Portada del sitio > Diario de Cuba

Diario de Cuba

Publie le Jueves 9 de diciembre de 2004 par Open-Publishing

Por Alvaro Castillo Granada

Noviembre 5-Diciembre 5 de 2004
(para ustedes, los míos en la isla)

1
Lo de siempre: el miedo inmenso a la aduana. Sentirse culpable de no sé cuál delito. Creer que no hay algo que hacer, ni modo, hay que resignarse a una revisión meticulosa, a fondo: los libros, las medias, el café, la toalla, las chanclas. Para que al final, con todo extendido, analizado y explicado, digan “Puede seguir”. Esta vez, cosa rara, nada: ni una pregunta. Nada. La poesía abrió las puertas. La ausencia hizo avanzar. Luis Toledo me esperaba afuera.
2
Creí que era un invento de aquel malintencionado incidente de hace 61 años: “Neruda acusado de plagio”. El coletazo final del monstruo. ¿Quién es el poeta Miguel A. Maccau? Su nombre sonaba a cuento, a simio. En la isla nadie lo conocía, nadie lo había oído nombrar. ¿Por qué no inventarse un poeta para difamar a otro poeta? Hoy, rumbo a la Plaza de Armas, donde conocí en 1995 a Yanelis, mi “meñique oriental”, por mi ruta de siempre, para saludar a Carlos Orallo Boscá, mi amigo librero que creyó en mi palabra hace ya casi diez años, cuando después de comprar montones de libros se me acabó el dinero y encontré en su puesto Refranes de negros viejos, recogidos por Lydia Cabrera, primera edición de 300 ejemplares, dedicado en 1956 a Enrique “Labrador Ruiz , estas migajitas de la filosofía popular”, y me dijo “No importa, llévatelo, me lo pagas después. Yo sé que tú vas a volver”, y darle, antes de todo, un abrazo y ver su inmensa sonrisa, me hizo una seña un librero, cuyo nombre por supuesto no recuerdo, ni él el mío, y me señaló sus libros, “Mira a ver qué encuentras...”. Y, al bajar la mirada hacia algo verde que me esperaba, ahí estaba: Cancionero folklórico, Miguel A. Macau (era con una sola ce), La Habana, P. Fernández y Cía., 20 de marzo de 1956, edición de mil ejemplares, dedicado por el autor en la semana santa de ese año. Sonriéndome, guiñándome el ojo. “Existo. Aquí estoy. Nadie me inventó. Ya nos encontramos”. Lo compré en 5 fulas y seguí.
3
Ir a comprar libros donde Leonor por recomendación de José Luis. Tomar la guagua número 4, bajarme después de la parada del mercado de Cuatro Caminos y buscar la calle Santos Suárez. Tres libreros llenos de libros. Mirar uno por uno. Nada del otro mundo. Encontrar algunas cosas, por fin las Cartas a María Mantilla. Tomar un buchito de café (caliente-amargo-fuerte-escaso) cubano antes de la negociación. Escucho, al fondo de la casa, el andar de una máquina de coser. Le pido de la tía el favor de mirar mi morral (el pobre) pues tiene una pequeña herida a la que sería bueno darle una mano antes del desgarro. Leonor me cuenta que hay otra casa cerca donde también tiene libros. Vamos andando. El dueño: Jorge Inclán y Arze. Locutor premiado. En la pared sus diplomas. Ciego. Su mujer olvidando. Una casa humildísima, casi al final de un pasillo. Mirar el librero en la única habitación y no encontrar algo. Libros técnicos y en inglés. Alguien lo trae, se sienta detrás de mi “por si necesita algo”. Sabe dónde está cada libro, recuerda cada uno de ellos. Hace veinte años empezó a perder la vista. No encontrar ni uno que me sirva. No tener dinero para comprarle alguno. No poder hacer nada. Y él agradece mi visita, la considera un honor. No poder darle nada más que un apretón de manos. El agradece mi visita. Mierda.
4
Ricardo Tamayo emocionado con mi libro. “Ya hablé con el del tren para que hagamos un viaje en el techo y puedas cumplir tu sueño”. Veterano internacionalista. Vive en el tercer piso de la casa de Corrales 215, arriba de Mirna, Luis y Rosita. “Mi hermano también tuvo unos tenis que casi no bota”. Le gustó mucho la historia de Silvia. “Uno muchas veces mira y no ataca”. ¿Quién iba a pensar mis momentos también podrían ser compartidos y gozados por un veterano revolucionario experto en política internacional? ¿Qué es lo que nos une? ¿Qué es lo que nos separa? En el fondo, caballero, todos vivimos lo mismo. “Yo leo y grabo”.
5
Lezama, me cuenta Cintio Vitier, también decía “complejo”, no complicado.
6
“Hemos pasado un rato compartiendo el alma” (Hugo Chávez hablando de su visita a Fidel Castro).
7
En la casa del frente, en el número 214, un toque de santería. ¿Qué dicen? ¿Qué bailan? Algunos transeúntes se detienen, más que a escuchar, para ver. Esta calle Corrales, donde todo es posible, donde todos se ven y no me ven. El pequeño mundo donde conviven los delincuentes, los militantes y los indiferentes. Todos, de una u otra forma, intentando resolver. Por supuesto al tanque de agua que la pipa llena todas las mañanas (cuando no hacen el teatro de hacerlo y se la roban para venderla en otra parte) ya se le bajaron la llave. Nadie se dio cuenta. El dispensario de salud de la esquina aún no ha sido construido.
