Portada del sitio > Cuba: miedos políticos
Todo el que conoce la Cuba absorbente de la vida humana de estos 50 años entiende los justificados miedos que ha tenido la población cubana para abordar el tema de las libertades. Es precisamente por el conocimiento de ese terreno minado que se valora altamente el coraje de los pocos disidentes que encendieron un día las velas de la dignidad cívica y rompieron filas; y es también la razón por lo que se explica el miedo de grandes figuras del régimen, de sus funcionarios, militares, dirigentes y diputados. Las experiencias vividas y las ajenas conducían al cubano a concluir que podían un día quejarse públicamente de algún producto de su libreta de racionamiento que no había llegado a la bodega, del hueco grande de la calle de la esquina y de otras nimiedades de la vida. Sin embargo, todos sí sabían que no se podía traspasar la cerca invisible, pero existente; y los padres cubanos desde que sus hijos eran unos bebés comenzaban a hacerles una transfusión de miedo que los llevara a no hablar o cuestionar nada de la política del país. Toda Cuba ha crecido sabiendo cuál es el terreno vedado.
Ese penoso actuar ha sido un medio de defensa, un salvavidas social para no perecer en los pelotones de fusilamiento, en las prisiones, en el destierro, en el plan piyama o muerte en vida; o trabajando eminentes intelectuales en un cuartico obscuro de una biblioteca organizando libros o cargando hierros en una fundición. Todos los cubanos han tenido —de una forma u otra— la necesidad de ponerse la penosa careta cubana. Cuando en 1989 y 1990 Fidel Castro organizó y dirigió desde su puesto de mando los actos de repudio más tumultuosos y largos que afirman ha conocido la capital del país. Uno primero en el reparto Aldabó y posteriormente otro en el Vedado, donde paralizó todos los grandes centros de trabajo de La Habana para concentrar multitudes en la calle H y 15 frente al humilde apartamento donde estábamos un grupo de disidentes que habíamos cometido ’’el delito de traspasar el cercado’’. Estábamos emplazando al régimen a un diálogo nacional para discutir la falta de libertades del país y buscar entre todos vías para el despegue de la sociedad. Desconocíamos un peligroso secreto: Fidel Castro siempre ha querido que sus adversarios sólo sean extranjeros.
¿Saben los lectores a quienes envió Fidel Castro al frente de aquel canallesco maltrato de estado? A Robertico Robaina y a Felipe Pérez Roque. Su intención era mancharlos. Ellos estaban allí porque también tenían miedo de incumplir la orientación. Ellos no sabían quiénes eran esas personas a quienes maltrataban, ni el ’’delito’’ cometido, pero ¿cómo decirle al comandante en jefe: yo no me presto para esas bajezas humanas? En los regímenes totalitarios ellos también son víctimas. Hay que comprenderlos. Son llevados a esos extremos por aquello del hombre y sus circunstancias. Felipe Pérez Roque ha sabido ajustarse más la careta, pero Robertico ’’se salió del plato’’ y hoy sólo está pintando en su casa cuadros de mujeres.
¿A qué buena conclusión debemos llegar? Los que están hoy atrapados dentro del régimen son hombres y mujeres —igual que todos nosotros—con defectos y virtudes, y paralizados por mecanismos de relojería suiza de mucha presión, pero la mayoría son cubanos que pueden ser útiles a la nueva Cuba. En 1959 fue un crimen nacional provocar la salida de todos los batistianos a fabricar otra Cuba fuera de la isla. La vida ha demostrado que todos no eran el asesino Esteban Ventura Novo. Hoy sería otro crimen superior no pensar en reconstruir a Cuba entre todos. Las partes positivas y valientes del último discurso de Eusebio Leal, Alfredo Guevara y otros en el finalizado congreso de la UNEAC lo tenían ellos y el resto de todos los asistentes oculto en sus mentes en todos estos años, pero hay pensamientos que para sobrevivir en Cuba con ellos tienen que estar disfrazados. Hoy lo hicieron público porque recibieron la seña, el visto bueno del nuevo mandante nacional, que ojalá siga por el camino de convertirse en el histórico facilitador del cambio. Posiblemente en alguna próxima reunión, Leal, Guevara, Silvio, Amaury, Milanés o cualquier otro se atrevan a pedir la libertad de todos los presos de conciencia, o Raúl Castro se adelante y la semana próxima estén todos en sus hogares. Entonces la historia estaría obligada a juzgarlos diferente.
El miedo de Cuba se entiende y se puede justificar, pero el de Miami no. En una sociedad libre no tiene explicación. No me refiero a las diferentes opiniones de la democracia, sino a muchos capítulos reales de miedos políticos que se han visto en el exilio cubano. Lamentablemente el último ha sido el del Directorio Democrático, un grupo de inteligentes jóvenes que nos entusiasmaron a todos con nuevas ideas y con la esperanza de que venían con una cultura política moderna a desbrozar el viejo y oxidado camino cubano de la oposición. Me duele que no ha sido todavía así. Se necesita de ellos. Sin embargo, se están autoexcluyendo. No se puede ser útil a la apertura de Cuba con hombres que estén pensando cómo quedan ante los extremistas. Cuba está como está desde que nació por los radicales de ambos lados. Al exilio le ha costado mucho trabajo ganarse la solidaridad internacional, y cuando hoy el exiliado cubano Carlos Alberto Montaner es vicepresidente de la Internacional Liberal, y cuando por primera vez la organización mundial de los Socialdemócratas Cristianos se identifica con el exilio y la libertad de Cuba, y retan al régimen de La Habana a un diálogo nacional entre las partes de Cuba, llevando en ese desafío a organizaciones exiliadas, es contraproducente al proceso de la libertad de la isla la retirada pública del Directorio de una declaración internacional de acción política inteligente y moderna.
Los reclamos de justicia son más fuertes de este lado que el deseo genuino de una solución viable al problema cubano. Cuando el contrario haga todo lo que le exige esa cuadrada oposición para dialogar, ya no hace falta el diálogo, el debate, ni esa inefectiva oposición. Ojalá en las dos partes de Cuba se haga una verdadera rectificación de errores y de miedos.