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Bajando salarios se progresa
Jaime Durán Chuquimia
Gentilmente Gustavo Rodríguez Cáceres ha aceptado iniciar la polémica respecto a la tristemente aceptada reducción de sueldos. Tal cometido nos está llevando por senderos insospechados. Tal es el caso de la pregunta ¿Cómo deben determinarse los salarios? En cuyo baile hasta el propio Carlos Marx ha tenido su parte. Pero, no nos desviemos y vayamos como decía el Rey de Alicia en el país de las maravillas: Empecemos por el principio, continuemos por el centro y terminemos en el final.
Rodríguez arranca ubicando el corazón de los burócratas. Y, oh sorpresa, lo descubre en el bolsillo. De esta manera indica que los perversos burócratas, a diferencia de los angelicales seres que habitan en la cabeza de mi amigo y compañero de combate, piensan y razonan por como les apriete el bolsillo. Por mi parte, creo que todo el mundo razona de esta manera, en tal sentido no es casual que la moderna economía base todos sus postulados en la existencia del "homo economicus", es decir, aquel que razona en función a cuanto beneficio piensa obtener. De hecho, esta forma de ver las cosas ha permitido que se descubran muchos elementos de la conducta económica, a despecho de los moralistas que piensan que meterse con el sucio dinero les mancha el pensamiento.
Pero, entremos al nudo gordiano de la cuestión: ¿Cómo se define un salario? Ahí Rodríguez abandona las mundanas cuestiones del corazón y los bolsillos y se remonta a las alturas donde habita la teoría. Así desde el Olimpo de la abstracción nos indica que hay dos formas de determinar un salario: Vía neoclásica o marxista. Por el primer camino es el mercado el que define cuanto debe ganar un individuo, por la segunda es el análisis de la fuerza de trabajo la que arroja luces sobre el precio de dicha mercancía.
Así, mi contendor imagina un idílico mundo en el que a los trabajadores se les paga de acuerdo a cuanto aportan al producto. " simplemente permítanme imaginar que un empleado estatal pueda aportar al Estado y a la sociedad más de lo que recibe de ella". Nos dice, aunque después dice que ello es una utopía. Y aunque reconoce que tal cosa no existe, es sobre esta utopía que decide examinar los salarios. Porque a lo largo del texto brama porque sea el mercado el que defina las remuneraciones. Y ofrece como evidencia empírica el hecho de que cientos harían el trabajo de cualquier ministro por un octavo de su salario.
En tal empeño creo que Rodríguez ha sido victima de la fiebre neoclásica. Los modernos estudios han demostrado que si existe algún mercado que funciona pésimamente es el del trabajo. La razón no es mística ni mucho menos, en esencia es bastante simple: Es el único mercado en el que la oferta siempre supera a la demanda. Para cualquier trabajo siempre habrá alguien que este dispuesto a hacerlo por menos, que su productividad sea menor es algo que no interesa si seguimos el razonamiento de Rodríguez. Esta es la razón por la que hay tantas personas rondando los ministerios, si a cualquiera de ellos se les preguntase si quieren ser ministros, su respuesta sería afirmativa. Y si este argumento no le parece contundente, lo invito a ver los mercados de trabajo del sector privado. Aplicando el mismo razonamiento de Rodríguez si el Estado boliviano maneja un barrio de Shangai, sus empresas son equivalentes ¿Se necesitan altos salarios para los gerentes? Dado que es tan sencillo hacer economía ¿Por qué no dar a los más ignorantes el timón de cualquier actividad? Al fin y al cabo, con el maese Rodiguez, no habría mayor diferencia.
Afortunadamente, la ciencia de definir salarios no ha ido por el rumbo determinado por Rodríguez, las experiencias rápidamente mostraron que por un bajo salario hay una menor productividad. De hecho, las empresas de avanzada saben que "lo barato cuesta caro". Pero, ¿Como aplicar estos criterios al sector público? Dado que este no ofrece productos o servicios que se transen en mercados. La respuesta parte de no confundir una empresa con el Estado. Para ello es útil considerar el método que define los salarios sobre el "valor relativo de los puestos". En otras palabras definir una escala en la que se vaya situando a los puestos conforme a un rango donde los más complejos se encuentren arriba y los más sencillos abajo. De esta forma se construye una curva que fácilmente se puede transformar en una curva salarial.