8
Todo se reduce a la gracia. El cubano, la cubana, cuando camina es el dueño de la calle, el movimiento de sus brazos, ese ir y venir contrario a sus pasos, se asemeja a un ir abriéndose paso por entre la espesura, mirando siempre al frente, intensamente, como si fuese posible, de repente, toparse con una fiera o un tesoro. El cubano mira a los ojos esperando una señal. Camina buscando ser mirado para poder mirar. Lo que jamás podré tener: decir suavemente un piropo ante el paso maravilloso de una mulata y que ella dibuje una sonrisa en su mirada antes de regalarme una mirada. La gracia, caballero, la gracia. Lo indescriptible.
9
¿Qué no daría cualquiera por que lo llamaran Rumba?
10
El silencio compartido con Carlos Orallo Boscá, después de comer “lento pero aplastante como la pata del elefante”. Aquel que acompaña, el que es sin palabras. Las miradas que confían, aquellas que no se perdieron. Un silencio cargado de tiempo: la certeza de lo que somos por encima de todo: amigos.
11
¿Para dónde, detrás de quién, por qué, irían las diez perseguidoras (las conté una por una) que atravesaron la noche a toda velocidad, abriéndose paso en medio de la oscuridad, mientras nuestras miradas las seguían, intrigadas, hasta que se perdieron en medio de la oscuridad?
12
Escribir con pocas palabras: dibujar aquello que ahora veo. De prisa, levemente, el caballo me aguarda ensillado y la manigua cierra mi paso. Escribir como José Martí:
dibujando con palabras lo que nos acompaña.
13
Hoy, noviembre 11 de 2004, el hombre de la eterna sonrisa, el que llevaba en una de sus manos el fusil de combate y en la otra la rama de olivo, aquel que aprendí a respetar y a admirar con David, hace ya demasiados años, el eterno resistente, el que siempre soñó, se fue hoy para permanecer en la memoria de todos los que creen y aguardan una patria en esta tierra.
14
Los cubanos jamás andan con las manos en los bolsillos. Son necesarias para abrirse paso y mantener el equilibrio en medio de una isla que se mueve en medio del mar. Y para cargar la jaba con el pan, el boniato o la malanga. Además, es imposible imaginarse el hablar de un cubano sin ver sus manos volar y agitar.
15
“Le zumba el mango”...qué manera de atrapar el asombro, la sorpresa, el desagrado en una frase. .. Definitivamente el lenguaje es una aventura interminable.
16
Sentado en el Paseo de Prado. Un hombre me conversa. Al despedirse dice “Bueno, coño, que Dios te bendiga. Suerte siempre”.
17
Lo hermoso, lo indescriptible:
-Llamarse Bárbaro.
-Zapatería Amado.
-Un vivero particular en el pórtico del Ministerio de Finanzas.
-Un payaso sonriente, rumbo, a lo mejor, a su trabajo, bajando por Aponte, que se saluda afectuosamente, “¿Qué bola?”, con un policía que va silbando y con el periódico Granma bajo el brazo.
-Contarle a Javier la expedición del yate Granma y que descubra, sonriente, que una forma de aprender ortografía es escuchando. La “be” y la “uve” son distintas.
-Una mulata silenciosa descubre, con una sonrisa gigantesca, que la estoy mirando.
18
La novela posible que jamás escribirá Amir Valle: alguien le cuenta que en una librería de un municipio lejos de Centro Habana hay algunos ejemplares de Tiempo en cueros, su primer libro, publicado en 1986. Va a buscarlos y los encuentra en una caja de cartón al lado de la registradora. Los compra todos. Al llegar a su casa descubre que la primera y la última página están llenas de nombres y direcciones (Pasaje B Número 102 Apto 11 e/ Universidad y Pedroso Tony-Círculo Emb Amiguitos de María Calle San Rafael Lealtad Joyel Administradora Campanario Esq Laguna-Apodaka 264 Entre Aponte y Factoría Eduardo (4000)-Gloria Número 895 Entre Belascoaín y Rosario Francisco Revolea). Los libros se habían convertido, ante la falta de papel o la desidia, en libretas de anotaciones. ¿Quiénes eran? ¿Por qué los anotaron? ¿Un negocio? ¿Una biblioteca en venta? ¿Citas amorosas? ¿Cuántas historias detrás de esas direcciones? Una novela maravillosa que jamás la escribirá el, que vive escribiendo.
19
En Trocadero 163, frente a la casa de José Lezama Lima, vivió, desde el triunfo de la revolución, Clarita, la guajira que acompañó y apoyó a los rebeldes desde el primer momento en la Sierra Maestra, la que se alzó y le asesinaron la familia, la que trataba a los comandantes por su nombre y los regañaba cuando hacían algo mal, “Ven acá Fidel que te voy a dar una galleta”, al triunfo de la revolución le fue otorgada una casa en el Vedado y la rechazó para irse a vivir en esos bajos de Trocadero, desde donde veía la gente pasar, la que un día fue a Angola cuando sintió que era su deber, aquella que no tenía más riquezas que tres afiches descascarados y decolorados de Fidel, Camilo y el Che. La misma que me acogió como un hijo y pegó la foto que alguien nos tomó, riéndonos, en el afiche del Che. La que me invitaba a almorzar de lo poco, poquísimo, que tenía y me prestó su cama el día que no podía soportar el dolor de cabeza. Ella, Clarita, la que predicaba con el ejemplo y no pidió nada y lo dio todo. Creyó, solamente creyó. Ya descansó. Hoy, sin saber cuándo ni cómo ni dónde, me despido de ella. Clarita, la guajira.
20
Rolando está “esperando que las cosas pasen” y que se asome al balcón del segundo piso de la casa de enfrente la jeba de los shorsitos, porque “eso es lo que me voy a llevar”.
21
Los tres porqués de Adelaida Fernández:
-Por que quiero.
-Por que puedo.
-Por que me da la gana.
