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Maquiavelo: ética y política

Publie le Miércoles 2 de febrero de 2005 par Open-Publishing
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La falsa antítesis entre ética y política en el pensamiento maquiaveliano

Por Fernando Cesaretti y Florencia Pagni

Con frecuencia se afirma que la aportación fundamental de Nicolás Maquiavelo a la formación del pensamiento moderno, reside en haber establecido la división entre ética y política. Partición esta que conlleva la autonomía de la política respecto de la ética. Corroborar o refutar la existencia de tal división en el pensamiento maquiaveliano es el interés fundamental de este trabajo.

Florencia

Nicolás Maquiavelo nace en Florencia en 1469 y muere en la misma ciudad en 1527. Su vida esta signada por las vicisitudes que se suceden en la urbe del Arno y en toda Italia, en el tránsito entre el siglo XV y el XVI.

El comienzo de su existencia coincide con un período de delicado equilibrio, fundado en un sistema de alianzas entre distintos estados que, siendo los emergentes de la desarticulada configuración política de la Italia medieval, se reparten el territorio y la influencia política.

Pero ese equilibrio se hará pronto pedazos, dando lugar a uno de los períodos más tormentosos de la historia peninsular.

Todo ello al tiempo que se van configurando las grandes formaciones estatales de la Europa Occidental. Así, Inglaterra y Francia, tras su enfrentamiento de casi un siglo, asisten a otras luchas intestinas entre nobleza y realeza, al final de las cuales, los señores quedan debilitados de tal manera que emerge un poder real centralista y unificador, preanunciado la formación del estado absolutista.

De igual manera en España, la unión matrimonial de Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, da lugar, junto a la caída del último baluarte moro en Granada, a la unificación fáctica territorial y política en torno a la Corona.

Finalmente en Oriente, la larga agonía del Imperio Bizantino, culmina con la caída de su capital y su hinterland balcánico, a manos del empuje expansionista del nuevo Imperio Otomano.
Frente a todas estas nuevas potencias, Italia permanece dividida y sin miras de unificación, pese a la centralizadora tradición romana. A ello se suma la recurrente intervención extranjera, acentuada a fines del siglo XV, debido al creciente poder de las grandes potencias. Italia, tierra rica y dividida, es entonces, un excelente y apetecible botín.

En el sur peninsular, el Reino de Nápoles, es objeto de codicia tanto de Francia como de Aragón.
En el centro, los Estados Papales y Florencia, mantienen un delicado equilibrio pronto a estallar, dadas las ambiciones encontradas del Papa y del rey de Francia.

En el norte, el Milanesado y Venecia son las formaciones estatales de mayor envergadura. El primero está acechado por las pretensiones de la Corona francesa. La República Serenísima al mismo tiempo ve cortada sus rutas comerciales con Oriente por el Turco.

En Florencia, la opulencia de los antiguos gremios artesanales da lugar a una aristocracia financiera que encarnada en la familia Médicis, se hace del poder durante seis décadas. En 1494, la intervención francesa acaba con esa hegemonía. Se restaura entonces el sistema republicano, que conducido en su gobierno en primer lugar por Savonarola y luego por Soderini, durará hasta 1512, año en que la suerte favorecerá a la liga papal en su lucha contra los franceses. Para Florencia el resultado de la guerra significa el retorno de los Médicis al poder. Para Maquiavelo señala el comienzo de un largo ostracismo.

Acaba entonces su participación en la vida pública, en esa comuna republicana florentina en la que ha desempeñado varios cargos, algunos de ellos de gran complejidad, en cuestiones de política interna, militar y manejo de relaciones exteriores.

Toda esta experiencia acumulada en tres lustro de participación en la cosa pública, junto al dejo amargo que le produjo el fracaso del gobierno del que fue parte, será volcada un año después, en su obra canónica, El Príncipe.

El Príncipe

Formalmente se trata de una obra que pretende ser un tratado sobre los distintos tipos de principado. Y en realidad destaca por lo que no es:
No es un tratado humanístico o medieval. Al contrario de estos, está escrito en lengua vulgar y no en latín, como era usual en aquellos.

Asimismo su estructura no tiene la distribución y el equilibrio de estos tratados. Maquiavelo llega a minusvalorizar su obra, motejándola de “opúsculo” o “antojo”.

Todo esto nos muestra una obra no encuadrable en los modelos de la literatura humanística tradicional. Una obra única y original, tanto en su estructura como en su contenido.

