Portada del sitio > VUELTA A GALLEGOS
En estos días recientes, probablemente por el hecho de haberse entregado en Caracas el premio literario que lleva su nombre, ha recobrado actualidad la principal figura de las letras venezolanas que sin duda ha sido y sigue siendo Rómulo Gallegos (1884-1969). Casi puede decirse que ha regresado de un exilio de unos cuantos años, al cual él mismo se condenó cuando llevado por las circunstancias se metió a político y lo hizo con mal pie, pues no se sabe todavía muy bien qué lo llevó a ponerse en manos de un tocayo suyo –tan diferente de él en todo- llamado Rómulo Betancourt (1908-1981).
Para toda una generación de venezolanos, desde comienzos de los años ’30 con la aparición de su novela Doña Bárbara, se había convertido en un símbolo del futuro que aspirábamos para nuestro país. Su gesto de rebeldía cívica al renunciar a la canonjía de aquella cínica caricatura de parlamento que lucía la tiranía gomecista, en lógica consecuencia con el ideal de progreso que emanaba de sus novelas, y su actitud al lado de los nacientes movimientos de izquierda cuando en 1936 regresó al país luego de un primer exilio, le ganó para siempre el honroso apelativo de El Maestro Gallegos.
Y es precisamente esa condición suya de reconocido maestro de todo el pueblo venezolano, la que le falló de manera inexplicable cuando se prestó –al igual que lo hizo también Andrés Eloy Blanco (1897-1955), el gran poeta de ese mismo pueblo- para cohonestar el funesto golpe militar del 18 de octubre de 1945. Un golpe urdido por Marcos Pérez Jiménez con la colaboración de Betancourt, y según el esquema de guerra fría a escala internacional aplicado desde Washington, en cuanto finalizó la II Guerra Mundial, para romper la coalición anti-fascista de esa época.
La tentación del poder, seguramente, lo sedujo y lo condujo a una presidencia de la república, en 1948, que apenas le duró unos meses, pues de allí lo echaron otra vez al exilio con la segunda fase de ese mismo golpe, el 24 de noviembre de dicho año.
Pero no es del Gallegos metido a político de modo equivocado -tal como les sucedió a tantos miles de jóvenes, y también viejos, que se engañaron con las consignas demagógicas de Acción Democrática- que hoy queremos ocuparnos aquí. Más oportuno me parece que sea hacer aunque del modo apresurado de estas líneas, mención de algunos conceptos de trabajos juveniles de Gallegos poco divulgados. Me refiero a escritos suyos sobre la situación en la Venezuela de 1909, hace casi un siglo exactamente.
Escribió entonces el Gallegos de veinticinco años de edad, estas palabras: “Solemne hora, decisiva para la Patria es la que marca la actualidad.” Y explicaba.... “bajo la égida de las garantías constitucionales comienzan a orientarse hacia ideales que parecían olvidados las aspiraciones populares”.... “se agrupan hoy en patriótica jornada de civismo, en torno al hombre en cuyas manos depositó la suprema voluntad de la ciudadanía, la suerte del país.”
Ese hombre al cual se refería allí Gallegos, claro, era nada menos que Juan Vicente Gómez (¿1857?-1935), quien acababa de tomar la presidencia también por vía “revolucionaria”, como era lo habitual. Por eso añadió Gallegos lo siguiente:
“La revolución que, en el seno de la paz y en breves días, acabamos de presenciar, no ha tenido nunca un móvil egoísta y extraño a los deberes del patriotismo...” (...) “Ella partió del pueblo que, en la hora propicia, requiriendo sus derechos inmanentes, quiso arbitrar en sus propios destinos. Patriótica fue la actitud de quien, acatando la voluntad del país entero, supo posponer a todo otro, este deber capital; bien han merecido de la Patria los que estuvieron prestos a secundarlo.”
Así vio Rómulo Gallegos el relevo del primer guachimán, un tal Cipriano Castro (1858-1924) por su compadre Gómez. Y lo escribió en el primer número de una revista con nombre significativo, La Alborada, de enero de 1909. Pueden leerlo en sus Obras Selectas, ediciones Edime, Madrid-Caracas 1959, págs. 1577-8.