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Por Carlos Baltés
NOS guste o no, la historia y la geografía nos han situado a los españoles en una posición muy difícil, en una situación geopolítica harto complicada. La invasión islámica del 711 determinó el derrumbe del Estado Hispanovisigodo y la entrada de los hijos de Alá en nuestro suelo.
Estos últimos tienen la costumbre de no renunciar nunca a las tierras que ellos dominaron en algún momento, por mucho que hubiera, previamente a su entrada, un Estado y una sociedad perfectamente constituidos que se opusieran a la invasión. En consecuencia, “Al-Andalus” es hoy una tierra española reivindicada permanentemente por los hijos de Alá más extremistas. Es así, basta con leer los periódicos o escuchar los telediarios para comprobarlo.
Esta reivindicación determina que España sea un objetivo claro para el terrorismo islamista y, además, una nación occidental presionada permanentemente por nuestro vecino del sur, Marruecos, que ejerce una política airada que genera permanentes conflictos de naturaleza geográfica, sociológica y cuasi-militar sobre nuestros territorios sureños.
Pensemos en Ceuta, Melilla o las Islas Canarias. Y no hablemos del antiguo Sahara Español, el cual se perdió tristemente en un momento de debilidad extrema. Si esto último no hubiera ocurrido y la descolonización se hubiera llevado a cabo ordenadamente, hoy España sería una potencia con influencia en el norte de África y con importantes beneficios económicos procedentes de una relación preferencial con su antigua colonia, gestionada legalmente por el pueblo saharaui. Esto no ha sido así y la única verdad es que limitamos por el sur con un mundo cultural y social muy diferente al nuestro, separado por una corta distancia geográfica, pero por una gran diferencia económica de renta, exactamente la tercera mayor del mapa económico mundial. Ambas divergencias se constituyen en una bomba de relojería para una diplomacia meliflua y de corto alcance, como la que practica actualmente el Gobierno español.
En cualquier caso la realidad es tozuda y hay que hacerle frente. Si queremos poseer –ahora precisamente que se está preparando- un “Plan Estratégico de Defensa” verdaderamente operativo, que tenga presente las amenazas y riesgos reales que nos atañen, hay que llamar al “pan, pan, y al vino, vino”, y no cabe duda que los peligros que nos amenazan principalmente son los que señalábamos más arriba. En consecuencia, España tiene que ser una potencia militar relevante aumentando su capacidad bélica y militar para ser resolutiva por sí misma. Debemos ser capaces de solventar los conflictos que nos amenazan de manera autónoma, y con una fuerza disuasoria eficaz que impida cualquier ataque a nuestras personas y a nuestros bienes. En mi opinión, llegar a ser una potencia militar importante, atómica previsiblemente, con la correspondiente revisión del Tratado de No Proliferación Nuclear firmado en 1987, debe ser un objetivo claro de nuestra estrategia militar. Ello no sería un lujo para nuestro país, sería, y es, una perentoria y estricta necesidad que hay que cubrir debidamente porque se trata de nuestra seguridad. ¿Alguien duda que Israel pudiera permitirse el lujo de no ser una potencia militar importante, con gran capacidad disuasoria, teniendo en cuenta su enclave geográfico, rodeado por países musulmanes que reivindican su propio territorio? No, ¿verdad? Pues España tampoco.
Nuestra posición geográfica y nuestra historia han originado una situación delicada para nuestro país que nos obligan a serlo, y es preciso conseguir ese estatus militar antes de que aparezca un conflicto serio. Si nos preparamos tal vez el conflicto no surja, pero si no lo hacemos, surgirá y nos cogerá en precarias condiciones. Hay que avanzar en esta línea. Y si fuera necesario habría que elegir, en el dilema clásico de Paul Samuelson, “los cañones, en vez de la mantequilla”, que justificaría a su vez el dilema ético recogido en la frase de Churchill antes de la Segunda Guerra Mundial: “Habéis preferido la indignidad a la guerra, y por ello, ahora tendréis la indignidad… y también la guerra”. Hagámoslo bien, y a tiempo.