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El ideario pedagógico martiano en el perfeccionamiento...

par Vicente E. Escandell Sosa*

Publie le Viernes 2 de marzo de 2012 par Vicente E. Escandell Sosa* - Open-Publishing

El ideario pedagógico martiano en el perfeccionamiento de la formación de valores en la educación superior
Por Vicente E. Escandell Sosa*

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El ideario pedagógico martiano en el perfeccionamiento de la formación de valores en la educación superior
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RESUMEN

La formación de valores en general, y particularmente en las universidades, se enfrenta a un nuevo reto dado por la transformaciones de nuestra sociedad y sus perspectivas de desarrollo en todas las esferas y por el impacto negativo que ha ocasionado el llamado “periodo especial” referido a los valores, debiéndose lograr la coherencia necesaria en las acciones a desarrollar para que contribuyan a la formación integral de la personalidad de nuestros educandos sobre la base de la unidad de acción y consenso de intereses sociales en defensa de la revolución y la construcción del socialismo en el país.

En el trabajo se expone una visión, esencialmente martiana, partiendo de insuficiencias señaladas en el proceso docente-educativo universitario, de cómo desarrollar integralmente la personalidad de los estudiantes universitarios, basada en el reforzamiento de un grupo de valores morales que durante el período especial se han ido deteriorando en nuestra sociedad, posibilitando la acentuación de las diferencias que existen actualmente.

INTRODUCIÓN.

La formación de valores en Cuba, como “determinaciones espirituales que designan significación positiva de las cosas, hechos, fenómenos, relaciones y sujetos, para un individuo, un grupo o clase social, o la sociedad en su conjunto” (PCC, 2007, p. 4), se enfrenta a un nuevo reto dado por la transformaciones de nuestra sociedad y sus perspectivas de desarrollo en todas las esferas, unido , unido al desencadenamiento de actitudes negativas causadas por la crisis económica o llamado “periodo especial” que vive el país desde los años noventa del siglo pasado, en el cual se desarrollaron patrones de conducta que nada tenían que ver con los valores que preconizaba nuestra Revolución.

Ante estos fenómenos que impactan en la formación de valores en nuestra sociedad, debe lograrse la coherencia necesaria en ella para que contribuya a la formación integral de la personalidad de nuestros educandos sobre la base de la unidad de acción y consenso de intereses sociales en defensa de la revolución que posibilite, además, una profunda labor ideológica acorde a la construcción socialista del país, o sea, la edificación de la nueva sociedad, que, como dijo Fidel: “[…] es esencialmente, una tarea política y una tarea revolucionaria, tiene que ser fruto del desarrollo de la conciencia y de la educación del hombre para el socialismo y para el comunismo”. (Castro, 1986, p. 4.) (El subrayado es del autor).

Evocando la relación que existe entre las universidades y los estudiantes, Martí escribía: “Las Universidades parecen inútiles, pero de allí salen los mártires y los apóstoles”. (Martí, 1961, p. 231) Este pensamiento martiano nos indica la enorme responsabilidad e importancia que tenemos en la formación de nuestros profesores, pero especialmente, de nuestros estudiantes, al ser estos, objeto, pero, al mismo tiempo, sujeto de esa labor ideológica, que les posibilita ser, como decía el Maestro, complementando su pensamiento anterior: “el baluarte de la libertad, y su ejército más firme”. (Martí, 1961, p. 231).

Es objetivo del trabajo, exponer, no de forma acabada por ser muchas las aristas, determinadas consideraciones, que a mi juicio, deben tenerse en cuenta para perfeccionar gradualmente la labor educativa en la universidad, sobre la base de profundizar y fortalecer la educación en valores por todos los actores socializadores de la universidad.

DESARROLLO.

Insuficiencias en el proceso docente educativo universitario para lograr el graduado a que aspiramos.

Como profesores, para educar en valores, comencemos reflexionando en las preguntas que relacionamos a continuación, basadas en las críticas formuladas por Carlos Rafael Rodríguez a la educación universitaria, en su discurso de agradecimiento al recibir el grado de “Profesor de Mérito” de la Universidad de La Habana, el 27 de Mayo de 1983, aspectos aún latentes en nuestra labor como educadores, a pesar de los esfuerzos realizados en su erradicación.

