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Vivir en el lado malo de las vías de tren
Publie le Miércoles 19 de octubre de 2005 par Open-PublishingMucho y poco se habla de derechos humanos en Esta-dos Unidos. Todo depende. Si son los foráneos a quienes acusan de violarlos abastecen largos informativos televisi-vos o de otros medios. Si es lo que pasa dentro de ese país, entonces las noticias no son tan prolíferas. Pero a veces llega algo que quita máscaras y deja rostros al des-cubierto, y no de bellas princesas precisamente.
Así hizo Katrina, con la destrucción, desolación y muerte se empiezan a sacar conclusiones, crece lo que ya era un debate muy polémico en Estados Unidos y que ahora toma el camino de empeorar, el del racismo y la pobreza.
Si vergonzoso fue ver cuerpos de gente ahogada flotan-do por las calles de Nueva Orleans, no menos desgraciado es que la pobreza existe pero está disfrazada. Estados Unidos tiene un lado sombrío que perpetuamente está allí, en su gueto neoyorquino del Bronx, o en el Watts de Los Angeles o tal vez en el sur de Chicago, ignorado muchas veces hasta por sus propios ciudadanos y por donde los turistas no pasan: el del millón de personas sin techo, las decenas de millones sin seguro médico, una expectativa de vida inferior a la europea, un índice de mortalidad infan-til (6,5 muertes por mil nacimientos) contradictorio de la nación más desarrollada. Además, y de acuerdo con el programa de desarrollo de la ONU, un niño afroamericano tiene menos posibilidades de sobrevivir en su primer año de vida que otro nacido en las zonas urbanas del estado indio de Kerala.
Louisiana junto a Mississippi y Alabama pertenecen al triangulo de los estados más desfavorecidos de la Unión. Por lo menos las estadísticas les llevan dando ese rango hace un buen tiempo. El 67% de la población es de origen afronorteamericano con un índice de pobreza del 40%. Un 28% vive debajo de este nivel, en una ciudad donde se tiene que pagar casi mil dólares por una humilde vivienda.
Sólo un día después de que Katrina arrasase el golfo de México, el 29 de agosto, la Oficina del Censo publicaba un informe según el cual el número de pobres en Estados Unidos aumentó hasta los 37 millones de personas (1,1 millones más de desamparados) en 2004, un 12,7 por cien-to del total de la población.
Es el cuarto incremento anual consecutivo y, entre los sectores de población más afectados se destacan los afroamericanos.
El número de personas pobres ha crecido un 17% duran-te el mandato de W. Bush y la tasa de mortalidad infantil también ha aumentado desde que el junior Bush está en la Casa Blanca, lo cual no ocurría desde 1958.
El sistema de salud norteamericano es uno de los peo-res de los países industrializados. El acceso a una aten-ción médica adecuada no es precisamente para todos. El número de americanos sin seguro médico subió el pasado año, por tercero consecutivo. Quiénes carecen de cobertu-ra sanitaria crecieron en 1,4 millones de personas hasta un total de 45 millones de personas, el 15,6% de la población. Más grave aún, el informe de la oficina del Censo indica que un tercio de los que son pobres son niños y que estos son justamente hijos de afro-americanos, hispanos u otros inmigrantes.
Decenas de miles de ciudadanos norteamericanos pade-cen por negárseles el ejercicio de los derechos económi-cos, sociales y culturales. Ellos enfrentan el desempleo, arreciado bajo la actual administración, junto a la falta de vivienda, las carencias en el sistema de salud, las insufi-ciencias en la educación, la mengua de las pensiones para ancianos, y la miseria y el desamparo en que vive en la mayoría de los estados un importante por ciento de fami-lias.
Como potencia mundial, se infiere que en los Estados Unidos deberían estar garantizados para todos sus habi-tantes las potestades que recoge la Declaración de los Derechos Humanos. Sin embargo la realidad es bien distinta. funciona lo que Bush y sus seguidores llaman el “conservadurismo de compasión”: mucha solidaridad con los ricos y completo abandono hacia los pobres y peor aun si son negros o hispanos.
