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Despertar al Dragón

Publie le Sábado 19 de marzo de 2005 par Open-Publishing

Los chinos, hasta ahora, no han salido a dominar el mundo, pero no sabemos si China persistirá en esos modales corteses o apáticos.

Por William Ospina



ALGUNA VEZ MAO ZE DONG dijo que si todos los chinos se ponían de acuerdo (cosa que no sería muy difícil) y daban al mismo tiempo una patada en el suelo, el resto del mundo lo iba a pasar muy mal. Mao no ignoraba que también los chinos padecerían las consecuencias de ese golpe unánime, pero quería recordarnos que el poder de China es algo más que un poder económico o militar: es el trabajo concertado de una quinta parte de la humanidad, 1.300 millones de personas, que habitan el tercer país más extenso del mundo, después de Rusia y de Canadá, y que aunque no estuvieran unidos hoy por instituciones tan poderosas, forman una nación unida y centralizada hace 2.300 años.

CHINA ES ALGO MÁS QUE UN PODER ECONÓMICO O MILITAR: ES EL TRABAJO CONCERTADO DE UNA QUINTA PARTE DE LA HUMANIDAD...

El caso de China es, sin duda, el más extraordinario de la historia. Una sociedad que ya practicaba la agricultura y la ganadería hace 6.000 años; que aprendió a fundir el bronce, a utilizar instrumentos de hierro y a elaborar piezas de alfarería blanca y esmaltada hace 3.000; una cultura que inventó el papel, la pólvora, la imprenta y la brújula, y que hace 2.000 años realizó la obra hidráulica de Dujiang yu, que sigue sirviendo hoy para trabajos de regadío, para desviar inundaciones y para evacuar arenas; una cultura que hace doscientos años empezó a ser invadida y degradada por las potencias occidentales y que hace sesenta se había convertido en un estremecedor basurero humano, se ha transformado en las últimas décadas en el mayor ejemplo de reconstrucción social de todos los tiempos y se dispone a ser el principal protagonista del futuro inmediato en nuestro planeta.

Los chinos son pacientes y no parecían tener mayor afán en demostrarnos todo lo que pueden. Su nación fue unificada a partir del año -221 por el emperador Qin Shi Huan (protagonista de la reciente y hermosa obra cinematográfica Héroe).

Este emperador es un personaje tan asombroso como su país: no sólo unificó las letras, las unidades de medida y la moneda del territorio, sino que ordenó la edificación de la gran muralla, una fortificación que serpentea por las montañas a lo largo de 5.000 kilómetros y que contuvo el avance de los mongoles y los obligó a desviarse hacia los reinos de Occidente. Pero su labor fue más allá: también ordenó la quema de todos los libros para que la historia comenzara con él, y ordenó la elaboración de la obra de arte más desmesurada y mágica de la historia, ese ejército imperial de terracota en tamaño natural de miles de caballos y de miles de guerreros, cada uno con su traje y su fisonomía singular, que ha sido el asombro del mundo desde su descubrimiento en 1974.

PERO DE TODAS LAS OBRAS desmesuradas de ese emperador delirante, tal vez la más notable es China misma. Todo en ella tiene dimensiones planetarias, todo hormiguea y abruma, y al mismo tiempo todo sorprende. Cuatro mares la rodean: el de Bohai, el Amarillo, el Oriental y el Meridional. Su población de 1.300 millones está gobernada por el partido político más grande del mundo: 70 millones de militantes. El país tiene tantos funcionarios, 13 millones, uno por cada 100 ciudadanos, que ha tenido que emprender recientemente una amplia campaña de simplificación institucional. En un proceso de urbanización que no logra sin embargo borrar la profunda vocación agrícola de su sociedad, 520 millones de chinos están ya en las ciudades, pero todavía 780 millones trabajan en los campos. La inmensa mayoría de esa población pertenece a la etnia Han y habla su lengua, a la que llamamos mandarín aquí en el Este (porque es bueno recordar que para nosotros, que no somos Europa, los chinos están en el Occidente y los europeos en el Oriente). La sola lengua Han tiene 100 dialectos, pero además de ella en China están vivas 72 lenguas orales y de ellas 25 lenguas escritas. Mongoles, tibetanos, uigures, kazakas, kirguiz, yis, dais, lahus, jingpos, xibos, tienen lenguas escritas propias, además de las minorías de rusos y de coreanos que habitan en sus orillas. Algunos, como los dais de Yunán, tienen cuatro lenguas escritas. Los lisus, por su parte, son un pueblo protestante que usa una extraña lengua escrita en letras latinas mayúsculas e invertidas.