22
“Pero qué curioso eres tú...” “Esta es una historia larga” “Esta es una historia corta”, así, con cualquiera de estas tres frases, acompañadas por un “mijo” o “mija”, empieza Carlos Ojeda a contar sus historias, las que lo habitan: narradas con la humildad de quien no quiere la cosa, del que se ubica en un segundo plano, detrás del molote, sonriendo o llorando, mirando siempre, esperando interpretar a entender, dándole vueltas, suponiendo. Entregándolo todo: desprendiéndose de todo. “Coge tu los libros que quieras...todos...esta es tu casa, son tuyos”. Literalmente. En enero pasado me regaló dos dedicados a él: uno por Luis Vidales y otro por Juan Gelman. Desde el día en que Esther me llevó a su casa en Playa para conocerlo, se crearon unos lazos hondos que permite que conversemos como compañeros que no han dejado de verse. Sí, Carlos, te lo creo, creo en lo que me cuentas y ojala, espero, pueda presentarte algún día a Felipe, mi amigo al que le debo haber pasado la mayoría de las materias del bachillerato, el otro generoso, el soñador espléndido, para que, acompañados por unos tragos, conversemos de lo que siempre conversamos. ¿De qué será, caballeros?
23
En la guagua “No me partan las piernas...que son flaquitas pero me han salido buenas...”.
24
Cada lugar tiene su manera propia de llover. No es lo mismo en Bogotá que en La Habana. En la primera llueve como si cayeran piedras del cielo, los goterones se aplastan como si fueran una avalancha en la cordillera de los Andes. En La Habana llueve bailando, oblicuamente, como si la lluvia estuviera danzando un son que de repente se transforma en una guaracha. En Bogotá, cuando llueve, se sabe cuándo empieza y no cuándo va a acabar. En La Habana, por el contrario, no se sabe cuándo empieza y si que pronto va a acabar. Qué manera de llover, qué manera de moverse, qué manera...
25
La calle Reina, cerca de la librería La Avellaneda, donde es posible toparse con un tesoro en medio del calor y el polvo, está en reparación. Los taladros no dejan de sonar. Mientras tanto, en el andén, al lado de una columna, un hombre viejo conversa sin palabras con una jicotea, le acaricia la cabeza y los dos se miran, se miran.
26
“Como sé que a ustedes se les ha olvidado lo voy a contar de nuevo” (Cintio Vitier recordando lo que decía su padre cuando repetía un cuento).
27
Mi tiempo va cambiando: se ha hecho más lento, más pausado, sin para qué. Ya no es observado sino andado. ¿Por qué no cuento en este diario lo malo, lo que no funciona, las miserias, el absurdo cotidiano que va invadiendo la existencia llenándola de pozos donde es tan fácil ahogarse? Porque es lo que está, no lo que permanece, porque es lo que veo, no lo que encuentro. La molotera de la guagua siempre va a estar, lo que sólo una vez va a suceder es que aquella mujer que avanza por el pasillo, en medio de los cuerpos que se aprietan y sudan, diga “Abran paso...abran paso que llevo en la mano un alfiler...”. No es que no quiera ver, lo que guardo es lo que sucede, no lo que pasa. La vida no se repite.
28
La alegría, la vida a pesar de todo. Lorenzo, Rebeca y Elizabeth esperándome en su casa, en Santa Clara, aunque Pito, el padre de Lorenzo, ya no podrá andar como antes en el Condado, ese lugar extraño donde, entre otros, Chago el Buey lo puede resolver todo. Está ingresado en el hospital. Si pudiera escoger un lugar en Cuba para pasar unos años, de pronto los últimos, sería esta ciudad. Ahí podría estar y ser feliz, suavemente tranquilo, mirando el tiempo y las mujeres pasar, leyendo mucho, andando, hablando, conversando interminablemente de lo mismo, con los amigos que conocí gracias a Federico, yendo por las noches al Mejunje, ese lugar maravilloso donde todo es posible para todos, hablando de libros, los que ya están escrito y los que escribirán ellos: Rebeca y Lorenzo, los que están planeando, sintiendo que por fin es el momento de dejarse llevar por esa ambición hermosa en la que es importante caer: querer contar una gran historia, una historia única y auténtica, donde el cañonazo del sol ilumine, desde todos los ángulos posibles, las palabras. Ahí, acompañados también por Daily, Fritz y Rubén, sería hermoso, caballero, envejecer.
29
¿Cómo no engordar, cómo no estar un poco más grueso, si una forma de darte su amor, de mostrar un cubano su afecto, es cocinando para ti y decirte “Come chico sinvergüenza, sírvete, hay más...”?
30
¿Y qué escribir sobre Cabeza de zanahoria, el primer libro de poemas de Luis Rogelio Nogueras, tantos años esperado, tanto tiempo aguardado, hasta cuando Heriberto me dijo que lo tenía en su casa, cerca de Copelia, “¿por qué no vas y te enseño otras cosas?”, y verlo por fin, tenerlo en las manos, color Jules Renard, junto a ese otro libro de don Roberto, La poesía contemporánea en Cuba (1927-1953), “es muy difícil de encontrar, está agotado, la edición fue de 200 ejemplares, no tenía más dinero” (me contó alguna vez), publicado bajo el sello de Orígenes, en 1954, entre otras cosas, Octavio Smith autografiado incluido, en fin, hallar por fin el libro que faltaba, el primero para culminar la lectura del poeta de las sorpresas, de los experimentos, y sentir que todo nos habla, que los poemas han sido escritos para ser contados como historias conversadas al bajar de una guagua o caminando en medio de los árboles, hechos de palabras sencillas, cotidianas, puestas, acomodadas una tras otra como si fueran fichas de dominó esperando que alguien empuje la primera para que aparezca la figura que se encuentra apenas sugerida en su ordenamiento? ¿Qué escribir cuando termino de leerlo, en voz alta por supuesto, y tengo ganas de decirle algo a aquel que ya no está, al que trazó estas letras y las dejó para que otro, 37 años después de su publicación, las lea en una barbacoa, donde afortunadamente, cosa rara, no hace tanto calor esta vez y sienta que también fueron escritas para él? Tal vez “en familia uno se dice del buen amor, las nubes, el verano, el ruido, las nueces, los hermanos”, tal vez en estas páginas se hayan quedado las respuestas de aquel joven que siempre se preguntó, como buen novelista de contra espionaje que era por lo que está a simple vista y no vemos, por “la carta robada” que tiene las respuestas, por aquellos “largos besos/es decir meditaciones del amor” que todos tenemos, damos, esperamos? Hoy lo terminé de leer, por fin, después de tanto esperarlo valió la pena todo el tiempo. Qué suerte.
