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Mi réplica a "Hollywood más allá de la farándula" de Arturo Alejandro Muñoz
Publie le Viernes 4 de marzo de 2011 par Open-PublishingEstimado don Arturo Alejandro. Interesante su artículo “Hollywood más allá de la farándula”, publicado, en Kaos en la Red y g.80.cl. Pone en el centro de la discusión un tema que a través del tiempo siempre se revive y reanima.
Ciertamente, sobre el cine nuestros juicios nunca serán unívocos, puesto que nuestras opiniones siempre estarán impregnadas de ciertos grados de subjetividad y prejuicios también. Sin embargo, en la línea gruesa su artículo, en mi opinión, invisibiliza puntos de vista que no se pueden soslayar, importantes para contextualizar el problema en su cabal y verdadera dimensión.
A decir verdad el fondo de la controversia tiene que llevarnos ineludiblemente a un aspecto que se muestra como meollo central. ¿Cómo es que cada uno de nosotros entra a una sala de cine predispuesto a qué? ¿Ir a puro entretenerse? ¿O a buscar elementos estéticos, costumbristas, sociales, intimistas, existenciales, etc.?
Partamos de la base que el cine contiene los dos ingredientes (arte y entretención) y, por tal, resulta natural que quienes entran a una sala predispuestos a puro entretenerse, privilegiarán el cine norteamericano y, más fundamentalmente, el proveniente de Hollywood. En cambio, los que vamos predispuestos a encontrar elementos estéticos, privilegiaremos el cine europeo, el cine ruso, cine chino, - y asiático en general- y, también, por cierto, el cine latinoamericano, éste último porque nos recrea en lo que es más nuestro, los elementos costumbristas, sociales, políticos, etc.
No me parece justo su juicio en cuanto a que el llamado cine arte sea para los viejos que gustan de los boleros, reservando para el gusto de los jóvenes el cine hollywoodense. Mi experiencia personal de 6 años a cargo de sucesivos ciclos de cine alternativo, los días Jueves en la Biblioteca Santiago Severín de Valparaíso, indican todo lo contrario. Las funciones, casi siempre a sala repleta –muchas veces tener que cerrar anticipadamente las puertas por estar la sala colmada-, nos mostraban una concurrencia en su mayoría de jóvenes ávidos de ver buen cine. Incluso más, mi asidua concurrencia a los circuitos underground en donde nos damos cita empedernidos cinéfilos, la inmensa mayoría de la concurrencia a esos lugares son jóvenes.
Pero el problema en sí tiene muchas más aristas, unas más complejas que otras. Tomemos, por ejemplo, lo que pasa en la ciudad de Valparaíso. Contamos sólo con una Multisala y sólo dos cines de barrio, estos últimos que exhiben películas eróticas (XXX). De ahí para adelante, pare de contar, no hay nada más. En las demás ciudades chilenas se sucede algo similar. Pero es el caso que las Multisalas pertenecen a cadenas multinacionales de propiedad norteamericana, y por tal, nos ofrecen una parrilla programática que es copada en más del 80% por puras películas provenientes de ese país. Si a ello sumamos que en la televisión abierta y por cable la parrilla de cine también está copada en similar porcentaje por puro cine norteamericano, quiere decir que al espectador no le queda más recurso que ver aquello que tiene a la mano, aquello que el mercado le ofrece. Y sus preferencias, obvio está, tendrá que elegirlas en el ámbito de ese puro círculo.
¿Sabía Ud., que el cine europeo produce más del doble de la producción norteamericana? Sin embargo lo que se exhibe en las pantallas no es proporcional a esa diferencia. Al contrario la realidad la invierte. Si miramos para otros lados, la desproporción se muestra mucho más mayor… ¿Sabía Ud., por ejemplo, que el país que produce más películas al año es Nigeria, seguido por la India, y Norteamérica sólo ocupa el tercer lugar? ¿Cuántas películas de Nigeria ha visto Ud.? ¿Y cuántas de la India? En lo que a mí respecta, del primer país no he visto ninguna y de la India, para contarlas, me sobran los dedos de las manos.
En efecto, según datos que tengo a la mano, investigación realizada por el “Instituto de Estadísticas de la Unesco” (IEU), válido para la producción cinematográfica del año 2006, nos proporciona la siguiente producción: India, 1091 películas; Nigeria, 872 películas y, tercero, Estados Unidos con 485 películas. Detrás de éstos vienen ocho países productores con más de 100 películas, en el orden siguiente: Japón (417), China (330), Francia (203), Alemania (174), España (150), Italia (116), la República de Corea (110) y el Reino Unido (104).