Como dijera e articulista español Ramon Tamames en su blog, “... se ha puesto de relieve, una vez más, que la so-ciedad opulenta, no lo es tanto para amplios demográficos, como demostró en su día cumplidamente Michael Harring-ton en “La cultura de la pobreza en EE.UU.” Porque si cier-tamente se produce con suficiencia para atender todas las necesidades, luego, en la realidad, pervive una auténtica pobreza de masas. Incluso en el país más rico del mundo, como de forma también muy acertada supo explicar en tiempos John Kenneth Galbraith. “
Katrina fue como un examen de rayos X que sacó a la luz la podredumbre de fondo, donde los habitantes esta-dounidenses, en especial, si son pobres están desprotegi-dos y olvidados a su suerte ante cualquier embate.
Negra Actualidad
El movimiento negro de los Estados Unidos logró algunas victorias, como la aprobación de la ley en 1965 que abolió la discriminación racial en materia de derechos cívi-cos, eliminando la segregación en las escuelas, cafeterías y otras estructuras sociales. Sin embargo, esos éxitos han sido incompletos porque la integración cabal y definitiva a la sociedad no ha acontecido y menos aun la igualdad.
Los damnificados del huracán Katrina son en su genera-lidad negros y pobres. Mentar esos dos atributos en el sur estadounidense es una reiteración, porque son equivalen-tes. Pero sólo añadiéndolos y analizando esa duplicada circunstancia, puede interpretarse los vergonzosos hechos en torno al ciclón.
Es evidente, entonces, como se reflejó en el catastrófico paisaje que dejó el huracán Katrina que el componente racial, aporta un gran peso en las apreciaciones que se sacan del fenómeno, puesto que casi todas las víctimas de la catástrofe, supervivientes o no, son de raza negra —en una ciudad donde dos de cada tres habitantes pertenecen a esta étnia, y en su mayoría son muy pobres. El 27,9% de la población de la capital del jazz, vivía por debajo del umbral de la pobreza, fueron miles los que no pudieron huir, sencillamente por carencia de los medios para realizarlos. Es innegable, los grupos más desamparados coinciden en Estados Unidos con el color de la piel más tostado y, en este desastre, también enlaza con las multitudes de cadá-veres, recogidos y desalojados de la más aterradora des-gracia que haya alcanzado a los estadounidenses.
El periódico local The Times Picayune señaló que la ciu-dad estaba completamente desprotegida de las catástrofes naturales ya que el Cuerpo de Ingenieros del Ejército tuvo que paralizar su labor de fortificación de diques del lago Ponchartrain y del río Mississippi debido a la recomenda-ción del presidente Bush de desviar más del 80% de la suma asignada para la protección de New Orleans a Iraq. Este corte de presupuesto para fortificar los diques, en áreas de población negra, y otra serie de displicencias por parte del gobierno norteamericano han puesto en la voz pública el sentir de que el racismo influyó en la tardía res-puesta de Washington al huracán. Las encuestas también han sacado a relucir estos temores. Seis de cada diez afroamericanos están convencidos de que el color de las víctimas jugó un papel fundamental en la reacción del Go-bierno, según una investigación de la firma Gallup realiza-da a principios de septiembre.
La discriminación racial no es nueva en Estados Unidos sin embargo, las oscuras aguas infectas que cubrieron Nueva Orleans reflejaron las tremendas desigualdades y contradicciones de una sociedad que propugna a la única superpotencia, pero que sufre gravísimas grietas interiores y ni siquiera es capaz de solventar los primarios derechos de sus habitantes de cualquier color de piel.
Las estadísticas dejan como moraleja que no siempre todo lo que brilla es oro. Con lo de Nueva Orleáns no solo se ha puesto a prueba la naturaleza de un gobierno, sino también de toda una sociedad que intenta exportar un modelo chueco a imitar.