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Mas allá de los Rios

Publie le Miércoles 7 de octubre de 2009 par Open-Publishing

Mas allá de los Ríos

“Tenemos el poder de conectar los ríos a nosotros en nuestras conciencias, en cualquier lugar en que nos encontremos,” Vandana Shiva.

Hay recuerdos que quedan en nosotros, muchos son vivencias fuera de la familia, con otras personas que nos rodearon o en compañía de un perro o de un gato o de otro animalito cualquiera que acariciamos de niños o de adultos. Pero los recuerdos que tienen que ver con el medio ambiente y con las actividades que realizamos en nuestro medio, recuerdos de calles, barrios, pueblos y ciudades, bosques, desiertos y rios, forman parte de nuestra identidad y ecología misma, estamparon su marca en nuestras vidas.
Mi apego a los ríos se debe a que nací y viví, desde mis primeros años hasta mi juventud, en un pueblo cruzado por un río pequeño y rodeado por otro grande e imponente. Ambos ríos, junto con otros ríos cercanos a mi pueblo, fueron referentes geográficos muy importantes para mi, tanto por la llegada de sus aguas en invierno como por la pesca en su aguas en verano. El río grande, como lo llamaban todos en el pueblo, era ancho y de aguas muy claras, correntosas, profundas, su lecho pedregoso, sus orillas frondosas llenas de helechos y arbustos eran hogar de pequeños venados que se mantenían distantes de la gente. En el rio grande las truchas y percas era abundantes, había también crustáceos pequeños y moluscos que yo usaba de carnada cuando pescaba en bote o desde la orilla.
De niño, y en mi primera juventud, mis aventuras de verano incluían recorridas de kilómetros disfrutando de la frescura y la calma de estos rios, en especial del grande que llega hasta el mar. A veces aventurabamos en bicicleta hasta otros más distantes. Mi pequeño bolso con algo de comer, mis aperos de pesca -una lata de conserva para enrrollar el hilo de nylon o la lienza y mis anzuelos e implementos para atraer y engañar peces. Ni caña ni carrete, pero el bolso volvía siempre con “salmones” -como los llamabámos por aquellos lugares a las truchas. Desde que llegué a Canadá y su inmenso territorio cruzado por una veintena de ríos extensos me ha preocupado siempre conocer los ríos, comparándolos siempre con el río grande de mi pueblo. Todos perdían, aún cuando los ríos de las Rocallosas son pequeños pero muy hermosos, de aguas veloces y cristalinas, nada igualaba al San Pedro.
Hace tres décadas la pesca era casi obligatoria, incluída siempre entre las actividades deportivas. Todo el mundo quería pescar, y yo también -ahora con caña y con carrete y muchos otros implementos, pero lograba pocos resultados. A no ser que visitara los “trophy lakes” que son lagos lejanos, donde uno llega en avioneta, la pesca era muy escasa. Se ha pescado en exceso, o las aguas están poluídas, han bajado los niveles de muchos lagos y ríos y ha aumentado la temperatura de las aguas. Los peces se han vuelto mito.
Canadá que cuenta con mas de 890 mil kilómetros cuadrados de aguas dulces, tiene cuatro grandes cuencas en donde drenan sus ríos. Tres de ellas van directamente al océano, una a la bahía de Hudson - y hay una pequeña cuenca que a través de Estados Unidos termina en el Golfo de México. El río más largo es el Mackenzie con más de cuatro mil kilómetros. Canadá es un país inmenso con una población relativamente baja (poco más de 33 millones) concentrada en el sur. Casi todas sus aguas (dulces y saladas) han recibido sin embargo el impacto de la contaminación debido a la industrialización, la explotación de recursos naturales y los residuos de sus habitantes.
Hace unos quince años, y por motivos de trabajo, conocí Yukon en el noroeste canadiense. Es un lugar despoblado y montañoso, con ríos preciosos y grandes soledades. Venía temprano en la mañana conduciendo un auto que entregaría en el aeropuerto de Whitehorse, la capital y el único pueblo importante del Territorio. Tomaría un avión de vuelta a casa despues de trabajar en el poblado minero de Faro, hoy casi desaparecido. Recuerdo haber recorrido más de 200 kilómetros, de un total de 500, sin haber visto a nadie. Para mi sorpresa, en la cima de mi camino encontré la vista espectacular del río Yukon, que nace en las montañas y termina en Alaska. Es, quizas, el río más limpio del país. Sus aguas verdes son cauce del misterioso viaje de los salmones del Pacífico, a su lugar de procreación y muerte. Los pueblos aborígenes han recorrido por miles de años incansables sus riberas. Desde la altura pude apreciar el río cubierto de una niebla liviana y lleno de pájaros que cruzaban sus orillas arboleadas de pinos pequeños -que por falta de luz en invierno no alcanzan nunca gran altura. Un escenario increible al que mis ojos y percepción respondieron no dejando escapar nada. Con emoción contemplé esta escena calma y equilibrada que no olvidé jamás.
