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Desastres naturales...siempre las mismas tragedias

Publie le Jueves 20 de octubre de 2005 par Open-Publishing

Siempre las mismas banalidades Pueblos olvidados salen en las noticias sólo cuando mueren

por Giorgio Trucchi

Ocurrió hace 7 años en Nicaragua con el Mitch y se ha repetido muchas veces en casi todo el mundo.

En esos días, mientras el ex Presidente Alemán seguía con la letanía que era sólo propaganda política de la administración municipal sandinista para desprestigiar a su Gobierno, más de 2 mil personas quedaron enterradas en el deslave del Volcán Casita y muchas otras murieron esperando la llegada de las ayudas.

Ya se habla poco en Nicaragua de eso y la actitud de muchos sectores de la sociedad es de olvidar los dramáticos errores del Gobierno y de una estructura económica, política y social que aún margina a centenares de millares de personas en los lugares más pobres, apartados y peligrosos del país.

El Volcán Casita se ha repoblado y mucha gente ha vuelto a los lugares del desastre.

¿Acaso tenían otra alternativa?

Hoy nos encontramos una vez más frente a desastres que los medios de comunicación y las clases políticas de los países centroamericanos imputan a "causas naturales".

En cambio, a morir siempre son las mismas personas y no hay ningún tipo de maldición divina por todo esto y tampoco se puede aceptar el "se haga la voluntad de Dios"!

El rector de la Universidad Centroamericana (UCA) de El Salvador, Jon Sobrino, uno de los pocos sobrevivientes al asesinato de los Jesuitas por parte de los escuadrones de élite del Ejército salvadoreño en 1989, ha dado a conocer un testimonio sobre el sentido de los muchos muertos de estos días por el huracán "Stan" e Ileana Alamalla, a través de la agencia de noticias "ALAI-Amlatina", ha dado a conocer su testimonio y su verdad sobre los desastres en Guatemala.

Les dejo una síntesis de estas notas dolorosas pero tan reales.

(Introducción y fotos Giorgio Trucchi)


‘LO MISMO Y LOS MISMOS’: Las víctimas de octubre.-
Jon Sobrino - 9.10.05 - San Salvador

En El Salvador siempre hay mártires que recordar. Ahora nos acercamos a los de la UCA en noviembre, a las cuatro religiosas norteamericanas en diciembre y a los innumerables mártires de siempre. Pero este mes de octubre ha traído otras víctimas, producto de la naturaleza - tormenta y erupción de un volcán- y de la iniquidad de los humanos. En San Marcos toda una familia, papás y tres niños, murió soterrada. El comentario que se oyó fue lacónico y certero: "No los ha matado la naturaleza, sino la pobreza".

Sobre estas víctimas y sus responsables, sobre lo que nos exigen y también sobre lo que nos ofrecen -si nos abrimos al misterio de la vida- queremos hacer unas breves reflexiones.

"Siempre lo mismo y los mismos". El pueblo crucificado
Las escenas de sufrimiento y crueldad son sobrecogedoras, y la magnitud es escalofriante.

Los muertos son más de 70, los damnificados, de una u otra forma, pasan de 70,000, y los daños materiales pueden ser lo equivalente a tres o cuatro veces el presupuesto nacional. La catástrofe se extiende a México y Nicaragua, y sobre todo a Guatemala. El poblado de Panabaj ha sido declarado camposanto: unas 3,000 personas murieron soterradas.

"Una aldea maya yace bajo 12 metros de lodo", decía la noticia. Al escribir estas líneas ha ocurrido el terremoto en Cachemira: 30,000 víctimas y dos millones y medio de damnificados.

Ante esto, nuestra primera reflexión es la siguiente.

Estas terribles realidades no nos ofrecen nada que no hayamos visto antes. Con matices distintos, dicen lo de siempre: en su inmensísima mayoría, las víctimas siempre son los pobres.

Las catástrofes muestran la pobreza de nuestro mundo, y, a su vez, esa pobreza es, en buena parte, causante de las catástrofes y de sus consecuencias. A ello nos hemos acostumbrado con naturalidad, para que la psicología, la insensibilidad o la mala conciencia de los seres humanos pueda convivir con la catástrofe.
Sin palabras se viene a decir: "Es normal que ellos, los pobres, sufran, pues así son las cosas. Anormal sería que nosotros, los que no somos pobres, suframos este tipo de desgracias".

