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Ahora todos somos BP Militarizando la Crisis Petrolera del Golfo

Publie le Lunes 28 de junio de 2010 par Open-Publishing

En el Golfo, la pérdida constante (de petróleo) se ha transformado en guerra constante. Una calamidad de in-nombrable magnitud y, a su lado, una estraña militarización emergente al tiempo que el lenguage para manejar la crisis se transforma en lenguaje de guerra.

El lenguaje de guerra sale de las bocas de los oficiales locales, de la televisión, de los guardacostas y periodistas. Haciendo campaña frenética para proteger a Louisiana, el gobernador Bobby Jindal exorta a las cámaras de televisión: “Necesitamos ver que esto es una guerra...una guerra para salvar Luisiana...una guerra para proteger nuestro estilo de vida.”

Billy Nungesser, infatigable presidente de la congregación Plaquemines, implora a quien quiera escuchar: “Pelearemos esta guerra…perseveraremos para ganar esta Guerra.”

Para James Carville, estratega del Partido Demócrata en Ragin Cajun: “Esto es literalmente una guerra...esto es una invasión...Necesitamos escuchar a alguien decir “Habremos de pelearlos en las playas...””

El general retirado Russell Honore, testigo del desastre Katrina, insiste: “Necesitamos actuar como si esto fuera la Tercera Guerra Mundial. Tratar esto como una invasión...igual que como lo que decidimos sobre los terroristas. Tenemos que encontrar el petróleo y matarlo.”

¿Encontrar el petróleo y matarlo? Este es un lenguaje extraño, hablar de guerra y de matar al petróleo. Incluso el presidente Obama trató de encender la nación invocando Septiembre 11, describiendo la pérdida como una invasión, un estado de sitio, un ataque de terroristas. La militarización del desastre se ha hecho la norma invisible, tanto que es dificil ver cuanto de inapropiada y peligrosa es, actualmente, esta analogía de guerra.

Visite el sitio de BP (una de las experiencias más surreales del internet, de tipo Alicia mirando a través del espejo) y verá la palabra “matar” --- favorita palabra falsamente técnica --- aparecer con encantación ritualística. Matar el pozo, matar la pérdida, matar el petróleo, que se une a matar el barro (el barro que va a matar la pérdida) y matar las líneas (las líneas que siguen a las cañerías que matan la pérdida). Todo este lenguaje de matar tiene un aire, un tono, de que sabemos lo que hacemos, pero que cuando se acumula se torna extraño, termina en el “disparo de basura” ---el extraño disparo de gomas y pelotas de golf que BP lanzó a la pérdida para “matarla” ---como si, tirándole suficiente basura expiatoria de nuestras actividades empapadas en aceite negro al ceno del dios-petróleo podríamos evitar que siga escupiendo muerte.

Está ocurriendo demasiado “asesinato verbal” aqui, y, efectivamente el Golfo parece estár sangrando: una desordenada, enorme, mancha rojiza-anaranjada se extiende hacia el horizonte. Sesenta y tres días y contando, y la erupción de petróleo sangra imparable más alla de los 100.000 barriles (la secreta estimación original de BP), pasados los 400.000 barriles y más...Realmente no tenemos idea de cuanto. En este, nuestro verano de mágico contar.

En CNN, Wolf Blitzer mira el horizonte gris de Louisiana y declara: “Parece una campaña military…pesado cargo de arena en helicópteros que la llevan a las líneas del frente de batalla contra el petróleo.” Yo miro, pero a mi no parece una campaña military. Claro, unos pocos helicópteros Blackhawk y Chinook tiran bolsas de arena a un mar amarillento-café sobrevolado por unas pocas desventuradas gaviotas, pero no es un frente de battalla. Esto es, de hecho, tan diferente de una guerra como uno pueda imaginarse. Los humedales de Louisiana beben calmadamente el exudado café; en quien sabe donde, los pájaros solitarios con esfuerzo se menean bajo el lento abrazo del petróleo; delfines miran con las bocas abiertas en las playas; una ballena muerta es arrastrada a la orilla. No, esto no es una Guerra. Sólo con tramenda falta de imaginación puede uno ver esto como una Guerra.

