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Nuestra América: ¡ahora o nunca! unida o devorada

Publie le Lunes 9 de mayo de 2005 par Open-Publishing

Por Martín Guèdez

En general todos los procesos destinados a lograr la integración latinoamericana han debido enfrentar dos formidables enemigos. De un lado, el destino manifiesto del imperialismo estadounidense, para quien desde el mismo nacimiento de nuestras repúblicas, romper todo intento de integración significó un objetivo vital, y del otro, las oligarquías nacionales agrarias, secundadas por una burguesía comercial e importadora apátrida y perfectamente acomodada con los intereses imperiales.

La combinación de propósitos ha sido, hasta hoy, demoledora. En esa especie de trapiche fueron triturados los sueños integradores de Simón Bolívar, San Martín o Artigas y tantos otros. Poco o nada pudieron hacer los visionarios integradores a lo largo de los siglos XIX y XX. Los intereses y pasiones más mezquinos se han impuesto siempre sobre el interés de los pueblos, habitualmente convidados de piedra en esta discusión. Todas las iniciativas que lo largo de este tiempo pudieran ser calificadas de integradoras tenían plomo en el ala, nacía heridas de muerte. Fueron proyectos de intercambio de capitales o lo fueron de adhesión como vagón de cola al tren del imperio.

Es lamentable, poco menos que dramático, que los latinoamericanos no hayamos podido poner en marcha un auténtico proceso integrador. Las condiciones necesarias para que un proceso integrador tenga éxito están naturalmente presentes entre nuestros países: identificación social, cultural, complementación económica, etc., pero... no se ha logrado, ha podido siempre más la ruindad, la mezquindad y la pequeñez de miras.

HISTORIA... que algo queda.

Simón Bolívar no ha sido el único, pero desde luego sí el primero y quién con más claridad de ideas y sentimientos intentó un verdadero proceso integrador. Su más caro proyecto, la creación de un gran país que hoy incluiría a cinco naciones, sucumbió ante las manipulaciones y acciones divisionistas, tanto de las oligarquías nacionales como del incipiente poder del naciente y agresivo imperio de EE.UU.

Los intereses de EE.UU., y su influencia sobre América Latina, considerada por ellos como su zona natural de influencia, gravitaron en forma determinante para que el proyecto del mágico adelantado sucumbiera. Detrás de las conspiraciones oligárquicas constantes, tanto en Venezuela, como en la Nueva Granada y Quito contra el proyecto unificador de la Gran Colombia estuvo siempre la sombra del poder estadounidense.

El Libertador, ya desde 1820, -apenas nacida en Angostura la Gran Colombia- miraba hacia un objetivo integrador más amplio pues percibía que las insipientes naciones americanas deberían unirse para resistir los embates de las grandes potencias mundiales, especialmente de los EE.UU. Incluso llegó a plantearse la liberación de Cuba del imperio español temiendo que ocurriera lo que efectivamente ocurrió, que esas colonias españolas terminaran sólo cambiando de colonizador, de España a los EE.UU.

Así, en 1826 concretó su mayor esfuerzo al lograr reunir en el Congreso Anfictiónico de Panamá a México, la Gran Colombia, Centroamérica y el Perú. Con motivo de ese Congreso, el Libertador afirmaba estar “persuadido de que los EE.UU., plagaría de miseria la América en nombre de la libertad”. No se equivocó el genio, ni en esto, ni en el hecho de que la primera muestra la obtendría en el resultado del Congreso: un triste fracaso. Las naciones citadas antepusieron los intereses de sus respectivas oligarquías y de allí este primer gran acto fallido en la esencia.

Los ideales integracionistas de Bolívar no funcionaron en nuestra América pero sí sentaron las bases de futuras integraciones regionales que hoy vemos más concretadas en Europa o Asia con notable éxito. ¿Será que estamos muy cerca de los EE.UU.?...pudiera ser. Desde entonces, el ideal integrador latinoamericano dio paso a otra idea u otro plan made in USA: la idea del Panamericanismo, que devino en integración de los EE.UU., con su patio trasero.

Bajo esta perversa fórmula integradora, algo así como la reunión del depredador con las presas, EE.UU., cumplió con sus objetivos. Primero, hacer de América Latina su zona de influencia económica y política hasta convertirla en suministradora de materias primas sin valor agregado y compradora de sus bienes y servicios industrializados. Y, segundo, expandir sus límites territoriales hasta los más lejanos confines del continente, con presencia real o por la vía de cipayos testaferros. La doctrina Monroe y el destino manifiesto son claves para entender este proceso atomizador para nuestras naciones y anexionistas en la práctica para el Imperio.

