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La lectura en los tiempos del cónclave

Publie le Domingo 17 de abril de 2005 par Open-Publishing

Mann escribió El elegido con la serenidad de su vejez, en el alivio y el desencanto de la posguerra, con la sabiduría de un arte plenamente dominado.

Por William Ospina


"EN LAS ALTURAS y en los bajos, en los siete lugares sagrados de peregrinación y en todas las iglesias de las siete parroquias de ambas márgenes del Tíber dos veces encorvado resuenan las campanas. Retumban en el Aventino, en los santuarios del Palatino y en San Juan de Letrán; retumban en su sepulcro cuya salida conduce a la colina vaticana, en Santa María Maggiore, en el Foro, en los Dominicos y en el Transtíber; en Ara Celi, fuera de los muros de San Pablo, en San Pedro y en la morada de la sagrada Cruz de Jerusalén. Resuenan también en la capilla del cementerio, sobre los techados de iglesias y oratorios y hasta en las callejas cuyos nombres nadie conoce".

Así comienza el libro adecuado para estos días en que se reúnen los cardenales de la iglesia imperial a elegir, entre todos los hombres de la cristiandad, a su nuevo jefe: El elegido, de Thomas Mann. Cuenta la historia medieval de un ducado de Flandes, donde los hijos gemelos del duque Grimald, Wiligis y Sibylla, un par de adolescentes dulces y sin malicia, se acuestan juntos para consolarse, la noche de la muerte de su padre, y terminan por esas cosas de la vida teniendo un hijo, fruto del pecado, que no tiene lugar en el mundo. Severos tutores terminan imponiendo a los muchachos duros castigos: el joven Wiligis debe viajar a Tierra Santa con una cruz a cuestas, y muere por el camino; la joven madre Sibylla debe dejar al niño recién nacido en un pequeño tonel de madera, entre sedas y joyas, y abandonarlo en una barca a la misericordia del mar. Si Dios quiere que viva, lo arrojará a alguna playa habitada, si no, recogerá su alma y librará al pequeñito de su condena y de su pecado original.

EL LIBRO ADECUADO PARA ESTOS DÍAS EN QUE SE REÚNEN LOS CARDENALES DE LA IGLESIA IMPERIAL A ELEGIR A SU NUEVO JEFE: EL ELEGIDO.

Thomas Mann escribió esta fábula en 1951, ya de regreso de densas novelas filosóficas como La montaña mágica, de grandes frescos históricos, como José y sus hermanos, y de grandes parábolas sobre el destino de Alemania, como Doctor Faustus. La escribió con la serenidad de su vejez, en el alivio y el desencanto de la posguerra, con la sabiduría de un arte plenamente dominado. Y El elegido es, probablemente, una de las novelas más gratas, amenas y sabias de la literatura alemana, fruto de madurez de una de sus mentes más lúcidas, una fina mirada sobre la cultura europea y un ejercicio narrativo lleno de belleza, de conocimiento de la historia, de comprensión de la condición humana y de sentido del humor.

La mano de Dios lleva la cuna del niño abandonado hasta una playa lejana donde la recogen un par de pescadores, a los que un abad ha enviado temprano a trabajar. El niño llega finalmente a la abadía de aquellas costas, donde crece protegido por un tropel de monjes, que invierten bien en su educación los recursos encontrados en el tonel. En medio de peripecias y descubrimientos el joven, a quien han bautizado con el nombre de Grigorss, es decir, Gregorio, llega a la adolescencia, y decide salir a conocer el mundo. Se hace aventurero y guerrero, y un día llega a las puertas de una gran ciudad, donde una reina y un reino están siendo asediados por peligrosos enemigos. El héroe toma el partido de la justicia; repele con sus tropas al enemigo, y salva el reino amenazado.

ES ASÍ como el joven Gregorio conoce a la dama que gobierna aquel reino, y tras sus primeras muestras de gratitud termina enamorándose de ella y engendrando dos hermosas hijas, Stultitia y Humilitas. Sólo después de esos deleites, un día en que la reina lo interroga tardíamente sobre su pasado, el joven le cuenta su historia, habla de la barca a la deriva y del pequeño tonel en que desconocidos padres lo entregaron al mar, y ve una palidez mortal apoderándose gradualmente del rostro de la dama.