Pamplinas diría Rodríguez "No nos engañemos, sabemos que en la administración pública existen los parámetros, pero estos no tienen nada que ver con indicadores de calidad, sino con el partido político, el "cuateo" o, peor, con el tamaño de la minifalda". Aquí mi contendor realiza otro vuelo maravilloso: Desde las alturas del Olimpo desciende a la pestilente charca. Desde el pantano mira la inmundicia y nos dice que tal cosa jamás existirá. Con lágrimas en los ojos nos pide que no soñemos con las "burocracias eficientes" de Weber. Es más nos dice: "considero que la mejor manera, de valorar los cargos de la administración pública, es el mecanismo del mercado. En este caso, por cuanto dinero se está dispuesto a realizar una tarea de Ministro, Viceministro, Director, Jefe de área, etc. De actuar así con seguridad que habría muchas personas dispuestas a trabajar por mucho menos de lo que actualmente se paga en la administración publica". Hundámonos más no hay otro camino. Por mi parte, creo que si se puede construir una burocracia eficiente o para mirar más lejos una autentica "gerencia por objetivos". Y estoy plenamente convencido que no es bajando sueldos, o contratando al primero que se aparezca en la puerta, que se puede lograr tal cometido.
¿Distorsiones en el mercado de trabajo?
Vayamos al segundo argumento de Rodríguez: La distorsión que provocan los altos salarios de la Administración Pública. Como lo recuerda bien, fui yo el divulgador del planteamiento y no recuerdo bien de quien lo tome prestado (Es altamente probable que haya sido Alejandro Mercado). La cuestión es aparentemente sencilla. Al existir sueldos más altos en el Estado, los ciudadanos prefieren trabajar en éste en lugar de promover actividades productivas. O sea se genera un comportamiento rentista.
Sin embargo, nuevamente se mira únicamente a los servidores públicos y no se observa el resto de la economía. Habría que informarle a Rodríguez que este es un país de vocación rentista. Tal cuestión la encuentra donde uno quiera ¿A quién no le gustaría ser contrabandista? ¿A quién no le gustaría ser empresario para vivir de los contratos estatales? Pero vayamos más allá y adentrémonos en nuestra adorada tierra camba (Por quien comparto con mi contendor una profunda admiración). Allá lamentablemente tales comportamientos no han sido erradicados ¿Se ha puesto a pensar por que son tan importantes los acuerdos con la Comunidad Andina de Naciones para la soya? ¿Por qué no invita a los soyeros a hacer un verdadero capitalismo sin protecciones arancelarias y me cuenta como le va? ¿Alguna vez se ha puesto a pensar por que está prohibido importar azucar? Y es más ¿En verdad cree que las autonomías no tienen absolutamente nada que ver con las rentas provenientes de los hidrocarburos?
Todo esto lo señalo para observar que es demasiado simplón considerar que es la Administración Pública la única culpable de los comportamientos rentistas. Si en Bolivia no se hace autentica empresa es por que esta es poco lucrativa, comparada no sólo con el sector público, sino con cualquier otra actividad.
Pero dejémonos de sortilegios academicistas y démosle el mando de la economía a Gustavo Rodríguez y verán como es que bajando los sueldos en la Administración Pública florecerán como hongos las iniciativas empresariales que sacarán a Bolivia del sub - desarrollo.
P. D. Esta es una polémica que llevo adelante con mi amigo Gustavo Rodríguez Cáceres, si desea leer las anteriores entregas, por favor, visite los siguientes enlaces en Internet:
"Directo al corazón de la burocracia"
http://www.adital.org.br/site/noticia.asp?lang=ES&cod=20889
y
MAS: ¿Rebajar sueldos para que?
http://bolivianueva.blogspot.com/2006/01/mas-rebajar-sueldos-para-qu.html