¿Somos la contrapartida adecuada, conquistada por el mérito y el prestigio, para que los estudiantes logren las aspiraciones y exigencias necesarias de la sociedad que construimos?
¿Abarcamos todas las perspectivas de nuestra especialidad? Y si lo hacemos, ¿es suficiente?
¿Actuamos con libertad y responsabilidad absolutas en las formas de transmitir los contenidos de la enseñanza de los programas aprobados colectivamente o somos víctimas del estéril “metodologismo” contrario a la necesaria metodología de la enseñanza? Se trata de enseñar sin anarquía pero sin dogmatismo. (Rodríguez, 1984).

No obstante las preguntas anteriores, basadas en las críticas formuladas por Carlos Rafael Rodríguez, es necesario formular otras, que nos permitan determinar el grado de insuficiencias que presentan otros aspectos de nuestra labor educativa como profesores universitarios para el desarrollo de valores morales.

¿Asumimos y respetamos la prédica martiana de la “dignidad plena del hombre” ante nuestros alumnos, nuestra familia y nuestros compañeros?

¿Desarrollamos en ellos su autoconciencia, la reafirmación del yo en relación con los demás así como el ejercicio de la valoración y la autovaloración?

¿Qué atención prestamos al mundo espiritual, a la esfera afectiva-volitiva, al despliegue de los sentimientos, emociones, el tesón, la constancia, la voluntad en los estudiantes?

¿Nuestros métodos de enseñanza-aprendizaje ayudan a la necesaria comunicación, a la participación activa y confrontación de sus puntos de vista, estimulan al talento, la creatividad e independencia de los alumnos, a actuar como personas honradas, honestas, sencillas?

¿Ayudamos, además, a formar un pensamiento abstracto y sistémico a la vez, que sea contrario al dogma, a la metafísica, a la intolerancia, que acepte los diferentes puntos de vista que puedan existir en la percepción de un problema u objeto de estudio?

Acerca de algunas de estas insuficiencias, ya nos había alertado Carlos Rafael Rodríguez, en su discurso anteriormente mencionado, cuando señalaba:

• Es insuficiente todavía la relación de la ciencia y la tecnología, con la cultura humanista, los valores y la ideología, en el proceso docente-educativo universitario.
• Existe todavía cierta dicotomía entre la instrucción en detrimento de la educación.
• No solo en las costumbres formales de convivencia es donde se han perdido valores, advirtiéndose todavía, la falta de una visión cultural en los graduados como el antídoto contra la vulgaridad y la chabacanería.
• Todavía nuestros graduados no son capaces de orientarse adecuadamente en los problemas que presenta su profesión o ciencia al no poseer, en su sentido más amplio, una información al menos sumaria sobre el avance científico en otros campos esenciales.

¿Por qué, a pesar de que existe un Programa Director para el Reforzamiento de los Valores en la Sociedad Cubana Actual y las acciones que realizan el MES y el MINED están basadas en dicho Programa, sin embargo, no se obtienen los resultados esperados? ¿Por qué, si existe un alto nivel de instrucción, nos preocupamos cada vez más, por la calidad de la enseñanza, y de que todas las asignaturas tributen a la educación en valores, todavía persisten las indisciplinas y la falta de valores en nuestros estudiantes?

Por otra parte, el proyecto nuestro, socialista, pasa por el desarrollo de valores como la independencia y/o soberanía nacional, la justicia social, el antimperialismo, la dignidad humana, el internacionalismo y muchos otros, y para lograrlos es necesario la actualización de nuestro modelo económico, porque como país subdesarrollado que construye el socialismo, el gran esfuerzo que se realiza en la formación ética, en la formación de valores, se estrella contra la precaria realidad económica nuestra, que es parte importante de las preocupaciones, expectativas e intereses de nuestra población y de nuestros estudiantes y esa realidad tan fuerte tiene impactos morales y éticos de todo tipo que no podemos pasar por alto, determinando que la función afectivo-educativa que debe desempeñar la familia como cuestión de primer orden ha pasado a segundos planos. Recordemos al Apóstol cuando nos dice: “Ser bueno es el único modo de ser dichoso. Ser culto es el único modo de ser libre. Pero, en lo común de la naturaleza humana se necesita ser próspero para ser bueno.” (Martí, 1961, p. 98).

