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El Frente Nacional vuelve a asesinar a Jaurès

Publie le Jueves 2 de abril de 2009 par Open-Publishing

Por Alain Boscus, Rémy Cazals, Jean Faury, Rémy Pech, Rolande Trempé (historiadores), Bruno Antonini (filósofo), Jacques Poumarède (historiador del Derecho).

Para el puesta en marcha de la campaña a las elecciones europeas de junio en la región del Suroeste, el Frente Nacional acaba de editar una octavilla y un cartel (que ya está pegado en las paredes de varias ciudades) escandalosamente engañosos. Tras haber recuperado, sacándola de contexto, una frase de Jaurès («Para quien no tiene nada, la patria es su único bien»), ambos documentos afirman, de hecho, reproduciendo una conocida fotografía del personaje, que el diputado socialista de Tarn habría votado al Frente Nacional.

Es particularmente deshonesto, y demuestra que se conoce muy poco a Jaurès hacerle hablar así un siglo después de su muerte..., y, además, sin ningún fundamento histórico.
De hecho, los nacionalistas y la derecha de la época le habían insultado, despreciado, amenazado, agredido, y lo que él hizo, y aquello que representa todavía hoy provoca el odio profundo de la extrema derecha y de gran parte de la derecha.

Asistimos pues a una campaña de opinión indecente, que tiene como objetivo perturbar los programas que se están llevando a cabo con motivo del 150 aniversario del nacimiento de Jean Jaurès. Y no es casualidad que sea en la región de Toulouse donde se ha concebido este «golpe mediático», puesto que es ahí donde brilla con más fuerza el recuerdo del líder socialista y donde se ha decidido llevar a cabo los proyectos culturales más ambiciosos.

A lo largo de toda su vida política, especialmente a partir del caso Dreyfus y en el momento del debate contra la ley de tres años de servicio militar, los nacionalistas lo consideraron enemigo de Francia, apátrida, cobarde y traidor. Con la llegada de la crisis del verano de 1914, la prensa y una parte de los altos cargos conservadores, tales como los Maurras, los Daudet, los Waleffe, los Franc-Nohain, armaron, con sus declaraciones odiosas y serviles, el brazo de su asesino. Así es, fueron precisamente las falsas acusaciones y los ataques directos de la extrema derecha y de la derecha extrema de la época quienes asesinaron a Jaurès. ¿Y los mismos que se sitúan hoy como herederos directos de aquellas ideas y acciones, y de aquellos instigadores de su asesinato lo reclaman en la actualidad? ¡Es el colmo!

No podemos aceptar que ensucien de esa manera el recuerdo de Jaurès. Sin negar a nadie el derecho a citarlo, mientras se observen los principios de honestidad intelectual y de fidelidad del lenguaje y método, y sin erigirnos en guardianes de un recuerdo único y de un templo jauresiano intocable que no existe, simplemente queremos poner la Historia en su lugar y recordar algunos puntos fundamentales de la vida del gran hombre, que sabía, el sí, respetar a sus adversarios.
Jaurès estaba unido profundamente a su país, a la nación francesa, sin dejar de ser internacionalista. Amaba Francia, pero no la Francia de la derecha y de la extrema derecha monárquica, clerical y nacionalista. No hace falta jugar con la complejidad histórica de la palabra «patria» para afirmar esto. Amaba, en efecto, la Francia republicana, aquella de la Ilustración y la Revolución de 1789, la de los cuarentayochistas, la de la Comuna, de Hugo y de Zola; aquella que le parecía cada vez más capaz, gracias al progreso del socialismo y del sindicalismo, de imponer la República social que tanto deseaba. Numerosas veces se pronunció a favor de un «nuevo ejército», ligado a la nación, defensivo y liberado del código militar bárbaro que estaba en vigor.

Luchó por los derechos del hombre, pero de todos los hombres, no solamente de los franceses. Defendió, por ejemplo, a los militantes sindicales perseguidos y su apología de la abolición de la pena de muerte supone uno de los momentos cumbre de su compromiso. También se pronunció en diversas ocasiones a favor del derecho al voto de las mujeres, medida a la que se oponían obstinadamente todos los conservadores (entre ellos, claro está, la derecha), con el apoyo del Senado.