31
Tomando una cerveza cerca del Hotel Inglaterra. En la mesa del frente una gordita, bajita, con un refresco. Un hombre mayor se le acerca y le habla. Al poco tiempo él se marcha. Voltea el rostro hacia mí, sonriendo.
-¿Intentando conquistarte? -pregunto.
-Si.
-¿Y no pudieron?
-No. ¿De dónde tú eres?
-De Colombia.
Se levanta y se acerca a mi mesa.
-¿Y qué pasó con aquel?
-Me preguntó cuánto cobraba.
-¿Y tú que le dijiste?
-Pues que eso no se pregunta, a una mujer primero se la conquista con un regalo.
-Ahhh...
-¿Y dónde tú vives?
-En Centro Habana. ¿Cómo te llamas?
-Mari.
-Mucho gusto. Álvaro.
-¿Cuántos años tienes?
-Treinta y cinco, ¿y tú?
-También. ¿Tienes auto o andas en máquina?
Me sonrío: -Ando a pie o en guagua.
-Lo siento. Tengo que irme.
Se va.
32
En todas partes la palabra:
“Almacén La Lucha”, entre Águila y Barnet.
“Siempre en la lucha. No nos entregamos” (escuchado al azar en Buenos Aires).
33
Estábamos casi todos, faltaban dos o tres, uno tenía gota (la enfermedad que sólo le da a los millonarios y los poetas comunistas), el otro tenía a la madre de la suegra enferma en Camagüey, llegaba esa tarde a la estación de trenes de La Habana. Carolina, la hermosa, no estaba iluminándolo todo con su belleza y su sonrisa, no pudo acompañarme en este viaje. Había nuevos amigos, antiguos amigos reencontrados. Idania y Sandra, las bellas sirenas habaneras, sonreían atrayendo todas las miradas. Gladys y Carolina no podían estar más contentas. Luis Toledo y Carmen sonreían. Estábamos todos acompañando a José Luis en el lanzamiento de Colombia ausente, esta vez aquí, en La Habana, en el Ateneo, Línea y 12, el 19 de noviembre. Betania casi no llega con Miguelito y Rolando, como nos sucedió la otra vez, nos atrasamos cuarenta minutos por esperar un Panataxi que nunca apareció. Estuvimos todos cuando José Luis habló y leyó sus poemas con la voz segura y firme del que siente como verdadero lo que escribió. Sus palabras llenaron la librería y por un momento la ausencia se hizo presencia. Amir llevó su cámara afortunadamente. Se vendieron 50 ejemplares. Todo fue perfecto. Lamentablemente nos enteramos que esa mañana, en Bogotá, se fue de este mundo Manuel Zapata Olivella (a quien tuve el inmenso honor de presentar en una feria del libro). El dolor se agrega a la alegría. Qué cosa más rara la vida, que cosa más rara la muerte...
34
Afortunadamente se pudo recuperar la carta que me envió por correo electrónico Fina García-Marruz donde hace otros comentarios sobre mi libro. Luisa lo resolvió en un minuto. Después de una ingente y tenaz labor de paleografía aquí está:
Agosto 30 de 2004
Querido Álvaro:
Hace solo unos días que recibimos tu libro. Llegaron tus otros envíos y recibimos tus correos preguntándonos si había llegado el tuyo. Pues no: es ahora que lo tenemos y que podemos decirte que nos ha sorprendido lo mucho que añadiste a la primera parte (que es sobre la que te escribí, y que gentilmente pones de prólogo) -solo que de un libro mayor para el que él resulta insuficiente. Bueno, de todos modos es mejor que un testimonio se quede corto y abra la vía a otras sorpresas. Gracias de todos modos por lo que tiene de gesto amistoso sobrepasador.
Me parece que tu has enriquecido mucho la primera parte, -aunque en ella estás tú más presente, o sea, es más personal, que es lo que en definitiva tiene que ser un testimonio. Pero esos “Encuentros” -palabra que prefiero y es mucho más que “Entrevista”- así como las fotos que lo enriquecen- dicen tanto de sus protagonistas escritores, como de ti como lector, o librero errante, resultando así un género distinto por momentos, mucho más emocionante. Creo que forman una especie de novela del libro mismo, una novela de su lector, no en el sentido de género “imaginario”, inventivo, sino que es como la novela de una recepción real, que tiene que ser, cosa de dos, como lo es toda comunicación que tenga que ver con el amor. Resulta así un libro que, sin pretensiones de originalidad o “creación”, se vuelve algo vivo, -o sea original y acompañante, a un tiempo que ilustra acerca del pensamiento y la obra creadora de autores que no habíamos leído y ha sido bueno conocer.