Los que sufren en las inundaciones, terremotos y erupción de volcanes -como ahora el de Santa Ana-, los que no tienen trabajo o son despedidos, los mojados y los expulsados de Estados Unidos, los que pierden sus casitas y pertenencias, los que ven morir a sus hijos o a sus padres, son siempre los mismos, los pobres. Y con frecuencia son mayoría los más débiles de entre ellos: niños, mujeres y ancianos.
Lo mismo ocurría en tiempo de represión y guerra: la mayoría de los torturados, desaparecidos, muertos, eran pobres. Hace falta un Roque Dalton para poder cantar bien esa letanía.

De manera precisa lo decía Ellacuría.

Lo que caracteriza a nuestro país es el "pueblo crucificado". Y añadía dos cosas, a cual más fuerte y lúcida. Una es que a ese pueblo le arrebatan "la vida", lo más fundamental y básico. Y la otra es que ese signo que nos caracteriza es "siempre" el pueblo crucificado.

Ya lo hemos dicho: con matices y excepciones, terremotos, inundaciones, derrumbes -antes, torturas, muertes, desaparecimientos- siempre se ceban en los mismos, los pobres. Y siempre producen lo mismo, muerte o cercanía a la muerte.

Esto produce indignación -aunque hoy en día ya no parece estar muy bien visto el indignarse, aunque los poderosos toleren lamentos y llamadas, entre convencidas y rutinarias, a la solidaridad. Y menos existe la indignación cuando se repite, como en nuestro país, que las cosas van bien, o que van por buen camino. Pero además de indignar, la catástrofe hace pensar.

Se ofrece globalización como promesa firme y cierta de salvación, pero esta globalización, en contradicción flagrante con el concepto y la formulación, cuando ocurren las grandes tragedias, sigue siendo absolutamente selectiva: siempre en contra de los pobres, nunca -o rara vez- en contra de los ricos.

Durante el tsunami sorprendió ver sufrir a europeos y norteamericanos, pero no sorprendió que sufrieran los pobres de Asia. Y durante el Katrina no sorprendió que los ricos abandonaran Nueva Orleans en jets privados, ni sorprendió que otros hicieran largas colas para conseguir gasolina en las carreteras. Ni que otros muchos, personas de raza negra, hombres y mujeres, siguieran entre inundaciones en el casco pobre de la ciudad. Es la estratificación natural de la sociedad.

El "lugar natural", que decía Aristóteles, de los pobres es la pobreza.

Ni el Banco Mundial, ni el Fondo Monetario, ni el G-8, ni los que proclaman el reto del milenio son capaces de pensar y decidirse en serio por una globalización real de la vida. No se trata de que todos sufran, sino de que nadie sufra.

Lo que ocurre estos días es escándalo de lesa humanidad. Nelson Mandela, en el marco de la presentación del último informe de Naciones Unidas, ha dicho que la inmensa pobreza y la obscena desigualdad son flagelos de esta época tan espantosos como el apartheid o la esclavitud lo fueron en épocas anteriores. Y Eduardo Galeano, llegado a nuestro país en medio de las inundaciones, ha dicho: "Espero que sirvan al menos para subrayar que debemos de dejar de llamarlas catástrofes naturales. Sí, son catástrofes, pero son el resultado del sistema de poder que ha enviado al clima al manicomio".

"¿La opción por los ricos?". El pecado del mundo

Si la tragedia no es mero producto de catástrofes naturales y si la letanía de "lo mismo y los mismos" no es casualidad, algo sigue estando muy mal en nuestro país.

Antes se le llamaba pecado estructural.

Los cristianos hablaban de "pecado del mundo", citaban a los profetas de Israel, a Jesús de Nazaret y la carta de un airado Santiago. Ahora ya no se estila mucho ese lenguaje, ni siquiera en las iglesias.

Y el mundo democrático occidental, por una parte laico y secular, con todo derecho, no acaba de encontrar -y no sé si le interesa- palabras equivalentes que expresen la tragedia y la responsabilidad.