Dividida en capítulos, los dos primeros tratan breve y respectivamente acerca de los diversos tipos de principado y de los principados hereditarios acostumbrados a la sangre de su príncipe.
Es a partir del tercer capítulo donde Maquiavelo aborda el tema fundamental de su obra: “el príncipe nuevo”. Analiza entonces los distintos tipos de principado que responden a esa fenomenología.

La distinción fundamental se da por el momento de la conquista y el momento del mantenimiento. La condición fundamental para que el principado nuevo (producto de la fortuna, la conquista o la herencia) sobreviva y se consolide, es que el príncipe no se limite a ocupar una estructura política, sino que proceda a su transformación o renovación.

Finalmente nos encontramos con los capítulos más difundidos y peor comprendidos de su obra, aquellos que vulgarmente sustentan el sentido negativo dado a términos como “maquiavelismo” o “maquiavélico”. Con ellos se pretende adjetivar el uso del poder político ejercido sin el freno de escrúpulos morales, donde todo es considerado válido para la consecución de un fin determinado.
Tal interpretación está fundada en simplificar el pensamiento político de Maquiavelo a la literalidad expresada en frases tales como que el príncipe no se preocupe de incurrir en la infamia de aquellos vicios sin los que difícilmente se pueda salvar el Estado (cap. XVI),...un príncipe (debe) despreocuparse de la infamia de cruel (cap. XVII),...cuando se halle necesitado, para mantener el Estado, puede obrar contra la fe, contra la caridad, contra la humanidad, contra la religión (cap. XVIII).

Pero estos capítulos, pese a su exitosa mala divulgación, no son todo El Príncipe, y no es correcto aislarlos del conjunto de la obra. Si hacemos un breve análisis de su texto podemos inferir que el tema dominante es el de la regeneración de un organismo político corrupto, o como expresa el autor en el cap. XXVI, su redención mediante la introducción de un orden nuevo por un príncipe nuevo. Ese príncipe que llega a ser tal, por propia virtud.

Pero ese principado nuevo apenas es un esbozo teórico. Maquiavelo no encuentra en la realidad italiana referencia ni modelo concreto alguno. Pone entonces el ojo más allá de la frontera.
Así contrapone las ciudades suizas y alemanas a las italianas, afirmando que aquellas están muy armadas y son muy libres.

Observa con particular interés a las grandes monarquías absoluta, en especial la francesa, a la que considera como uno de los reinos bien gobernados y ordenados de nuestro tiempo, en el que se encuentran muchas buenas constituciones, en particular el Parlamento, que es un doble freno equilibrante, ya sea de la ambición del poderoso o frente al pueblo. Observa el contraste con la monarquía del Turco, en el que un déspota manda un pueblo de siervos.

Diferencia claramente entonces entre la monarquía despótica asiática y la monarquía absoluta de tipo occidental. Intuye en esta última una forma más moderna de organización política y social, que fácticamente se expresa en los éxitos militares.

Unidad de obra y pensamiento

El Príncipe no es la única obra de Maquiavelo. Entre otros escritos, el florentino es el autor de una comedia: La Mandrágora; un tratado militar: El Arte de la Guerra, una reconstrucción del pasado de su ciudad: Historias Florentinas, y otras obras menores.

Una se destaca en particular. En la misma época del comienzo de su ostracismo en que da a luz El Príncipe, comienza a escribir Discursos sobre la primera época de Tito Livio.
Hay entre ambas obras una aparente contradicción de principios. Por un lado un teórico Maquiavelo aconseja a los poderosos en El Príncipe, a tener ausencia de prejuicios. Por el otro, un republicano Maquiavelo en Discursos..., la emprende contra Julio César por haber este acabado con la libertad republicana en Roma.

Esta contradicción si se plantea como dilema, se plantea mal. Debemos ver en Maquiavelo una unidad de obra y pensamiento. Vista ya someramente su obra, hagamos una aproximación a su pensamiento.

Este no se inscribe únicamente en el breve paso de su vida terrena. Como acertadamente afirma José Luis Romero, “el pensamiento de Maquiavelo se inscribe en el largo plazo de la formación de la mentalidad burguesa que a partir del siglo XI, se va gestando a la sombra de los cambios estructurales que sacuden a la Europa”.

Así lenta y persistentemente, la aparición de nuevas clases en el seno de una sociedad binaria (poseedores y no poseedores de la tierra) da lugar a esa nueva mentalidad que no es la cristiano feudal estática, jerárquica y basada en un orden divino.

