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La violencia es el miedo a los ideales de los demás.
Mahatma Gandhi
LA HABANA, Cuba, agosto 2009
Una reseña sobre las intervenciones realizadas en el Séptimo Pleno del Comité Central del Partido Comunista fue publicada el 31 de julio por la prensa nacional, que recogió los criterios del Presidente Raúl Castro, entre ellos, reiteraciones sobre la necesidad del debate y el intercambio de opiniones.
Señaló que “la falsa unanimidad resulta perniciosa y se requiere estimular el debate y la sana discrepancia, de donde salen generalmente las mejores soluciones. El trabajo ideológico debe brindar argumentos sólidos, favorecer el intercambio de criterios y eliminar lo superfluo, la fanfarria y la simple repetición de consignas”.
Días después, en el discurso pronunciado ante la Asamblea Nacional volvió a tocar el tema, e indicó: “La tarea que tenemos por delante los comunistas cubanos y todo nuestro pueblo es grande, se trata de definir con la más amplia participación popular la sociedad socialista a la que aspiramos y podemos construir en las condiciones actuales y futuras de Cuba, el modelo económico que regirá la vida de la nación en beneficio de nuestros compatriotas”.
Estos planteamientos recuerdan otros realizados en distintas oportunidades. Por ejemplo, los efectuados en el VII Congreso de la UNEAC: “De las mayores discrepancias saldrán las mejores decisiones”, al referirse a su apego al respeto de la diversidad de opiniones; o durante la entrevista de prensa concedida en compañía de su homólogo Lula da Silva, en su visita a Brasilia el 18 de diciembre de 2008, cuando subrayó: “Hay que respetar las opiniones de todos, hay que acostumbrarse a vivir en pluralidad. El mundo sería muy aburrido si todos tuviéramos que pensar igual de todo.
La diferencia es una virtud, lo que hay es que saber llevar las discrepancias con altura, respetando a los demás, sencillamente; pero exigiendo que se nos respete”.
Si se dejara a un lado la referencia a conceptos desfasados y sin sentido, como las etiquetas sobre el capitalismo y el socialismo, las ideas del actual Presidente cubano podrían ser acogidas por cualquier demócrata. Sucede que esas palabras sólo han quedado en eso, en palabras, mientras la sociedad cubana continúa sujeta a un Estado totalitario, donde impera el miedo del ciudadano a expresarse, mientras todos los medios de difusión -financiados por el pueblo- únicamente puede utilizarlo el grupo que detenta el poder absoluto.
En Cuba prevalece un ambiente malsano que obliga a las personas a acallar sus pensamientos o, aún peor, a manifestar lo que no sienten, lo cual ha generalizado la doble moral y la mentira. Todo aquel que desee expresar sus pensamientos, aunque sea ligeramente, es reprimido, y hasta la apatía y la falta de servilismo al régimen es castigada. Al mismo tiempo la abyección y el servilismo, cuando el país está inmerso en un acelerado proceso de derrumbe material y espiritual.
No es posible hablar contra la falsa unanimidad y, al mismo tiempo, mantener en las cárceles en condiciones infrahumanas a prisioneros de conciencia que pacíficamente han expresado sus criterios y sugerencias para solucionar el drama nacional, con argumentos que hoy el propio presidente Raúl Castro ha reconocido, como el desastre en la economía, la educación y todos los demás aspectos de la sociedad cubana.
El problema no radica en pedir opiniones sobre un discurso realista, el suyo del 26 de julio de 2007, entonces esperanzador, para después engavetarlas. Se necesita un debate efectivo, donde participen todos los ciudadanos, comunistas y no comunistas, creyentes religiosos y no creyentes; un debate sin exclusiones, en el que puedan participar los compatriotas residentes en el extranjero que también tienen deberes y derechos como cubanos.
Hoy ya sobran las palabras y faltan los hechos probatorios de la voluntad del Presidente Raúl Castro de hacer una nueva Cuba, para pasar él mismo a la historia como un reformador con el coraje de reconocer los colosales yerros cometidos y enmendarlos.