Mucho podríamos decirte de lo que nos ha gustado escuchar lo mucho que sabe y puede enseñar ese encuentro tu encuentro con ese Paco Ignacio Taibo II. Y su recepción igualmente viva de lector de tantos otros, o de tu encuentro con Antonio Skármeta. O Cano Gaviria -especialmente lo que cita del Diario de Kafka sobre la “literatura menor” dentro de una lengua mayor, como acceso a la grande -como fue el caso del irlandés Joyce- a diferencia de la situación del escritor de una “literatura mayor” de grandes figuras, como la alemana que apenas deja otro camino que el de la imitación. “Minoría” en el primer caso más fértil. Sin “la trampa” del “querer ser grandes”. Compartimos muchas “reservas” a la que aludes a lo largo de ciertos géneros, de la importancia (aunque no es esta la palabra) de ciertas perspectivas, como de soslayo, para contar una historia, más a través de ciertos detalles que desde la perspectiva central, como sucede con el persona secundaria que cuenta la historia de El gran Meaulnes, o con la luz diagonal que viene de una ventana en la que una mujer cosa o lee una carta en un cuadro de Vermeer.
Y, volviendo a la primera parte, muy linda tu relación con Roberto y con Laidi, tu atención a esa anciana Catalina Dávila que te acogió en su casa como un hijo, a eso de inapresable, lo secundario (al parecer) de tantas vidas y horas en que, a lo mejor, creemos estar “en otra cosa”. La relación que haces de todos los que te ayudaron abarca a los conocidos y los desconocidos, en un mismo orden de gratitud e “importancia”.
Todo el cariño de tus fraternos
Fina y Cintio
35
Hoy recuerdo lo que le escuché decir a Alberto Granado en Buenos Aires: “El socialismo es la filosofía del ejemplo. No hay que cejar en el deseo ni conformarse. Para seguir al Che bastan tres cosas: 1. No mentir. 2. Dar ejemplo. 3. No aceptar nada que no nos corresponda...Soy un dialoguista, por no decir un charlatán”. Tan simple, tan complejo. ¿Cómo vivir sin vergüenza?
36
Los senos balanceándose, agitándose, bajo los pulóveres, yendo y viniendo como la marea, mis ojos siempre siguiéndolos, mi mirada abarcándolos como quien se enfrenta a la irrupción de lo imposible, apenas sugeridos, entrevistos, solamente imaginados, expuestos, ahí, andando en todas direcciones, mis ojos encontrándolos. Y asombrándose, asombrándose, como el que ve una fruta, una manzana verde o un mango, y no puede alcanzarla.
37
En el tren rumbo a Santa Clara que ahora, de repente, está regresando a Aguacate. Alguien dice “El tren número 12 se devuelve a La Habana” (vamos en el 11). Otro le pregunta a la ferromoza (qué palabra...), ella responde “No han informado nada” y el pasajero que está detrás de mi puntualiza “Y no van a informar nada”. Después la ferromoza aclara “Atención...van a mandar una máquina desde La Habana porque esta falló totalmente”. ¿Cuánto tiempo aquí? Son las 5:45. Salimos puntualmente a las 3:15. Llegábamos a las 7:18. Tanta precisión debió haberme puesto en guardia. “¿Dónde estamos científicamente? En una punta verde por dentro y verde por fuera...en Aguacate”. Las 7:15. La ferromoza pasa como una exhalación anunciando “La máquina está en camino” y hace un gesto con la mano, de derecha a izquierda, como cortando el aire. La distracción que tenía, leer Una extraña entre las piedras, libro de cuentos de Ena Lucía Portela, me tocó aplazarla. Sólo funcionan tres luces del vagón. Otras máquinas comienzan a llegar y cruzar al lado nuestro. Acabo de comprar un pan con salchicha (5 pesos). “Increíble, asere, pero cierto: todavía no hemos salido de la provincia de La Habana”. “Dentro de un ratico, con paciencia, multiplicado por cien...”. A lo lejos pita un tren. “Es una cortina de humo”. Pasa de largo, inmenso, vacío y a oscuras. Como un tren fantasma. “Los trenes están locos del carajo”. Regresa en dirección contraria el tren que hace un rato pasó. El pito suena y se aleja. Nada parecido a la esperanza. “Ya viene...ya viene un camión que va a buscarnos ahora. Nos vamos en camión”. A las 10:10 de la noche un niño pregunta “¿Y dónde está el camello?”. La solidaridad cubana: la pareja detrás de mi me brinda refresco, pan y café. A las 10:25 llega la máquina. Aplausos, aplausos. El hombre estuvo en Angola en 1975. Es ingeniero eléctrico jubilado. Cálculos optimistas: llegamos en tres horas. Estamos a mitad de camino a Matanzas. “Hace falta que ruja...entró hecho un león”. No es fácil. 11:15. “Esto no me gusta nada. Va para atrás”. Hay que darle paso, por lo visto, al Espirituano. “¿Para atrás a dónde vamos a llegar nosotros?”. No llegamos a la estación de Matanzas. “Este le va a dar vía hasta a una cucaracha que pase”. “Vamos a tener historia para contar”. ¡Nos vamos, nos vamos! “Es más fácil acostumbrarse a que esté sin problema ninguno”. No nos vamos todavía. Esta subiéndose gente. “Las cosas se miran pero no se preguntan”. 12:25. En el Espirituano. La ferromoza hizo que me cambiara de tren. A una pareja de muchachos que se subió conmigo la multaron por que sí, 20 pesos a cada uno. Llevan un año y cuatro meses juntos. El es barbero. Ella pianista. Se hicieron el juramento de no separarse ni una sola noche. Ojala la vida sea generosa con ellos. Me cobraron 14 pesos (por ser extranjero debían cobrarme 14 dólares. Guardé silencio. Pagué con un billete de 20. Me devolvieron 5. Creo que no valía la pena pelear por un peso...). Aún no me dan puesto. Supuestamente faltan dos horas y media. Después de permanecer un tiempo indeterminado de pie, al lado del cubículo de los encargados, donde había puestos, me mandaron al coche número 1, asiento 12. Ahí terminé el viaje. Llegué a las tres de la madrugada. Caminé hasta donde Lorenzo. Toqué en la puerta equivocada.