Un querido amigo solía recordar que los chinos inventaron el papel pero sólo lo usaron para hacer cometas y dragones livianos que echaban a volar en las fiestas de primavera. Que inventaron la pólvora pero sólo la usaron para hacer fuegos de artificio. Que inventaron la brújula pero no salieron a conquistar a nadie. Y que en cambio los occidentales usaron esas cosas para invadir a los chinos con Biblias, para invadir a los chinos con armas de fuego, para invadir a los chinos.

ALLÁ SE PROFESAN todas las religiones, y aunque la mayor es el taoísmo, que nació en China, que practica el culto de la naturaleza, la veneración de los antepasados y el disfrute de la sexualidad, los indios les llevaron el Budismo en el siglo I, los árabes el Islam en el VIII, y los europeos sus diversos cristianismos a partir del siglo XVII. Los chinos, hasta ahora, no han salido a dominar el mundo, y eso podría servirnos de consuelo frente a la prepotencia colonialista de los europeos y los norteamericanos, pero no sabemos si China, convertida hoy en la gran potencia planetaria, persistirá en esos modales corteses o apáticos.

TAL VEZ LA LABOR DE BUSH NO HAYA SIDO SÓLO VIOLAR LA LEY INTERNACIONAL SINO DESPERTAR AL DRAGÓN.

Hasta ahora sólo tenemos derecho a hablar de sus aportes civilizatorios, desde el arado y el papel hasta la ingeniería y la filosofía. Al cabo, cada uno de los grandes períodos de la historia china le dejó a la humanidad alguna conquista memorable, arados, tejidos de seda, jarrones de porcelana, el arte exquisito de sus dibujantes de abismos y de nieblas, su caligrafía que es también un arte de pensadores y de guerreros, su arquitectura, su particular concepción del paisaje, su música y sus danzas, sus barcos, sus mitologías, su singular relación con la naturaleza, su gastronomía refinada e inagotable, las obras de Confucio, de Lao Tse, de Mencio y de Sun Wu, la exquisita arquitectura del I Ching, el libro de las mutaciones, y las tres obras literarias clásicas de la última dinastía: Los cuentos extraños de tertulia, La Historia extraoficial de los letrados, y El sueño del aposento rojo, también llamado El sueño de las mansiones rojas, sin olvidar el tono peculiar de sus poetas, la muchacha que barre en vano las sombras de las flores en la terraza, los reproches de Wang Wei al emperador amarillo y el esfuerzo fatal de Li po, tratando de atrapar la luna que flotaba en el agua.

Pero China no ha dejado de crear, y una de sus más recientes creaciones es la interpretación que hizo de las filosofías europeas, particularmente del hegelianismo y del marxismo, para darles fuerza nueva a sus propias tradiciones. De las delicuescencias de la Guerra del Opio, de los desgarramientos de las guerras civiles, de las atrocidades de la invasión japonesa, surgió China actual, que conjuga ese extraño unanimismo milenario, esa voluntad de muchedumbres que a veces nos parece a nosotros más afín a las hormigas que a lo humano, pero que arroja como resultado un país con crecientes niveles de bienestar, y al que no es fácil encajonar con las etiquetas de nuestra época.

Ese paradójico país socialista donde todo el mundo hace treinta años vestía con uniformes índigo celebra hoy bodas con cortejos de veinte limusinas, tiene establecidas en su territorio más de 40.000 empresas de los Estados Unidos, con una inversión que supera los 43.000 millones de dólares, ha visto en los últimos años multiplicarse su consumo per cápita por 20, ha concluido el mapa del genoma del arroz y del gusano de seda domesticado, ha prohibido por primera vez en el mundo, por razones de conservación de especies, la pesca en uno de los ríos grandes del planeta, está viendo nacer tres palabras nuevas cada día en su lenguaje incorporado a todos los desafíos de la época, con su plétora de comercio, contaminación y turbulenta globalización, y contra todo lo que podría esperarse hace un cuarto de siglo, en tiempos de la Revolución Cultural, aprobó desde el 1º de mayo del 2003 el derecho de los ciudadanos a pilotear aviones privados.

ESE ES EL EXTRAÑO PAÍS que, irritado por la política intervencionista de los Estados Unidos frente a Iraq, donde hoy reina el más indescriptible caos, frente a Afganistán, que colinda con China, frente a Corea, frente a Irán, y frente a su propia isla de Taiwan, a la que no muy secretamente alientan los norteamericanos en su proyecto independentista, ha decidido alzar la voz en el escenario internacional, y decir por primera vez que está listo a impedir con las armas cualquier intento de secesión. De modo que tal vez la labor de Bush no haya sido sólo violar la ley internacional y sembrar el caos por doquier, sino despertar al dragón.