Portada del sitio > Por qué perdió Martha
Mientras los demócratas estadounidenses están impactados ante la sorprendente vulnerabilidad del escaño senatorial de Ted Kennedy –el León Liberal del Senado-, el observador estadounidense Daniel Patrick Welch, que vive y escribe en el estado de origen de Kennedy, está abrumado. Los demócratas han cedido torpemente el impulso populista a la derecha, y ahora cosechan lo que han sembrado.
Estoy harto de esperar al análisis post-electoral en el que monigotes cabezones rebuscan entre los huesos de lo que ya sabían para aparentar ser sabios. O quizá soy un vago. En cualquier caso, llamemos a esto un diagnóstico pre mórtem, o La Audacia de Perder una Apuesta Segura... algo así.
Sí, las elecciones siguen abiertas. Pero la posibilidad, o como algunos se atreverían a decir (¡yo!), la inminente pérdida del escaño de Ted Kennedy ante un modelo desnudo republicano falsamente populista es tan nefasta, por así decir, y tan... bueno, inevitable, que hasta cierto punto saltar antes de tiempo está justificado.
¿Qué se hizo mal? ¿Qué no se hizo mal? El Partido Demócrata está tan convencido de su legítima posición en lo que gusta de etiquetar como centro-izquierda del electorado estadounidense que ha perdido el oído musical, está fuera de la realidad y se autofelicita asumiendo que los que fueron sus votantes más fieles le seguirán hasta la papelera de la historia.
El error más obvio y perdonable fue asumir -con plena justificación histórica- que el resultado de la carrera estaba cantado y que el auténtico espectáculo para los medios consistía en las primarias demócratas. Por muy razonable que fuese, esta asunción trabajó claramente a favor de una oposición inteligente y bien preparada, que fue capaz de describir a la candidata demócrata Martha Coackley como alguien que pensaba que se merecía el escaño, como si se tratase de algún tipo de última voluntad no escrita del testamento de Teddy.
Los amigos de Martha protestarán, pero no importa. Los auténticos problemas comenzaron a formarse cuando este efecto empezó a crecer como una bola de nieve. El liderazgo inmerecido es como un dedo en la llaga para los votantes desdeñados que se han dado cuenta vengativamente de que su amor por los demócratas no es correspondido. A un partido que parece incapaz de hacer oposición en la oposición y de liderar en el poder no le deberían permitir jugar con cerillas, siempre que haya adultos cerca para impedírselo.
Esto nos lleva al segundo gran error. La maquinaria local del partido, consciente de que tenía un problema serio, pidió a la maquinaria nacional que acudiese con la caballería. Craso error. El tirón de Obama en estas elecciones rivaliza con el de mi abuela, y la reputación de los demócratas del Congreso es aún peor. Puede que los estrategas demócratas simplemente no creyesen que pudiese producirse un cambio tan radical en tan poco tiempo, y que aún se podía contar con Barry la Estrella del Rock de la voz melosa para atraer a los votantes.
LA GENTE ESTÁ HARTA. En el fondo, es tan sencillo como eso. Y cuanta mucha cháchara les dediques para convencerles de que las cosas van mejor cuando no es cierto, más se enfadarán contigo. Judas lo expresó perfectamente (bueno, Anthony Lloyd Webber): «A todos has revolucionado/Al nuevo Mesías creen haber hallado/Y te atacarán cuando se sientan engañados.»
No se me malinterprete: Scott Brown es republicano, y quizá la constante reiteración de ese hecho dará en el blanco de los votantes de Massachussets en el último momento, ayudando a los demócratas a sacar partido a la casi abrumadora ventaja que disfrutan en el estado. Pero el partido nacional ha sido capaz de convertirse rápidamente en algo distinto a lo deseado por los votantes en 2008; si no sabes estar a la altura de las expectativas, no puedes dar por hecha la lealtad del electorado.
El equipo de Obama, en particular, parece desconocer la rabia que bulle en las bases. La gente está dolida, está asustada y está furiosa, y la pose inalterable y paciente de Obama ha perdido rápidamente su atractivo. No hace falta un año para darse cuenta de que la misma basura neoliberal no funcionará, y no ayuda que haya mantenido a algunos de los mismos esbirros, que haya firmado las mismas políticas nacionales e internacionales y que haya sido tan llanamente cauto, incluso de forma simbólica. No me sorprendería que la gota que colmase el vaso para algunos votantes fuese la reciente citación de George W. Bush para el llamamiento para la ayuda a Haití.
Pero volvamos a Massachussets y Martha Coakley. Como residente de toda la vida, soy muy consciente de que la «solución» Massachussets para la sanidad no es el programa salvajemente popular que las élites quieren que parezca. Obama, de hecho, dio justo en el clavo cuando hacía campaña aquí en las primarias de 2008: «De algún modo, no puedo creer que los pobres no tengan seguro médico simplemente porque nadie les haya obligado aún a contratarlo.» Y sin embargo es precisamente esta idea salvajemente impopular la que ha calado en el programa de rescate para los seguros médicos, aprobado por la industria, que ahora se cuece en la pista central del congreso. Mi mujer y yo pagamos 10.000 $ al año por el seguro de los dos; y no somos una excepción, ni mucho menos. Puede que no se muevan en círculos de poder, pero conozco a mucha gente que paga las multas en lugar del seguro; no tienen alternativa.
Los trabajadores, los pobres, están muy, muy enfadados. Y simplemente no ven en salvar esta pésima legislación un motivo para acudir a las urnas en un día nevado de enero. ¿Y qué hay de las bases progresistas, cuyo cacareado poder del pueblo supuestamente catapultó a Obama hasta la presidencia? Aunque celebraron su best-seller La audacia de la esperanza, no hacen cola para reservar la segunda parte, La audacia de mandar a todo el mundo al garete por su propio y puñetero bien. Los demócratas han dilapidado estúpidamente una increíble oportunidad. La rabia populista sigue siendo muy real, pero la han cedido a la derecha en una de las peores actuaciones de la historia política moderna. Si quieren salvar su partido, más les vale dar un giro mucho más radical, y rápido. La historia no espera.
Traducción de Enrique Galdeano
© 2010 Daniel Patrick Welch. Se permite su reproducción con acreditación de autoría y enlace a http://danielpwelch.com. El escritor, cantante, lingüista y activista Daniel Patrick Welch vive y escribe en Salem (Massachussets), con su esposa, Julia Nambalirwa-Lugudde. Juntos regentan el centro The Greenhouse School (http://www.greenhouseschool.org). Los artículos están disponibles en más de dos docenas de idiomas. Se agradecen enlaces al sitio web http://danielpwelch.com.