Ahora bien, usar el dato estadístico de un solo año, puede conducir a error. Para evitarlo, recurramos a la muestra del año siguiente (2007), y con datos de otro referente (“Screen Digest”). El examen de sus cifras conozcámosla a través de la nota-comentario de Gurus Hucky: “¿Sabéis cual es el país que más películas ha producido en 2007? …. Nigeria. ¿Sorprendidos? Pues sí, ni las mega producciones de Hollywood, ni la potente industria cinematográfica India, ni el potente mercado asiático, ni el subvencionado cine Europeo… el país que más películas ha producido ha sido precisamente Nigeria, entre otras cosas, porque se ha saltado el tradicional y encorsetado modelo occidental de la cadena de valor en la producción y distribución de películas explotando un modelo low cost de producción y distribución de películas que está siendo todo un éxito en África”.
Screen Digest, estima que en 2007 se produjeron más de 1.500 películas en Nigeria, le sigue la India con 1.049 y después los EEUU con 590. Europa en su conjunto produjo 1.292 películas. Entre las claves, del éxito de la producción nigeriana hay que citar su bajo costo, y el obviar totalmente la exhibición en cines y venderlas directamente en la calle en formato DVD a 2 dólares la copia.
En un dato de aproximación, digamos que se producen entre 6.500 a 7.000 películas al año en todos los países del mundo. ¿Cómo puede ser aceptable que produciendo el cine norteamericano alrededor del 8% de toda la producción mundial, sin embargo, en nuestro país las salas de cine y la televisión nos ofrecen una parrilla programática con más del 80% de puros filmes norteamericanos? Sin duda, al neocolonialismo político y económico que estamos viviendo, debemos sumarle también el neocolonialismo cultural proveniente de los modernos conquistadores norteamericanos. Este es un dato de la causa que se debe tener muy presente para contextualizar el tema en su debido punto, más sobre todo, cuando bien sabemos cómo se fuerza y debilitan nuestras opiniones cuando somos objeto de cualquier tipo de predominio neocolonial.
Ahora bien, los que privilegiamos el cine arte sobre el de pura entretención no es que estemos en contra de éste último. Lo que si reclamamos es que la balanza se haya inclinado desmedidamente a favor del puro cine de entretención que, como sabemos, se encuentra asociado al tipo de cine que producen las grandes productoras de Hollywood, cuyo fin principal es la de captar el mayor número de espectadores para obtener mayores utilidades; es lo que se reconoce como cine comercial. Y hasta donde se sepa, en el cine como en otro orden de cosas, nunca la cantidad será necesariamente correspondiente con la calidad.
Ahora bien, en lo personal, lo que no puedo perdonarle al cine norteamericanos es que teniendo cuantiosos recursos, teniendo grandes y poderosas productoras, excelentes directores y tan buenos actores y actrices, sin embargo, en un sentido general, entre el 70 a 80% de la producción que nos llega, corresponden a películas mediocres, y de éstas, un buen porcentaje de ellas simples bodrios.
Ya en un artículo anterior (“¿Qué es lo que se entiende por Cine Alternativo?”) adelanté mi juicio de que los medios de comunicación se han demostrado demasiado benevolentes con este tipo de cine identificándolo ya sea como “cine de entretención” o “cine comercial”. Para el caso, proponía seguir el ejemplo de las hamburguesas y papas fritas producidas en las cadenas multinacionales norteamericanas de comida rápida Mac Donalds, a las cuales sin eufemismos, todos llamamos y reconocemos como “comida chatarra”. Siguiendo este ejemplo, a esos bodrios de películas debiéramos llamarlos sin rodeos “cine basura”, y punto.
Desde otra visión, no podríamos dejar de relacionar el cine con lo que es la cultura. Y tal como Ud., lo señala existen muchas definiciones distintas para significar lo que es la cultura. Las definiciones se dan según sea desde el punto de vista que se entrega (antropología, filosofía, estética, etc.). Pero cualquiera sea su definición, lo cierto es que el cine pasa a ser hoy un elemento constitutivo principal de nuestro bagaje cultural. La gran mayoría nos encontramos ligados al cine, lo consumismo y nos emocionamos, nos alegramos o entristecimos cuando estamos sentados frente a la pantalla.
Llegado a este punto, don Arturo, no puedo sustraerme a la tentación de darle a conocer dos definiciones de cultura, para mejor entender el significado que tiene el cine dentro del ámbito que en esta nota he querido privilegiar.