Entonces, ¿porque hay gente llamando a esta calamidad Guerra y porque importa que lo hagan?

Llamar al petróleo “el enemigo” nos ayuda a no preguntar quien es el culpable en primer lugar. Llamar la respuesta un “frente de batalla” nos ayuda a no preguntar quien además de los militares deberían estar a cargo. Llamar el derrame una “invasión” nos ayuda a no ver que nuestra cultura global de militarización es lo que nos ha traído a este desastre en primer lugar. Llamar al derrame “guerra” sólo alimenta la militarización dominante que ha producido la crisis. Y llamar al petróleo “enemigo” ayuda a no admitir en que medida nosotros, los consumidores, habiendo despertado el petróleo de su anciano sueño para alimentar nuestras vidas angurrientas de él, somos los más cómplices de todo.

Una circularidad profética toma forma mientras el derrame es manejado en los mismos terminos que lo produjeron: los de la guerra. Más importante, militarizar la catástrofe como si fuera una guerra se vuelve una forma de encubrir que el medio ambiente es una catástrofe de la guerra.

Una alquemia inquietante funciona aquí en este lenguaje military. “Jindal ha declarado la guerra!” grita el Florida Pundit. Pero ¿a quien le ha declarado la Guerra el gobernador Jindal? ¿A BP, criminalmente irresponsable? ¿Al gobierno de Obama por fallar en hacer algo? ¿A la crecientemente invisible, pero culpable Halliburton? (En donde está Halliburton hay dolor). El Sunday Herald, por decir, le ha rogado al Congreso que no culpe a BP: “El enemigo es el petróleo,” ha argumentado, “no BP.” El almirante Allen describe el petróleo como “un enemigo insidioso que continúa atacando en diferentes lugares.” Visto a través del prisma de la guerra, el petróleo y la naturaleza son el enemigo, porque han erupcionado más allá de nuestro control. El adoptar una postura de guerra contra la naturaleza no es nuevo. Un discurso largo y establecido de “conquistar lo silvestre, lo salvaje” está al alcance para justificar nuestro asalto rapaz sobre las formas de vida que nos rodean. Perfora, querido, perfora. Entonces, cuando todo se vuelve horrorosamente equivocado, mata, querido, mata.

Y por si todo pareciera simplemente metafórico, allí está Rush Limbaugh, para él la condenada explosión de la torre no fue simplemente una metáfora, sino un acto de guerra real. Limbaugh dice que la torre fue probablemente atacada por un “gobierno extranjero,” con culpables que van desde “musulmanes terroristas a los chinos rojos, Venezuela y más allá.” Michael Savage ha comenzado al mismo tiempo a vender la misma historia, pero involucrando a Corea del Norte, detrás del “ataque.” Mencione a su terrorista de elección —cualquiera— es la guerra.

El lenguaje de guerra de Limbaugh, Savage y compañia sería irrisorio si no viniera a converger con la militarización general del derrame. El senador Bill Nelson (Demócrata por Florida) está pidiendo que los militares actualmente se hagan cargo. Pero ¿que parte de la experiencia y conocimiento militar, me pregunto, hace que Nelson crea que las fuerzas armadas pueden detener el petróleo que se extiende sobre el lecho del océano, o se hagan cargo de la respuesta masiva? Acaso ¿tenemos capacidad militar para hacerlo, en primer lugar? Claro que tenemos. Podemos enviar un zángano depredador y apuntar con un misil vaporizador de petróleo el derrame, presionar el botón “si-hemos-soñado-lo-suficiente” y listo, funciona a la perfección.

