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Ensayo sobre la lucidez de Saramago

Publie le Lunes 3 de enero de 2005 par Open-Publishing

"...arte y parte juntos me autorizan a afirmar que el voto en blanco es una manifestación de ceguera tan destructiva como la otra, O de lucidez, dijo el ministro de justicia..."

Por Rafael Mendoza El Viejo

Por supuesto que la conclusión del funcionario que cierra la cita precedente es más un arresto de honestidad que de valentía de quien ya tiene decidido abandonar el sistema en que se encuentra. Hastiado. Es esa situación de enfrentamiento al que se ve sometida una conciencia que ha venido tapando hoyos y, repentinamente, siente el dedo acusador esculcarle hasta el fondo de su verdadera contextura (textura de conciencia, entiéndase). Es ese el momento en que se decide la condenación total, si se escoge seguir viviendo la farsa; o la salvación, si se opta por adherir a la verdad, esto es a lo justo y, con ello, a la causa de quienes padecen injusticia. En este límite se halla el meollo de lo que sucede en la actualidad en todo el mundo: ser o no ser justo, ser o no ser noble, ser o no ser decente, ser o no ser honesto; ser o no ser una potencia respetuosa de los demás pueblos o un invasor descarado, capaz de las más abyectas trampas para usurpar riquezas ajenas.

Esto sucede en la novela de Saramago Ensayo sobre la lucidez (Alfaguara, 2004, 423 págs.) en la cual el poder se ve enfrentado a la voluntad soberana de una buena parte de la población (portuguesa) de no marcar ningún partido (el de izquierda, el del medio o el de la derecha) en las papeletas de votación, en un imaginario día de elecciones. Provocación suficiente para destapar las más absurdas medidas de contención "democrática" que las dictaduras fueron capaces de ingeniarse en la vieja Europa y que heredaron las correspondientes de América.

Aunque hacerlo ofrezca un cabo de hilo que debiera ser desovillado por el lector de esta sustanciosa novela de Saramago, hemos de decir que la cita que abre este comentario también remite a otro trabajo del mismo novelista: el Ensayo sobre la ceguera. Entre ambos ensayos, por la magia del ajedrez narrativo del autor azinhaguense, se va desovillando a su vez lo que no es un misterio y, por lo tanto, no llega a constituir un thriller, aunque sea ese el clima que se respira en casi toda la segunda mitad de la novela, con más resultados sorpresivos en cuanto a los aspectos de la conciencia individual y colectiva.

La lectura de esta vigésima obra del Nóbel, tan querido y respetado por propios y extraños que admiran su humildad, nos deja la impresión de que el título de la misma, más que al trabajo que representa como unidad, alude a toda la novelística del autor que nos ha dado ya tanta riqueza de estilo, lenguaje y sorprendente entramado narrativo con sus anteriores producciones. No en balde, los editores responsables de la novela que tratamos expresan en la presentación de la obra que Saramago es "un escritor que se ha convertido en la conciencia lúcida de una época cegada por los mecanismos del poder."

Personalmente no creo que esta obra alcance la fuerza dramática del Ensayo sobre la ceguera. Y en cuanto a la capacidad del escritor para penetrar en la problemática existencial de los seres que conforman sus personajes, me parece que La Caverna, ¿o Todos los Nombres? son aún insuperables; con todo y que El evangelio según Jesús, por alterar la esencia del mito adherido a nuestra formación cultural, pareciera imponerse casi con un carácter icónico en la producción de Saramago. Pero esta es una gran novela de nuestro tiempo. No cabe duda.


Fuente: Elfaro.net