Al otro extremo del rio Yukon, están los otros, los ríos contaminados, y a los que constantemente se les usurpa el agua lo que predice su final.Uno de ellos, el rio Athabasca, nace en el glaciar de ese nombre en las Rocallosas y luego de recorrer unos 1.500 kilómetros llega al lago Athabasca, en el Parque Nacional Wood Buffalo, para terminar formando el delta boreal más grande del planeta (Patrimonio de la Humanidad) al unirse con otro rio. El Athabasca no tiene represas hidroeléctricas en su recorrido, pero recibe polutantes debido al uso mismo de sus aguas por tres grandes plantas de pulpa de papel en su camino. En el área de Fort Mc Murray sus aguas se usan en la extracción de petróleo de las arenas bituminosas, son siete plantas procesadoras que producen más de un millón de barriles diarios de crudo -por cada barríl de crudo producido requieren entre dos y cuatro y medio barriles de agua del Athabasca. Se extraen 349 millones de metros cúbicos de agua por año del Athabasca -lo que consume una ciudad de dos millones de habitantes en un año, sólo que en el caso de la ciudad las aguas pueden tratarse y devolverse en parte al río, en el de las plantas no, el agua se usa para producir vapor y separar la arena del bitumino y el pequeño porcentaje de agua sobrante queda altamente contaminado.
Piensan que el Athabasca tiene agua suficiente para los proyectos, pero con las plantas que hoy funcionan, sus ampliaciones y otra planta en construcción el río peligra. En otoño ya se ven bancos de arena en medio del cauce por su bajo nivel. En Fort McMurray tres décadas atrás había transporte fluvial al lago Athabasca por este río que abastecía al pueblo aborígen Chipewyan. Pero hoy los peces del río y del lago han disminuido y están contaminados con arsénico, mercurio, PCBs, herbicidas, pesticidas, amonia, metales y ácidos que acarrean los ríos en Canadá. Son muchos los ríos contaminados, igual los lagos y lagunas. Los Grandes Lagos son el caso más serio, hay en ellos 360 componentes químicos identificados como tóxicos (plomo, mercurio, DDT, fertilizantes). Lagos pequeños del oeste sufren de eutrofización, las plantas acuáticas que en ellos crecen los condena a desaparecer y esto se debe al fósforo y nitrógeno de los fertilizantes en sus aguas. Hay reportes científicos señalando acuíferos contaminados. Entre los pocos logros de los tratamientos de agua se cuenta el del lago Erie, recuperado gracias a la reducción de fosfato en los detergentes desde 1972.
La población canadiense sabe de ciencia y de contaminación ambiental, hay centros de investigación estatal, instituciones medioambientalistas, universidades, fundaciones como la que dirige David Suzuki, que han entregado aportes valiosos y denuncias sobre el deterioro de bosques y aguas. No es dificil encontrar reportes claros y actualizados sobre esta materia. Hay conferencias sobre ecología que la prensa cubre con pompa pero en semanas pasan al olvido. Existe una realidad: a pesar de que se han establecido algunas regulaciones y se entiende bastante sobre problemas del medio ambiente, el daño continúa y crece. La excusa es el desarrollo y la “necesidad de crecer” que justifican las violaciones a la naturaleza. Causa preocupación en la ciudadanía y es este un tema cotidiano pero pocos cuestionan a las corporaciones, se adula a las químicas, a las forestales, a las mineras, a las empresas de turismo y de construcción urbanas. Toda protesta queda desvirtuada y generalmente se culpa a quienes toman alguna acción directa aunque sea pacífica. Como vivimos en un mundo de apariencias algunos complejos petroquímicos, como uno que personalmente conocí, en la entrada de sus plantas mantienen pequeños bosques donde se observan incluso ciervos y conejos. Eso no impide que en las noches descarguen sus aguas tóxicas en el río. Otras plantas que explotan arenas bituminosas mantienen incluso manadas de bisontes en prados que recuerdan un pasado equilibrado, pero igual continúan cortando bosques, contaminando aire y ríos y sobreusando aguas.
Por allá en el sur, por lo que he sabido, el río de mi pueblo no está tampoco a salvo de la voracidad de los ricos del mundo, la justificación es que faltará energía en un futuro cercano y le tienen ya una represa diseñada. Se salvarán sólo en la memoría la frescura de las verdes aguas y las orillas pedregosas del San Pedro que enmarcaron mi vida para siempre.
Alternativa Latinoamericana