38
“Vivir en la punta de la loma mirando el mar” (Rubén Artiles, el médico poeta).
39
En Santa Clara, en el mismo día, a la misma hora, las dos librerías de moneda nacional que existen, deciden empezar inventario. Hasta el viernes. La de la estación de guaguas cerró también. “Salimos a una venta”. ¿Eso qué será?
40
“Están en posición anotadora. Esperando que algo les caiga del cielo” (una doctora hablando de los gatos del hospital de Santa Clara).
41
Con Pito, que vive en la calle San Miguel, donde está el burro Perico, el papá de Lorenzo Lunar, fabricante de ron y contador de las historia de Pepito, estamos a mano, empatados: él me dio ron, preparado con naranja, en su casa en el Condado, en enero de este año. Yo le traje café, que le han llevado todos estos días al hospital. Me vio y me lo agradeció, en mediodel dolor, la esperanza y lo demás. Tenemos que “desempatar”, vamos a ver quién gana. Ojala sea yo el que pierda.
42
En la gala por los 45 años de la agrupación campesina El cocodrilo verde, a donde fui con Daily, escuché cantar y tocar con el corazón a unos artistas, caballero, que se agigantaban minuto a minuto con su modestia y humildad. Esos momentos que se viven sabiendo que son irrepetibles, ya son memoria y no hay quién los olvide. Y había una mulata que hacía sangrar el alma con sólo verla bailar... Muchacho...estoy escribiendo en décimas...qué barbaridad...
43
“Yo me paso la vida mirando a Lorenzo” (Rebeca Murga, al descubrir que Lorenzo tiene nuevas canas, en el segundo piso de El Pullmann, a donde fuimos a comer pizza con Jaime y su esposa).
44
La gracia del “Guajiro del Piñero” al bailar, ese moverse pesadamente sobre unos pasos aprendidos de memoria, como si bailar fuera lanzar líneas rectas en el aire, la tosquedad de sus movimientos, ese ir y venir, sin “mover la cintura y los hombros”, por el escenario en medio de una voz que canta desde el fondo de la tierra, un canto que es síntesis de cubana, agitado por “¡Guapea!”, “¡Ataca!”, “¡Candela!”, “¡Rómpelo que es tuyo!”, ese no saber bailar que es todo un baile, esa falta de gracia que es la maravilla. Baila tan mal, muchacho, que no hace falta bailar bien: esa es su magia.
45
El show de Roxana Rojo, en el Mejunje, es el único espectáculo de travestismo al que he asistido en mi vida. Estaba anunciado desde mi visita anterior a Santa Clara. “Tienes que ver a Pedrito...”. Pedrito a secas, a solas, sin apellidos: Roxana Rojo, la diva, la reina de la noche. El travesti con sentido del humor, cultura y dignidad. El que se burla de sí misma, el que necesita preguntarle al público “¿Verdad que estoy linda?”, mirándose como nosotros la vemos: con una inmensa sonrisa. La maravilla. La noche en el Mejunje donde es conveniente, si no quiere llevarse una sorpresa a lo mejor no tan grata, mirar la belleza que baila, suda, canta, grita y molesta. Y no más. ¿Un hombre? ¿Una mujer? No lo sé y, por ahora, prefiero no descubrirlo. Nada tan encantador como la confusión. Tan atrevido como la ambigüedad.
46
“Yo no la pongo casi. Siempre es lo mismo. Hago lo posible por mirar la gente pasar, el tráfico...Me interesa dejar pasar la gente pallá y pacá” (Rolando hablando de la televisión).
47
Miro al frente, a los Altos, y el hombre sale a secarse las manos en la toalla roja que toma el aire frío de esta tarde de viernes. La algarabía, las voces enredadas que no entiendo, vienen de las esquinas. El tiempo se va deslizando como un caracol que atraviesa sin saber lo que le espera. La toalla sigue agitándose, allá arriba. Rosita, por el contrario, no ha aparecido en todos estos días. ¿Me iré sin verla? ¿Mis ojos no se detendrán en ella? ¿Dónde está lo maravilloso? ¿En lo irrepetible? ¿En qué momento decidimos mirar esa toalla como si en ella, en su agitarse, estuviera oculta una llave? Lo interesante es que casi nunca hay respuesta. Aunque en este momento, cosa rara, el hombre que se secó las manos volvió a salir, se agachó frente a ella y alzó con sus manos un conejo negro. Un conejo en los Altos del 212 de la calle Corrales. La gente pasa, Betania busca la receta del arroz con leche, Rolando escucha. Lo toalla sigue allí, yo aquí, sentado, preguntándome por el destino del conejo.
48
¿Y qué puedo decir cuando Idania me cuenta casi susurrando, que al leer mi libro siente que va caminando en él? ¿Que le ha emocionado, hecho llorar y reír, de alegría y tristeza, y ha despertado muchas cosas que tenía muy guardadas, como en una gaveta? ¿Qué se puede decir cuando las palabras que se unen para armar lo que fue o pudo ser encuentran, que más allá de todo, tienen quién las escuche, y lo más importante, sienta? La escritura: tocar con las palabras.
