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La Sexta Declaración: una hipótesis política a desarrollar

Publie le Sábado 14 de enero de 2006 par Open-Publishing

I. El impacto de la Sexta Declaración del EZLN despliega una pregunta de
doble dirección: ¿qué perspectiva abre para sus interlocutores de dentro y
fuera de México? La motivación de este interrogante, en lo que a nosotros
nos toca, proviene en buena medida del modo en que hemos vivido los
últimos años en Argentina, cuya crisis social, económica y política sin
precedentes obtuvo amplias repercusiones que no lograron ocultar el
desarrollo -desde mediados de los años 90- de novedosas experiencias de
autoorganización que, a veces en condiciones muy duras, lograron recrear
posibilidades de vida en medio de la guerra declarada por el
neoliberalismo. Y es que la singularidad de estos diversos movimientos
(puebladas, movimientos piqueteros, asambleas populares, tomas de
fábricas, clubes del trueque, escraches juveniles a los cómplices de la
dictadura militar de los 70, experiencias de economía alternativa y
apertura de nuevos espacios de contracultura) estuvo marcada por una
determinación común: ya no se trataba de los clásicos sujetos populares
estructurados como clases en la producción o en torno al dilema entre
dictadura (militar) o democracia (parlamentaria), sino que se
correspondían con los avances mismos del neoliberalismo tras su enorme
ofensiva de las últimas tres décadas.

Este nuevo protagonismo social que venía gestándose desde hacía varios
años desplegó en los hechos nuevas estrategias de poder por fuera de los
partidos políticos y los sindicatos, forjando modos de interpretación, de
acción y de vínculos que, bajo influencias diversas de la experiencia
zapatista, anticiparon hipótesis de construcción de un contrapoder que sin
embargo, luego del 2003, ingresó en una fase de "repliegue".

Durante las jornadas insurreccionales de diciembre del 2001, bajo la
consigna "que se vayan todos", se hizo evidente una altísima capacidad de
destitución política, sin precedentes respecto de los poderes
constitucionales. Como es sabido, a las oleadas populares suelen seguir
largos momentos introspectivos. Esos momentos, sin embargo, no pueden ser
comprendidos sin evaluar la composición y las decisiones tomadas por las
fuerzas contestatarias, pero tampoco sin considerar las operaciones que
los poderes, en su faz reconstructiva, lanzan sobre los propios
movimientos.

Y bien, la actual situación política argentina, presentada oficialmente
frente al mundo como la reconstrucción de una soberanía fundada en una
renovada representación popular y en la búsqueda de un nuevo modelo de
desarrollo económico y social post Consenso de Washington, no se comprende
sin tener en cuenta este cuadro complejo formado por la crisis de las
políticas neoliberales plasmada en el "que se vayan todos", el "tempo"
político de los movimientos -muchos de los cuales decidieron apostar a una
participación subordinada en este proceso- y los modos en que continúan
los viejos dispositivos de poder tanto políticos como económicos y
sociales, jamás desmantelados ni sustituidos.

Un balance precario de esta nueva fisonomía de la Argentina a más de dos
años del gobierno de Kirchner muestra, entonces, esta ambivalencia: si de
un lado, el consenso neoliberal ha sido destrozado en sus pretensiones
simbólicas de legitimidad, subsiste sin embargo en las condiciones de
existencia de la vida social; al tiempo que los movimientos que con mayor
radicalidad buscaron innovar los lenguajes y prácticas de la lucha
política, tomando como inspiración la autonomía como función organizativa
y política, se vieron ante la alternativa de participar subordinadamente
de una nueva legitimidad simbólica o bien resistir, con una pérdida
considerable de influencia social, en una subterránea y frágil
reorganización de los modos del contrapoder.

La complejidad de exponer este apresurado cuadro surge del hecho de que
los balances sobre las propias estrategias de este nuevo protagonismo
social no han alcanzado aún una madurez que permita retomar y revitalizar
las líneas de investigación política, pero no es esperable tampoco que
estos balances se hagan de modo independiente a las nuevas apuestas y
prácticas que ya se despliegan con relativa fuerza en todo el país.

II. Si algo ha demostrado el zapatismo, y vuelve a actualizarse
radicalmente ahora con la Sexta Declaración, es que no se trata de elegir
entre la añoranza de la vida de las comunidades indígenas y campesinas o
el rechazo a todos los elementos de teoría política que la experiencia de
Chiapas ha entregado a la discusión política en diversas partes del mundo
por la diferencia de condiciones y contextos en que se desarrollan las
vidas en la ciudad. Esta opción no es necesaria ni fértil para quienes,
teniendo como realidad la metrópoli (que se extiende a las periferias y
tantos otros segmentos urbanos distribuidos como pequeñas ciudades),
buscamos inspiraciones y elementos de valor para nuestros propios procesos
de politización. Insistimos: el zapatismo ha expandido su fuerza no a
partir de una invitación a lo indígena-campesino, sino al ofrecernos a
todos elementos transversalizables que, con fuente en esas culturas,
pueden circular entre nosotros -si inventamos los modos- de una manera
completamente nueva.

Desde esta perspectiva, la Sexta Declaración adquiere un valor particular
en América Latina al inscribirse en el nudo formado por la crisis de un
modo de legitimación de la dominación regional, la ambivalencia de nuevos
gobiernos que aún intentan estabilizar el desafío lanzado por los
movimientos, el cambio de terreno que los movimientos experimentan en esta
nueva coyuntura (también en la coyuntura propiamente mexicana) y la
trayectoria del propio zapatismo.