La situación descrita anteriormente obedece a la ausencia de una articulación coherente de acciones, a todos los niveles e instituciones de nuestra sociedad, que posibilite lograr un verdadero y eficiente sistema de influencias educativas; falla entonces, la estrategia planificada. Es necesario lograr la coherencia en dicho sistema para evitar la separación entre el discurso y la realidad a cualquier nivel. Son cuestiones a las que debemos ir una y otra vez para el perfeccionamiento de la formación de valores en nuestros educandos y, a la vez, de la labor político-ideológica que debe realizar el claustro de profesores.

VALORES MORALES: BASE DE OTROS VALORES DE NUESTRA IDEOLOGÍA.

De lo que se trata es de reforzar la formación de un grupo de valores morales que durante el período especial se han ido deteriorando en nuestra sociedad, posibilitando acentuar las actuales diferencias que existen. ¿Por qué debemos fortalecer fundamentalmente estos valores?

Primero: Porque ellos, al ser esenciales y abarcadores de la personalidad, constituyen la base de otros valores de nuestra ideología que en conjunto forman el sistema de valores necesarios para la transición al socialismo.

Segundo: Porque “son el resultado de la actividad humana, las relaciones entre las personas y el progreso social humano, se manifiestan en los sentimientos, las acciones, comportamiento, el trato y la comunicación y caracterizan las cualidades morales buenas de las personas, así como las acciones de buena voluntad humana. Estos valores orientan la actitud y conducta del hombre, hacia el Progreso Moral, a la elevación del humanismo, y al perfeccionamiento humano” (Universidad para Todos, Curso de Ética y Sociedad, p. 10) basados en los valores morales de la ética de José Martí.
Pero, ¿cómo formar y desarrollar estos valores? De ello daremos, en el próximo epígrafe, algunas consideraciones partiendo de las reflexiones anteriormente planteadas sobre la base de una visión esencialmente martiana.

EL IDEARIO PEDAGÓGICO MARTIANO Y EL PERFECIONAMIENTO DEL PROCESO DE FORMACIÓN DE VALORES MORALES EN LA UNIVERSIDAD

El cambio de las condiciones objetivas y de generaciones de personas que se dan en las diferentes etapas históricas del desarrollo, debe traer, como consecuencia, cambios en la mayor parte de los contenidos y los mecanismos de influencia de la labor educativa e ideológica que conduzca al proceso -contradictorio y complejo- de formación cosmovisiva de los estudiantes y sus normas de conducta. Debemos tener en cuenta, que tenemos una juventud instruida, con una relativa cultura general integral, y esto determina, que esa joven generación no actúa solo por simples impulsos emocionales ni que sus valores conceptuales no tengan una relación directa con la realidad.

Es erróneo desarrollar valores pretendiendo llegar a los jóvenes con esquematismos y argumentos insustanciales y también hacer generalizaciones superficiales sobre nuestra juventud, sin tener en cuenta que cada generación necesita de sus propias motivaciones, sus propios valores, y que nadie será revolucionario solo porque le narremos penurias. (Lazo, 2008).

Es por ello, que los conocimientos deben apoyarse en la práctica de la actividad social de los estudiantes. Estos aprenden a actuar de acuerdo con los intereses del colectivo y se proponen como meta objetivos sociales. Sobre esa base es preciso elevar el grado de conciencia de los estudiantes, enriquecerla con los conocimientos acumulados por la humanidad, pero con esto no se agota la educación. No se puede reducir a la asimilación de uno u otros puntos de vista y la formación de hábitos. Incluye también la formación de necesidades, intereses y motivaciones, de sentimientos. Es necesario recordar que los jóvenes se parecen más a su época que a su padres.

A las emociones se integra la inteligencia, la instrucción y eso posibilita orientar la acción, desarrollándose, entonces, una sólida convicción revolucionaria. “Se necesita, como dice Hart, relacionar emociones e inteligencia para orientar nuestra acción. Cuando esto se vincula, aparece el amor. Las emociones pueden conducir al odio, a la envidia y a la quiebra del carácter humano cuando no son conducidas con inteligencia. Las emociones orientadas por la inteligencia humana producen el amor. Esto, en su más alto grado, está presente en José Martí, en Varela, en José de la Luz y Caballero y en todas las grandes figuras de la historia universal”. (Hart, 2008, p. 3).