En la Declaración de México La UNESCO, en 1982, declaró "... la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que lo trascienden."
Sin embargo, en mi opinión, mucho más redonda es la definición del filósofo cubano Pablo Guadarrama: “En mi libro “Lo universal y lo específico de la cultura”, defino cultura como el grado de dominio que posee el ser humano sobre sus condiciones de existencia que posibilita, con grados de libertad, el control de sus condiciones de vida y la realización en el proceso permanente de humanización frente a las formas de alienación. El ser humano es un ser que se aliena en muchas formas, pero también supera las formas de alienación históricamente, no porque el ser humano sea un sujeto alienable por naturaleza sino porque hay determinadas condiciones histórico-sociales que enajenan, que oprimen, y frente a ellas la cultura es un elemento desalienador, emancipatorio, que da grados de libertad... Para mí, -sostiene Guadarrama- cultura implica valor. Los "desvalores" o "anti valores" no forman parte de la cultura. Forman parte de la sociedad. Por eso, incluso llamo excrecencias sociales a esos productos del hombre que, en lugar de favorecer la condición humana, atentan contra ella. Es decir, hay muchos factores que el hombre crea y que se convierten en boomerang. No creo que todos los filmes que se producen en Estados Unidos sean cultura. No creo que todos los productos que nos venden en los supermercados sean cultura. Ni todos los juguetes que enajenan a nuestros niños sean cultura. No creo que haya infinidad de acontecimientos sociales que sean cultura. Cultura es sólo aquello que enriquece la condición humana, que nos hace ser más humanos, que nos hace ser más libres…”
Llegado a este punto creo pertinente hacer una relación entre la filosofía y el cine. Lo inicio transcribiendo un comentario a su artículo, hecho por el joven Marco Antonio, y publicado en Kaos en la red:: “Fui tres veces a ver películas con mi viejo al cine Normandía. Nunca más iré a ver cine arte, es lo más latoso que conozco. Los críticos dicen muchas cosas sobre lo profundo de tal o cual película pero yo no le encuentro nada más que bostezo y pérdida de tiempo, no me deja nada.
Triste realidad es la que nos deja ver la opinión este joven. Una realidad que es tal y no se puede soslayar. Con ello les está dando razón a los más reputados intelectuales contemporáneos respecto de la peligrosidad que reviste el hecho que el pensamiento débil esté predominando cada vez más en la mente de la juventud. Incluso, el suscrito, en uno de mis ensayos (Del pensamiento mágico al posmoderno), concluyo que nos encontramos viviendo un gran proceso incivilizatorio, de cuyos alcances y profundidad aún parecemos no darnos cuenta.
Sobre este tópico, claro y brillante es el análisis que nos entrega el filósofo y esteta mexicano-español, Adolfo Sánchez Vásquez, en su lúcido ensayo “Las ideas estéticas de Marx”. Me excusará Ud., una vez más, si me alargo un tanto en la transcripción de partes de esta obra, por considerarlas muy atingentes al tema que estamos tratando.
Empieza este ensayo, recordándonos que cada semana, miles de millones de personas consumen, en nuestros países, los productos artísticos o seudo artísticos que les brindan las radios, las salas de cine y los aparatos de televisión. Las cifras son impresionantes: a veces hasta millones de personas para ver una sola película, distribuidas en gran número de países y continentes. Para que esto se produzca –señala este autor-, “los medios de difusión tienen que asegurar la adhesión de las dóciles e indefensas mentes de sus huecos consumidores, creando programas que cruzan las fronteras y extienden así, más y más, el círculo de su influencia.
“Quien pierde con este bombardeo audiovisual es, ante todo, el hombre-masa, cosificado, que absorbiendo sus productos, no hace más que afirmarse en su oquedad espiritual, en su estado miserable de objeto, medio u hombre-cosa. En este sentido, el arte de masas, incluso cuando se presenta en apariencia en su forma más inocente cumple una función ideológica bien definida: mantener al hombre-masa en su condición de tal, hacer que se sienta en esa masicidad como en su propio elemento y, en consecuencia, cerrar las ventanas que pudieran permitirle vislumbrar un mundo verdaderamente humano y, con ello, la posibilidad de cobrar conciencia de su enajenación, así como de las vías para cancelarla”.
