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Aquel primer día de septiembre de 1939 -que había de convertirse en un día histórico para toda la humanidad- los habitantes de una ciudad portuaria del mar Báltico fueron despertados por un extraño ruido de cañonazos. Eran los primeros disparos de la que había de llegar a ser la mayor tragedia de tantas que registra la historia, entre las que unas han sido causadas por la naturaleza y otras por el hombre. Me refiero, desde luego, a la II Guerra Mundial.
Eso sucedió en el puerto de Danzig, o sea la actual Gdansk polaca, que había sido declarada ciudad libre después de la guerra anterior, la de 1914-1918 y de la que había resurgido Polonia como país soberano e independiente. Los atacantes –como siempre ocurría en ese tiempo, eran los alemanes, en el papel de agresores que ahora desempeñan los yanquis- y sus disparos iniciales los hizo un poderoso barco de guerra, el acorazado Schleswig-Holstein.
Como datos anecdóticos, quiero decir que dicha ciudad y ese acorazado tuvieron cierta relación con aspectos del desarrollo histórico de Venezuela en aquellos tiempos. Fue desde Danzig que en 1929 partió el vapor Falke con un grupo de venezolanos anti-gomecistas, comandados por un tal Degado Chalbaud, el primero y verdadero, cuyo nombre era Román y era compadre del tirano Gómez, a quien traicionó, igual que luego su hijo Carlos lo hizo con Rómulo Gallegos.
Esos “revolucionarios” aprovecharon el status especial de Danzig para embarcar allí una buena cantidad de armamento, pero de todos modos la expedición resultó un tremendo fracaso. Llegaron por Puerto Sucre, como entonces le decíamos al puerto de mi Cumaná, al amanecer del día 11 de agosto de 1929, justo tres días antes de mi cumpleaños, y bien recuerdo el tiroteo subsiguiente. Por varios días quedó la estela de los muertos, y por años la de la terrible represión desatada en la región sucrense por los chácharos andinos del guachimán Gómez.
Pasaron los años, casi diez, y un día del año 1938 ancló en ese mismo Puerto Sucre precisamente ese Schleswig-Holstein, el enorme acorazado alemán que un año más tarde daría comienzo a la II Guerra Mundial con su bombardeo sobre el puerto de Danzig. Tuve la ocasión, personalmente, de asistir a la recepción que su comandante brindó a las autoridades y notables de Cumaná, causándome el recorrido que hice por el interior del buque una impresión inolvidable.
Asimismo, recuerdo que los marinos alemanes desfilaron a lo largo de la Avenida Bermúdez, armados y precedidos por una banda de guerra, encabezada por un pequeño carro tirado por un asno transportando un gran tambor. Toda una demostración del poderío de la Alemania nazi, claro, y apoyados en las simpatías pro-fascistas de miembros muy destacados del gobierno de la época. El guachimán de turno era Eleazar López Contreras, y su ministro de Guerra –como se decía entonces- era quien sería su sucesor, Isaías Medina Angarita.
Se dijo que el verdadero motivo de tal visita fue hacer mediciones en las costas venezolanas, algo que les resultó muy útil a los nazis puesto que al inicio de la guerra sus submarinos recorrían el litoral venezolano a su antojo, y hasta hundieron un petrolero nuestro, el Monagas, pese a haber declarado Venezuela su neutralidad.
De todo esto les hablaba yo a mis camaradas polacos cuando un poco después de finalizada la guerra, y encontrándome en una Polonia apenas comenzada a reconstruir, pude recorrer el puerto de Gdansk totalmente en ruinas.
Me vienen estas cosas a la memoria en las circunstancias que ahora vivimos los venezolanos, bajo serias amenazas de ser víctimas de unos nuevos aspirantes a la dominación mundial. En aquel tiempo la amenaza provenía de Berlín, y hoy de Washington. Pero en esencia son las mismas fuerzas retrógradas del capital monopolista las que generan estas situaciones.
Ante esas fuerzas levantaremos en abril del próximo año, en Caracas, las banderas de la Asamblea Mundial por la Paz. Es la mejor respuesta que podemos darle al potencial agresor, creo yo.