Y menos si le salpican a él. Por eso habla de "los menos favorecidos", "países en vías de desarrollo". Eufemismos.

La tragedia de estos días muestra, una vez más, la injusticia estructural en el país.
Antes de la tragedia, siguiendo una práctica secular, seguía sin protegerse adecuadamente las carreteras al construirlas, ni se cuidaba la construcción, muy vulnerable, de los sectores más pobres. Y todo ello es más escandaloso, cuando no se ha impedido que los millonarios deforesten y construyan sus casas a su antojo.
Las promesas de prevención han sido papel mojado.

Ahora, ante la tragedia hay que preguntarse cuánto han sufrido unos y cuánto dinero han ganado otros, edificando en zonas prohibidas por la ley o por la conciencia.
¿Y qué hacen los responsables para impedirlo?

¿Dónde queda la opción por los pobres -por los "más pobres", que decía sin inmutarse el ex presidente Cristiani?

Las catástrofes muestran lo que todo el mundo sabe.

La opción de los que configuran el país va en la otra dirección: es, en directo, la opción por los que tienen dinero y por lo que da dinero. Optar por los pobres puede responder a algún vago sentimiento ético o a una estrategia para que la situación siga favoreciendo a los ricos. Pero no hay opción, no se piensa en los pobres antes que en los ricos al configurar el país.

Esto es de siempre y tiene raíces estructurales.

Ahora, sin embargo, con las catástrofes afloran otros males coyunturales, que son también recurrentes. Ciertamente no es fácil dar a conocer la verdad de todo lo ocurrido, pero los miembros del gobierno no parecen estar preparados para informar.

Es una expresión de irresponsabilidad gubernamental. Y mucho menos se quiere dar a conocer la verdad de las causas de lo ocurrido, pues entonces saldrían a relucir responsables y culpables.

Lo fácil es disimular, eximir de responsabilidades, exagerar lo que se ha hecho para paliar la catástrofe, prometer transparencia, o simplemente callar, no decir la verdad.

Todo ello para que autoridades, políticos y adinerados queden bien.

Es el encubrimiento de la realidad, práctica tan usada por el presidente Bush, hasta que los féretros aparecen en televisión y la realidad se hace inocultable.

Entre nosotros no debiera extrañar la desvergüenza de no decir verdad.

Todavía, 25 años después, los gobiernos no dicen la verdad sobre el asesinato de Monseñor Romero, aunque la Comisión de la Verdad de Naciones Unidas ya emitió su juicio hace doce años. Y por otra parte se alaba públicamente y sin escrúpulos a responsables de escuadrones de la muerte.

También aparece la inmoralidad de la propaganda partidista.

El partido en el poder capitaliza la tragedia en su favor. En televisión se ofrecen en cadena -privada- microprogramas del partido Arena, de cinco a diez minutos, en los que aparecen sus candidatos a alcaldes y a diputados repartiendo ropa, camisetas...
Aparece la prepotencia de algunos grandes del capital, fotografiados en los periódicos, entregando cheques para los damnificados. Ignoran lo que decía Jesús: "que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda.

Y aparece la deshumanización de la industria de los medios. Algunos de ellos se disputan la "primicia" de la noticia, la foto del cadáver de una niñita rescatada. El éxito profesional, el ranking, interesa más que comunicar el dolor de la gente y sus sentimientos.

Sin embargo, aun con mucho en su contra, la verdad se ha vuelto a abrir paso: en los clamores de la gente que sufre, en personas sensatas que se preguntan con incredulidad cómo es posible tener un país así.

A la entrada de la YSUCA, recogiendo y organizando ayuda de emergencia, un sacerdote de Sonsonate, lo dijo muy bien. "En el día a día pasa desapercibida, pero ésta es la verdad del país: la pobreza".

"El corazón de carne". Solidaridad

En medio de la tragedia siempre aparece la fuerza de la vida, de la esperanza, del amor. Y en estas ocasiones toma la forma de solidaridad.

Muchos colaboran para aliviar el sufrimiento -la respuesta a las llamadas de la YSUCA (emisora de radio de la UCA), y de otros, es realmente impresionante.