Lo que queremos es desarrollar la personalidad de nuestros educandos mediante la educación dirigida por la escuela. Para ello hay que considerar la educación como un proceso que tiene como fin crear hombres y mujeres sentipensantes, que es la relación entre el pensamiento, el sentimiento y la actuación, o sea, prepararlos para la vida. Es así como Martí concibe lo que debe ser la educación cuando expresa: “Puesto que se vive, justo es que donde se enseñe, se enseñe a conocer la vida. En la escuela se ha de aprender a cocer el pan de que se ha de vivir luego” (Martí, 1961, p. 125) En ese sentido, para él “la felicidad general de un pueblo descansa en la independencia individual de sus habitantes” y “una nación libre es el resultado de sus pobladores libres”. (Martí, 1961, p. 82) También Marx nos dice: “[…] el libre desarrollo de cada individuo es condición del libre desarrollo de todos”. Ellos, nos dan la clave de la importancia que tiene el lograr la independencia del estudiante y el desarrollo de su dignidad plena.

Entonces, política, moral y pedagógicamente la educación en valores que debemos realizar en nuestras universidades, es aquella que posibilite un cambio cualitativo en el estudiante, que se refleje en su actitud ante la vida, en sus modos de actuación, en la asunción de responsabilidades, que evite el tutelaje paternal característico de la enseñanza precedente y que miméticamente, muchas veces, continuamos en la universidad para desempeñar sus actividades.

Lo anterior se alcanza cuando él “no cree en lo que le dicen que debe creer sino en lo que pasa a formar parte de sus convicciones por un proceso de asimilación de nuestros principios y nuestras ideas” (Rodríguez 1984, p. 40). Por tanto, todavía no inculcamos suficientemente a nuestros estudiantes, como ha dicho Fidel, la necesidad de que lean en vez de que crean, o sea, de dudar de todo, como la duda metódica, que es contraria al fideísmo embrutecedor, pues como decía Unamuno: “la fe que no duda es una fe muerta”. Debemos desarrollar más la pedagogía de la pregunta para que nuestros estudiantes se independicen y crezcan cada vez más.

¿Por qué Martí reitera tanto lo de la “independencia personal”? Porque para él la independencia personal “fortalece la bondad y fomenta el decoro y el orgullo de ser criatura amable y cosa viviente en el magno universo”. (Martí, 1961, p. 99) Y esto hace crecer al hombre. ¿Cuándo crecen los hombres de una manera visible? Digámoslo con sus palabras: “cuando aprenden algo, cuando entran a poseer algo, y cuando han hecho algún bien”. (Martí, 1961, p. 98) Así se construyen los valores.

En ese proceso de formación de valores hay que tener en cuenta “que los valores no son el resultado de una comprensión, no son el resultado de una información pasiva que se inyecta a la persona; el valor se configura a través de la persona concreta que lo forma y desarrolla, es decir, la persona acrecienta el valor a través de su historia personal, a través de su experiencia y algo que es clave, a través de su propio lenguaje.” (González, 1996, p. 48).

Los valores se asumen y se expresan en el lenguaje propio de cada persona y no en el lenguaje de otros, acorde con la forma legítima de cómo cada persona refleja los acontecimientos. Para ello es necesario tener en cuenta no confundir la individualidad con el individualismo pues el espacio del valor está en la individualidad. (González, 1996)
La formación de los sentimientos humanos internos, los intereses, y las motivaciones transcurre de forma distinta a la empleada en la asimilación de informaciones, reglas y costumbres. Por ejemplo, se puede explicar al alumno reglas aritméticas y gramaticales, presentar ejemplos y plantear las tareas correspondientes y como resultado se asimilan estas reglas. Pero no se puede dar una charla sobre la honestidad, la bondad o la sensibilidad y proponer después “tareas” con la esperanza de formar estos valores, lo más probable es que formemos un hipócrita. “No es un hombre honrado —decía Martí― el que desea para su pueblo una generación de hipócritas y de egoístas”. (Martí, 1963, p.188).

