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Un país atrapado entre dos guerras

Publie le Lunes 4 de julio de 2005 par Open-Publishing

Irán está situado entre dos guerras. Con el mar Caspio al norte y el golfo Pérsico al sur, también podría decirse que está encerrado entre dos ejércitos de los Estados Unidos: el que hace tres años tiene invadido a Afganistán, y el que hace más de dos ha convertido a Iraq en un caldero de violencia que se agrava día tras día.

Por William Ospina

Por eso se entiende que cuando el nuevo presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, declaró al ser elegido que "Irán no tiene necesidad de los Estados Unidos", simplemente quiso decir que Irán no quiere ser manejado ni invadido por ellos. Y es que desde el momento en que el presidente Bush elaboró la lista de los países que conforman el "Eje del mal", Irán ha estado en el centro de la atención y en la mira de la agresiva política imperial.

El presidente Ahmadineyad nació en Garmsar, cerca de Teherán, hace cuarenta y nueve años, es doctorado en ingeniería de transporte, y encarna el conservadurismo de los sectores más pobres y piadosos de Irán. Hasta hace un cuarto de siglo, los gobernantes de ese país, como sha Reza Pahlevi, sólo tenían que ser aprobados por Inglaterra y los Estados Unidos. Desde el triunfo de la Revolución Islámica en 1979, todos los candidatos deben ser aprobados por la Rahbar, el consejo de líderes religiosos que es la más alta autoridad del país. Al gobierno de los Estados Unidos no le gusta ese carácter religioso del Estado iraní, pero no por ser religioso sino por ser islámico, ya que la Unión americana está cada vez más gobernada por un ala muy poderosa de las iglesias evangélicas, y sostiene un discurso harto dogmático en cuestiones sociales y morales.

El pesadillesco secretario Donald Rumsfeld declaró inmediatamente que Ahmadineyad "no es amigo de la democracia y las libertades". Y el mundo tiene que soportar que diga esas palabras uno de los responsables de que Estados Unidos tenga invadidos militarmente a dos países vecinos de Irán, y haya protagonizado los escandalosos abusos de Abú Grahib, a los que Fernando Botero acaba de fijar en sus lienzos para que dure la vergüenza de los agresores. Rumsfeld añade que no le gusta el nuevo presidente iraní porque "apoya a los ayatollah y le dice a la gente cómo tiene que vivir". Y espera que olvidemos que son precisamente Bush y su equipo quienes hicieron de la guerra su único argumento, y sin cesar le dicen al mundo entero cómo tiene que vivir. Desde la llegada de Bush, las Naciones Unidas son un organismo decorativo al que se recurre cuando se lo necesita y cuyas decisiones se ignoran cuando no parecen convenientes. Desde la llegada de Bush, hasta el derecho internacional humanitario viene siendo negado de un modo que nadie habría soñado en la segunda mitad del siglo XX. Y fue Bush quien decidió ir a la guerra "vastamente solo", como ha dicho esta semana John Kerry en su columna del New York Times.

Pero además, antes de la llegada de Bush, mientras reinaba en el mundo un clima menos agresivo y bélico, Irán se inclinaba hacia un régimen moderado y modernizador, más dispuesto a entenderse con Occidente: el gobierno del presidente Khatami. Y es precisamente el discurso agresivo de las potencias invasoras y la pretensión de Bush de gobernar al mundo como a un rebaño sin matices, con la coartada de la lucha contra el terrorismo, lo que está llevando a países como Irán a radicalizarse en sus diferencias.

Hasta hace unas semanas todo Occidente pensaba que en Irán triunfaría el candidato Rafsanjani, un adinerado miembro de la élite económica y política, también conservador, pero seguramente más moderado y más dispuesto al diálogo con el mundo.

LOS IRANÍES SABEN QUE DEBAJO DE LAS REVERENCIALES PALABRAS "DEMOCRACIA Y LIBERTAD", LOS TRAFICANTES DE LA GUERRA ESCONDEN INTENCIONES MENOS NOBLES Y GENEROSAS.

De repente, el 24 de junio, el 59 por ciento del electorado de Irán, un país de 70 millones de habitantes donde se puede votar desde los 15 años, optó por este conservador alcalde de Teherán que asumirá sus funciones en agosto.

"Falta ver cuáles son las verdaderas intenciones del pequeño grupo de personalidades no elegidas que dirigen Irán", ha dicho el portavoz de la Casa Blanca, Scott McClellan. Como si el mundo no se estuviera preguntando desde hace tres años cuáles son las verdaderas intenciones del pequeño grupo de personalidades no elegidas que influyen en las decisiones del gobierno norteamericano, incluidas las grandes petroleras y el grupo de Halliburton, del vicepresidente Cheney, que recibe generosos contratos para la reconstrucción de lo que todavía no acaba de ser destruido.

Los ayatollah tienen sus convicciones, pero sobre todo no olvidan que los Estados Unidos estaban muy poco interesados en la democracia cuando apoyaron por muchos años al sha de Irán, su aliado en el golfo Pérsico; y no hablaban tanto de libertad y democracia cuando apoyaban a Sadam Hussein durante la guerra Irán-Iraq (que produjo en ocho años un millón de muertos), mientras al mismo tiempo vendían armas a los adversarios, para intentar beneficiarse del conflicto. Los iraníes saben que debajo de las reverenciales palabras "democracia y libertad", los traficantes de la guerra esconden intenciones menos nobles y menos generosas. Bush y Rumsfeld predican por un rato "democracia y libertad", al tiempo que persisten en su política cada vez más irreal, y recogen esa cosecha diaria de cadáveres que tarde o temprano volcará en su contra a la opinión pública norteamericana. Pero pronto se cansan de la prédica y entonces hablan de lo que verdaderamente les interesa. "El desarrollo del arma nuclear iraní es inaceptable", dijo Bush esta semana al encontrarse con Schroeder. "La única garantía es la terminación definitiva de todas las actividades de enriquecimiento de uranio". Y los que predican contra el desarrollo de armas nucleares son los gobernantes del único país que se ha atrevido a utilizar armas nucleares contra otro.

Irán, que afirma estar desarrollando ese programa nuclear con fines pacíficos, tiene minas de uranio en Saghand y en Yazd, tiene centros de investigación en Bonab, al norte del país, en Teherán y en la legendaria ciudad de Ispahán, y tiene dos fábricas de transformación de uranio en Arak y en Natanz. Tiene un nuevo presidente que apoya esas investigaciones y tiene un pueblo cada vez más indignado con el intervencionismo de los Estados Unidos y más inclinado al nacionalismo y a la política defensiva. ¿Quién podrá impedir que el clima bélico mundial los mueva hacia esa alternativa? ¿Y quiénes son los responsables de todo esto sino los que agreden e invaden y después señalan a los otros como agresores? Y ¿de qué otra manera puede reaccionar un país que se sabe distinto, que se quiere distinto, y que se ve, como dicen los versos de un poeta norteamericano, "atrapado entre dos mundos, entre dos guerras"?

BUSH Y RUMSFELD PERSISTEN EN SU POLÍTICA CADA VEZ MÁS IRREAL, Y RECOGEN ESA COSECHA DIARIA DE CADÁVERES QUE TARDE O TEMPRANO VOLCARÁ EN SU CONTRA A LA OPINIÓN PÚBLICA NORTEAMERICANA.