Llega gente con quintales de maíz, frijoles -a veces lo cargan mujeres sencillas sobre la cabeza-, azúcar, maseca, botes de leche, cientos de fardos de ropa, docenas de colchonetas, frazadas, medicina... Son gente sencilla, normal, que inmediatamente se ponen a ayudar para hacer llegar la ayuda.

También se acercan algunas personas de más medios con donativos importante. A veces.

Empleados de empresas conocidas que, entre ellos, han recogido la ayuda. Hasta un equipo pesado ofreció un constructor para remover escombros. Y llegan médicos, enfermeras, religiosas...

Es la ayuda y el servicio que brota como lo obvio, como lo que nos mantiene con un mínimo de humanidad.

Muchos albergues son atendidos por las iglesias.

La ayuda gubernamental, cuando llega, llega tarde y limitada, y a veces hasta es rechazada por la gente. Muchas parroquias y comunidades, católicas y protestantes, comunidades, religiosas, agentes de pastoral, pastores... se desviven estos días. Y lo hacen con sencillez y con gran creatividad, como lo que les permite ser cristianos y cristianas por que son humanos y humanas. Y lo hacen sin esperar ni depender mucho de orientaciones de arriba.

También hay ofertas de ayuda de afuera. Según una tradición secular, algunas llegarán con eficacia e integridad, fruto del dolor y del cariño.

Son "los solidarios de siempre", personas e instituciones, que también en tiempos de normalidad ayudan a la promoción de las comunidades, a las instituciones que velan por los derechos de los pobres, y a las que analizan y dicen su verdad.

Estos solidarios, por cierto, también vienen al país cuando el pueblo celebra a Monseñor Romero y a sus mártires. Es la solidaridad "salvadoreñizada".

Otras ayudas llegarán con mayor burocracia, con mayor interés político y con mayores sospechas de no llegar a su destino como Dios manda. Bienvenidas sean, al menos para emergencias.

Pero añadamos un deseo: que no olviden que, si no ayudan a cambiar nuestras estructuras injustas, peor aún, si las solidifican y se aprovechan de ellas para hacer ellos un buen negocio, ayudar en las catástrofes es rutina que no humaniza. Y puede ser escarnio. Es como mantener moribundo al pobre Lázaro junto al ricachón, cada vez más vivo y opulento.

"Santidad primordial". Lo heroico de vivir

Hagamos ahora unas reflexiones más allá de lo visible y constatable. Son audaces. Aceptarlas o no, dependerá de la sensibilidad y de la fe de cada quien, fe religiosa o humana, con que se mira la realidad. Y ante las víctimas sólo podemos hacerlas con el máximo respeto.

En los lugares afectados por las catástrofes las escenas son desgarradoras.

Como en el siervo sufriente de Jahvé, no hay en ellas belleza alguna.

Al ver a las víctimas clamando, defendiendo a sus hijos pequeños, llorando sobre sus cadáveres, agarradas a un silla -lo único que les ha quedado- para que no se la lleve el agua, rezando también, protestando por lo que el gobierno hace y no hace, vienen a la mente muchas otras catástrofes.

Entre nosotros, terremotos, represión y miseria cotidiana; en otros lugares, Níger, Sudáfrica, los Grandes Lagos, madres y niños famélicos, con SIDA, caminando en grandísimas caravanas cientos de kilómetros sin prácticamente nada.

Pero puede ocurrir -y ocurre- el gran milagro: las víctimas quieren vivir, ayudarse mutuamente para vivir. Y entonces en medio de la catástrofe aparece dignidad, amor, esperanza, hasta organización popular, religiosa y civil -de mujeres sobre todo- para decir su palabra y mantener su dignidad.

En El Salvador es bien conocida la decisión de las víctimas a rehacer sus vidas después de las catástrofes.

No creo que hay palabras adecuadas para describirlo, pero quizás sirvan éstas. "A este anhelo de sobrevivir en medio de grandes sufrimientos, los trabajos para lograrlo con creatividad, resistencia y fortaleza sin límites, desafiando inmensos obstáculos, lo hemos llamado la santidad primordial. Comparada con la oficial, de esa santidad no se dice todavía lo que en ella hay de libertad o necesidad, de virtud u obligación, de gracia o mérito. No tiene por qué ir acompañada de virtudes heroicas, pero expresa una vida toda ella heroica. Esa santidad primordial invita a dar y recibir unos a otros y unos de otros, y al gozo de ser humanos unos con otros".......