49
La otra noche creí que la casa se estaba derrumbando. Algo se cayó al suelo en la casa de Mirna haciendo estremecerse todo como si una montaña de ladrillos cayera sobre la barbacoa. “Mierda...hasta aquí fue...”. Asustado le pregunté a Betania qué sucedía. Tampoco sabía. Al otro día, en la mañana, la respuesta. “Luis se cayó”. Qué manera de caerse, qué manera...
50
“El albañil que está trabajando en la reparación de mi casa me preguntó, el otro día, por qué tenía tantos libros. “Por que me gustan y, además, me sirven para mi trabajo”, dije. “Yo leí mucho pero ahora tengo un solo libro que leo todos loas años”. “¿Y cuál es?”, pregunté bastante intrigado. “Los miserables, de Víctor Hugo. Tengo una edición en cuatro tomos que leo todos los años. ¿Ante eso uno qué puede decir?” (Antón Arrufat, en medio de la charla infinita que sostenemos desde hace siete años en la biblioteca de su casa).
51
Las cosas pasan, suceden. Un encuentro, un cruce de miradas, puede hacer que lo no buscado o imaginado, de repente, sea. Hoy en la mañana, antes de salir a “andar La Habana”, sonó el teléfono.
-¿Oigo?
-Buenos días. ¿Es Álvaro?
-Sí, conmigo...
-Hola Álvaro. Es Silvio.
-¿Silvio cómo estás?
-Bien. Mira...hoy en la tarde van a venir a mi casa unos amigos y quiero que nos acompañes.
-Claro. Dame la dirección. Ahí estaré.
Después de un viaje largísimo hasta la última parada del P 4 (“Suelta el tubo que no eres plomero”, fue el pregón de la tarde) llegué. Era la fiesta de su cumpleaños. Jamás he ido a un concierto de Silvio. Nunca pude ir. La primera vez que lo oí cantar fue en 1997 durante el Festival de la Juventud. Ese día, también vi. por primera vez a Fidel Castro. Fue un momento hermosísimo. Frente a mi estaba la historia que siempre me ha acompañado. Recuerdo que saqué mi cámara y le tomé cantidades de fotos, estaba como Cartier-Bresson esperando el instante decisivo, tantas que en un momento me pregunté por cuántas tendría el rollo. Había algo raro. No se acababa. Miré bien: la cámara no tenía rollo. Las fotos se quedaron en mi mente (años después esa misma cámara regresó a mis manos después de tenerla mucho tiempo una antigua novia. Fue conmigo a Argentina y Uruguay. Me tomé dos fotos con Ernesto Sábato. Al regresar y llevar las fotos a revelar me dijeron que estaba dañada. No es fácil...). La segunda vez que oí cantar a Silvio fue hoy, en la sala de su casa, celebrando su cumpleaños número 58, acompañado por otra guitarra, un tres, un bajo y la flauta de su amada. Sus canciones, sus palabras, acompañan lo entrañable, lo perdido, el porvenir. Como tantas cosas de mi vida, el primer disco suyo que oí, Días y flores, me lo prestó David. El mismo que hace unos días conseguí y donde Silvio escribió y dibujó “Para Álvaro y Carolina una ramita de amistad”. Cuando una voz, una historia, se transforma, se convierte en un apretón de manos, en una foto sin espejuelos porque los míos se acaban de romper y los dos somos miopes, en una flor para Carolina, en dos nombres que se saludan y se guardan (lo que olvidamos es tanto, lo que recordamos es tan poco...). Sabemos que el ojala es un después.
52
“Estábamos como tres en un zapato” (Berta Medina, la compañera de Amir, después de almorzar en casa congrí, bisté y chicharritas).
53
La Habana no es solamente “la ciudad de las columnas” de Alejo Carpentier, también es la de los encuentros. Andar no es solamente encontrarse y quedarse abrumado, humillado, por la belleza y esplendidez de una mujer maravillosa que avanza impasible. Es no solamente andar por 23, después de G, y pararse a mirar un puesto de libros sucio, desbaratado, y temer, con las manos sudando ante el descubrimiento, “que no vaya a darse cuenta...que no sepa...que no sepa...”, de la primera edición de Cien años de soledad y preguntar por su precio y escuchar, esta vez estupefacto, “5 dólares”. Y, por vergüenza, dar 10. En todas las ciudades del mundo es posible encontrarse, cruzarse, con algún conocido. Pero en ninguna me sucede con tanta frecuencia como en La Habana. Hoy, por ejemplo, ha sido excesivo. Fui a mirar libros en la librería de la UNEAC. La habían cambiado de lugar, ahora está a media cuadra. Doblo la esquina y ¿quién viene bajando sonriente, cándidamente, abriendo los brazos en un abrazo inmenso y una mirada plena? Jorge Ángel Pérez, el Cándido habanero. No habíamos podido vernos en este viaje porque está embarcado con la nueva casa, “imagínate, Álvaro, ya se robaron dos paredes”. Viene a seguir fajándose con la abogada en las gestiones...Después de comprar una revista para Carolina, antes de llegar a la calle, veo bajando a José Luis Díaz-Granados, mi amigo. Debo añadir que yo iba rumbo a su casa para almorzar. Doblamos para salir a G y en la otra acera está Enrique Sainz, el crítico literario amigo de Cintio y Fina, con quién tampoco habíamos podido vernos. Cruzó la calle corriendo para saludarnos con un abrazo. Al llegar al edificio de José Luis, en la puerta del ascensor está Lenin, el único que sabe abrir el ascensor cuando se rompe, con el que nos quedamos atrapados entre el cuarto y quinto piso con Carolina, en enero pasado. Vaya paradoja: en la tierra del socialismo, atrapado en un ascensor, con el único que sabe repararlo: Lenin. Los encuentros con los amigos, los hermanos, esas sonrisas, esas palabras, esos abrazos que llegan como brisa a nuestra marcha. La Habana, la ciudad de los encuentros. Vale añadir que en la mañana Antón me dijo por teléfono: “Muchas personas te ven por la calle...andando con un bolso en la espalda”.