Una ironía dolorosa se hace obvia: no podemos enviar al ejercito porque este ya está extendido al máximo peleando dos guerras ruinosas en ultramar, ambas para precisamente asegurarnos el petróleo necesario para lubricar nuestro derrochador estilo de vida y mantener nuestras fuerzas militares móbiles globalmente. Pero los militares apenas pueden manejar estas guerras de ultramar, mucho menos lidear con las catástrofes que el medio ambiente sufre en casa –extendidos a tal punto que los soldados vuelven a casa afectados por estrés pos-traumático tan severo que se suicidan a un ritmo de dieciocho diariamente.

Envolver la catastrofe en lenguaje de guerra oculta el agujero político en el corazón de esta limpieza, la falla sistémica de la Administración en regular a BP, Halliburton y al resto antes de la explosión, se corresponde con su increible impotencia posterior a esta. Estamos en el segundo mes y Nungesser está todavía rogando saber quien está a cargo. Incluso el almirante Thad Allen le ha dicho a los periodistas: "Empujar a BP fuera provocaría la pregunta: ¿reemplazarlos con que?” Las agencias civiles robustas y responsables que deberían responder en estos casos han sido destripadas por décadas de des-regulación. Que ha sido lo que la extrema derecha quiere -las llamadas de los Republicanos ya han pasado de “limitar a desmantelar” al gobierno, favoreciendo un sistema implementado y vigilado por los mismos voraces barones de la energía y las finanzas que han causado estas crisis en primer lugar.

En un mundo de prosmiscua des-regulación, gigantes petroleros como BP corren riesgos obcenos y arrasan con bonanzas que ni soñaron. BP, la tercera mayor petrolera del mundo, tiene ganancias anuales de 14 mil millones de dólares; el año pasado ganó 17 mil millones, y iban 9 mil millones en el primer cuarto de este año. El Oficial Corporativo Ejecutivo de BP anterior a Tony Hayward, Lord John Browne (pagado a 11 millones al añó -el mejor pagado OCE del Reino Unido) era tan adicto a las ganancias que cortó costos de seguridad a como diera lugar. BP ha sido conocida por estar entre los mayores violadores de seguridad globales. El año pasado solamente, de acuerdo con la OSHA, BP acumuló más de 700 violaciones, más de 10 violaciones diairas. El plan del Grupo de Respuesta a un Derrame en el Golfo ha sido tan improvisado que hablaba de morsas y nutrias, aunque ninguna de estas especies habita el Golfo.

Las bonanzas petroleras de la compañía son tan vastas que cuando las compañías son multadas por derrames, las multas frecuentemente equivalen a unos días de las ganancias anuales. Las multas a Exxon Valdes fueron reducidas por el juez Robert de la Suprema Corte, pasando de 5 mil millones a 500 millones de dólares, ninguno de los empleados de la empresa vio por dentro una celda. Entonces, ¿para que preocuparse de aplicar regulaciones de seguridad? Y cuando las regulaciones de seguridad son sistematicamente violadas, bueno, pasan cosas, como un océano muerto.

Y cuando estas cosas pasan ¿que hacemos? ¿Quien está a cargo? El gobernador Jindal grita de nuevo: “Esto es una Guerra. Tenemos que adaptarnos.” El problema es que hay muy poco con lo que adaptarnos: espumaderas, sacos de arena, palas, barcas anticuadas con aspiradoras improvisadas tratando de absorber el océano que se va volviendo negro. En televisión, veo hombres en coveroles blancos con una pequeña aspiradora en la mano, frente al enorme derrame de petróleo. Algunos lo llaman ridiculizándolo “ingeniería de Cajun.” Absurdo, si no fuera terrible.

