Portada del sitio > ¿Qué implica ser un niño de la calle?
Para empezar, olvídate de Charles Dickens. Aquí no vamos a hablar de Oliver Twist.
Imagina que tienes ocho años. A lo mejor tus padres te pegaban, y huiste. A lo mejor no tenían dinero para mantenerte, o simplemente lo parecía, y decidiste irte de casa para que tu hermana pequeña pudiera comer. Si vives en Colombia, en Perú, o en el sur de México, a lo mejor el ejército o la guerrilla mató a tus padres, y nunca has podido encontrar a la tía que siempre te habían dicho que vivía en la ciudad. Después de todo, tienes ocho años. El motivo no importa; lo que importa es que estás solo.
El primer día que pasaste en la calle, una pandilla de niños te encontró. Ellos te enseñaron a sobrevivir: te enseñaron cómo fingir una lágrima para pedir las sobras de un restaurante; cómo pedir limosna?; cómo encontrar comida en un vertedero; dónde ir al baño... Tus nuevos amigos también te dan calor por la noche. Cuando se acerca la policía, o cuando los vigilantes vienen con sus armas, ellos te dicen dónde puedes esconderte. La pandilla te mantiene vivo.
Desafortunadamente, tus nuevos amigos también acaban contigo. Es posible que los mayores te pidan favores sexuales, ya seas niño o niña; sí, no tienes más que ocho años, pero eso sólo quiere decir que no tienes el SIDA o un herpes. Otros te ofrecerán drogas... en Colombia puede que te ofrezcan bazuko, un derivado de la cocaína que hace que el crack parezca inofensivo a su lado. En México, te darán activo, un producto para limpiar tuberías de plástico (Se refiere a las tuberías de PVC (cloruro de polivinilo)) que esparces en un pañuelo de papel para esnifar, y que luego te produce un horrible dolor de cabeza; el activo te come literalmente el cerebro, pero también te ayuda a olvidar.
Los días pasan, cada uno igual que el anterior. Tu pandilla ha encontrado una cloaca decente para dormir... allí te proteges de la lluvia y la gente no puede verte, pero el hedor es insoportable. Todos los niños utilizan el mismo rincón para ir al baño, y hay comida podrida esparcida por todas partes... ¿Pero qué puedes hacer? Te pones en cuclillas en la misma esquina que los demás. Como uno de los mayores te ha enseñado a limpiar parabrisas, cada día te pones junto al semáforo, y respiras el humo de los coches, intentando ganarte la calderilla de los taxistas.
Un día, después de producirse un robo en una tienda de informática, los policías hacen un “operativo” en la cloaca. Puede que uno de los niños fuera el autor del robo, puede que no... nadie lo recuerda... pero eso a la policía le trae sin cuidado. Los agentes la emprenden contigo a porrazos y te dejan inconsciente; luego, cuando recobras el sentido ves que un par de ellos están violando a una niña mayor que tú en el rincón en el que todos suelen dormir. Antes de subirle las bragas y de marcharse, la golpean un par de veces más y le recuerdan lo que ocurrirá si cuenta a alguien lo ocurrido.
Dos días más tarde, la vida vuelve a la normalidad; uno de los niños consigue birlar alguna aspirina, así que la cabeza no te duele tanto como antes, pero, huele como si una de las heridas o uno de los golpes que los policías dieron a un amigo tuyo se hubiera gangrenado. La niña se pasa todo el día acurrucada en una esquina, llorando, y nadie sabe qué hacer. Tú no sabes dónde puedes encontrar la ayuda de un médico o de un psiquiatra y, de todos modos, cualquier hospital te prohibiría la entrada. Estás sucio, lleno de cardenales, eres joven, y después de esnifar toda aquella cola, la verdad es que eres incapaz de hablar como solías hacerlo.
Una noche, cuando una amiga sale a gatas del túnel par ir en busca de comida, oyes un par de disparos, luego una risa estrepitosa. Las balas rocían el túnel sin tocar su cuerpo. Sólo son niños ricos que se divierten. Todo el mundo habla de buscar otro lugar, ¿pero adónde podemos ir?»