Luchó además, contra la política colonial de Francia, por el acceso de los musulmanes argelinos a la ciudadanía, contra el antisemitismo y el racismo. En uno de sus últimos artículos (l´Humanité, 24 de junio de 1914) pide, por ejemplo, «proteger a los obreros extranjeros contra la arbitrariedad administrativa y policial para que puedan organizarse junto a sus camaradas franceses y luchar solidariamente con ellos sin temor a la expulsión».

En el seno de la Internacional Socialista, en la que fue uno de los dos representantes franceses, trabajó por la unión de los pueblos y a favor de la paz. También quería que se establecieran reglas (tales como el arbitraje obligatorio) que traspasaran el marco político nacional. Contra la guerra de revancha, se opuso continuamente al chovinismo y a los que consideraba «los comerciantes de la patria», aconsejando la calma en el momento de las crisis diplomáticas y el acercamiento, con vistas a acciones comunes, de los socialistas y los asalariados franceses y alemanes. Llegó incluso a proponer la huelga general simultánea en caso de guerra. Anticlerical, pero no antirreligioso, fue además un fervoroso militante del laicismo, de la educación pública y laica y un artífice de la ley de separación de las Iglesias y el Estado. Este fue un episodio que le reportó las iras más furibundas de la coalición de derechas. En resumen, su compromiso del día a día consistía en mejorar las condiciones de trabajo y extender los derechos económicos y sociales (en beneficio de todos los trabajadores, no solo de los trabajadores franceses): los seguros sociales contra enfermedad o accidentes de trabajo, el paro, la jubilación de obreros y campesinos, los impuestos progresivos sobre los ingresos y las sucesiones, la reducción de las horas de trabajo... En general, pretendía crear las condiciones para el surgimiento, tanto en Francia como en el resto del mundo, de una sociedad nueva, libre de toda forma de opresión y de explotación, una sociedad fundada sobre la propiedad colectiva y la intervención directa de los trabajadores y de sus sindicatos en la economía, al auspicio de un Estado democratizado de arriba abajo, es decir, un Estado socialista.

Estos ejemplos no exhaustivos lo indican claramente: su concepción del Hombre, de sus comportamientos sociales y de las relaciones internacionales, de la vida misma, no tenía nada en común con aquella que pregona hoy el Frente Nacional. Ni su concepción del pasado, el presente y el futuro.

La operación consistente en «apropiarse de Jaurès» no es nueva. Pero demuestra tanto la grandeza del personaje en sí como la poca honestidad intelectual y política de quienes la llevan a cabo, sabiendo que nadie les autoriza para ello, a menudo por cálculos electorales y para crear confusión en cuanto a las reformas políticas conseguidas a lo largo de la Historia. Ya se prestó a este juego el entorno de Pétain en Vichy, y treinta años después, los medios más retrógrados de la patronal le siguieron el paso, haciendo circular un texto mutilado de Jaurès, sin tener para nada en cuenta las observaciones hechas por la Sociedad de Estudios Jauresianos. Y todos sabemos que también el presidente de la República se ha «encomendado» al dirigente socialista en varias ocasiones, utilizando todos los recursos del terreno de comunicación de «los políticos»... El cartel y la octavilla editados ahora por el Frente Nacional siguen el mismo camino. Sin querer darle más importancia de la que tiene, estos documentos propagandísticos nos enseñan a qué se rebajan en la actualidad los responsables y los candidatos del Frente Nacional para intentar conseguir algunos votos... No, claramente no todo el mundo puede reclamar a Jaurès. El 150 aniversario de su nacimiento (*), en el que muchos de nosotros hemos trabajado, especialmente en Mediodía-Pirineos, no hace si no recordar una vez más esta evidencia.

(*) Los historiadores Alain Boscus y Rémy Cazals y el filósofo Bruno Antonini son los invitados del coloquio organizado, en el marco del Año Jaurès, el día 17 de abril en Toulouse por l’Humanité, en colaboración con la Villa de Toulouse.