La salvajemente desregulada industria petrolera es dirigida por las ganancias a tal grado que no ha habido ni republicano ni demócrata interesado en desarrollar tecnología alguna para limpiar derrames en los últimos 40 años. O desde el desastre de Santa Bárbara en 1969, desde que todos usábamos máquinas de escribir. La industria del petróleo tiene una fabulosa tecnología para perforar a profundidades de ciencia ficción, a profundidades de Julio Verne, pero todavía usa anticuados métodos -tronadoras, esteras mojadas, y palas, para limpiar. Espumaderas poco efectivas vuelven a la orilla cargando 10 por ciento de petróleo y 90 por ciento de agua. Las máquinas de Kevin Costner, que salvarían el día, no están todavía en acción. Las tronadoras se enredan con cada ráfaga y son lanzadas con poco o ningún conocimiento de la costa. Yo miro mientras los hombres mueven sus trapeadores en el exudado café.

¿Donde está el R y D en favor de tecnología limpia? Mientras escribo esto me digo: puedo tocar my ipad y en unos segundos traer del éter un libro invisible que se adelanta sin que lo veamos por los cielos estrellados para materializarse magicamente en páginas entre mis dedos. ¿Podemos hacer esta increible hazaña, pero no avanzamos tecnicamente en la tarea de recoger el petróleo que incesantemente derramamos? ¿Por qué?

No es como si no hubieran suficientes derrames como para invertir dinero de R y D. La increible falsedad de lo que Obama dijó en abril -“que las torres petroleras generalmente no causan derrames,” puede dificilmente encontrar competidor. De hecho, tanto petróleo ha sido derramado en el mundo cada siete meses como el que derramara la Exxon Valdes. Solamente en el devastado delta en Nigeria, donde las compañías petroleras han operado fuera de la ley y el escritor activista Ken Saro Wiwa fue ejecutado por oponerseles, más petroleo ha sido derramado cada año que el que se está derramando ahora mismo en el Golfo.

Pero, ¿a quien le importa? Estos derrames ocurren lentamente, cada día y lejos, fuera del rango de la sensacionalista prensa norteamericana, evadiendo noticieros de horas claves. Por eso Doug Suttels, el jefe de BP, pudo mentirle a Tom Costello de NBC, diciendo que BP no ha desarrollado tecnología de remediar derrames porque “han habido tan pocos derrames.” Por eso cuando un ingeniero de BP avisó que Deep Horizon era una “torre de pesadilla,” otro oficial de BP le respondió electrónicamente diciendo: “¿A quien le importa? Está hecho...Estamos bien.”

No estamos bien, pero quizás llamando a esto “Guerra” lideamos con los sentimientos de impotencia dándole forma simbólica familiar al caos desconocido. Quizás el miedo es militarizado, toma una forma violenta tranquilizadora. Ciertamente, los americanos somos particularmente propensos a desplegar un lenguaje de guerra para lidear con las crisis sociales. Pretendemos pelear una guerra sobre muchas cosas que no se semejan a peleas: hacemos la Guerra a las drogas, al crimen, a la pobreza, al Sida, la continua Guerra al Terror, y ahora hacemos la guerra al petróleo. La militarización de nuestra cultura se ha vuelto tan dominante que cada crisis del capitalismo neoliberal que se acerca es vista como próxima guerra.

Pronto durante el derrame, la militarización del Golfo se extendió hasta los periodistas, una alianza variopinta entre los contratistas de BP y la Guardia Marina evitando que cubrieran el desastre con excusas de que el Golfo era una zona de guerra. Luego de protestas el almirante Allen aseguró a la prensa que tendrían “acceso sin inhibición” pero los bloqueos sólo aumentaron -permisos para sobrevolar el área fueron revocados, fotografías de las playas públicas fueron prohibidas y los trabajadores que limpiaban fueron silenciados. Miembros de la Guardia Nacional impedian filmar los pájaros afectados incluso a CNN. La pregunta de porqué el presidente Obama, quien basó su campaña en la promesa de transparencia, se habría unido secretamente a BP en el bloqueo a la prensa, impidiéndo incluso al New York Times sobrevolar “el Punto Cero”—¿referencia blatantemente militar sobre un desastre industrial?. Un oficial de la Guarda Costera se refirió a un periodista como “prensa incrustada,” ¿incrustada en que precisamente?

