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La esencia del paramilitarismo no se está desmontando

Publie le Jueves 3 de febrero de 2005 par Open-Publishing

Por Rafael Pardo Rueda

Si quieren hacer política, que se subordinen a la democracia.

Más allá de la negociación con los paramilitares, sus consecuencias son decisivas para nuestra democracia. Las imágenes presentadas en la televisión en las que miles de hombres dejan las armas son contundentes y es imposible decir algo contra ellas. Se trata de las mayores desmovilizaciones de la historia reciente.

Sin embargo, son un paso incierto. La realidad es que la esencia del paramilitarismo no se está desmontando. Los desarmados en las ceremonias siguen bajo la jerarquía de quienes se mantienen en armas y están en Ralito. Estos aún conservan más de diez mil hombres en armas y sus estructuras siguen vigentes. Removilizarlos sería relativamente sencillo: darles de nuevo armas.

Por lo demás, en las zonas donde estos grupos han dejado su presencia armada no ha habido presencia permanente de parte de la fuerza pública. Si bien se ha reforzado la policía y, en ciertos casos, guarniciones militares, los habitantes de estas zonas no confían en que esta presencia sea ni suficiente ni permanente, y se extiende el temor a la vuelta de las guerrillas con su secuela de venganzas. Para completar, no se ha tomado ninguna medida de presencia estatal para reemplazar ese para-Estado que había montado el paramilitarismo a lo largo de todos estos años.

Además, el paramilitarismo es un proyecto de acumulación de poder político y de riquezas económicas a través de las armas. Eso no lo han desmovilizado ni en un solo gramo. ¿Cuántos municipios son dominados por paramilitares? No menos de 300, y eso sin hablar de cuántas gobernaciones. Y el poder económico, que, como el político, ha sido obtenido por las armas, tampoco se ha desmovilizado. Nada ha ocurrido con los negocios de chance, ni con las ARS que manejan directa e indirectamente los ’paras’. La gasolina de contrabando o robada de los poliductos es un negocio de los ’paras’. Ahora nos dicen que están metidos en televisión por cable. Eso sin mencionar la coca. Sí, están dejando armas por miles: pero mantienen lo demás intacto.

Por eso, más que un asunto de paz, que de por sí es crucial, esta negociación define qué tipo de democracia vamos a tener. Me explico: los paramilitares están montando un proyecto político desde los campamentos. Están ya decidiendo a quiénes van a apoyar para las próximas elecciones. Y, lo que es más grave, a quiénes vetan. Dos representantes a la Cámara me dijeron en días pasados que les habían notificado que no podrían presentarse a su reelección. Eso, probablemente, se va a extender.

Lo que ocurrió en las elecciones del 2003 no puede repetirse. Aprovecharon el proceso de negociación para ganar alcaldías y gobernaciones por todo lado. Eso se llama proselitismo armado, o "combinación de formas de lucha", como han hecho las Farc todo el tiempo.

El proyecto político paramilitar tendría la legitimidad de poder articularse dentro de la legalidad. Pero una vez sean desmontadas las estructuras construidas con la violencia. Me parece un proyecto político regresivo, pues es clientelista en extremo y está basado en la gran propiedad de la tierra y en las rentas derivadas de esta propiedad. Pero así no me guste, defiendo la posibilidad de que tenga un espacio en la política colombiana e, incluso, defendería una favorabilidad política especial, si es que se requiere. Pero solo si desaparece de manera incontrovertible la estructura armada y lo que con ella se ha acumulado.

La insistencia en los puntos centrales del proyecto de verdad, justicia y reparación que hemos mantenido algunos congresistas va orientada a que los grupos armados se desmonten de verdad, pierdan las bases de poder que han acumulado con las armas y, también, las riquezas obtenidas por la vía violenta. Que queden en la vida política, pero que se subordinen a la democracia. Así se garantiza un país mejor.

Exigir menos sería subordinar la democracia a los grupos armados, nuevos o viejos. Sería dejarle a la sociedad el mensaje de que el delito sí paga. Y sería comenzar a recorrer un camino del que muy seguramente no habrá regreso en los tiempos por venir.