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Zapatistas damnificados de Huixtla, excluidos de la ayuda institucional
Publie le Jueves 27 de octubre de 2005 par Open-PublishingLa presencia del gobierno se reduce a que el INEGI levanta un censo en la zona
Solecito Stan se llevó sus viviendas y los "tricitaxis" con los que obtenían su único ingreso
por HERMANN BELLINGHAUSEN Y GLORIA MUÑOZ RAMIREZ
Tierra y Libertad, Chis. 23 de octubre. Los zapatistas de este municipio de la costa perdieron, además de sus casas y enseres, su fuente de trabajo. El desbordamiento del río Huixtla se llevó algunos de los triciclos adaptados como taxis que las bases de apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) manejan en esta ciudad, actividad que representaba su única fuente de ingreso.
Los triciclos que se perdieron por la fuerza del huracán Stan se suman ahora a los retenidos por la presidencia municipal de Huixtla, la cual mantiene en jaque a los zapatistas dedicados a transportar personas y mercancías en las pequeñas unidades.
Huixtla es una ciudad de más de 50 mil habitantes, cuya principal actividad es el pequeño y mediano comercio. Aquí, sobre el pavimento, es difícil y hasta impensable ser zapatista, pero familias enteras están organizadas dentro del municipio autónomo Tierra y Libertad, que abarca comunidades, barrios y colonias dispersas de la sierra, la costa y la frontera del estado.
Aunque es pública su presencia en esta región mestiza y urbana, sorprende la imagen de hombres y mujeres que con el rostro cubierto se plantan frente a una flotilla de "tricitaxis" que llevan un letrero autónomo y rebelde. Es la primera vez que reciben a la prensa y también, explican, es la primera vez que comités internacionales de solidaridad visitan el lugar. Hasta aquí llegaron integrantes de colectivos de Atenas, París, Havre y Barcelona, con el fin de acompañarlos y "demostrarles que no están solos".
En estos momentos, además de estudiar cómo resuelven la falta de un ingreso económico, los zapatistas, como el resto de la población afectada, enfrentan el grave problema de la vivienda. Algunas familias se albergan en casas de sus familiares y otras bajo un techo de lámina que acaban de acondicionar con el dinero que les envió la junta de buen gobierno de La Realidad. Lo más urgente, explican, "son mangueras para traer el agua del río, botes grandes para almacenarla y trastes para cocinar en colectivo; pero de por sí todo falta".
Grandes extensiones de arena, piedras y árboles caídos ocupan ahora el lugar de las casas. La comunicación por carretera tardó más de dos semanas en abrirse, tiempo que los grandes comerciantes, "los ricos", aprovecharon para duplicar los precios del huevo, la maseca, los frijoles y de toda la mercancía almacenada.
"Nunca habíamos visto cosa igual", dice Reina, mujer zapatista parada sobre las ruinas de lo que fue su casa. Una a una las familias del EZLN muestran el saldo de la tragedia. "Se acabó, de por sí se acabó", se lamenta Lidia. Y, más adelante, Susana deja salir el llanto cuando platica cómo resistió hasta el último momento tratando de cuidar sus pocas pertenencias. Puso a salvo a sus cinco hijos, y ella trató de aguantar lo imposible, hasta que abandonó el lugar.
Junto a un techo de lámina que sobresale del piso donde estuvo el barrio de San Francisco, cuenta José, tricicletero zapatista, una de tantas historias similares y terribles. "El agua había subido bastante porque no paraba de llover, pero estábamos confiados, hasta que vino el vecino a decirnos que oyó que ya venía el agua recio. Apenas agarré mis hijos y con el triciclo metido en el agua alcanzamos las calle de arriba, cuando se vino el río y lo tapó todo". Las bases zapatistas nos conducen por los barrios periféricos, mostrando la destrucción total de sus viviendas.
Samuel vivía a más de medio kilómetro del río, pero al crecer, éste abrió tres cauces más y barrió calles y manzanas enteras en los suburbios al sur de Huixtla. El perdió el conocimiento al ser alcanzado por el agua, y su hijo lo salvó de morir ahogado arrastrándolo sobre los patios inundados de las casas. En la desaparecida colonia Progreso, Mario cruza el arco de concreto, único vestigio de su hogar. A sus espaldas, una ceiba gigantesca yace con sus gruesas raíces quebradas al aire, golpeada todavía por el torrente.
En la ruta del desastre causado por Stan, esta ciudad, que une la costa y el Soconusco, quedó profundamente marcada. Las imágenes se suceden. El techo y los tinacos de Los Pinos sobresalen de la arena, así como el roto letrero que lo anunciaba como hotel, cerca de la ribera del río Huixtla, que el 4 de octubre incrementó 10 veces su curso, subió casi 10 metros de altura y sus aguas se desbordaron hasta el centro.
El Paraíso quedó borrado del mapa, lo mismo que San Francisco, La Granja, La Florida, Progreso y otros cinco barrios y colonia urbanas y suburbanas; los dos puentes para automóviles que comunicaban la ciudad; centenares de construcciones, incluyendo las casas y pertenencias de cuando menos mil 700 familias que ahora están en albergues improvisados por todas partes.
Como oficialmente no se trata de una zona de desastre, la principal (en ocasiones única) presencia institucional en los barrios periféricos de Huixtla son los enviados del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), que levantan un censo y cuentan a los damnificados, quienes preferirían recibir más apoyo antes de que los vinieran a contar con tanto cuidado. Las familias que aún tienen algo que rescatar de la arena, el agua y la monumental basura que abruman ahora su existencia, limpian patios, habitaciones y portales. A 19 días del desastre, la maquinaria de las constructoras contratadas por el gobierno repara las vías de comunicación. Los sobrevuelos de helicópteros son continuos y destaca la insistente presencia de elementos de la Agencia Federal de Investigaciones.
Debido a los daños estructurales, miles de personas se quedaron sin trabajo. Las actividades escolares permanecen suspendidas. Muchas primarias y secundarias resultaron destruidas, y las demás sirven de albergues (para los no zapatistas), al igual que templos de diversas iglesias cristianas e instalaciones deportivas.
Paradójicamente, en medio de tanta inundación, el agua escasea en la mayoría de las viviendas.