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Cuba
Marzo 30, 2009
Mónix ha bajado desde las montañas algo asustado, ya que sabe muy bien qué es lo que está pasando en una isla que en nuestros tiempos antiguos fue territorio español. Sabe que ahora, aunque el generalísimo Fidel haya dejado su trono en manos de su hermano, las cosas poco cambian. Todos responden a Raúl Castro como perros fieles y guardianes, menos mal que Mónix no es uno de ellos, me dice. Todos, menos Ramiro Valdés, un comandante histórico, despiadado experto en coger gente presa y maltratarla sin compasión, con el que estuvo enemistado por muchos años.
Mónix no sabe si Fidel se quemará en las hogueras del infierno porque no entiende del más allá, pero intuye que su muerte sólo dará pie a especulaciones sobre dónde será enterrado, si en su casa de Birán en donde se está construyendo un auténtico mausoleo rural con olor a gallinas y cerdos, o puede que lo momifiquen al igual que Lenin. Mientras tanto, el comandante-asesino se enfunda todos los días sus vistosos chándales para recibir a sus amigos queridos, entre ellos al orangután Chávez, y cuando no tiene quien le visite, el comandante se entretiene escribiendo reflexiones sobre lo que le han dicho los médicos (se acabó el baile). Y como siempre están los perdedores en estos cambios, como Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, que desde hace años esperaban su turno para subir al poder, pero cometieron un grave error allá por 2005 al afirmar que Cuba tenía dos presidentes, Fidel y Chávez, y que la revolución estaba dispuesta a sacrificar su soberanía y su bandera en la asociación con Venezuela.
Con la llegada de Raúl al poder éste les dijo adiós, porque de gente así que está tan lejos de él y tan cercana al orangután Chávez, ese hombre que le da de comer, pero que le parece un cruce imposible entre Cantinflas y el Che Guevara, Raúl jamás podía esperar la lealtad que suele demandar de sus subordinados.
Después de los perdedores tenemos a los ganadores, ellos sí han sabido ascender: Bruno Rodríguez, un abogado que ahora es el nuevo canciller, y Mariano Murillo, que es el nuevo ministro de Economía. Con todos ellos y los ocho generales que ya se han instalado en la cúpula, Raúl pretende revitalizar la exangüe sociedad cubana, mejorar su miserable modo de vida, y llegar al Sexto Congreso del Partido Comunista, convocado para septiembre u octubre.
Monix sabe que su único objetivo es plantear las líneas maestras de su nuevo rumbo y sentar las bases para una transmisión ordenada de la autoridad cuando él también haya pasado a mejor vida. Los cubanos no serán libres hasta que el comunismo deje la isla.
Lo que más va a cambiar va a ser su relación con Washington, ya que Raúl no tiene la más mínima intención de entrar en polémicas y tampoco quiere hacer la revolución planetaria. Eso ya quedó hace mucho tiempo atrás. Él sólo quiere ser un dictador doméstico, eficaz y tranquilo, y dedicar los últimos años de su vida a arreglar los desaguisados de los cincuenta que gobernó su hermano. Nada más y nada menos.