Las nuevas clases no aceptan esa visión inmutable. La realidad social adquiere entonces, al compás de las luchas de la naciente burguesía contra los señores feudales, un carácter histórico y desacralizado. La mentalidad burguesa nace necesariamente profana. Esa profanidad es el resultado de una actitud de entendimiento directo con la realidad, con expresa omisión del origen de esta. La figura humana es pensada como algo concreto y no como una abstracción. Se reconoce una metafísica, pero se actúa como si esta no existiera.

Ante esto los grupos más tradicionales y cerrados, intentan volver cerrilmente a las fuentes y creencias religiosas, abrevando en la más estrecha mentalidad cristiano feudal, para combatir la mentalidad burguesa.

Otros grupos, especialmente las nuevas aristocracias, juegan a la gallinita ciega del pensamiento, encubriéndose bajo una artificiosa teatralidad religiosa. La regla es el eufemismo y el no declarar explícitamente los fundamentos del pensamiento burgués.

Frente a todo esto, afirma el florentino con indudable coraje, que el hombre es un ser natural, que la política tiene fundamentos profanos y que las nuevas burguesías obran motorizadas por su propia mentalidad, aunque formalmente adscriban a un sistema tradicional en el que no creen.

El primer pensador de la modernidad

Es esta pública ruptura con los modos medievales de pensamiento, la que hace de Maquiavelo el primer pensador político genuinamente moderno. Asimismo su hostilidad a los gobiernos hereditarios y a la nobleza parasitaria, denota los avances de su pensamiento en conceptos tales como legitimidad y autoridad. Su dedicada aplicación a la profesión de teórico político podemos entenderla como una respuesta moral que trasunta su preocupación humanística en un contexto de corrupción generalizada.

Maquiavelo conoce la definición aristotélica del carácter distinto y contrapuesto de la ética y la política. Sin embargo estos términos no aparecen con frecuencia en sus obras. Más que estas ausencias, sorprende en un autor calificado de impío una presencia constante: la del término “religión”.

Varios capítulos de los Discursos están dedicados a la función de la religión en la conservación del Estado, función esta que considera de gran importancia. No se refiere sin embargo a una religión determinada o a alguna iglesia en particular. Lo que interesa a Maquiavelo es aquello que todas las religiones tienen en común: su función de vínculo social y de cohesión política. Ese interés se torna visible en El Príncipe, cuando considera que junto al príncipe nuevo, las órdenes nuevas están conformadas no solo por buenas armas y buenas leyes, sino también por nuevos valores y reglas de convivencia.

Forzando el análisis estaríamos frente a una “Reforma”. No nos parece tan descabellado establecer cierto paralelismo entre Maquiavelo y lucero. Frente a la interpretación tradicional que sostiene que la aportación de Maquiavelo al pensamiento político moderno, es la separación de política y ética, y la autonomía de la primera respecto a esta, los autores de este trabajo nos inclinamos por una interpretación diferente.

Sustentamos que si para Maquiavelo, la “religión” no es otra cosa que la moral y la ética, se torna falsa la antítesis entre esta y la política. Si la política es vista como la persecución de fines generales en vistas a la realización de una mejor convivencia social, implica entonces valores éticos.

La verdadera antítesis no se da entre ética y política, entendidas ambas como dos concepciones diferentes del actuar humano, sino entre dos concepciones del mundo, o en términos de Maquiavelo, entre dos “religiones”, dos sistemas de valores, encarnado uno en la mentalidad cristiano feudal, y el otro en la profanidad renacentista de la mentalidad burguesa. Esta oposición entre ambos sistemas, encuentra a Maquiavelo siendo parte del segundo al que al mismo tiempo ayuda a construir. Su rechazo a los absolutos morales cristiano feudales, no implica de su parte negar la existencia en la naciente modernidad de criterios éticos donde encauzar la acción y aplicación de la actividad política.

Es Maquiavelo, en tanto el más alto exponente de la mentalidad burguesa del siglo XVI, quién llama a las cosas por su nombre, en el mismo momento en que triunfa el compromiso de no hacerlo. Tal vez en ese importunismo, en ese “discurso políticamente incorrecto”, se encuentre la clave del destino que se le reservó a su pensamiento, adjetivado de manera irremediablemente negativa. Ética y política, dos partes de un todo que desde hace cinco siglo muchos “maquiavélicos” pretenden escindir, demostrando no haber comprendido en absoluto al gran humanista florentino.

Fernando Cesaretti y Florencia Pagni
Escuela de Historia. Universidad Nacional de Rosario


Fuente: Grupo Efefe
Grupo_efefe@yahoo.com.ar

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