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La renuncia del tirano

Publie le Miércoles 20 de febrero de 2008 par Open-Publishing
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Fidel Castro renunció ayer tras casi medio siglo en el poder. Enfermo, al punto de que en año y medio no ha podido vérsele fuera de una instalación hospitalaria, Fidel Castro ha renunciado a la presidencia del Consejo de Estado y al título en que descansaban sus poderes sin límite: Comandante en Jefe.

El país que deja tras gobernar durante 49 años y 49 días es un decrépito monumento a su desprecio por las libertades y su arrasadora disposición a sacrificar las vidas y los bienes de sus compatriotas con tal de ocupar un protagónico papel mundial. Sus palabras de renuncia no cierran la trayectoria de aquel joven guerrillero que prometió a su pueblo el desarrollo y la institucionalidad democrática de una nación de primer orden, sino la de un déspota que navegó magistralmente sobre las violentas olas de la Guerra Fría, en un delicado equilibrio entre la sumisión a la Unión Soviética y la confrontación con Estados Unidos.

La despedida tuvo un matiz excepcionalmente expedito. En vez de las esperadas valoraciones históricas y las fanfarrias de rigor en un régimen que abusa del ceremonial, Fidel se deshizo de su mando supremo en una ’’reflexión’’ posteada en Internet de madrugada, citando a Oscar Niemeyer y enfatizando su confianza en Randy Alonso, director del programa Mesa Redonda, el más impopular espacio televisivo de la televisión cubana. Así no más. Sin desfile de pioneros. Sin cañonazos de salva. Sin canción de Silvio Rodríguez.

Desde cualquier punto de vista que se mire, Cuba inicia una nueva era. El heredero dinástico, Raúl Castro, es un hombre de intensas complejidades. Nada indica que anhele desmantelar el dominio del Partido Comunista. Pero su gestión durante año y medio muestra una intención de enfocar los problemas económicos con mayor racionalidad y una notable disminución del espíritu movilizativo. Podría ser implacable con una oposición que intentara tomar la calle. Cabe especular, sin embargo, que permitirá espacios de discusión interna. Este panorama ofrece pocas ilusiones a quienes buscan la democracia. Acaso ofrezca más a quienes sólo buscan pan.

A los 76 años, privado de ambiciones mesiánicas, con un evidente sentido de compromiso familiar y de grupo, Raúl debe haber asimilado dos experiencias muy de nuestros tiempos. Primero, que no hay garantías a largo plazo para los jerarcas de las dictaduras que ceden el paso a gobiernos democráticos. La ampliación del concepto de extraterritorialidad jurídica ha sido la pesadilla de golpistas y torturadores latinoamericanos. Ningún general cubano, y mucho menos Raúl, va a querer dormir con el fantasma del juez Baltasar Garzón sentado a los pies de su cama.

La segunda experiencia es lo que en un ajedrez político pudiéramos llamar ’’el enroque Gaddafi’’. O sea, que la apertura del país a determinantes intereses globales, la liberación de la economía a los productores nacionales, la implementación (más cosmética que efectiva) de un mediocre marco de derechos humanos y el cese del apoyo al terrorismo y la subversión internacional, consiguen el perdón de Occidente para cualquier dictador, no importa cuáles hayan sido sus crímenes. Basta que el rey se mueva dos casillas a la derecha. A mi juicio, Raúl ya echó a andar por ese camino. Desde fines del 2006, el equipo sucesor cubano ha sacrificado algunas actitudes fidelistas en el altar de la realidad contemporánea.

Tardaremos en conocer los íntimos pormenores de este adiós. ¿Es un gesto reflexivo de Fidel dictado por su irrecuperable salud? ¿Consiguió Raúl bajar del trono a su hermano sin afectar la cohesión de la elite gobernante? ¿Querrá Raúl aliviar al pueblo de la abrumadora carga de una ideología muerta, el dolor de las separaciones familiares, las iniquidades de la miseria y la parálisis de la desesperanza? Nos falta ver el próximo domingo, en la Asamblea Nacional del Poder Popular, cuáles son los cambios en la nomenclatura de la isla. Solamente puede asegurarse que Raúl ha pasado de la provisionalidad a la legitimidad, sin ninguna fuerza externa o interna que impugne su poder.

En su reflexión, Fidel dice que continuará transmitiendo sus consejos como ’’un soldado de las ideas’’. A diferencia de su habitual tono imperativo, percibimos un margen de duda.

’’Tal vez mi voz se escuche’’, titubea Fidel.

Por primera vez en medio siglo, los cubanos podemos responder: ``Tal vez no’’.