La doctrina Monroe expresa claramente el proyecto de los EE.UU., para las naciones latinoamericanas. En ella queda subrayada la dominación de los intereses estadounidenses sobre el resto del continente. En 1904, el presidente T. Roosevelt proclamó el derecho de los EE.UU., a intervenir en cualquier nación latinoamericana que “actuara incorrectamente en su política interior o exterior”. No muy distinto a lo que hacen hoy. Las intervenciones militares, invasiones y acciones desestabilizadoras en las naciones latinoamericanas fue la característica a lo largo de todo el siglo XX, siéndolo también en los albores de este siglo XXI, basta mirar hacia Haití, Cuba o Venezuela para confirmarlo. Bajo esta premisa se dio lo que el general Perón dijera: “El siglo XXI nos conseguirá unidos o hundidos”, henos aquí dispersos y con el agua al cuello.

Hoy está en marcha una nueva propuesta. El nuevo impulso integracionista dispone de unas bases y principios filosóficos distintos. En primer lugar se apoya en un modelo de integración autónomo que rompe con los esquemas previos y qué, aunque no debe considerarse como una integración anti-nadie, es una integración para nosotros, una integración que apunta hacia nuestros propios pueblos y necesidades. Un proyecto integracionista qué, a diferencia de la Alianza para el Progreso o el ALCA, especie de reunión de ratones bajo la autoridad y amenaza de un gato glotón y despiadado, apunta hacia la complementariedad solidaria entre pueblos hermanos y desecha la competitividad desalmada. Una auténtica unión de pueblos hermanos para reivindicar al derecho al progreso, la libertad, la igualdad y el respeto en un mundo multipolar en el cual, uno de lo polos, por derecho legítimo hemos de ser nosotros.

Se trata de una decisión firme de hacernos fuertes desde la unión de nuestras potencialidades nacionales. que son muchas. Una nueva asociación de “ratones” que decidimos no continuar siendo alimento del “gato” y qué, venciendo nuestros propios miedos, así como nuestras propias inclinaciones a suponernos mejor preparados para resistir el ataque del “gato” por separado, tomamos la decisión de apiñarnos alrededor de un espíritu unitario y no continuar huyendo del gato, no seguir ofreciéndonos como víctimas propiciatorias cada vez que a éste le venga en gana, sino hacerle frente, abandonar los miedos y probablemente hacer huir al “gato”, o al menos, hacerlo que busque otros ratones.

El presidente Chávez inició la nueva siembra de este modelo salvífico de nuestra identidad y futuro, cuando en solitario se negó a firmar el compromiso con el ALCA en 2001 en la ciudad canadiense de Quebec. Desde entonces ha venido trabajando sin descanso en un modelo de integración alternativo, al cual, el mismo Chávez ha llamado, Alternativa Bolivariana para América (ALBA). Un modelo integracionista que no es simplemente un conjunto de normas fruto del hallazgo de economistas o burócratas, -¡Ya habrá tiempo y lugar para los tecnócratas, este es tiempo de hombres!- sino una retorno a lo más profundo de nuestras raíces como pueblos, así como un profundo cambio en los valores de vida, desde el egoísmo ciego hacia la solidaridad humanista.

Sin querer presentar como modélica la conducta de Venezuela, lo cierto es que estamos asistiendo a ejemplos de la naturaleza intrínseca de esta forma de integración. Pese a las críticas más severas de los “expertos” económicos cipayos, los nuevos intercambios funcionan bajo esta nueva filosofía. Venezuela surte a Cuba del petróleo que tanto necesita y a cambio Cuba está proporcionando a Venezuela médicos e instrumental de alta tecnología para unos servicios de salud que el pueblo venezolano nunca tuvo, además, en operaciones gobierno a gobierno, pueblo a pueblo.

Para quienes adoran los rasgos inhumanos de la competitividad, Venezuela debería vender todo su petróleo al mejor postor en dólares constantes y sonantes, hacerlo con cualquiera de los intermediarios que se enriquecen con este negocio y Cuba comprarlo con sobre precio. Por otro lado, el pueblo venezolano debería continuar en las fauces de los servicios de salud privados. ¡Una maravilla...para ellos! Así los vende patria estarían felices. No se preguntan, por ejemplo, cuanto habría que pagar, -en ese billetito verde que tanto les fascina- para cancelar hasta 47 millones de consultas médicas de calidad en un año. Las mismas que ha proporcionado, incluyendo medicinas, totalmente gratis el programa Barrio Adentro.

