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El tipo que apaga el televisor

Publie le Sábado 31 de enero de 2009 par Open-Publishing

Eran las 12:40 en la capital de Bolívar, estaba nublado cuando Don Armando se bajó a las afueras de la Terminal de Transporte. No lo esperaba nadie, desconocía la ciudad y no tenía remota idea donde pasaría la noche. Lo acompañaba su familia, un equipaje ligero y una cajeta con dos gallinas.
No tuvo tiempo de pensar que su escena fotografiaba otra crónica amarilla de los desplazados. Para él, la vida era más que lenguaje técnico y cifras estadísticas.

Muchos años antes que el para-fenomeno de la desmovilización anunciara indemnizaciones a las victimas, Armando Pinto Urbina ya había preferido olvidar tomando uso del perdón.

Viajó de San Onofre a Cartagena el 14 de febrero de 1998. Cumplía años su señora, Adalmira Daza Genes, quien padecía insuficiencia cardiaca. A ella Le tocó presenciar como tres tipos armados acribillaron al único hijo de su primer matrimonio. Años atrás, en la gallera el perdón, 7 balazos le habían quitado la vida al ex esposo. Luego las AUC la obligaron a vender la finquita heredada de su abuelo paterno. Empacó y echó a correr muy a pesar de sus quebrantos de salud.
A tres días de estar en la ciudad, mientras esperaba el bus para ir al medico, un tipo empuñando un cuchillo la despojo del poco dinero y le cortó la mano dercha. Fue demasiado para su hipertenso corazón, siete horas más tarde Doña Adalmira murió de un paro cardiaco mientras su marido suplicaba atención al cuerpo medico de la Clinica Blas Delezo.

Armando Pinto sabe de la crueldad hospitalaria, que de poco sirve el carné del seguro, que si el gobierno actual invierte millonadas en material armamentista y operaciones de asalto violento, es ingenuo esperar que ministerio alguno se preocupe por la vida. Pero no le gusta hablar de política ni con conocidos o extraños. Sin embargo asegura que no soporta la poca vergüenza de algunos desmovilizados cuando aparecen confesando sus sangrientos crímenes en los medios.

Don Armando es un tipo bajito, bigote ceniza, cicatriz en el pómulo izquierdo, manos grandes, piel blanca y canas en su deshilado cabello. Su figura senil es sana, llena de vida, no asoma el mínimo gesto de tristeza o resentimiento en su rostro. Lleva un pantalón azul de tela, una camisa gris mangas cortas y unos tenis blancos con líneas amarillas, dice que en Cartagena se desacostumbró a las pesadas abarcas. Nunca aprendió a leer, pero asegura que sabe escribir su firma, multiplicar, contar y sumar perfectamente. Extraña montar a caballo, el canto del Chimichí en las bongas, a su difunta esposa y a su natal San Onofre.

Hoy vive en el Pozón con tres de sus hijos. Claudia, la mayor, se fue con un cachaco que manejaba un camión. Tiene dos años sin saber de ella. Dijo que vivía en envigado la última vez que llamó, estaba preñada y su chofer la había dejado tirada en una gasolinera. Don Armando a regaños le pidió que volviera, pero Claudia le colgó mientras él lloraba como niño.

Su segunda hija trabaja como empleada en una casa de familia. Él asegura que su Laura es buena mujer, pero le asusta tanta inocencia en ella.

La menor atiende una mesita de llamadas por celular y estudia bachillerato en las noches.

Víctor, el varón, hizo amistad con un ayudante del taller. Ahora alimenta mala fama en el sector. Dicen que pertenece a una pandilla, que fuma marihuana, que vende piezas de motos robadas y que la policía lo tiene identificado. Estos comentarios alteran los nervios de Don Armando. Conoce la violencia igual que las bandas de limpieza social. Trata de hablar con su hijo, pero sabe que con Víctor todo son gritos, grosería y calderos estrellados. No entiende en que momento se le salió de las manos, tampoco quiere que se lo maten.

En los 10 años que lleva de vivir acá, Armando Pinto atendió un billar, trabajó como ayudante en una carpintería, fue obrero de construcción, bultero, albañil, administrador de una fuente de soda, mesero, cantinero, vendedor ambulante, tintero, celador de un colegio de donde (en sus palabras) lo echaron injustamente cuando se perdió un Beta Max.

Ahora limpia las tumbas en el Jardines de Paz, le habla a las flores y agradece a Dios por lo bueno y lo malo.
Cuando en el canal Caracol anuncian que Uribe está acabando con la violencia, Don armando apaga el televisor.