¿Podríamos educar, formar valores, sentimientos y convicciones sobre la base del temor y la obediencia? Al respecto, nos dice Martí: “la educación del temor y la obediencia estorbará en los hijos la educación del cariño y el deber. De los sistemas opresores, no nacen más que hipócritas o déspotas. Violentando las fuerzas nobles en el ánimo de los niños, no se forman hijos fuertes para las conmociones y grandeza de la patria. Deben cultivarse en la infancia preferentemente los sentimientos de independencia y dignidad”. (Martí, 1961, p. 230)

Es necesario destacar “que ningún contenido que no provoque emociones, que no mueva nuestra identidad, que no mueva fibras afectivas, puede considerarse un valor porque este se instaura a nivel psicológico […]”.(González, 1996, p. 49).

En la creación de valores es muy esencial el problema de la comunicación, pero, como una orientación o como una transmisión, tiene que ser una comunicación donde exista el diálogo real, donde los que intervienen vean reflejadas sus necesidades, sus reflexiones, sus motivaciones, hasta sus errores. De lo que se trata es de no convencer a alguien sino de ubicarlo en el espacio de determinada razón, de una causa, de una reflexión, pero siempre, y esto es muy importante, a través de sus posiciones.

Ser uno mismo, significa ser diferente y no idéntico a los que me rodean, por eso nuestro trabajo educativo, político, de todos los que participamos en él, debe ser la tolerancia a las diferencias, porque en ellas está nuestra individualidad. El interpretar por vías diferentes, un fenómeno, un hecho social, algo que nos afecta, el reconocimiento de esas interpretaciones es la “verdadera condición social de la humanidad.” (González, 1996, p. 47).

Los valores no se forman con la indiferencia social; la existencia de la indiferencia es expresión de una falta de polémica. Cuando se polemiza, podrá haber errores pero no hay indiferencia porque hay compromiso, porque hay convicciones y porque se es honesto. Esto es crucial para la formación de valores. ¿Cómo podríamos formar el valor de la honradez cuando alguien le impone etiquetas al otro? Es buscar que verdad tiene el otro y no acusarlo en determinados planos. Tocante a esto, Martí expresaba: “Pero como la libertad vive de respeto, y la razón se nutre en la controversia, edúcase aquí a los jóvenes en la viril y salvadora práctica de decir sin miedo lo que piensan; y oír sin ira y sin mala sospecha lo que piensan otros […]” En otro artículo, escribía: “edúquese en el hábito de la investigación, en el roce de los hombres y en el ejercicio constante de la palabra, a los ciudadanos de una república que vendrá a tierra cuando falten a sus hijos esas virtudes.” (Martí, 1961, p. 179).

El pensamiento martiano se refiere, en esencia, al mejoramiento humano, pero comprendiendo “lo que tiene de bajo e interesado el alma humana”, Martí expresa: “que quien intente mejorar al hombre no ha de prescindir de sus malas pasiones, sino contarlas como factor importantísimo, y ver de no obrar contra ellas, sino con ellas”. (Martí, 1961, p. 101). Este pensamiento es guía permanente para educar en valores, no puede existir ningún tipo de discriminación con los estudiantes porque daría al traste la labor educativa.

José de la Luz y Caballero combatía incansablemente contra la costumbre de no enseñar a pensar a los alumnos en el proceso de la enseñanza y expresaba: “Si graves son los inconvenientes que presenta el desarrollo intelectual de los educandos, mucho mayores los ofrece su educación moral, indispensable fundamento de lo que ha de venir después. Hacerles comprender su deber, inculcarles que la virtud consiste en practicarla, y enseñarles que acudan siempre a buscar en su corazón, como en fuente inextinguible, el estímulo para hacer el bien. Tal es la base de mi método (...) porque yo no quiero esa ciega obediencia, que será muy oportuna en otras cosas, pero que de nada puede servirme a mí que trato de encender, no de apagar, de crear hombres, no máquinas.” (Chávez, 1992, pp.150-51).

