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Renuncias, Suicidios e Infartos

Publie le Sábado 9 de junio de 2007 par Open-Publishing

5 de junio de 2007

La Habana.
Al leer las frases de propaganda política –que vierte una única fuente– y compararlas con la realidad, se advierten lagunas, como si estuvieran mutiladas. Su relación inversa con la teoría del iceberg, que defendió Hemingway en sus escritos, es genuina.

La particularidad radica en que lo que se omite, el lector nunca podrá imaginarlo ni percibirlo hasta que pueda comprobar en la práctica, cómo se aplica la frase. Es lo que ocurre con la vieja consigna de “la revolución no te dice cree, sino lee” –si la cita no es exacta, sí es su esencia– que omite los puntos suspensivos de la afirmación. La práctica demuestra que continúa con … lo que me dan mis verde olivas ganas que leas.

Nuestras librerías cuentan con infinidad de libros a los que nadie les presta atención. La nueva luminaria literaria del momento en los anaqueles es el Presidente Chávez o lo relacionado con su persona. Ayer lo fueron Marx, Engels, Lenin, etc. Hasta los coreanos nos donaron miles de tomos de las obras completas de Kim Il Sung. No conozco a ningún criollo que las comprara y se atreviera a leerlas. Tal vez prefiera olvidarlo como un error garrafal de la juventud o que falleciera en el intento.

Grandes autores contemporáneos no los encontrarás nunca en ninguna librería. Puede que en algún establecimiento de libros viejos y a un alto precio. Es la política de los libros prohibidos. No aparece en la Gaceta Oficial ni la Asamblea Nacional la aprobó, pero existe. De ahí el fenómeno cultural de las Bibliotecas Independientes que te ofrecen el deleite de violar esa materialmente fantasmal prohibición.

Por estos días me prestaron el libro titulado “Intelectuales”, del periodista e historiador inglés Paul Johnson. Nos explica que “esta obra es un análisis de las credenciales morales y de juicio de ciertos intelectuales notables, para aconsejar a la humanidad sobre cómo conducir sus asuntos”. La lista incluye a Rousseau, Shelley, Tolstoi, Brecht, Russell, Sartre, el mismo Hemingway y otros más.

Uno de los notables analizado es el Señor Carlos Marx, alias “El Moro”. La mente creadora del socialismo científico en que se sustentan moral y orgánicamente el Estado y Gobierno cubanos. Les puedo asegurar que el Camarada Marx se destacaba en cualquiera de los solares calientes de La Habana

Cuenta Johnson, entre otros muchos detalles, que el único contacto de Marx con el proletariado fue con Helen Demuth, conocida familiarmente por Lenchen, quién desde 1845 hasta su muerte en 1890 estuvo con la familia Marx. Jamás el Padre del Proletariado Mundial le abonó un penique por su trabajo con la familia. Explotador y avaro el tipo. Lenchen se desempeñó como cocinera, fregona, lavandera, criada general, administradora del presupuesto familiar y amante y madre de un hijo de Marx, que luego éste le endilgó a su sustentor económico Federico Engels, al que convenció lo reconociera como hijo suyo.

Calos Marx nos recuerda a Julio Verne. Ambos se lanzaron hacia el futuro. Profecías políticas uno, técnicas el otro. Sus caminos se apartan a la hora de cumplirse. Con Verne significan progreso para la humanidad. Con Marx una nueva y maldita esclavitud. También, tal y como Verne escribió sus tan leídas aventuras por todo el mundo sin haber abandonado nunca su gabinete de trabajo, Marx escribió su obra cumbre, “El Capital”, sin poner un pie en una fábrica y con una soberana falta de devoción por la verdad.
El más ducho de los marxistas criollos de leer el capítulo III de este libro, dedicado a “El Moro”, vacilaría en su fe doctrinaria. Mi impresión es que los más sabios y astutos elegirán renunciar al fraude de la teoría marxista y su carné del partido o juventud comunista terminará en la primera cloaca a su alcance. Los románticos, preferirán una salida más dramática, el suicidio. La carta de despedida es opcional. Y los comunistas ya jubilados todo tipo de infartos.

Nadie puede justificar la validez política o moral de la existencia de una lista extraoficial de autores y libros críticos prohibidos por el Estado. Pero en el caso preciso de la obra “Intelectuales”, de Paul Johnson, la cautela se impone. Nada de proponer una excepción y menos todavía aceptar la prohibición. Se precisa de un ardid legal como traba o freno que, a la par, no resulte violatorio de ningún derecho o libertad.

Supongamos que cualquiera lo puede adquirir y leer en Cuba. Las consecuencias de este hecho no podemos preverlas en todo su impacto y complejidad social. Entre renuncias a granel, suicidas románticos e infartados de todo tipo, nos quedamos sin comunistas en la isla. Y los necesitamos. Nos resultan imprescindibles para la reconciliación nacional.