El destino ha llevado de nuevo al pequeño a los brazos de la fatalidad. Ahora, el hijo del pecado ha cometido un pecado doblemente abominable en el lecho de su propia madre.

Todo esto lo cuenta Thomas Mann a través de los labios, y la pluma, de un supuesto monje irlandés, el personaje más agradable y entretenido de la novela, que con inocencia aparente va desgranando una historia llena de complejidad psicológica y de carnalidad humana, en un estilo lleno de referencias eruditas, de reflexiones teológicas, y también de intervenciones cómicas. El narrador está tan interesado en la historia, que más de una vez se ve tentado a intervenir, no sólo para opinar, sino incluso para modificar los hechos que relata. Clemente, el irlandés, es uno de los personajes más queribles de la literatura, y alía el espíritu del cristianismo clásico, que fue precisamente salvado por los monjes de Irlanda, con un fondo de paganismo celta lleno de picaresca y de matices.

EL POBRE GRIGORSS, dos veces traicionado por el destino para convertirse en hijo del pecado y protagonista de un incesto condenable, se convierte entonces en un penitente. Encadenado a una roca en los confines del mar desaparece del mundo, y pasa años y años olvidado hasta por los barqueros que lo llevaron a ese sitio de expiación. Thomas Mann retoma y modifica el espíritu de la tragedia griega, en la cual Edipo, cuando asesina a su padre y se une a su madre para ser padre de sus propios hermanos, hace todo eso en la ignorancia, llevado por una inexorable fatalidad de la que, sin embargo, se siente responsable. Grigorss no es tan inocente: tanto a él como a su madre un presentimiento les dice que están haciendo algo indebido, pero no parecen muy interesados en averiguar quiénes son, a pesar de que guardan tantas sombras en su pasado.

EL NOVELISTA PROCURA que sintamos que los hechos no se deben solamente al azar; que hay un fondo de conciencia en todo lo que les ocurre a los personajes. Sentimos por ello que la penitencia que Grigorss se impone implica la aceptación de su responsabilidad en los hechos. Y el joven protagonista se pierde en la niebla de los mares del norte, abandonado a la soledad y la misericordia de una roca, en el modo típico de las leyendas medievales, hasta cuando sentimos que ya está perdido para el mundo.

Entonces ocurre el hecho inesperado. En Roma muere el papa, y los cardenales encargados de la elección del nuevo pontífice reciben en sueños la visita del Espíritu, que bajo la forma de un cordero que habla y sangra sobre el cáliz les comunica quién debe ser el nuevo papa, y dónde deben buscarlo.

En un peñasco perdido en los mares hace tantos años padece un penitente que ya casi ha perdido su forma humana. Se arrastra sobre las piedras entre la maraña de su cabellera, convertido en una suerte de bestezuela que repta entre las piedras, desprendido en su extrema postración hasta de la cadena que lo sujetaba a la roca. Pero basta que reciba otra vez alimento humano, en lugar de la leche misteriosa que manaba el peñasco del castigo, para que recupere su aspecto humano y su apostura principesca. Es así como finalmente los enviados llevan al penitente Grigorss por los mares hasta las costas de Italia, y entran con él a Roma, para que se convierta en el gran Papa Gregorio.

ES, PROBABLEMENTE, UNA DE LAS NOVELAS MÁS GRATAS, AMENAS Y SABIAS DE LA LITERATURA ALEMANA....

Entonces la novela termina donde había comenzado: "Doblar de campanas, torrente de campanas ’supra urbem’, sobre toda la ciudad en sus aires colmados de sonido.
Campanas, campanas de mil voces que en babilónica confusión se agitan y balancean, vibran y se mecen en sus armaduras y espadañas. Pesadas y ligeras, vibrando y repiqueteando sin orden ni concierto, se hablan unas a otras interrumpiéndose mutuamente y dominando aún sus propias voces; golpean los badajos y todavía suena el herido metal, cuando aquellos, ya en el otro borde, despiertan nuevos sonidos, y así cuando retumba aún In te Domine speravi, ya resuena también Beati, quorum tecta sunt peccata".