La educación en valores exige también recordar y estimular, fundamentalmente a través de la instrucción, el conocimiento de los momentos trascendentales de la historia patria, las conductas y acciones destacadas de nuestros próceres pero también de aquellos que ayudan, con sus acciones cotidianas, a la construcción del socialismo en nuestro país, como exaltación en nuestros jóvenes, de los valores más puros de nuestra revolución y el socialismo.

Un último aspecto acerca de la formación de valores. Los valores se transmiten, pero no necesariamente por la vía oral, por el discurso. Una forma importantísima de transmitir valores es a través de las actitudes, en ser ejemplo para quién interactúa con uno. El profesor educa en las tradiciones revolucionarias, laborales, morales y culturales del país, forma el sentido del patriotismo y el amor por la patria, desarrolla los sentimientos y valores necesarios a la profesión del educando en la Universidad, pero la influencia del educador es fundamental, no sólo mediante la palabra sino además por su ejemplo personal y por su maestría pedagógica y su cultura. El ejemplo actúa como medio de persuasión. La fuerza educativa del ejemplo se fundamenta en la tendencia y la capacidad que tienen los jóvenes para la imitación.

Refiriéndose al maestro, José de la Luz expresaba: “Por eso el primero de todos sus deberes debe ser el de dar buen ejemplo a sus alumnos. El ejemplo, señores, es más eficaz que las reglas mejor expuestas, que las palabras más persuasivas. Predíquese norabuena, enséñese las máximas más saludables, incúlquense buenos principios, pero únase la acción a la palabra; las palabras por la educación [...]” (Chávez, 1992, p.152).

Para hacer realidad estas palabras de José de la Luz, nosotros como educadores, tenemos que considerar siempre el siguiente principio martiano: “[...] la primera libertad, base de todas, es la mente: el profesor no ha de ser un molde donde los alumnos echan la inteligencia y el carácter, para salir con sus lobanillos y jorobas, sino un guía honrado, que enseña de buena fe lo que hay que ver, y explica su pro lo mismo que el de sus enemigos, para que se le fortalezca el carácter de hombre al alumno, que es la flor que no se ha de secar en el herbario de las Universidades. El mundo en su orden, la vida en su plenitud, la ciencia en sus aplicaciones. [...]” (Martí, 1961, p. 61) Además, como profesores universitarios, tenemos que tener en cuenta también que en la Universidad, como decía Martí: “[...] ninguna metafísica se ha de enseñar, ni la de la ideología, ni la de la ciencia”. (Martí, 1961, p. 61) Así Martí concibe la unidad dialéctica entre ideología y ciencia. Absolutizar una de ellas es caer en la metafísica. Tal es la dialéctica en Martí

No es posible realizar con efectividad la formación de valores, si no tenemos en cuenta las consideraciones expresadas anteriormente, porque no se trata de adoctrinar a los jóvenes, sino, de dialogar y reflexionar desde su propia posición, desde sus propios valores, para ir conformando los principios a que queremos llevarlos, sin dogmas ni intolerancia, porque no hacer eso sería fatal para el proceso docente-educativo universitario, por el rechazo que en nuestros estudiantes, ello provocaría. El diálogo ha de convertirse en un método de influencia ideológica con los estudiantes y de vinculación directa con ellos. Tiene que ser parte de nuestra autoeducación. El debate directo y el intercambio de opiniones son necesarios para la retroalimentación permanente del trabajo ideológico. Ello nos determina la tolerancia a las opiniones diferentes, lo que constituye la base para el diálogo.

Y es la clase el escenario fundamental para lograr la educación en valores, pues es ahí donde confluyen las diferentes subjetividades, donde se pueden plantear las dudas, inquietudes, interpretar problemas, buscar soluciones, etc. Es en la clase, donde podemos asumir las inquietudes y preocupaciones de los estudiantes y enseñarlos a diferenciar lo valioso de lo no valioso que nos llega en el inmenso mar de informaciones a través de la tecnología y enseñarles que todo lo nuevo no es valioso y que todo lo viejo no es caduco.

Ni consignas fuera de una realidad, ni “teque”, ni frases aprendidas de memoria, ni palabras rebuscadas o estereotipadas pueden formar sólidas convicciones en la personalidad, ellas no ejercerán ninguna influencia ideológica sobre la conciencia y la conducta de los estudiantes y provocará, por quien utilice estos métodos, el rechazo. Por ello, la persuasión será el método esencial de la labor política-ideológica, sin embargo, para persuadir hay que convencer y solo se consigue convencer cuando hay argumentos sólidos que expresan una realidad objetiva y una necesidad.

