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El recuerdo incómodo de Pier Paolo Pasolini

Publie le Miércoles 2 de noviembre de 2005 par Open-Publishing

Italia conmemora los 30 años del asesinato del controvertido poeta, escritor y cineasta con mala conciencia y sin acabar de asimilar su figura, aceptar su legado ni arrojar luz sobre su muerte

por ÍÑIGO DOMÍNGUEZ

Lo dice Nanni Moretti en su película ’Caro Diario’, cuando se deja llevar por su ’vespa’ y acaba en los solitarios páramos de la playa de Ostia: «No sé por qué, pero nunca había ido a ver el lugar donde fue asesinado Pasolini». Italia no sabe bien por qué, pero nunca ha vuelto al lugar del crimen. La noche del 1 al 2 de noviembre de 1975 moría apaleado como un perro, en un descampado, el poeta, escritor y cineasta Pier Paolo Pasolini, a los 53 años. Fue condenado un chaval de 17, Pino Pelosi, que describió lo ocurrido como un intento de abuso sexual del artista al que él respondió con violencia. Luego le pasó con el coche por encima.

El caso no estaba nada claro y esta versión encerraba varias contradicciones, pero se dio carpetazo al asunto. Por lo que tenía de incómodo y porque predominó la idea de que Pasolini, como dijo luego el líder democristiano Giulio Andreotti, «siempre se la había buscado». Como decir que, ya se sabe, le gustaban los chicos de los bajos fondos. Sus películas eran raras y blasfemas. Escribía cosas muy incómodas. Se había metido con mucha gente.

Pelosi confesó por fin el pasado mes de mayo que él no le mató, que no actuó solo y que mintió por temor a represalias a su familia. Fue más bien una emboscada de matones. Al margen de esta revelación, que confirma lo que todo el mundo se imaginaba, Italia recuerda al autor de ’Accatone’ o ’Los cuentos de Canterbury’ (Oso de Oro en Berlín en 1972) con una sensación culpable, de cuestión íntima no resuelta. Se le recuerda, sí, pero de forma dispersa, por barrios y sin marchamo oficial.

Homenajes dispersos

El reciente festival de Venecia, por ejemplo, apenas se limitó a proyectar el último día la copia restaurada de su última película, ’Saló’, tan dura y repulsiva que es casi imposible verla entera. La exposición más ambiciosa no es más que una pequeña muestra en el solitario museo romano de Trastevere. En la capital italiana hay estos días unos 40 actos, homenajes, conferencias, libros, proyecciones, pero todo con un sabor marginal, muy municipal, o de empeños individuales. Además estos aniversarios en Italia son muy incómodos, porque ponen en evidencia el abismo que separa el país actual de su glorioso pasado cultural.

No pasa un día en Italia sin que alguien cite a Fellini, pero Pasolini es menos manejable, más anguloso. Su obra vive porque a un nivel subterráneo, académico, no masivo, se siguen viendo sus películas, se reeditan sus libros y se releen sus ensayos. Parece un culto privado a uno de los grandes intelectuales italianos del siglo XX. «Pasolini era sobre todo un poeta ¿y no nacen tantos poetas! ¿Sólo cuatro o cinco cada siglo!», clamó indignado en su funeral, al borde de las lágrimas, el escritor Alberto Moravia.

Pasolini era sobre todo un literato y llegó al cine muy tarde y sin tener ni idea del oficio. Además de sus 22 películas, una filmografía árida y sorprendente, ha dejado cuentos, novelas, ensayos, reportajes periodísticos.... Se acaban de terminar de editar sus obras completas y llenan 12 volúmenes. Atormentado, provocador, activista político, en Italia aún se intenta comprender cómo se unen en él la pasión por la revolución y la tradición, lo popular y lo clásico: lo mismo recurre a Totó, icono genial de la comedia italiana, en una versión con marionetas humanas de ’Otelo’ (dentro del filme colectivo ’Capricho italiano’) que a una diva como la Callas para filmar ’Medea’. Deseaba desenterrar lo arcaico y devolverlo al pueblo, con afán pedagógico.

Viajes y procesos

En su búsqueda viajó mucho, otro aspecto poco explorado, e hizo ’apuntes’ en forma de documental en África, India, Palestina o en Yemen, cuya fascinante capital, Sana’a, contribuyó a salvar del derribo haciendo un llamamiento a la Unesco. Entre el crudo realismo, la tragedia griega, la inquietud religiosa y la literatura más pagana, se despliega una obra compleja, impregnada de una nostalgia de la inocencia y gravemente angustiada por el presente. Acumula con el tiempo lastres de la época, pero es que ni siquiera nadie alza la voz para decir que, a lo mejor, algunas de sus películas son un plomo. Permanece intocable, momificado, justo lo contrario de lo que era en vida.

Pasolini fue procesado 33 veces, y siempre absuelto. La mayoría de sus películas fueron secuestradas por los tribunales. Era, en cambio, un hombre afable, casi tímido, muy culto, que detestaba la violencia, con un elevado sentido moral, pero fue anatematizado como símbolo de la depravación. No fue un obstáculo para erigirse en uno de los jueces más lúcidos e implacables de su tiempo, y casi nadie se lo perdonó, ni a derecha ni a izquierda. Solitario en un país de conciliábulos, no se casó con nadie.

Dirigía en chaqueta y corbata pero era un intelectual que jugaba al fútbol. Atacó sin piedad a la Democracia Cristiana, a la Iglesia y al sistema político italiano, pero también fueron famosos sus artículos del ’Corriere della Sera’ de los últimos años contra el pelo largo, el aborto o los «hijos de papá» de mayo del 68. En realidad, su enemigo último era la sociedad de consumo en que se estaba convirtiendo Italia, con un empobrecimiento cultural y moral que veía avanzar a grandes pasos. Y eran los sesenta, quién sabe lo que diría hoy. Lo más sorprendente es que resulta asombrosamente actual e Italia sigue siendo vulnerable a sus juicios. Era respetado pero, en general, se le trataba como si estuviera loco. Decía cosas como ésta: «Acabará así: no habrá más cine, sólo pornografía y televisión, y la televisión querrá educar nuestros modos de vida, construyendo historias a la medida, mostrando que la vida está hecha de continua repetición. Y este será el nuevo fascismo». ¿Algún parecido con la realidad de hoy?

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