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Una guerra olvidada
Todavía para mucha gente, de los más diversos niveles culturales y en cualquier parte del mundo, solamente ocurre lo que dicen los llamados medios informativos. Así se explica, por ejemplo, lo poco que se habla de la terrible tragedia actualmente en curso –y no por causa de un fenómeno de la naturaleza, como los tsunamis que se han hecho tan frecuentes- en uno de los países más importantes del Oriente Medio.
Me refiero a la increíble matanza que desde hace ya cuatro años ha estado desarrollándose en Iraq de seres humanos de todas las posibles condiciones: hombres y mujeres, niños y ancianos, soldados y civiles, todos por igual víctimas de la irracionalidad que aún nos caracteriza. Y todo ello rodeado de complicidad manifiesta o disimulada de una pretendida comunidad internacional.
Día a día, en algún rincón perdido del periódico o en unos escasos segundos del noticiero en la TV o la radio, se nos dice que en el día anterior murieron en Bagdad o en alguna otra ciudad iraquí un cierto número de personas, como consecuencia de la acción de unos siniestros terroristas o de una acción de la resistencia armada, de acuerdo con el lenguaje en uso por cada medio informativo, siempre según sean sus propias posiciones políticas e ideológicas.
Se hace tan rutinaria y tan escueta dicha clase de información que se asemeja al parte meteorológico. Gradualmente, nos volvemos insensibles ante este cotidiano informe, que suministrado gota a gota ha servido, sin embargo, para ocultar el hecho de que se trata de una gran inundación con una inmensa masa de damnificados.
De esta manera se pierde incluso la noción fundamental, pese a ser tan evidente, de que estamos en presencia de una guerra, de una guerra extremadamente desigual, injusta en todo sentido, en la cual por lógica hay agresores y agredidos.
Por eso tenemos que insistir mucho en la denuncia de lo que sucede en Iraq como una nueva modalidad de las agresiones imperialistas. Se invade un país con cualquier pretexto, alegando motivaciones puramente humanitarias, como en el caso de Haití, y luego se deja ese país bajo ocupación extranjera por tiempo indefinido. Exactamente lo mismo han hecho en Afganistán los imperialistas, y amenazan con hacerlo en una serie de países que ellos tildan de “forajidos”. Lo cual, por cierto, debería servirnos a los venezolanos para recordar aquello de cuando veas las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo.
Pero hoy, cuando acaba de celebrarse en Caracas un exitoso congreso mundial de mujeres, patrocinado por la Federación Democrática Internacional de Mujeres (FDIM), una prestigiosa organización fundada en 1945 por la iniciativa del ahora tan calumniado “socialismo soviético”, me quiero detener en un aspecto poco divulgado de esa misma tragedia iraquí.
Se trata de lo relativo a la situación de la mujer bajo las nuevas condiciones de vida creadas en ese país islámico por la ocupación de las fuerzas militares cristianas. Encuentro en el legendario periódico de los comunistas españoles, fundado en 1930, Mundo Obrero, de marzo último, un trabajo muy interesante de una escritora iraquí, de nombre Imán Ahmad Jamás, con el título de La ocupación eliminó todos los derechos conquistados por las mujeres iraquíes, y allí se dan datos y cifras espantosas que por acá son completamente ignoradas.
Como un simple detalle, citaré que dicha intelectual asegura que han desaparecido bajo la ocupación extranjera, o sea básicamente la de Estados Unidos y Gran Bretaña, unas 3.500 mujeres. Y añade que buena parte de ellas han ido a parar “en los mercados de trata de blancas de los países vecinos”.
Todo esto es parte de una guerra, de una guerra olvidada por el resto del mundo, pues según el Baby Bush esa guerra terminó hace ya mucho tiempo.