Para ello, es necesario proporcionar información creíble, estableciendo una relación directa entre lo que se aprende con lo que siente y se aspira, es preparar a cada estudiante en el “saber hacer” y en el “saber ser”, para que él pueda interactuar en el momento histórico en el que le toca vivir y sienta entonces, la satisfacción como persona, como individualidad, como sujeto protagónico y transformador de su realidad.

Unamos a lo anterior, lo planteado por Raúl: “Es preciso poner sobre la mesa toda la información y los argumentos que fundamentan cada decisión y de paso, suprimir el exceso de secretismo a que nos habituamos durante más de 50 años de cerco enemigo” (Castro, 2010, p. 3) y más adelante agregaba: “Los mismos errores, si simplemente son analizados con honestidad, nada más vamos a analizarlo con honestidad y profundidad, desde luego, pueden transformarse en experiencias y lecciones para superarlos y no volver a incurrir en ellos”. (Castro, 2010, p. 5).

Aunque lo he tocado anteriormente, enfatizo que, el trabajo en la formación de valores, pasa por la discusión, por el desarrollo del diálogo y el debate, aspectos, que como hemos visto, eran una constante preocupación en Martí, «pues dado su amplio conocimiento de la naturaleza humana sabía que la unanimidad de criterios es imposible, y que la “unidad de pensamiento, que de ningún modo quiere decir la servidumbre de la opinión” (Martí, 1963, p. 424) solo podría alcanzarse mediante el libre flujo de opiniones y la confrontación de argumentos, pues la coincidencia de ideas en modo alguno implica la desaparición absoluta de diferencias en los juicios, sino en la concordancia de los conceptos y propósitos esenciales, y en la actuación personal y colectiva para lograrlos». (Hidalgo, 2003).

CONCLUSIONES.

El trabajo ideológico para la formación de valores debe propiciar la participación de los estudiantes al intercambio sincero de sus puntos de vista, pues es en la sabiduría colectiva donde están las soluciones a los problemas. Por tanto, no hay que temerle a la diversidad de opiniones, sino a la falta de ellas, lo que indicaría pobreza de espíritu y además sumisión del pensamiento lo que es característico de naciones débiles y dominadas. Así es la moral preconizada por Martí, que nos indica -como se ha tratado de explicitar en nuestro trabajo- el camino a seguir en la educación de nuestra juventud.

Además, la formación de valores en nuestros educandos nos exige lograr la coherencia necesaria en el sistema de influencias educativas a todos los niveles e instituciones de nuestra sociedad para que no falle la estrategia planificada y evitar la separación entre el discurso y la realidad a cualquier nivel. “Saber que enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su propia producción o construcción” , (Freire, 2010, p. 40) es imprescindible en el proceso docente educativo universitario y siguiendo a Paulo Freire, enseñar exige: conciencia del inacabamiento [sic.]; el reconocimiento de ser condicionado; respeto a la autonomía del ser del educando; buen juicio; humildad, tolerancia; la aprehensión de la realidad; alegría y esperanza; convicción de que el cambio es posible; curiosidad. En fin, enseñar es una especificidad humana. (Freire, 2010).

No creo que estas consideraciones sean únicas para el perfeccionamiento de nuestra labor educativa, pero sí creo que una gran parte de ese perfeccionamiento está contenido en ellas. Reflexionar y accionar sobre ellas, redundará en un mejor trabajo de los profesores en la educación en valores. Tal ha sido mi objetivo.

BIBLIOGRAFÍA:

 Castro, F. (1986): Discurso clausura sesión diferida del III Congreso del PCC, La Habana.
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----- (1964): Obras Completas, Tomos 1, 4. Editora Nacional de Cuba, La Habana.
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 Rodríguez, C.R. (1984): Palabras en los Setenta, Editorial Ciencias Sociales, La Habana.
 Universidad para todos. Curso de Ética y Sociedad.

*Dr. Vicente E. Escandell Sosa, Universidad de Oriente. Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales

Enviado por su autor para Martianos

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