Un millonario sillón para el Sr., ministro de la pobreza

Si no fuera por el ojo avizor de algunos parlamentarios, celosos defensores de la probidad pública, ejerciendo efectivamente el rol fiscalizador que inequívocamente la ley les encomienda, el Sr. Ministro de planificación –vinculado directamente con los problemas de la pobreza- ya habría estado sentado cómodamente en un millonario sillón de más de $ 3.000.000.

Sin duda, de haberlo logrado habría sido la envidia, incluso hasta para la más rancia y holgazana realeza europea.

Las explicaciones que sobre el particular ha hecho públicas el Sr. Ministro, una vez pillado con las manos en la masa en tan humanitario intento, ha sido un puro cantinfleo, que nos trae a la memoria los memorables trabalenguas de los días martes de Merino. En todo caso, cualquiera haya sido su explicación, tendiente a apagar el incendio que el mismo originó, surge la pregunta en la opinión pública del país… ¿Será tan delicado su fofo trasero para haber sentido la necesidad de sentarlo en un sillón de tan alto costo?

Es posible deducir que el Sr. Ministro considerara que la piel de su parte de atrás era demasiado sensible para posarla en un sillón que fuera “reguleque” y, más encima, que valiera “callampa”. O quizás no quiso ser menos que aquel oficial del glorioso ejército chileno, que hace poco sintió la veleidosa necesidad de habitar una mansión de 500.000 dólares. En uno y otro caso se pensó que pesos más, pesos menos, era una simple bicoca más, sobre todo, si pagaba Moya, es decir los chilenos.

Un caso que ha dado motivo para esa espontánea picardía de que goza el hombre medio chileno tratando de comprender y explicarse tan veleidoso y caprichoso deseo. Al respecto, los correos por internet no se han hecho esperar haciendo referencia, unos, a una extraña protuberancia que el Sr, Ministro tendría en sus posaderas, y otros, que la pesadez de su fofo cuerpo necesitaba de un mullido y ancho sillón que soportara su voluminosa humanidad.

En todo caso, cualquiera haya sido su explicación, para tan veleidoso intento, si tal desatino hubiera sido protagonizado por otro Sr. ministro, quizás el hecho hubiera pasado colado. Para mala suerte de él, se trataba ni más ni menos que del encargado oficial del gobierno para solucionar los problemas de la pobreza en nuestro país. Curioso caso, por decir lo menos: administrar la pobreza desde la atalaya de la vanidad y la opulencia.

Un reflejo real de la clase de país en que se ha convertido Chile, cuando una opulenta clase empresarial ha terminado por tomar por asalto las instituciones de nuestro país para ahora, sin intermediarios, seguir en la prosaica labor de saqueo que inicio el año 1973 el más grande asesino, y ladrón, que ha conocido toda la historia de Chile, aquel miserable y cobarde llamado Augusto Pinochet, de triste y doloroso recuerdo en el imaginario social del pueblo de Chile.

Fidel Castro decía en una entrevista: “No pueden ver los derechos humanos del mismo modo los ojos de los que viven en una choza con los que viven en un palacio”. Una verdad cierta en nuestra país si tomamos en cuenta que los derechos humanos para los pobres (y también, los no tan pobres) se reducen a tener un techo donde cobijarse y un trabajo digno que les permita vivir aunque sea a medio morir saltando. En cambio, otros, como las del señalado Sr. ministro, sus derechos humanos pasan por poner a buen recaudo la anatomía de una de las partes más delicadas de su voluminoso cuerpo.