Sigue Sánchez Vásquez… “Entre el arte verdadero y el hombre-masa se establece un diálogo de sordos porque este último no puede entrar en la relación propia, exigida por el objeto artístico y, consecuentemente, no puede apreciarlo; las estadísticas que dan cuenta de esta situación, son tremendamente reveladoras. Lo menos que podemos decir a partir de este hecho, es que no hay una concordancia entre calidad y popularidad. Ello, porque el público, en las condiciones propias del consumo de masas, prefiere casi siempre los productos más banales, desde el punto de vista estético. Esto no significa, en modo alguno, que no exista un sector que rechaza esos productos y busca otros más elevados que tiendan, sobre todo, a satisfacer las necesidades estéticas verdaderas. Sin embargo, pese a estos esfuerzos, el público otorga su preferencia a los subproductos artísticos o a obras de baja o dudosa calidad estética”.
Desde un punto de vista ideológico… “En las condiciones actuales, cuando la tarea de manipular las conciencias se convierte en una necesidad para el capitalismo, la producción y consumo de un arte de masas responde a sus objetivos cosificadores tan plenamente que podemos decir que este arte de masas es, hoy por hoy, el arte verdaderamente capitalista. El es propiamente el antípoda de un arte verdadero y, por su contenido ideológico, o sea, por su afirmación de la condición del hombre como cosa, como instrumento, se opone al esfuerzo teórico y práctico que, en nuestro tiempo, se lleva a cabo por desmitificar y desenajenar las relaciones humanas.”
“La efectividad de este arte de masas, se halla asegurada, porque es el que dispone a su más entero arbitrio de los medios de difusión en masa y, por tanto, su mensaje ideológico puede penetrar allí donde no tiene acceso el arte verdadero. Para el capitalismo es mucho más efectivo este arte de masas, con sus productos vulgares y simplistas, que cualquier forma de creación artística que aspire a cumplir determinadas exigencias estéticas y espirituales.”
“Los millones y millones de espectadores que ven una película vulgar, que excita sus bajas pasiones o contribuye a vaciar su vacío espiritual, se encuentra en ella en su elemento, escuchan en ella su lenguaje -el lenguaje fácilmente comprensible para ellos de un mundo enajenado- y comparten su indigencia espiritual y su mistificación de las relaciones y los valores porque ellos mismos llevan una existencia espiritual indigente, hueca y mistificada. Sería inútil que se les ofreciera otro producto artístico, pues lo rechazarían; sería vano que se les hablara otro lenguaje: no lo entenderían. En el arte de masas tienen su arte; en su lenguaje el suyo propio.”
Dicho esto coincido con Ud., que el cine de Hollywood nos ha sabido entregar magistrales obras como las de Orson Wells y Wood Allen, entre otros, pero también debo recordarle que algunas pocas golondrinas no hacen todo el verano. Claro, porque si bien es cierto de 100 películas norteamericanas que nos bombardean, el hecho de que 2, 3, o 4 sean excepcionales, no quiere decir que, apreciado el fenómeno en su conjunto, dichas excepciones nos indiquen su media. En este aspecto le puedo asegurar que tomando la media de toda la producción hollywoodense, (en lo que respecta a su calidad y no su cantidad), tendríamos que calificarla de la media para abajo. En cambio, el cine europeo, ruso, chino, o asiático, y en menor medida el cine latinoamericano, tendríamos que calificarlo de la media para arriba. Esa es la gran diferencia, en mi modesta opinión.
Por último, acaba de finalizar el Festival de Viña del Mar, allí tuvimos la suerte de ver por televisión la magnífica y sólida presentación de Sting, acompañado nada menos que por la Orquesta Sinfónica de Chile. Pero en este caso, tampoco esa sola golondrina no hace todo el Festival. Entonces, de allí a concluir, -como lo hizo la mayoría de los mediocres periodistas que cubren la farándula- de que éste fue un festival exitoso (¿exitoso de qué?), dista un gran abismo. Sobre el particular, me quedo con la opinión del controvertido crítico de cine y el espectáculo, Ítalo Pasalaqua, quien sin dudibitar, calificó a esta última versión con nota 4. A mi juicio, este crítico usó correctamente los parámetros de medición, esto es, atendiendo a la calidad de todo el espectáculo, aún y pese a todas las gaviotas de oro y de plata que se repartieron, y pese también a los gritos y chillidos de una masa irredenta de fans que lo único que supieron demostrar es que sucumbían y se rendían ante los encantos (¿) de la pura banalidad. Es decir, el cumpliendo de todos los presupuestos a que con tanta lucidez nos hacía referencia el filósofo y esteta Adolfo Sánchez Vásquez.