54
Volviendo a Miguel A. Macau, el “plagiado” por Neruda. Tuve que venir acá, pedirle prestado a José Luis el Diccionario de literatura cubana que le regalé hace casi tres años, mirar en el tomo dos, y encontrar los datos del escritor. Nadie había podido. En fin...no es fácil, pero tampoco tan difícil.
55
Un hombre delgado, magro, calvo, con unos ojos entre azules y grises, intensos, duros, vestido todo de diversos azules: abrigo, pulóver, pitusa, tan corriente, tan común y corriente que parece invisible, supuestamente no firma libros (mentira), habla de pie, paseándose por el pasillo, en una mezcla muy clara de portugués y español, “para darme cuenta de quién está bostezando”, riéndose, haciendo caras, muecas, guardando silencio como si fuera necesario esperar, cree que “la literatura revela la naturaleza humana y toda su complejidad. Permite llegar al conocimiento de sí mismo y de los otros superando las fronteras y atravesando los siglo, pues la lectura ayuda a desarrollar la creatividad y la capacidad cognitiva”, cuenta la historia del editor bizco (hace el gesto con su ojo derecho) que extravió su primer libro de cuentos , del cual no había copia, y ofrece “pagarle al que primero haga un pregunta un Real”, ese hombre, parecido a nadie, hoy 30 de noviembre de 2004, en la sala Manuel Galich de la Casa de las Américas, es Rubem Fonseca. Me atreví a hacer la tercera pregunta.
56
“La cosa está enyerbá” (Betania hablando de la vaina).
57
He leído, me he topado, con frases, palabras, que parecen escritas para mí. Es como si por un instante pudiera habitar en lo que otro piensa y escribe. Idea para uno de los libros que jamás escribiré: reunir todas las frases que he subrayado, ordenarlas y conseguir una secuencia, una continuidad. Crear un nuevo texto sucesivo. No podría ser firmado por alguien. Sería escrito por todos. Sería una maravilla hacerlo.
58
Es algo muy difícil de explicar. Ha pasado apenas un mes pero siento que ya llevo mucho tiempo viviendo aquí. El tiempo se ha extendido como un inmenso prado verde donde camino y camino sin, aparentemente, avanzar. Por otro lado, al sentir que llevo tanto tiempo aquí, extraño profundamente a los míos y lo mío. Me hace falta ver el rostro hermoso, cierto, de Carolina. La presencia y compañía constante de mi mamá y mis amigos, mis hermanos. El bullicio, el caos, el desorden de mi ciudad, el pequeño mundo donde construyo. Y me duele regresar, dejar de ver a los míos, a los que quiero, a los que me cuidan y protegen en esta ciudad maravillosa y mágica. Nombres que son rostros, presencias en mi corazón. Los que me habitan, los que dan la mano. Voy a extrañar esta ciudad. Dos patrias tengo yo: Colombia y Cuba (parafraseando a José Martí). De alguna manera siempre me quedo, permanezco en ella. Mis ojos esperan, mis pies andan, mis brazos balancean, mi sudor cae. Siempre estoy aquí. Uno, en el fondo, es de donde lo quieren.
59
¿Esa mujer que vi en los Altos, esa noche, desde la casa, por la puerta entreabierta, esa mulata, esa aparición, dónde está, quién es, por qué no volvió? ¿La inventé?
60
Leo, nuevamente, los Ejercicios para hacer de la esterilidad virtud, en la segunda edición que me regaló Antón Arrufat hace unos días (“y para Álvaro Castillo con un abrazo nada estéril y con el ejercicio continuado de nuestra amistad”). La lección la aprendí ahí: “ficción súbita”, la llama él, “azares”, lo llamo yo. ¿Cómo no agradecer el ejemplo? Se puede no saber lo que se escribe, es imposible ignorar cómo se escribe. En este caso salen, en el fondo, de aquello.
61
El premio para un autor: una noche, esperando la guagua, en 23, con Idania, después de comer, me dice que hay dos libros en su vida que la han marcado: Rayuela y Muchacha azul bajo la lluvia. Me sonrío. “Yo conozco al autor. Amir Valle es amigo mío. Te lo presento el viernes”. Ella sonríe más. “¿De verdad? Ese libro es precioso. Lo he hecho circular. Qué manera tan delicada tiene de sugerir las cosas”. Otro día, bajando por G, rumbo a Casa de las Américas, una muchacha hermosa, recostada en una pared, frente a la sombra de un árbol, lee, concentrada, atenta, ausente Si Cristo te desnuda, de Amir también. La única recompensa posible: tener lectores.
62
-¿Rolando tú quieres que yo me vaya?
-¿Para qué te vas a ir?
63
“Vino a guardar el maletín pero dejó el cuerpo” (Mirna Giraudi Wilson, la vecina, tía de Rosita).
64
“Me cae más mal retratarme que hacerme la prueba citológica” (Betania, hablando con Idania y Sandra, antes de irme).
65
En la mañana desayunar con Berta y Amir. Después van a la casa Carlos Ojeda, Carlos Orallo Boscá, Idania y Sandra. Hablar con García por teléfono. Irme con las lágrimas en los ojos. Despedirme con un beso. Al llegar a Bogotá, haciendo la fila de inmigración, le pido a la señora que está adelante si me guarda el puesto mientras voy al baño. Regreso y doy las gracias. La que está detrás dice: “¿Y el señor no piensa hacer la fila?”. Si. Ya estoy de regreso en mi país.