Todo este lenguaje de guerra sería entendible, incluso defensible, si no fuera fatalmente circular, un rizo auto-alimentador. BP no estaría perforando en el Golfo (a una profundidad mayor que la que sabe perforar) de no ser por la relación única de ganancia que tiene con la maquinaria de guerra de los Estados Unidos. El Departamento de Defensa (DdD) de los Estados Unidos compra más petróleo que ninguna otra entidad en el planeta. La protección del petróleo de ultramar se cuestiona tan poco que hasta el Secretario del DdD, Gates, ha adverido sobre la creciente militarización de la política extranjera del país. Y, alimentando esta militarización, el Pentágono que usa 75% del petróleo comprado por el DdD –para sus aviones, bombarderos, zánganos, tanques y Humvees. Para seguir comprando este petróleo, los militares tienen que continuar protegiendo nuestros intereses petroleros regionales, dos tercios de los cuales están ahora en zonas propensas al conflicto. Las bases militares de los Estados Unidos en Irak y Afganistán usan el monto increible de 90 millones de galones de petróleo al mes. Y el DoD continúa expandiéndose, lo que significa comprar más petróleo.

¿Petroleo de quién? El 2009 BP fue el mayor contratista del Pentágono –con contratos por 2.200 millones de dólares. El DdD tiene una antigua relación comercial multimillonaria con BP, que dice no tener intención de terminar, incluso ahora, tras el desastre del Golfo. Y, a pesar de tener conocimiento de que BP ha acumulado hasta el 97% de todas las violaciones flagrantes a la seguridad. El 2005, el DdD pagó 1500 millones de dólares a BP. De hecho el 16% de las ganancias de BP del año pasado fueron resultado de sólo sus ventas al Pentágono.

Teniendo esto en cuenta, haríamos bien en recordar que la militarización es la causa número uno de la destrucción del medio ambiente en el mundo, y que las facilidades militares de producción, excentas de restricciones medioambientales, son los lugares más devastados ecologicamente que existen en la tierra. Nosotros perforamos, nosotros derramamos; la naturaleza paga la boleta.

Culpar a BP significa que no tenemos que admitir nuestra complicidad como consumidores en la lenta matanza química que hemos desatado sobre el planeta. Culpar a BP significa que no tenemos que mirar seriamente en el espejo retrovisor de los autos que manejamos, o muy profundamente en las botellas plásticas de las que bebemos. El año pasado los norteamericanos hemos bebido de suficientes botellas de agua de plástico como para extendernos alrededor del mundo 190 veces. Culpar a BP significa que no tenemos que admitir que nuestra adicción al petróleo tiene a la política exterior de los Estados Unidos esclava de petro-déspotas y oligarcas.

BP no estaría perforando en el Golfo, en primer lugar, si no estuviera ganando impías y monstruosas ganancias gracias al lujoso atracón de petróleo que nos estamos dando. Ciudadanos de una nación que tiene apretado el pedal de la gasoline hasta que toca el metal, nosotros quienes lo consumimos, somos especialmente cómplices de nuestro estilo de vida derrochador que devora 30% de las materias primas usadas por el mundo entero cada año. Nosotros alimentamos nuestros vehiculos, camiones, aviones, helicópteros, gigantescos centros de compra y bases militares con el 25% de todo el petróleo de la tierra. Cada uno de nosotros, que maneja uno, dos, tres autos, es cómplice. Cada uno de nosotros que compra con bolsas de plástico es cómplice. Cada uno de nosotros que recorre centros comerciales artificialmente mantenidos a temperatura tropical en invierno, es cómplice. Todos somos cómplices de esta calamidad. Todos somos BP.

(Traduce Nora Fernández)