A nivel continental la Sexta opera, a nuestros ojos, un doble
reconocimiento. De manera explícita admite su propia inscripción en los
procesos abiertos de lucha en varios puntos del continente, pero también
proporciona una orientación que consiste en "trazar fronteras" respecto
del sistema político (en principio mexicano, pero susceptible, creemos, de
ser extendido a otros puntos del continente). Esta delimitación intenta
preservar -pero también crear las condiciones para desplegar- el carácter
autónomo de luchas y movimientos. Tal como ocurre en México hoy, este
trazado del zapatismo implica una cierta restricción de parte de su
auditorio -que se decide a favor de un gobierno de López Obrador- a la vez
que procura preservar y desarrollar la perspectiva de un terreno político
propio de y para los movimientos, que implica la calificación del
neoliberalismo como una política de guerra.

La Sexta Declaración se nos revela entonces como un oportuno manifiesto
político que, a la vez que intuye la apertura -por indeterminación- de un
espacio a partir de la crisis de legitimación del poder político, advierte
tanto sobre las estrategias en camino para suturar esa herida, como sobre
los efectos de un eventual bloqueo. Y si su intervención divide el campo
preexistente por medio de un trazado de fronteras respecto de la formación
actual de consensos, es porque percibe que a pesar de las variaciones,
estos nuevos contenidos políticos se producen a través de dispositivos que
malversan el potencial de una renovación en curso.

En efecto, la Sexta es un texto preciso que pretende interrumpir una
cierta deriva de los hechos: una que orienta las energías y conquistas de
las luchas de estos últimos años hacia una revitalización de las formas
soberanas que continúan atrapadas en modos tradicionales de
representación, y procura, con sentido de los tiempos en juego, producir
una hipótesis que aproveche el potencial de la situación actual en función
de una afirmación de y desde los movimientos en rebelión.

Su sola publicación en la Argentina, sin embargo, nos muestra contrastes
antes que equivalencias. De hecho, no hay nada entre nosotros comparable a
una "Sexta". No sólo no existe aquí -por buenas y malas razones- una voz
autorizada que concite atención unánime sino que, más allá de cuestiones
de autoría, nos hemos quedado sin textos políticos de actualidad. Cuestión
que motiva la pregunta por las razones de esta escasez, ya que no faltan
entre nosotros voluntad ni tradición de escritura.

Efectivamente, la Argentina actual parece tomada por una divergencia que
oscila entre un cierto asombro -sino entusiasmo- por la rápida
estabilización institucional luego de la crisis y la conquista de un
discurso político que reencuentra viejas añoranzas populares con
perspectivas actuales del grupo en el gobierno y, por otro lado, una cruda
indiferencia respecto a los cambios anunciados oficialmente, fundada en un
escepticismo que enraíza en la persistencia de la jerarquización
socioeconómica y en la pérdida de terreno de quienes, en lo más bajo de
estas jerarquías, habían llegado a elaborar sus propios puntos de vista
con lucidez y determinación. De la imposibilidad de revertir estas
dinámicas parece alimentarse la producción actual de discursos que
sustituyen y ocupan el sitio, necesario, del texto político. Ya que si, de
un lado, se asiste a una fuerte interpelación de las energías sociales
desde la fórmula antipolítica que reúne "gestión estatal" más "marketing"
antiimperialista; del otro, el debilitamiento en la tentativa de abrir un
terreno político propio de y para los movimientos ha llevado, por el
momento al menos, a una reducción de horizontes y de capacidades que
pospone todo texto propiamente político hacia un futuro indeterminado.

La Sexta nos presenta, en nuestra interpretación, una dimensión
enteramente constructiva que consiste en la preservación y desarrollo de
un plano propio de los movimientos -que incluye pero a la vez trasciende
en mucho a los movimientos empíricos y a los fragmentos organizados a
favor de la dinámica de multiplicidad de luchas y espacios de creación
social- que se distingue claramente tanto de la dimensión puramente
económica social y restringida a las negociaciones de los movimientos con
los gobiernos, como de la dimensión estrechamente representativa del
sistema político.

Un terreno como éste fue abierto entre nosotros, hacia fines de los años
90, a partir de la lucha de los llamados "movimientos sociales", cuestión
que cobró notoriedad absoluta durante la vertiginosa crisis del año
2001-2002, cuando este desarrollo se combinó con la descomposición de la
dimensión institucional y representativa. Entonces, la dispersión de los
movimientos, lejos de ser un estorbo, dio lugar a una potencia de
movilización y habilitó niveles cada vez más altos y articulados de
coordinación. Durante los últimos años, la recomposición del mando
político aceleró la fragmentación de este espacio (que no se corresponde
literalmente con la fragmentación de los movimientos mismos) y de modo
paralelo se fue destejiendo la trama de nociones internas capaces de leer
y producir hipótesis activas de recomposición. La novedad de la Sexta
entre nosotros, entonces, bien podría ser la de un llamado a plasmar, en
nuestras disposiciones (de voluntad y lucidez), un cambio en esta
tendencia.

Colectivo Situaciones

Este texto es parte del prólogo del libro "Bienvenidos a la Selva.
Diálogos a partir de la Sexta Declaración del EZLN" (Tinta Limón
Ediciones, Buenos Aires, diciembre 2005), que reúne una serie de
entrevistas realizadas en México entre julio y agosto de 2005, compilado
por el Colectivo Situaciones.

http://www.situaciones.org/