La historia parece exagerar la realidad, pero así es como vive un niño de la calle en una gran ciudad de Latinoamérica. Los detalles sólo consiguen recrudecer esta historia: en Guatemala, los niños viven en vertederos, en los que tienen que luchar con los buitres y las cabras para rescatar su comida de la basura. En Bogotá, viven en cloacas, rodeados de excrementos. En Quito, o Ayacucho, o en La Paz, se hielan de frío por las noches, y en Santiago, muchos duermen bajo la nieve en invierno.
La policía no sólo maltrata a los niños de la calle en Guatemala: les disparan. En el Brasil de la década de los ochenta, los vigilantes mataban a docenas de niños de la calle cada fin de semana. Aunque nadie lo ha corroborado, corren rumores por toda Latinoamérica de que se ha llegado a dar comida envenenada a niños sin hogar.
Las enfermedades se extienden rápidamente. La mayoría de los niños tienen parásitos, sufren continuamente de afecciones respiratorias, intoxicaciones, enfermedades de transmisión sexual... El SIDA alcanza proporciones endémicas en Honduras (ya constituye una enfermedad endémica en Haití).
Las violaciones por parte de agentes de policía y de individuos sin precisar es prácticamente el único problema al que se enfrentan las niñas... y los niños... de la calle. Centroamérica se ha convertido en un nuevo destino del turismo sexual internacional, y a muchos de estos niños se les obliga a prostituirse. Y los que no se ven forzados a hacerlo están dispuestos a ofrecer sexo a cambio de un techo, una cama, una ducha, y un desayuno. Las relaciones sexuales entre los niños de la calle se llevan a cabo de manera promiscua y sin protección; en realidad, quizá sea el único atisbo de placer que experimenten en sus miserables vidas.
La violencia es el pan nuestro de cada día. En México, cuando un niño de la calle se hace mayor, es posible que alguien le pida que forme parte de una banda de traficantes de droga. En Buenos Aires, las pandillas callejeras tienen una historia más larga, más romántica, pero realizan las mismas tareas: trafican con drogas, prostituyen a las niñas, amenazan a los comerciantes de la ciudad. En la década de 1980, en Medellín se perpetraron 5.000 asesinatos cada año; casi todas las víctimas y asesinos eran niños o adolescentes. Actualmente, en Centroamérica, los deportados Crips y Bloods hacen que los niños de la calle formen parte de sus bandas lo quieran o no.
A pesar de las pésimas circunstancias en que cualquiera los pueda imaginar, estos niños sobreviven. Algunos incluso consiguen apartarse de la calle... unas veces gracias a la delincuencia, otras gracias a la prostitución, o a un centro de acogida o a una iglesia que les proporcionan un techo. Otros se ganan la vida como faquires, acostándose en un suelo cubierto de clavos en Ciudad de México o devorando fuego en Río de Janeiro. Hay que ingeniárselas para sobrevivir en la calle, y estos niños lo consiguen.
Hay quienes les ayudan a convertirse en alguien de provecho. Cientos de organizaciones de toda Latinoamérica facilitan a los niños de la calle cobijo y comida; algunas les hablan de salud, sexo y drogas, otras enseñan a las familias a asegurarse de que sus niños tienen un lugar para vivir, y en Brasil, los propios niños de la calle han creado un movimiento político para reivindicar sus derechos humanos, exigir un trato justo y unos servicios de asistencia social.
Aunque conocemos los dramas de los niños de la calle, y aunque hemos intentado por un momento que se pusiera en la piel de un niño de ocho años sin hogar, en Shine-a-Light buscamos soluciones: apoyamos a las organizaciones que trabajan con los niños de la calle, ponemos a su servicio el mejor equipo para compartir los secretos de su éxito. Sean cuales sean los sentimientos que la vida de un niño sin hogar pueda inspirar, no estamos aquí para compadecernos de ellos. Shine-a-Light está aquí para encontrar una solución...