tercer Reich, tomó en taquigrafía la versión final del testamento político y privado de Hitler.

A principios de 1957, cansada de ser una fugitiva crónica, Traudl regresó a Alemania y escribió sus recuerdos de los últimos días del führer en el bunker de la cancillería de Berlín. La escritora Melissa Müller, su amiga, corrigió el manuscrito, escribió el prólogo y editó el libro. Traudl le concedió la primera y última entrevista de su vida a Hirschbiegel. Falleció en febrero de 2002, poco después de haber publicado el libro.

Bueno, lo que quería relatar es que me pasaron dos cosas curiosas con La caída. Cuando faltaban 15 minutos para que terminara la película, mi mujer comenzó a suspirar. Luego se soltó a llorar. Cuando se encendieron las luces, se quedó sollozando en la butaca hasta que la sala quedó casi vacía. Y continúo snif snif todo el camino de regreso a casa.

Como ella es actriz pensé que estaba “inmunizada”, que conocía los truquitos y todo eso. Se lo comenté en casa, cuando paró de moquear. “Lo que pasa es que también soy buena espectadora”, me respondió. Ella estudió teatro en la Universidad de México, en el Bennington College, de Estados Unidos, y en la Royal Academy of Dramatic Art, de Inglaterra.

“Tanta preparación para terminar moqueando como la mitad de la sala, igual que cualquier mortal”, pensé.

La otra cosa curiosa que sucedió a la salida fue que me dieron ganas de volver a escribir sobre cine. Veinticuatro años después, como el rebrote de una hepatitis mal curada, estoy pensando en regresar a la sección de espectáculos como comentarista, no como crítico. La definición de crítico es demasiado pomposa. Sobre todo porque todavía sigo sin haber escrito o dirigido ninguna película.

No pierdo las esperanzas de actuar, eso sí. Hoy fui a una agencia de castings, me tomaron fotos y me abrieron una especie de expediente. A pesar de que declaré mi falta de experiencia, me dijeron que es posible que me llamen para papeles muy breves en publicidad para televisión.

La chica que me atendió me dio esperanza: cada cierto tiempo se necesitan personas que hagan de jubilados sentados en el banco de una plaza o de abuelitos paseando de la mano con los nietos.

Es un comienzo. Parece que nunca es tarde para empezar.

En fin, yo quería hablar de La caída, pero me fui por las ramas. Quizá otro día. Ahora voy a practicar un rato qué tal es caminar encorvado por la sala. Comenzaré imitando a Hitler en el bunker de Berlín.