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Haití. La urgencia y el futuro

Publie le Domingo 17 de enero de 2010 par Open-Publishing

Editorial de Patrick Apel-Muller

Una isla en ruinas, cadáveres amontonados en las calles, supervivientes despavoridos blancos por el polvo de los escombros, padres que llevan los cadáveres de sus hijos… Haití está mucho más arrasado de lo que se pensó inmediatamente después del terremoto. Se calculan cifras de 100.000 muertos y de 2 millones de personas que se han quedado sin hogar. Sin certeza. Las vías de circulación están cortadas, las comunicaciones interrumpidas y los servicios de socorro desorganizados. Con una infinita brutalidad, el terremoto saca a la luz los males que sufre el país. Las construcciones demasiado frágiles que surgen de la pobreza, los barrios de chabolas desprovistos de vías de acceso, la criminalidad que suma el pillaje a los desastres, la ausencia de infraestructuras públicas sólidas que permitan trasladar las maquinas para despejar los escombros, buscar la vida que todavía lucha débilmente debajo de los montones de ruinas, curar a las decenas de miles de heridos y de traumatizados que vagan sin techo, ni ley. Las catástrofes naturales no golpean de la misma manera a un país desarrollado que a otro en el que el 80% de sus habitantes viven con menos de dos dólares al día.

El mundo se moviliza para socorrer a la población haitiana. Es prioritario, y la solidaridad de los pueblos recaudada por las asociaciones se suma al dispositivo de los Estados. Hoy, la urgencia está ahí. Pero la eficacia de la logística en la catástrofe o la solidaridad frente al drama no nos puede dejar tranquilos. Los países ricos que han tenido bajo su dominio a “la perla del Caribe”, que han alentado la dictadura de los Duvalier y mantenido la isla en la mayor miseria tienen una gran responsabilidad. No en las sacudidas de la corteza terrestre sino en sus efectos. Se debe ir mucho más allá de los sufrimientos actuales. Es ahora cuando hay que pensar en la reconstrucción del Haití y en su desarrollo. Sin demora hay que poner fin a los dictados del FMI sobre las economías del tercer mundo o a las imposiciones ultraliberales del Banco Mundial. Para recuperarse, este país tiene necesidad de un Estado, de unos servicios públicos arrancados a la lógica del mercado, de una gran ambición social. Desde hace décadas, la isla se vacía de sus fuerzas vivas que quieren encontrar en otros lugares, más allá del océano, una oportunidad para no vivir en la miseria. Los barcos del exilio las llevan hacia el Caribe francés, los Estado Unidos, el Canadá…

Haití no está condenada a la desgracia. Lleva en sí misma, con rasgos sin duda más acusados que otros países, los estigmas de los desordenes del mundo y de una mundialización del capital y no la de la solidaridad. Los haitianos del mundo, y pensamos en primer lugar en los de Francia y de las Antillas, son una formidable baza de capacidades y de saber hacer para levantar el país, si las condiciones de una renovación son creadas. Nicolás Sarkozy ha planteado la celebración de una conferencia internacional para la reconstrucción de la isla. Está bien pero no es suficiente, si no se contempla su desarrollo. Los objetivos del milenio que las Naciones Unidas habían fijado para desterrar las grandes miserias del planeta han sido olvidados por los gobiernos de los grandes países. Y no serán alcanzados a este ritmo hasta el 2015. Va en ello el destino tanto de los hombres como del clima. La lógica del beneficio los ve como una cantidad despreciable. Nuestra solidaridad no deberá detenerse en las donaciones que os invitamos a entregar al Socorro Popular Francés.

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