Igual puede decirse del criticadísimo intercambio de petróleo por ganado con Argentina. Ellos preferirían que los hermanos argentinos salieran al mercado divino a comprar, -comisiones y ganancias fabulosas de por medio-, petróleo caro, y Venezuela continuar importando carne por cientos de miles de toneladas anuales, eso sí sería “inteligente”, moderno y conveniente. Resulta evidente a quienes beneficia el modelo de comercio por la calle del medio: A las burguesías importadoras-exportadoras de siempre y los países desarrollados con grandes subsidios a sus productos agrícolas y pecuarios. Del mismo modo es aún más evidente a quienes beneficia esta forma de intercambio basada en la complementariedad solidaria: ¡A nuestros pueblos cara..!.

La imposibilidad de resolver nuestros problemas por separado está escrita en las páginas de nuestra historia reciente. En los años 80, una mezcla perfecta de corrupción política, espíritu apátrida y el desarrollo de ciertas políticas económicas impuestas desde el imperio, llevaron a nuestras naciones a la encerrona mortal de abrir sus mercados internos a la competencia con las grandes transnacionales. Se llevó a la ruina la industria nacional de nuestros países, incapaces de competir con las poderosas transnacionales. La alternativa, debidamente estimulada con los dólares abundantes de los países productores de petróleo ganando intereses muy bajos en los bancos del norte, hizo aparecer el fantasma de un endeudamiento grotesco e ilegal que sólo benefició a las oligarquías nacionales, agrarias, comerciales y políticas. Esto fue aprovechado por los países industrializados para presionar sobre el flujo de pagos y desmantelar los sistemas económicos al interior de nuestros Estados. El Fondo Monetario Internacional, como cabeza de la banca acreedora condicionó rigurosamente la atención financiera a la entrega privatizadora de los sectores estratégicos de nuestras economías.

Argentina fue un modelo emblemático de la aplicación de estas políticas diseñadas por el FMI, privatizando todo, apenas se salvó, y no estoy seguro, el aire, habría que indagar si todavía respirar es gratis. Pues veamos, en esos momentos, como Juan en el desierto, clamó la voz de Fidel Castro convocando a la unión para hacer frente a las negociaciones con el FMI y la banca internacional. El imperio se sacó de la chistera un conejo para enredarnos en nuestros pequeños egoísmos una vez más. Ofrecieron, -tal como lo hacen hoy con los DD.HH o con la lucha contra el “terrorismo”- unos certificados de buena conducta para quienes fueran a negociar por separado, educadito y con buenos modos. Cayó México de primero y le siguió Venezuela con “el mejor refinanciamiento del mundo”. Reconocimos una deuda no suscrita legalmente por la República de unos 30 mil millones de dólares, admitimos la extraterritorialidad de los juicios renunciando a nuestra soberanía, debimos aceptar como deuda la nación unos 15 mil millones de dólares de deuda privada. No se nos prestó ni el saludo a lo largo de un quinquenio. Pagamos 5 mil millones de dólares anuales por 5 años. Al terminar este primer quinquenio debíamos 35 mil millones. Más de lo que adeudábamos antes de comenzar esta maravilla de refinanciamiento. Eso sí, tuvimos una buena figuración, un buen nombre, y un certificado que debe tener en su casa de Miami, colgado en un marquito, el Presidente Jaime Lusínchi, genio de esta negociación. Ese es el saldo de la desunión. Ese seguirá siendo el saldo... siempre.

Una reconversión a fondo de nuestras conciencias más que complejos sistemas económicos es la fórmula para nuestra salvación. No es suficiente con MERCOSUR o la CAN, aunque es un buen punto de partida. No es suficiente con acuerdos comerciales, es necesaria la integración de nuestros pueblos. Es necesario torcerles el pescuezo a las burguesías nacionales y obligarlas a mirar hacia dentro y hacia el sur. Es imprescindible romper el encantamiento que les hace mirar con inaudito embobamiento hacia el norte. Hay que nacionalizarlas, hay que hacerlas pensar en la patria, por cierto, no más que lo hacen los empresarios franceses, ingleses o españoles en sus propios países, lo que no será posible es la coexistencia de una burguesía u oligarquía apátrida con un proceso de integración verdaderamente latinoamericanista. La diversidad política en nuestros países me aconseja no pensar de partida en una integración basada en el socialismo nuevo, deslastrada de burguesías apátridas. El tiempo, es juez severo e irá diciendo, sí me atrevo a señalar que ha llegado nuestra hora, que este es nuestro tiempo, que es ahora...o quizás nunca. Nuestra América, unida o devorada.