.......¿Y los aniversarios de los mártires?

Estas reflexiones iban a ser sobre los mártires de la UCA del 16 de noviembre y sobre las cuatro religiosas norteamericanas del 2 de diciembre.
En aquel entonces las víctimas morían violentamente a manos de victimarios. Las de estos días han muerto, o siguen sufriendo, en buena parte, por la desidia, la corrupción, la ambición egoísta, que lentamente erosiona nuestro país. Y sobre ellas hemos hablado.

Pero no olvidemos que hace años hubo mártires porque había víctimas, y aquéllos las defendieron hasta el final, dando su vida. Estos días no hay mejor forma de recordarles que socorriendo y consolando a las víctimas de la naturaleza, defendiéndolas de estructuras ineptas e injustas, y de todo egoísmo. Fomentando justicia y vida, y sobre todo esperanza.

Guatemala: Cementerio sin pueblo

Ileana Alamilla - ALAI-AMLATINA 14/10/2005

La tragedia de Guatemala llega al extremo de que uno de sus poblados, Panabaj no sólo fue declarado inhabitable sino que se considera un camposanto.

Las labores de rescate fueron abandonadas en ese sitio. Los habitantes del lugar, que se calcula en más de 1,400 personas, fueron enterrados por un alud de lodo y piedras, quedando así sepultada su miseria, sin lápidas ni epitafios.

Con este desastre, el estado guatemalteco evidencia su debilidad.

No tiene la capacidad de regular el dios mercado para hacerlo menos inhumano, ni logra convencer a los todopoderosos empresarios y propietarios de todos los bienes para hacer las adecuaciones tributarias que permita una aceptable redistribución de la riqueza y por lo tanto se debe conformar con administrar despojos y testimoniar tragedias.

La concentración de la propiedad y de la tierra en pocas manos, el 2% concentra el 72% de la tierra, según cifras de organismos internacionales, provoca que el 57% de la población se encuentre en estado de pobreza y el 21% en estado de extrema pobreza.

Guatemala es el país más desigual de América Latina. Es decir, que de los 12 millones de habitantes de este país "del paisaje", casi 7 millones sólo cuentan con 2 dólares diarios para sobrevivir.

Es obvio que familias en estas condiciones, no pueden habitar en lugares seguros, carecen de techos dignos, además de que están excluidos de los servicios básicos o sea, no tienen futuro.

El estado y la sociedad guatemalteca enfrentan un gran reto: o permite que esta injusticia y desigualdad se eternice o toma acciones urgentes para que la reconstrucción del país no se edifique sobre las mismas bases de exclusión y discriminación.

La solidaridad de amplios sectores, muy generosa por cierto y la caridad no son la solución para construir un país que erradique este aberrante sistema que agrede la dignidad de todos los seres humanos.

No es casual que siempre son los sectores vulnerables, los pobres, los marginados, los indígenas, los habitantes de áreas rurales, de zonas marginales, los que se ven groseramente afectados con los fenómenos naturales.

Su vida en un país como éste es un desastre y su muerte solo cierra este ciclo ante la indiferencia de quienes tienen en sus manos corregir tan secular situación.

Ni la readecuación del presupuesto anunciada por el gobierno, ni los millones de dólares y euros ofrecidos por la comunidad internacional son la solución para evitar que los fenómenos naturales arrebaten vidas de niños, mujeres, ancianos, y hombres pobres que tienen sobre sus espaldas siglos de indiferencia e infelicidad.
El deber del gobierno es reencauzar las políticas públicas y la estructura tributaria para empezar a garantizar la redistribución de la riqueza aunque tenga que enfrentar a los sectores económicos.

La responsabilidad social de los empresarios está a prueba.

Las cifras de más de 600 muertos y 1000 desaparecidos (pero parecen ser muchas más n.d.r.) son una espina metida en el corazón de quienes tengan algo de sensibilidad social.

Los afectados hoy son las víctimas constantes de la injusticia.

Son esa mitad de la población guatemalteca que exige y merece una vida digna, con
respeto a los derechos inherentes a todos los seres humanos.

Lo demás, es demagogia.